Los expertos no saben
Habiendo tantos asesores como hay en los partidos, ?no los hay para contener las tonter¨ªas que pueden salir de los m¨®viles?
No soy practicante del twitterismo, aunque tengo presencia en Twitter, pero siempre controlada con mano de hierro por un amigo que, conociendo ciertos momentos m¨ªos de impulsividad, no me deja engancharme en ninguna gresca del universo cibern¨¦tico. ?Cercena mi amigo mi libertad de expresi¨®n? En absoluto, tan solo demuestra que conoce el medio m¨¢s que yo, ya que trabaja como community manager para ese tipo de estrellas que tienen millones de seguidores en todo el mundo. Mi amigo a?ade el componente de prudencia all¨ª donde sabe que yo lo voy a perder, y yo lo asumo convencida de que mis lectores no perder¨¢n nada por no saber lo que opino a partir de las doce de la noche o en momentos de calent¨®n emocional. Por eso me extra?a tanto que las personas que tienen m¨¢s responsabilidad p¨²blica que yo metan la pata con tanta frecuencia. Habiendo tantos asesores como hay en los partidos y en las instituciones p¨²blicas, ?no los hay para contener las tonter¨ªas que pueden salir de los m¨®viles?
El problema del Twitter es como el de la limpieza de la v¨ªa p¨²blica, que hay personas que deber¨ªan llevar siempre un basurero detr¨¢s de ellas para ir recogiendo la mierda que van dejando. Yo hago lo posible por no enterarme, por ejemplo, de los chistes xen¨®fobos que se hicieron a cuenta de la victoria del Maccabi de Tel Aviv en el partido de baloncesto contra el Real Madrid. Hago por no prestar o¨ªdos a barbaridades que afectan seriamente a mi estado de ¨¢nimo, pero una vez que una anda conectada, la informaci¨®n se cuela como el agua en una presa que se desborda. A ra¨ªz de este asunto y de los s¨®rdidos comentarios que sucedieron a la muerte de la presidenta de la Diputaci¨®n de Le¨®n, el Gobierno quiere penalizar algo que los jueces no tienen a¨²n muy claro que pueda controlarse judicialmente.
Sobre insultos e injurias podr¨ªan explayarse actores, escritores o presentadores de televisi¨®n, pero mientras se considera que su tipo de fama lleva en el sueldo incorporados tanto el elogio como el insulto, los pol¨ªticos tiemblan cuando los improperios se dirigen a ellos, apelan entonces a la estabilidad del sistema democr¨¢tico para atajar la violencia verbal y ponen en marcha al sistema judicial para buscar soluciones inmediatas a aquello que nadie, ni los expertos, saben c¨®mo se regular¨¢ en el futuro.
Los que abominan de los inventos tecnol¨®gicos pueden ser tan irracionales como los que los defienden
Entiendo la preocupaci¨®n, pero no s¨®lo por la clase pol¨ªtica, que al fin y al cabo siempre tiene al Estado de su parte; me preocupa m¨¢s el linchamiento a un individuo desamparado, ese tipo de linchamiento que no es punible, porque no incita directamente a la violencia, pero busca humillar, ofender, derrotar moralmente. Frente a esto, aparecen los expertillos del asunto, los que enseguida nos explican, como si fu¨¦ramos idiotas, que al fin y al cabo Internet, las redes sociales, etc¨¦tera, no son ni m¨¢s ni menos que otros inventos que en su momento revolucionaron la vida del hombre: la imprenta, ni?os, la imprenta; el autom¨®vil, peque?os, el autom¨®vil, nos explican. Y dicho esto, amontonan todos esos inventos como si fueran la misma cosa y cuentan que tanto da, que desde siempre el ser humano tuvo miedo de la innovaci¨®n tecnol¨®gica y opuso cierta resistencia a lo novedoso, pero que la tecnolog¨ªa, queridos ni?os, no es ni buena ni mala, que es un instrumento en manos del hombre que hace un uso adecuado o perverso de ella. Vaya, vaya.
Aunque parezca mentira, se leen cosas que se asemejan a aquellas redacciones de colegio en las que ten¨ªamos que dar cuenta de lo buena que hab¨ªa sido la incorporaci¨®n de la electricidad en nuestras vidas. Y es que los que abominan de los inventos tecnol¨®gicos pueden ser tan paternalistas e irracionales como los que los defienden. Para empezar, poco tiene que ver la repercusi¨®n de la imprenta con Internet, aunque s¨®lo sea por el tiempo en que una y otro han tardado en implantarse. Cuatro siglos necesit¨® la imprenta para tener relaci¨®n con la vida diaria de la gente; una rapidez abrumadora en el caso de la presencia de las redes en nuestras vidas. Unos inventos no pueden compararse a otros. El caso del autom¨®vil merece un cap¨ªtulo aparte: su reinado absoluto ha contribuido al desmembramiento social de muchas ciudades americanas.
Siempre se han hecho bromas crueles en la sagrada intimidad, pero hoy d¨ªa los usuarios no saben calibrar la repercusi¨®n de sus palabras
En el terreno cibern¨¦tico todav¨ªa no sabemos c¨®mo va a afectar a las relaciones humanas. De momento, ya hay estudios psicol¨®gicos que apuntan al poco contacto visual que establecen los viajeros de los transportes p¨²blicos, absortos como est¨¢n en la vida de sus pantallitas. A algunas opiniones que se vierten en las redes se las compara muy gr¨¢ficamente con los exabruptos que ciertos individuos oscuros pronuncian acodados en el mostrador de un bar, pero que yo sepa, lo que un tipo expresa en un garito de su barrio tiene un p¨²blico limitado y no va a ninguna parte. Es m¨¢s, el cliente sereno siempre ha huido del que, suelta la boca por efecto del vino, opina m¨¢s all¨¢ de lo que otros quieren escuchar. Es decir, que no es verdad que esto que ocurre haya ocurrido antes. Esto que ocurre es nuevo. Siempre se han hecho bromas crueles en la sagrada intimidad, pero hoy d¨ªa los usuarios no saben calibrar la repercusi¨®n de sus palabras porque las emiten protegidos por el anonimato y la soledad. Y quien diga que sabe a qu¨¦ nos conduce esto, miente.
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