Proyectos en busca de una nueva forma de consumo
La crisis e Internet est¨¢n sacando a relucir proyectos para compartir gastos. Los pisos y los trayectos de coche son los m¨¢s claros, aunque los ayuntamientos no saben c¨®mo regularlos
![Conferencia en el Ouisharefest, que se ha celebrado en París del 5 al 7 de mayo.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/SWK7SUH2A7SZDRN6RRQVEVGW7I.jpg?auth=5d65f9e148d08c1da58530336fce50569aa390e085dfc1dca247e714306df152&width=414)
Se acab¨® el Ouisharefest, un festival de ideas, charlas, talleres, creatividad, energ¨ªa y start-ups que se celebr¨® en Par¨ªs del 5 al 7 de mayo. Un festival que atrajo a mil visionarios de todo el mundo, hechizados por una ¨²nica palabra: colaborativo. En realidad es un caj¨®n de sastre donde caben infinidad de propuestas. Unos constru¨ªan en un Fablab adyacente colmenas con c¨®digo opensource pensadas para evitar la extinci¨®n de las abejas, mientras otros sacaban fotos a los participantes despu¨¦s de preguntarles cu¨¢l era su pasi¨®n y con esa suma de retratos formaban el mural de las pasiones que compartir. Y un poco m¨¢s all¨¢ la plataforma Blablacar, una start-up de las grandes, loaba las bondades de compartir coche.
Y en medio de este festival sin orden pero con sentido sobresalen algunas constantes. En muchas charlas se ment¨® a la ciudad para bien o para mal. Para bien, por ejemplo, porque las "ciudades son ya espacios naturales del consumo colaborativo", seg¨²n Arun Sundararajan, catedr¨¢tico de la Universidad de Nueva York. Para este experto, en la ciudad se comparte por defecto puesto que el espacio es reducido y no pueden almacenarse demasiadas cosas. En nuestro d¨ªa a d¨ªa estamos acostumbrados a echar mano del transporte p¨²blico en vez de conducir nuestro coche; o vamos al parque p¨²blico en vez de salir a tomar el fresco a nuestro jardincito privado.
El discurso de este acad¨¦mico parece estar bien asumido por la sociedad norteamericana, que ve en lo colaborativo algo natural, adem¨¢s de una soluci¨®n para muchos de los problemas sociales, econ¨®micos y medioambientales a los que se enfrentan las ciudades. Asumido por la sociedad y por la clase pol¨ªtica. De ah¨ª que la convenci¨®n de alcaldes norteamericanos, liderados por los representantes de las grandes, como Nueva York, Los ?ngeles, San Francisco y Chicago, aprobara en junio del a?o pasado una resoluci¨®n en pro de las shareable cities. En el texto los abajofirmantes se comprometen a trabajar para convertir sus ciudades en espacios m¨¢s y m¨¢s compartidores, lo que significa tanto estudiar la posibilidad de poner al servicio del consumo colaborativo bienes p¨²blicos infrautilizados como trabajar activamente para revisar las regulaciones que puedan poner trabas a la econom¨ªa colaborativa.
Otro ambiente m¨¢s caldeado y mucho menos colaborativo se respira al otro lado del Atl¨¢ntico a juzgar por las noticias que llegan de Barcelona, donde los taxistas se rebelan contra Uber (plataforma que permite compartir trayectos en ciudad), o Madrid, donde la patronal de autobuses declara la guerra a Blablacar (que permite compartir trayectos interurbanos). Aunque la palma de la vehemencia represora se la lleva Bruselas, y con diferencia, por haber prohibido a Uber directamente operar en la ciudad. "La prohibici¨®n no protege ni ayuda a los pasajeros, s¨®lo al cartel del taxi". Son palabras de la comisaria europea Kroes. En todo caso, los norteamericanos asistentes al encuentro compararon el ruido de sables que se oye por Europa con un sarampi¨®n com¨²n: hay que pasarlo, es molesto, pero se supera sin m¨¢s.
