?Cuidado!
Hab¨ªa ido a por un yogur y va a volver con una revelaci¨®n que intentaba pasar inadvertida en esa atm¨®sfera de cotidianeidad reinante
Lo familiar posee calidades extra?as, como una sand¨ªa con sabor a naranja. Pese a que se reproduce sin pausa, de repente parece nuevo, sin estrenar, in¨¦dito. Una mujer se asoma, descalza, a la nevera. Un gesto cotidiano entre los cotidianos. No hallar¨¢n ning¨²n elemento ins¨®lito en la imagen. No lo hay. Se trata de una cocina del mont¨®n, con su suelo cer¨¢mico del mont¨®n, y sus muebles de madera del mont¨®n, y su peque?a alfombra del mont¨®n, y su cesto de la ropa sucia del mont¨®n, y su triste planta sobre la nevera del mont¨®n. Tampoco podr¨ªamos calificar de raros los papeles pegados a la puerta del congelador, que se defienden con un vigor oscuro de ser arrojados a la basura. Una representaci¨®n de lo dom¨¦stico que servir¨ªa tambi¨¦n como apolog¨ªa de lo marciano.
Y es que una llamarada procedente del interior de la nevera congela la imagen y crea un juego de sombras y luces en el cuerpo de la mujer y en la zona del suelo donde tiene los pies, deteni¨¦ndose, al fondo, contra la superficie bru?ida de una puerta. La luz es tan potente que sugiere, m¨¢s que la existencia de una bombilla, la de una divinidad. Yo soy el que soy, le est¨¢ diciendo alguien a la anciana desde el fondo del incendio. En otras palabras, que hab¨ªa ido a por un yogur y va a volver con una revelaci¨®n que intentaba pasar inadvertida en esa atm¨®sfera de cotidianeidad reinante. Empe?o bald¨ªo. Imposible pasar los ojos sobre la imagen sin sentir una sacudida de extra?amiento. Lo m¨¢s incre¨ªble es que esa escena asombrosa se repita en todo el mundo millones de veces cada d¨ªa. ?Cuidado al coger la cerveza!
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