Banda sonora de un pa¨ªs
Esta tierra suena. M¨¢s all¨¢ de g¨¦neros y ¨¦pocas, la melod¨ªa corre paralela a su historia
Brasil es tierra de m¨²sicos y de m¨²sica. Cualquier selecci¨®n que uno haga de sus artistas ser¨¢ siempre injusta, incompleta, subjetiva, parcial y discutible.
Ha dado tantos genios a la m¨²sica que s¨®lo Estados Unidos puede competir. Al ser un pa¨ªs relativamente nuevo, moderno, la m¨²sica culta (¡°erudita¡±, que dicen ellos) y la popular se desarrollaron de forma paralela, mir¨¢ndose, escuch¨¢ndose, nutri¨¦ndose la una de la otra. Como debe ser, y nunca es. Nada m¨¢s saludable.
Para los que aman la m¨²sica brasile?a no hay distinci¨®n de g¨¦neros ni de ¨¦pocas: desde los fundadores Ernesto Nazareth y Miguel Gomez y sus continuadores Villa-Lobos y Chiquinha Gonzaga, a personalidades geniales como el gran Pixinguinha, o los grandes de la generaci¨®n intermedia como Ary Barroso, Dorival Caymmi, Noel Rosa o el maestro Rada?m¨¦s Gnattali, autores de p¨¢ginas inmortales de la m¨²sica popular, hasta ese ecuador de la m¨²sica brasile?a que es Antonio Carlos Jobim, frontera entre el pasado y el futuro, entre la tradici¨®n y la modernidad, donde una vez m¨¢s lo cl¨¢sico y lo popular, el folclore y el jazz forman parte de una misma obra, inseparables, irreductibles, una misma cosa.
Con el golpe militar (¡°revolu?ao¡±que dicen ellos) y las pol¨ªticas neoliberales llegaron las corporaciones, las televisiones privadas, los festivales de la canci¨®n¡ Todo se mercantiliz¨®. Y el da?o que se hizo a la m¨²sica de Brasil fue total. Como a la de todos los pa¨ªses, me podr¨¢n decir. S¨ª, pero en Brasil hab¨ªa mucho que destruir. Un talento infinito. Un arte que envolv¨ªa el pa¨ªs entero, sin distinci¨®n de sexo, raza o clase, y lo pon¨ªa a bailar o lo arrullaba con las m¨¢s bellas melod¨ªas.
A finales de los cincuenta y principios de los sesenta ¨Ccontempor¨¢neamente a las nuevas olas¨C, Brasil viv¨ªa una edad de oro: una explosi¨®n colectiva de talento, uno de esos momentos m¨¢gicos donde un pa¨ªs acumula tal poder de creaci¨®n que se convierte en el centro del mundo. La capital musical del planeta.
Naci¨® la ¡®bossa nova¡¯, un movimiento de veteranos y de j¨®venes, de m¨²sicos profesionales y amateurs, de blancos y de negros, de ricos y pobres, de poetas y m¨²sicos, de instrumentistas y cantantes, en fin, de mujeres y hombres que pusieron a Brasil en la cima de la m¨²sica mundial y lograron que el mundo entero se enamorase de Brasil gracias a su m¨²sica.
Entre los a?os cincuenta y los sesenta Brasil vivi¨® una explosi¨®n de talento que lo convirti¨® en capital musical del planeta
El capitalismo ¨Cesa forma de barbarie que algunos confunden con el libre mercado¨C acab¨® con el arte musical en Brasil, con la m¨²sica instrumental, con las orquestas¡ Un pu?ado de geniales cantantes de la MPB [m¨²sica popular brasile?a] mantuvieron viva la llama: Elis Regina y Jo?o Gilberto, Caetano Veloso y Chico Buarque, Gilberto Gil y Milton Nascimento¡
Pero el genocidio art¨ªstico se hab¨ªa consumado. Muchos de los mejores instrumentistas de Brasil se dispersaron por el planeta, infiltr¨¢ndose en las mejores bandas del mundo y haci¨¦ndolas sonar mejor. Y los dem¨¢s se quedaron a acompa?ar a los cantantes a veces buenos, otras¡
Ten¨®rio Jr. y Victor Assis Brasil, dos de sus jazzistas m¨¢s destacados, mor¨ªan prematuramente, el primero asesinado en los d¨ªas anteriores al golpe en Argentina.
Muchos fueron a Estados Unidos, otros a Europa: Jo?o Donato y Moacir Santos, Raul de Souza y Paulo Moura, Eumir Deodato y Airto Moreira, Claudio Roditi y el Trio da Paz¡ Y tantos y tantos otros. ?Pero si hasta el mism¨ªsimo Jobim tuvo que emigrar a Estados Unidos en busca de un clima m¨¢s favorable para su m¨²sica!
Fue algo as¨ª como si a los impresionistas los hubieran disuelto y los hubieran mandado a pintar fachadas. O a los directores mejores del Hollywood dorado los hubiesen reconvertido en directores de spots de publicidad. O a nuestra generaci¨®n del 27¡ Bueno, a ¨¦stos en realidad les pas¨® lo mismo, o parecido. Barbarie, dictadura y exilio.
Pero claro, como Brasil es una f¨¢brica de m¨²sica, ni por un segundo ha dejado de haber m¨²sicos geniales aunque, eso s¨ª, florecieron horteras de todos los colores y categor¨ªas en n¨²mero suficiente para abastecer varias galaxias.
Pero no hay que pensar que en Brasil se ha dejado de hacer buena m¨²sica, la mejor, pues adem¨¢s de los grandes de la MPB, todos en activo, siguen veteranos como Hermeto Pascoal o Alaide Costa o Francis Hime, y un largo etc¨¦tera de cantantes e instrumentistas, y otros m¨¢s j¨®venes, aunque ya maestros indiscutibles, como Marisa Monte o Arnaldo Antunes, o la Banda Mantiqueira, tal vez la mejor big band del mundo, o la guitarra de Marcus Tardelli, o la voz de Rosa Passos, y seguir¨ªa hasta llenar varias p¨¢ginas de esta revista s¨®lo con nombres propios.
En Prima della revoluzione, la pel¨ªcula de Bertolucci, un personaje gritaba: ¡°?No se puede vivir sin Rossellini!¡±. Me confieso amante incondicional del cine de Rossellini, pero creo que podr¨ªa vivir sin ¨¦l. Sin embargo, creo que¡ ?no se puede vivir sin la m¨²sica brasile?a!
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