Todos somos, a¨²n, Troy Davis
Cien personas m¨¢s en 2013 que en 2012. Cien. Cien historias. Eso dicen las cifras, al alza, del ¨²ltimo informe anual sobre pena de muerte de Amnist¨ªa Internacional presentado hoy. Y de inmediato de tanto n¨²mero, del total de 778 ejecutadas en el mundo, y de la estad¨ªstica general de todos los tiempos, brota un nombre destacado.
Un nombre, una fecha y un recuerdo: Troy Davis, 21 de septiembre de 2011.
Fue aquella una de las noches m¨¢s tristes y m¨¢s oscuras para su familia; para la organizaci¨®n; para miles de activistas reunidos en distintas plazas desde hac¨ªa d¨ªas; para ciudadanos de todo el mundo que hicieron guardia hasta la noche all¨ª (la madrugada en Espa?a) a las puertas de la prisi¨®n de Jackson (en Georgia) o frente a las pantallas de los ordenadores y las televisiones.
Las redes sociales ard¨ªan como una suerte de llama de esperanza ante la posibilidad de que fuera salvado en el ¨²ltimo momento, segundo, instante... Hab¨ªa quien llevaba dos d¨¦cadas intent¨¢ndolo. Se hab¨ªan elaborado campa?as, conferencias, manifestaciones, protestas, comunicados, v¨ªdeos, camisetas... Los abogados defensores lo probaron todo hasta el ¨²ltimo minuto: corrieron, apelaron, suplicaron clemencia aqu¨ª y all¨¢. No fue posible. El Tribunal Supremo decidi¨® cerrarle todas las puertas esa noche de aquel d¨ªa. Anteriormente, por tres veces, o los letrados o la presi¨®n internacional, distintas estrategias y acciones lo hab¨ªan logrado. Pero esta vez dio igual que el presidente Jimmy Carter, el arzobispo Desmond Tut¨² (Why are we killing Troy Davis?; "Quitar una vida cuando otra vida se ha perdido es venganza no justicia", escribe) o el mismo Papa Benedicto XVI pidieran clemencia. He aqu¨ª la lista de otros muchos que tambi¨¦n lo hicieron.
"Con Troy no solo muri¨® un hombre que posiblemente era inocente del crimen del que se le acusaba; tambi¨¦n se inici¨® un descenso en la credibilidad de un m¨¦todo que a¨²n apoya un 64% de los norteamericanos", escribir¨ªamos luego en este mismo diario.
Era aquella la cuarta vez que este hombre de color, de 42 a?os, de origen humilde, esperaba en el corredor; la cuarta que avanzaba por ¨¦l camino de la inyecci¨®n letal. Lo hizo en 1991, en 2007, en 2008... Fue la definitiva. Varios periodistas, como Rhonda Cook, lo contaron desde dentro. "Conoc¨ªa el protocolo, los pasos, los ruidos, los gestos de los guardias... Un experto era. No quiso comer, ni ser tranquilizado, ya lo estaba. 'Soy inocente', fueron sus ¨²ltimas palabras antes de morir a las 23.05 tras cuatro horas de espera. Morir siendo considerado culpable era su mayor dolor. Y el de los suyos". Se le acusaba de asesinato de un polic¨ªa en Savannah en 1989. Pero nunca hubo suficientes pruebas.
Amnist¨ªa hizo del caso de Troy Davis bandera. El caso dudoso por excelencia, la representaci¨®n de lo demencial que resulta que un Estado democr¨¢tico ejecute, sentenci¨¦ el fin de una vida, sin tener todas las pruebas, sin tenerlas todas atadas y bien atadas, existiendo un ¨¢pice de duda. Y en la historia de Troy eran inmensas las lagunas, hasta la mayor¨ªa de los testigos se hab¨ªan retractado de sus primeras declaraciones... La familia de Troy ¡ªVictoria, su madre, Martina, su hermana¡ª sufri¨® lo indecible y se mantuvo unida como una pi?a. Siempre conscientes de la tierra que pisaban, el ambiente en que habitaban, el viejo Sur, cargado de razones e historia blanca.
"Aqu¨ª fue", nos dijo un d¨ªa de 2010 Martina Correia, su hermana, delgad¨ªsima, entonces reci¨¦n operada de c¨¢ncer, en Savannah (Georgia). Est¨¢bamos en el lugar exacto donde se cometi¨® el asesinato del polic¨ªa por el que Troy fue detenido en 1989 y condenado a muerte en 1991. Pisar Savannah era como regresar a las viejas pel¨ªculas de persecuciones y racismo; como si el tiempo estuviera detenido entre uniformes militares, en barrios segregados, calles sin paseantes ni aceras, j¨®venes negros desarrapados en las puertas de algunas casas y ricos muy ricos en mansiones y cuarteles militares y... Un 60% de poblaci¨®n afroamericana, enorme discriminaci¨®n racial, un sistema judicial y policial por y para blancos, la Am¨¦rica profunda a¨²n no ventilada.
