La cita del papa
Bergoglio pareci¨® condensarse en una sola frase: "?Qui¨¦n soy yo para juzgar a los gais?". Se convirti¨® en su lema. No lo dijo literal; es la s¨ªntesis de ma?ada de lo que s¨ª dijo
Toda cita siempre es un enga?o; algunas m¨¢s que otras. Pero hay una que, estos ¨²ltimos meses, ha recorrido el mundo como el fantasma aquel. Se la atribuyen al triunfador medi¨¢tico del a?o: un se?or argentino, ya viejo, cura a punto de la jubilaci¨®n, que se hizo portada de todas las revistas, blanco de todas las miradas. El jesuita Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936), vuelto papa y Francisco, pareci¨® condensarse en esa frase:
¨C?Qui¨¦n soy yo para juzgar a los gais?
O, m¨¢s general a¨²n:
Se convirti¨® en su lema. La citan, la recitan; la cortan, la recortan; la parten, la reparten. Toda cita es un enga?o porque son palabras separadas de un contexto, resignificadas por el corte. Pero esta muy especialmente.
Fue un d¨ªa de julio, en un avi¨®n, justo en el medio de ninguna parte: fue en el cielo. Bergoglio iba a R¨ªo de Janeiro y una docena de periodistas aprovechaba el viaje para hacerle preguntas. Bergoglio, como siempre, quer¨ªa mostrar que ¨¦l no es como los otros y contestaba campechano, en el frente de la clase econ¨®mica. Alguien le pregunt¨®, entonces, por ¡°el lobby gay del Vaticano¡±; Bergoglio contest¨® con su media sonrisa, micr¨®fono en la mano. Textualmente dijo, en italiano:
¨CTodo el mundo escribe sobre el lobby gay. Yo todav¨ªa no encontr¨¦ a ninguno que me muestre en el Vaticano su documento de identidad y diga que es gay. Dicen que hay. Creo que cuando uno se encuentra con una persona¡ as¨ª, debe distinguir el hecho de ser una persona gay del hecho de hacer lobby. Porque todos los lobbies son malos, eso es lo da?ino. Si una persona es gay y busca al Se?or y tiene buena voluntad, ?qui¨¦n soy yo para juzgarla?
No importa tanto que su pregunta por su identidad tenga respuesta clara: ¨¦l, para juzgarla, es el jefe de una organizaci¨®n que siempre defini¨® a los homosexuales como pervertidos enfermos y los conden¨® a las llamas del infierno. ¡°No err¨¦is; ni los fornicarios, ni los id¨®latras, ni los ad¨²lteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredar¨¢n el reino de Dios¡±, dijo el fundador de esa iglesia, Saulo de Tarso, en su Ep¨ªstola a los corintios, y todav¨ªa ninguno de sus sucesores denunci¨® ese texto.
Y es ¨C¨¦l mismo, el cardenal Bergoglio¨C quien escribi¨® hace tres a?os en una carta p¨²blica que el matrimonio homosexual era una ¡°movida del demonio¡±.
Pero habl¨¢bamos de citas: de c¨®mo vivimos confiando en palabras que no fueron dichas y definen ¨Cm¨¢s que las que s¨ª¨C a los que nunca las dijeron. Para eso estamos los periodistas, publicistas y otros malabaristas: el trabajo de corte y confecci¨®n.
Para empezar: ¡°?Qui¨¦n soy yo para juzgar a los gais?¡± es una frase que Bergoglio no dijo literal; es la s¨ªntesis ama?ada de lo que s¨ª. Pero esa restauraci¨®n para sintetizar la idea es una pr¨¢ctica inocente frente a la otra: la de cortar para expresar algo distinto. Porque Bergoglio nunca dijo que ¨¦l no era qui¨¦n para juzgar; dijo, muy claro, que ¨¦l no juzgar¨ªa si se cumplieran ciertas condiciones: ¡°Si una persona es gay y busca al Se?or y tiene buena voluntad¡¡±.
Seg¨²n la doctrina cat¨®lica, ¡°buscar al Se?or y tener buena voluntad¡± supone, en el caso de un homosexual, renunciar a sus ¡°impulsos diab¨®licos¡±; hacer de su naturaleza un enemigo, rechazarla. Vivir como si fuera otro.
Esa es la condici¨®n que Bergoglio define para no juzgar a los homosexuales: que no sean lo que son. No hay juicio m¨¢s tajante. La cita que se enarbola como la muestra de su tolerancia es justamente lo contrario: yo te acepto, claro, si dejas de ser lo que eres. Eso, en mi barrio, sol¨ªa llamarse intolerancia extrema ¨Csi ese rojo grita arriba Espa?a, si ese moro le reza a una Virgen¨C, y a unos cuantos nos daba verg¨¹enza. A otros, queda claro, menos.
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