Un anticuario moderno
Empez¨® acarreando antig¨¹edades cada semana desde Par¨ªs con una furgoneta Hoy, Lorenzo Castillo concibe interiores para millonarios y hoteles a lo largo del mund Ha convertido su casa en el centro de Madrid en su mejor carta de presentaci¨®n Nos abre las puertas de su particular mundo
Como escribi¨® Walt Whitman, ¡°los interiores tienen sus interiores¡±. Por eso, alguien que elige vivir en un palacete del XVII en el siglo XXI est¨¢, cuanto menos, seguro de su mundo interior (y posiblemente tambi¨¦n de su cuenta bancaria). Quien busc¨® ese entorno para renacer al borde de los cuarenta se adentra, adem¨¢s, en el fascinante y peligroso experimento de inventarse una vida. Eso hizo Lorenzo Castillo (Madrid, 1968), posiblemente el anticuario m¨¢s moderno de Madrid y, parad¨®jicamente tambi¨¦n, un historiador convertido en inventor de historias. ¡°A partir de verdades¡±, matiza. Castillo es decorador a la antigua: idea escenarios para la vida de los dem¨¢s. Pero es, tambi¨¦n, un interiorista contempor¨¢neo: tiene por consigna la comodidad. ¡°Las casas inc¨®modas son falsas¡±.
Autor de renovaciones que tienen tanto de novedad como de recuperaci¨®n ¨Cel hotel Santo Mauro de Madrid, la tienda de Loewe en la Gran V¨ªa madrile?a o el hotel Room Mate de Nueva York¨C, hace sentir en casa a clientes convencidos de que las paredes, y los muebles, hablan.
Con 40 a?os Castillo hizo tabula rasa. Para comprar su palacete en el centro de Madrid hipotec¨® hasta los tenedores: vendi¨® cuanto ten¨ªa. Puede que llame m¨¢s la atenci¨®n que encontrara comprador para tanto objeto, pero eso implicar¨ªa entender poco de decoraci¨®n: ¡°La historia de los muebles y los objetos vale tanto como su autor¨ªa¡±, apostilla en su casa-muestrario, una vivienda en continua transformaci¨®n y redecoraci¨®n donde almacena las piezas que cada semana le llegan de subastas y anticuarios del mundo. Al igual que en La casa della vita que Mario Praz atesor¨® en Roma, todo en la vivienda de Castillo tiene un secreto. Sin embargo, a diferencia del escritor italiano que trat¨® de recrear la ¨¦poca en la que hab¨ªa vivido su abuelo, en este palacete nada, o poco, permanece. No hay ning¨²n hueco asegurado en unos salones cambiantes seg¨²n los trabajos de su due?o. Asomado a la calle de la Magdalena, Castillo explica que no hace tanto, las mejores casas de Madrid se daban cita en su barrio o en la vecina calle de Atocha, ¡°que un¨ªa el Buen Retiro con el Palacio Real¡±.
Fue su padre, un cirujano maxilofacial, quien alent¨® su af¨¢n coleccionista. A Lorenzo y a su hermano Santiago, que es restaurador, les compr¨® un peque?o local en el barrio de las Letras y una furgoneta. Con 100.000 pesetas, viajaban en ella todas las semanas a Par¨ªs. Se pas¨® a?os cargando y descargando aquella furgoneta. Hoy, Castillo decora viviendas en Nueva York o en el Caribe. ¡°Y me f¨ªan los anticuarios de Par¨ªs y de Florencia¡±.
Los clientes ricos no saben digerir el espacio. Hacer de una gran casa un hogar requiere esfuerzo, dinero y gusto
Tal vez por eso, m¨¢s all¨¢ de su jovialidad, lo primero que se aprecia al cruzar su puerta es hasta qu¨¦ punto los pasados de las grandes casas se desgranan por los salones del mundo. En su comedor, una voluptuosa ¡°enfriadora de champ¨¢n¡±, construida por un joyero en plata maciza, cristal de roca y amatista data de los a?os sesenta. Lo del lujo va en serio: tiene espacio para cuatro botellas. La cubitera convive con Figuras Imposibles, de Yturralde, y las piezas op art de Vasarely.
