48 horas en la zona de aislamiento
M¨¦dico y ginec¨®logo en el hospital de Kailahun (Sierra Leona), Benjamin Black narra al detalle dos d¨ªas de su trabajo: c¨®mo el ¨¦bola acaba con familias enteras; la desolaci¨®n que siente y lo dif¨ªcil que es tranquilizar a los pacientes, sabiendo que muchos van a morir
La medicina en un brote de ?bola no es una ciencia exacta. El manejo de la epidemia implica hacer un uso lo m¨¢s limitado posible de procedimientos y t¨¦cnicas para evitar actuaciones innecesarias que podr¨ªan exponer a los trabajadores sanitarios al riesgo de infectarse, como, por ejemplo, al insertar v¨ªas intravenosas utilizando una aguja.
Una vez que me pongo la engorrosa indumentaria protectora, uno de mis compa?eros comprueba que no me he dejado ni un mil¨ªmetro de piel sin protecci¨®n. Si todo est¨¢ correcto, entro en la unidad de aislamiento con la enfermera que permanecer¨¢ a mi lado durante el tiempo que estemos dentro. Vamos siempre en pareja para asegurarnos de que nada nos pase y para estar siempre pendientes el uno del otro.
El primer lugar por el que pasamos es el ¨¢rea de casos sospechosos, donde se encuentran la mayor¨ªa de pacientes admitidos durante las ¨²ltimas 24 horas. All¨ª esperan los resultados de los an¨¢lisis de sangre que determinar¨¢n si pasar¨¢n a considerarse casos confirmados o si son dados de alta.
La mayor¨ªa de pacientes sospechosos tienen buen aspecto. Dentro de la tienda, donde reina el calor y la humedad, s¨®lo uno de los hombres est¨¢ metido en la cama. Le hab¨ªa visto en admisiones el d¨ªa antes, cuando entr¨® por su propio pie declarando que padec¨ªa s¨ªntomas preocupantes. Ha empezado a sufrir episodios de diarrea acuosa y apenas tiene apetito, pero conserva al 100% su nivel de consciencia y puede mantener una conversaci¨®n coherente. Hablamos con ¨¦l sobre los cuidados b¨¢sicos que hay que aplicar cuando se padece diarrea y comprobamos que cl¨ªnicamente no est¨¢ deshidratado.
De repente, mientras me despido de ¨¦l, me viene a la cabeza la idea de que muchos de nuestros pacientes llegan a la unidad en peque?os convoyes; a veces son familias enteras y otras veces son grupos de vecinos asustados por las muertes misteriosas que han empezado a producirse en su pueblo. Ayer, sin ir m¨¢s lejos, seis miembros de una misma familia vinieron de una aldea donde se hab¨ªa declarado un brote descontrolado. Todos han dado positivo en los an¨¢lisis y han sido trasladados al ¨¢rea de casos confirmados, ocupando las camas de personas que acababan de fallecer o de ser dadas de alta. Me recuerda demasiado al caso que contaba mi compa?ero Massimo hace apenas unos d¨ªas¡ S¨®lo espero que esta familia no corra la misma suerte que aquella.
Pero sigamos nuestro camino. En la tienda de al lado a la de los casos sospechosos se encuentran los casos probables, que son aquellos que a¨²n esperan los resultados de los an¨¢lisis pero cuya historia cl¨ªnica describe s¨ªntomas claros y contactos directos con personas infectadas.
Los pacientes en la tienda de casos probables parecen estar en un estado significativamente peor que los sospechosos. La mayor¨ªa yace en posici¨®n fetal, con una mano encima del est¨®mago (un s¨ªntoma frecuente del ?bola es el dolor de est¨®mago) y se encuentran d¨¦biles y ap¨¢ticos.
Hay un ni?o acurrucado en silencio en la cama. Lleg¨® ayer por la tarde a ¨²ltima hora, dice tener nueve a?os, est¨¢ visiblemente desnutrido y f¨¢cilmente podr¨ªa pasar por un chico mucho m¨¢s peque?o. Lleg¨® hasta aqu¨ª en la misma ambulancia que trajo a su madre¡ Y, aunque de momento est¨¢ m¨¢s o menos estable, la terrible imagen que presenci¨¦ junto a mis compa?eros probablemente me acompa?e de por vida.
Fatmata est¨¢ emocionalmente exhausta, sin ganas de luchar. Es como si ya s¨®lo pensara en reunirse con sus seres m¨¢s queridos
Cuando abrimos las puertas de la ambulancia, nos encontramos con que la madre hab¨ªa fallecido durante el traslado. El ni?o yac¨ªa a su lado, estirado sobre un charco de diarrea acuosa y, aunque estaba despierto, era incapaz de demostrar ning¨²n signo de contacto visual. Estaba muerto de miedo tras haber visto morir a su madre de aquella manera tan cruel y ahora ten¨ªa ante sus ojos la amenazadora presencia de esos desconocidos vestidos de astronauta. Intento ponerme en su lugar, pero s¨¦ que nunca lograr¨¦ comprender c¨®mo se puede sentir un ni?o al que le toca enfrentarse a un horror semejante.