Martina fue siempre portavoz y apoyo de su hermano. Hasta el ¨²ltimo minuto, como se puede ver en este v¨ªdeo. A las puertas de Jackson en esa ¨²ltima noche de su ¨²ltimo d¨ªa dijo:
"Mi hermano no solo es Troy Davis, todos somos ¨¦l?. Somos el ¨²nico pa¨ªs que mata a sus ciudadanos mientras da consejos sobre Derechos Humanos a la comunidad internacional".
La cr¨®nica gr¨¢fica de esos ¨²ltimos d¨ªas se recogi¨® en esta p¨¢gina: Deathpenalty.
Para Amnist¨ªa Internacional este tema a¨²n resulta doloroso, me consta. La lucha contra la pena de muerte es uno de sus grandes objetivos, la base de su implicaci¨®n en la defensa de los Derechos Humanos. Doloroso constatar que, en 2013, la cifra de ejecuciones creci¨®. Que hay Estados que se resisten, a pesar de la tendencia de reducci¨®n constante en los ¨²ltimos 20 a?os. Que EE UU sigue siendo la espinita clavada, el ¨²nico pa¨ªs de Am¨¦rica en la lista, con 39 ejecuciones en 2013 (Texas, el Estado donde m¨¢s, mientras Maryland se convert¨ªa en 2013 en el Estado n¨²mero 18 en abolir la pena capital). Que siguen sin poder actuar o siquiera contar lo que sucede exactamente en China, all¨ª donde la organizaci¨®n sabe que son millares los ejecutados sin garant¨ªa. Pero no hay modo de contabilizarlos, ni de asistirles, ni de ponerles nombre ni cara. Ni siquiera crimen, porque todo lo relacionado se mantiene en secreto, son bien tapados los detalles y circunstancias de delitos y juicios por una naci¨®n de econom¨ªa arrasadora y creciente que tiene una peculiar interpretaci¨®n de los Derechos Humanos y su aplicaci¨®n. Y que ya se permite, incluso, animar a modificar, y hacerlo de hecho, legislaciones de terceros pa¨ªses que, por lo que quiera que sea puedan afectar a sus intereses (como est¨¢ sucediendo con la jurisdicci¨®n universal y el caso de T¨ªbet en Espa?a).
La pena de muerte es como un t¨²nel sin salida. Supone quedarse sin palabras ante un Estado -en nombre de todos-, que decide quitar la vida a otro ciudadano. Saber y asumir que la Justicia se puede equivocar y que en tal caso, con esta pena m¨¢xima, no hay vuelta atr¨¢s, nada ya que se pueda revertir o corregir. Y las razones por las que se aplica la pena capital siguen siendo variopintas, como se ve en el informe de la organizaci¨®n "Las diez cosas que debes saber acerca de nuestro informe sobre pena de muerte".
Cuando se supo de la ejecuci¨®n por inyecci¨®n letal se hizo el silencio en los alrededores de la prisi¨®n de Jackson, hasta que llegaron las l¨¢grimas; lloraron hasta los presentadores de las televisiones, los internautas ante los ordenadores, cundi¨® el desaliento y la sensaci¨®n de derrota. Im¨¢genes de la gente sentada en las plazas, vestidos con camisetas y carteles que dec¨ªan "Yo soy Troy Davis". Martina Corre¨ªa mir¨® al cielo en una famosa fotograf¨ªa; antes de que se lo dijeran, ya sab¨ªa de la muerte al otro lado de los muros de la c¨¢rcel. Y al poco tiempo ella misma tir¨® la toalla, falleci¨® enseguida. Sin su hermano y su madre (que hab¨ªa muerto muy cansada ese mismo a?o) ya no le quedaba por hacer ya nada.
Y s¨ª, fuimos todos Troy Davis. Lo seguimos siendo si una sola duda existe o ha existido siquiera; si los juicios se sabe que no han sido justos; si las pruebas son cortas en cualquiera de los 778 ejecutados en este 2013 ya cerrado.
La p¨¢gina de Amnist¨ªa sobre Troy Davis permanece ah¨ª, abierta: "Hemos sido 97.548 firmantes", est¨¢ escrito en esa acci¨®n, Act¨²a, que lanzaron al mundo durante aquellos d¨ªas. Luego hay una suerte de epitafio y un desaf¨ªo que no cesa.
Esta acci¨®n ha finalizado. Troy Davis ha sido finalmente ejecutado a las 23.08 hora local del d¨ªa 21 de septiembre. Amnist¨ªa Internacional ha definido este proceso como "un fallo catastr¨®fico del sistema de justicia de Estados Unidos" y seguir¨¢ haciendo campa?a por la abolici¨®n de la pena de muerte en todo el mundo".
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