De paseo por su casa ¨Ctiene 900 metros cuadrados¨C cuenta la historia de Pierre Lottier, un franc¨¦s que trabaj¨® en Espa?a despu¨¦s de la Guerra Civil ¡°decorando las casas buenas de Barcelona, aunque tambi¨¦n hizo la de Ava Gardner en la Moraleja de Madrid¡±. Castillo posa junto a un biombo de Lottier que recrea la vida en una plantaci¨®n al sur de EE UU y, sin pausa, habla del estadounidense Billy Baldwin, art¨ªfice de la casa de los Astor en Park Avenue, o de la vivienda de Cole Porter. Suya es la mesilla junto a la que posa. De la estirpe de Baldwin, tambi¨¦n ¨¦l tiene un pie en el clasicismo, otro en la modernidad y las dos manos en la comodidad. ¡°Las casas son para vivirlas¡±, no se cansa de repetir.
Las salas y la galer¨ªa est¨¢n todav¨ªa llenas de flores, ¡°de la cena que di a los embajadores norteamericanos¡±, cuenta, aunque tiene por norma no hablar de las viviendas de sus clientes. A veces tarda hasta dos a?os en superar una primera fase de di¨¢logo, explica. Tambi¨¦n que algunas de las personas que acuden a ¨¦l lo convierten en asesor de por vida.
?Qu¨¦ les aporta a quienes tienen ya mucho? ¡°Se trata de que la vida llegue a las casas, de que sean vivibles¡±, tercia. Y la receta para eso es, opina, la mezcla: ¡°Ah¨ª est¨¢ la libertad¡±. Su hogar es el fiel reflejo de ese credo. ¡°Mi casa asusta¡±, dice ri¨¦ndose. A pesar de ser claramente burguesa, la vivienda es, en realidad, un laboratorio de pruebas. Una casa desnuda le resulta inhumana. ¡°La arquitectura moderna radical puede ser mucho m¨¢s encorsetada que una vivienda ecl¨¦ctica que suma estilos¡±. Admite que el exceso est¨¢ tan lleno de posibilidades como de trampas: ¡°La mayor¨ªa de los clientes ricos no saben digerir el espacio. Se empe?an en tener casoplones grandes, y convertir una gran casa en un hogar requiere esfuerzo, decisiones, dinero y gusto¡±.
Uno se retrata en su casa. De esa idea obtiene Castillo sus clientes. La suya es cambiante, ¡°en reinvenci¨®n permanente¡±, sin embargo es capaz de trazar ¡°la provenance¡± de cada una de las piezas. El decorador Michael Smith, pareja del actual embajador de EE UU en Espa?a, James Costos, le compr¨® una mesa portuguesa proveniente de Par¨ªs, ¡°de la casa de los Espirito Santo¡±. Y como el escritorio de Jansen, que tiene en una esquina, perteneci¨® a la vizcondesa de Noailles, Castillo podr¨ªa tambi¨¦n tener en casa el mueble sobre el que la amante del pintor ?scar Dom¨ªnguez firm¨® el acuerdo para sufragar el rodaje de La edad de oro, de Bu?uel. ¡°En Espa?a no se le da tanta importancia, pero en EE UU y Francia es capital poder seguir el rastro de una pieza¡±, explica. Esa informaci¨®n cambia el precio de los muebles.
Su vivienda y las que decora est¨¢n arropadas con la microhistoria de los salones de otros tiempos, y ¨¦l defiende la absorci¨®n de ese pasado como una lecci¨®n de futuro. Cuenta que los Bot¨ªn adquirieron el palacio de los pr¨ªncipes de Baviera en el Viso madrile?o ¡°y lo tiraron¡±. Lo sabe porque antes pas¨® ¨¦l y compr¨® todos los muebles. Con ese ritmo de adquisiciones ¨C¡°compro m¨¢s r¨¢pido de lo que vendo¡±¨C no es de extra?ar que su casa acumule historias y objetos.
Castillo se lamenta de que Christie¡¯s haya vendido el antiguo cuarto de ba?o de la duquesa de Alba, ¡°quemado durante la Guerra Civil y al que la propia duquesa no le daba ninguna importancia porque es del siglo XX¡±. Le indigna que el siglo XX no est¨¦ protegido en nuestro pa¨ªs. La dilapidaci¨®n del patrimonio es una constante en Espa?a. Por eso fue a Par¨ªs, a la subasta, para ver ese cuarto de ba?o. Es raro que acuda hoy a subastas. Suele pujar por tel¨¦fono. Hace tambi¨¦n a?os que apenas frecuenta los rastros.