No todo en Europa son intentos de regulaci¨®n o ataques de lobbies temerosos de perder su parte asegurada del pastel. La intervenci¨®n del arquitecto jefe de la ciudad de Barcelona, Vicente Guallart, y fue como ver por primera vez la pel¨ªcula Am¨¦lie. O¨ªrle hablar fue entrar de sopet¨®n en un mundo donde la realidad y la ficci¨®n ¨Cla buena¨C se confunden. Habl¨® de edificios semicompartidos, a caballo entre los bloques de pisos convencionales (donde cada ciudadano posee un apartamento privado) y las residencias universitarias (donde el espacio privado es reducido a expensas del comunitario).
Mostr¨® un gr¨¢fico que se?alaba los espacios del centro de Barcelona que ten¨ªan intenci¨®n de cerrar al tr¨¢fico rodado para que el peat¨®n, el ciudadano, pudiera recuperar lo que le es propio. En el colmo del atrevimiento habl¨® de una aplicaci¨®n de m¨®vil creada por la administraci¨®n, una "red social del barrio" (Whabit) para conectar a las personas y favorecer el intercambio de bienes. "?C¨®mo puede ser que por Facebook conozcamos a personas de la India o de Am¨¦rica y que no sepamos en cambio qui¨¦n es el vecino de rellano?", se pregunt¨® sin esperar, claro est¨¢, respuesta alguna. La ciudad apuesta por el nov¨ªsimo internet de las cosas: que cada objeto que poseemos en casa tenga su identidad virtual para permitir precisamente el intercambio y el pr¨¦stamo.
En su defensa, por si alguien le atacaba de intrusismo, aleg¨® que las ciudades tienen que crear los espacios f¨ªsicos ¨Cpero tambi¨¦n los virtuales¨C para que los ciudadanos puedan compartir y colaborar. Que antes las mejores bibliotecas eran propiedad y patrimonio de las universidades, pero que hoy en d¨ªa quiz¨¢ la mejor biblioteca del barrio es en realidad la suma de las privadas de los vecinos. ?Por qu¨¦ desaprovechar todos estos recursos infrautilizados? Como colof¨®n de esta retah¨ªla de sue?os colaborativos regal¨® a la audiencia el proyecto barcelon¨¦s de las Fabcities. En el futuro cada distrito de Barcelona dispondr¨¢ de un FabLab, un espacio donde cualquier ciudadano podr¨¢ fabricar casi cualquier cosa gracias a las impresoras 3D y a otras m¨¢quinas que parecen salidas de la mente prodigiosa de Julio Verne. Que el consumidor sea tambi¨¦n productor, y que la ciudad, que tambi¨¦n hab¨ªa sido relegada a mera consumidora, recupere su capacidad productora como anta?o antes de la Revoluci¨®n Industrial. "Y es que internet ¨Csentencia Guallart¨C ha cambiado nuestras vidas pero no ha cambiado a¨²n nuestras ciudades".
Par¨ªs parece haber sucumbido tambi¨¦n al influjo colaborativo. Airbnb cuenta all¨ª con 24.000 alojamientos, un poco m¨¢s que Nueva York, que oferta solo unas 23.000 camas airbnberas. Y este tr¨¢fico de pernoctaciones oficiosas supuso para Par¨ªs en 12 meses una actividad econ¨®mica por valor de 240 millones de d¨®lares. As¨ª que de momento no consta que las autoridades competentes quieran tomar cartas en el asunto. Es m¨¢s, la alcald¨ªa de la ciudad parece decidida a sacar provecho del movimiento colaborativo. Se ha aliado con la plataforma de crowdfunding Ulule, l¨ªder en Francia. El pr¨®ximo mes de junio Ulule dar¨¢ de alta un espacio online reservado a la capital francesa. De hecho, la plataforma de crowdfunding repite con Par¨ªs la experiencia de partenariado con la administraci¨®n p¨²blica que inici¨® el a?o pasado. Entonces lleg¨® a un acuerdo con la regi¨®n de Auvernia (en el centro de Francia) para crear un espacio regional en su plataforma desde donde la administraci¨®n hac¨ªa un llamado para presentar proyectos creativos, innovadores o solidarios. Se presentaron 42 proyectos con un porcentaje de ¨¦xito de financiaci¨®n del 68%.
Fotograf¨ªas de Stefano Borghi
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