Todos los d¨ªas le llegan ofertas de anticuarios de Amberes, Bruselas, Florencia o Par¨ªs y lo que le hace decidirse por una pieza es la rareza: ¡°Le doy m¨¢s importancia a que deslumbre est¨¦ticamente que a su valor como pieza art¨ªstica porque no me oriento al coleccionismo: no compro para colocar en vitrinas¡±, dice, y cuesta creerle a la vista de los cientos de grabados que cuelgan del comedor o la escalera de su casa. ¡°Son una obsesi¨®n¡±, admite, ¡°pero no tengo nada de despu¨¦s del XVIII¡±.
Castillo estudi¨® Historia. ?Le llev¨® eso a las antig¨¹edades o fue al rev¨¦s? ¡°Las antig¨¹edades son mi vida¡±, responde. Con cuatro a?os ya dec¨ªa que quer¨ªa ser anticuario. Sus abuelos ten¨ªan casas burguesas en la calle de Vel¨¢zquez y en Conde de Aranda, y el paterno, m¨¦dico como su padre, era un coleccionista cl¨¢sico: ¡°Compraba bargue?os y pintura, pero no ten¨ªa ideas decorativas, simplemente acumulaba¡±. En cambio, su abuela materna, viuda de un militar, fue una mujer moderna que estudi¨® Farmacia y conduc¨ªa un Bugatti por el Retiro. ¡°Ella s¨ª ten¨ªa una gran idea de la decoraci¨®n. Cambiaba mucho la casa¡±. Sus padres, ¡°que pod¨ªan haber salido supercarcas, eran muy liberales¡±. ?l y sus cinco hermanos estudiaron en el colegio Estudio. Cuando Lorenzo le dijo a su padre, un hombre ¡°muy religioso y muy culto¡±, que quer¨ªa ser historiador, el padre lo apoy¨®, ¡°aunque sus amigos dec¨ªan que la historia del arte era para las ni?as¡±. La de anticuario tampoco era una profesi¨®n bien vista en el mundo burgu¨¦s en el que se mov¨ªa: ¡°Un compa?ero del colegio le cont¨® a su padre a qu¨¦ me dedicaba y el hombre le explic¨® que ese era el negocio que le pon¨ªan los se?ores casados a sus queridos¡±, recuerda ri¨¦ndose.
Para ser un dise?ador moderno hay que conocer la historia, las artes menores y mayores
La an¨¦cdota da pie para hablar sobre el oficio de la decoraci¨®n, tradicionalmente en manos de mujeres y homosexuales. ¡°Tambi¨¦n de gitanos¡±, a?ade ¨¦l. ¡°Ellos se ocuparon de las antig¨¹edades despu¨¦s de la guerra. Cuando todo est¨¢ devastado es la mejor ¨¦poca para comprar. Fue entonces cuando los Urquijo lo compraron todo. Lo cuentan los gitanos del Rastro¡±.
Castillo tiene reuni¨®n para hablar del nuevo hotel Room Mate de Nueva York ¨Cque los herederos de Rosal¨ªa Mera quieren subir de categor¨ªa¨C. En Manhattan est¨¢ decorando un piso de la Olympic Tower, ¡°en la Quinta Avenida esquina con San Patricio, que es donde Onassis ten¨ªa un piso¡±. Con todo, el anticuario es ¡°la parte m¨¢s importante del negocio¡±. Tambi¨¦n el origen, en la calle de Morat¨ªn, donde su padre les puso la tienda, un local pionero en el barrio de las Letras, ¡°entonces un lugar triste que daba hasta miedo¡±.
De la aventura del inicio y los viajes en los que dorm¨ªa en la furgoneta conserva las listas de lo que compraba: un grabado del siglo XVIII, una concha de tortuga¡ ¡°Siempre he pensado que el dinero no favorece el gusto. Es m¨¢s: lo vulgariza. Las casas de los ricos suelen ser opulentas y caen en el estereotipo. Por eso nos necesitan¡±, explica. Considera que el rico se empe?a en hacerse casas que no tienen una escala humana. ¡°Un error cl¨¢sico es la casa monumental, incluso si se concibe como escaparate. En La Finca ¨Cla urbanizaci¨®n en la que conviven Iker Casillas y Pen¨¦lope Cruz¨C est¨¢n las casas que m¨¢s odio hacer. La arquitectura tiene una escala equivocada, con enormes cristaleras y todo fuera de proporci¨®n. No est¨¢n pensadas para que viva la gente¡±. Explica que lo llaman para decorarlas ¡°porque la persona que vive all¨ª no est¨¢ c¨®moda y quiere que le hagas vivible un espacio invivible¡±. Consciente de que a los defensores de la arquitectura desnuda les podr¨ªa parecer que son sus interiores los que resultan invivibles, explica que ¨¦l se inventa una historia cuando decora. ¡°Representa lo que es para m¨ª una vida llena de vivencias, de viajes, de una supuesta intelectualidad, no un vac¨ªo¡±. ?Para qu¨¦ quiere los libros quien no va a leerlos? ¡°La clave es que las piezas sean verdaderas. Que la decoraci¨®n se adapte o no a la verdad ¨²ltima del cliente, eso ya es su problema¡±. Habla de hacer retratos con las decoraciones. Pero admite que, en ¨²ltima instancia, el retratado al final es siempre ¨¦l: ¡°Si no fuera as¨ª se lo encargar¨ªan a otro¡±.
?Se considera un maquillador? ?Hace que sus clientes salgan favorecidos? ¡°Me llaman para que les invente una casa. Y yo les doy un aire intemporal que parece que ha estado all¨ª toda la vida. Eso lo sabemos hacer los europeos. Los americanos no, aunque lo intenten. Una casa no es un teatro¡±, se?ala, y aunque admite que no deja de ser una escenograf¨ªa el hecho de que uno se invente un domicilio con vidas prestadas, explica que la clave est¨¢ en la sutileza: ¡°No tiene que notarse. Cuando no se nota, lo hemos conseguido¡±.
La falta de miedo a la invenci¨®n es otro de los atributos de Lorenzo Castillo: ¡°Puedo ser muy purista, pero soy capaz de ser barroco cuando el local lo necesita para recuperar lo que hab¨ªa perdido¡±. Algo as¨ª le sucedi¨® cuando trabaj¨® en el hotel Santo Mauro de Madrid, en el que, a su entender, ¡°la decoraci¨®n de la cadena NH hab¨ªa perdido la esencia del lugar¡±. ?Qu¨¦ hizo ¨¦l? Recuperar el esplendor de la antigua casa que hoy ocupa el hotel.
¡°Esto es lo que yo quiero¡±, asegura que dicen muchos clientes al entrar en su casa. Y aclara que, en realidad, est¨¢n describiendo una sensaci¨®n: ¡°Una casa que te acoge m¨¢s que te representa¡±. A pesar de que entre sus clientes abundan los banqueros, Castillo insiste en el calor por encima de la representaci¨®n. ¡°Esa es la clave para que las decoraciones arraiguen: sentirse a gusto en ellas¡±.
?La historia real de los habitantes no emerge nunca? ¡°El pasado de los clientes aflora en c¨®mo van colonizando las habitaciones con sus recuerdos¡±. Los muebles anteriores, tiende a desaconsejarlos. ¡°La acumulaci¨®n convierte las casas en almacenes¡±. Le espantan los pisos abigarrados, pero tambi¨¦n lo contrario: ¡°La modernidad puede ser muy castradora¡±, esgrime.
?Se puede hacer una casa ¡°vivida¡± sin haber vivido en ella? ¡°Es m¨¢s real irla haciendo con el tiempo, pero una obra es as¨ª: ilimitada, se va haciendo y alterando¡±. Recrea otros tiempos en algunos de sus trabajos. ¡°Defiendo la convivencia. No todo tiene que ser de otra ¨¦poca. La comodidad da las claves de la contemporaneidad, y la permanencia aleja mis interiores de cualquier ¨¦poca. El siglo XX ha dado lo mejor de las artes decorativas. El fallo radical es intentar recrear ambientes del pasado. Hay quien lo hace, pero yo recreo lo cl¨¢sico desde la modernidad. En decoraci¨®n hay m¨¢s libertad que en arquitectura. Aunque en arquitectura, ¡°?Ricardo Bofill es cl¨¢sico o es moderno?¡±, pregunta.
La ausencia de miedo al exceso, a los estampados o a las mezclas compone el sello de Castillo. ¡°T¨² tienes que manejar las artes decorativas para evitar que ellas te manejen a ti¡±, afirma. Y da consejos: ¡°Lo m¨¢s importante para ser un dise?ador moderno es conocer la historia. Sin ese conocimiento de artes menores y mayores no se puede ser moderno. Piensa en Picasso: solo desde el control del pasado se puede actuar en el presente¡±.
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