Atravesamos las puertas rojas de pl¨¢stico que separan a los sospechosos y probables de los casos confirmados. Nos lavamos los pies con cloro y pasamos a ver a los pacientes que est¨¢n en un estado m¨¢s preocupante. No es posible dedicarle tiempo a todos cada vez que hacemos la ronda de la sala, pues hace demasiado calor dentro del traje y hay muchos enfermos. As¨ª que, antes de entrar, nos sentamos y acordamos a qui¨¦n hay que ver y a qui¨¦n se puede dejar en observaci¨®n fuera de la zona de alto riesgo. Llevo un papel en el que tengo escritos sus nombres y un bol¨ªgrafo para tomar notas. Cada vez que termino la ronda, me dirijo al l¨ªmite del per¨ªmetro de seguridad y transmito lo que acabo de ver a otro m¨¦dico que est¨¢ fuera. ?l lo anota en otro papel y yo dejo mis notas en el interior del ¨¢rea de aislamiento. Todo lo que ha entrado en esta zona no puede volver a salir.
Hay muchos pacientes api?ados en el exterior de la tienda, pero siempre dentro del ¨¢rea de aislamiento. Algunos escuchan la radio y otros hablan en peque?os c¨ªrculos. Dentro de esta unidad se ha formado una peque?a comunidad: son conscientes de que todos est¨¢n unidos por un problema similar.
Estirada en una de las tiendas me encuentro a una mujer que parece no estar nada bien. Compruebo la pulsera que le han puesto en la mu?eca y veo que no est¨¢ en la lista que hicimos hace unos minutos, pero no hay duda de que su estado es preocupante. Su respiraci¨®n es r¨¢pida y superficial y sus ojos, aunque abiertos, est¨¢n vidriados, con la mirada fija en el horizonte. No hay signos de reconocimiento. Sus brazos est¨¢n flexionados y r¨ªgidos, con los pu?os apretados como si estuviera a punto de empezar un combate de boxeo. Sufre incontinencia y parece claro que estaba en la ¨²ltima fase de la enfermedad. Lo anoto, me lavo los guantes con cloro y sigo adelante. En cuanto salgo de ah¨ª explico a mis compa?eros el deterioro de nuestra paciente. La cosa pinta mal, as¨ª que decidimos probar a ponerle una v¨ªa intravenosa. Sin embargo, no tuvimos oportunidad de hacerlo. Hace un rato fue a verla el otro equipo y se la encontraron muerta.
Llego a la primera paciente de mi lista, Fatmata, una mujer de mediana edad. En los ¨²ltimos d¨ªas parec¨ªa estar recuper¨¢ndose, pero ahora tiene diarrea. Est¨¢ tendida en el suelo, en el recinto exterior de la zona de aislamiento. Cuenta con la energ¨ªa suficiente para salir por s¨ª misma de la calurosa tienda, pero est¨¢ muy d¨¦bil y ap¨¢tica. Me arrodillo a su lado para tomarle el pulso, compruebo su temperatura y vigilo su respiraci¨®n. "Fatmata, how de'body?" Le pregunto con mi pobre criollo. Me mira, lo cual me tranquiliza. Nos dice a m¨ª y a la enfermera que no tiene problemas, que ya no tiene diarrea y que ha empezado a comer. Me quedo preocupado porque la descripci¨®n que me da de su estado no se ajusta para nada a su aspecto. Gran parte de la familia de Fatmata ya ha muerto y su marido tambi¨¦n acaba de fallecer.
De nuevo le pregunto c¨®mo se siente. "Triste", me responde. Me doy cuenta de que emocionalmente est¨¢ exhausta, sin ganas de luchar. Es como si ya s¨®lo pensara en reunirse con sus seres m¨¢s queridos, con aquellos a los que acaba de perder. Tomo un par de notas y cuando salgo le pido al psic¨®logo que le haga una nueva visita pero ¨¦ste, a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, no consigue hacerla hablar.
Un d¨ªa previsiblemente triste
Han pasado 24 horas en las que apenas he dormido pensando en todos nuestros pacientes. En la ronda de esta ma?ana, tal y como me tem¨ªa, me he encontrado a Fatmata tendida en la cama, en la misma postura de boxeo que la otra mujer. Ojos abiertos y su cuerpo r¨ªgido, en rigor mortis.
Por si fuera poco, como soy el ¨²nico ginec¨®logo, me han encomendado una misi¨®n especial: asistir a Mariama, una mujer de 30 a?os que ten¨ªa los pechos hinchados y doloridos. Fue admitida hace un par de d¨ªas en la sala de aislamiento con su hijo de cuatro a?os. Mariama hab¨ªa dado a luz y estaba amamantando a su beb¨¦ cuando la gente de su aldea empez¨® a sufrir fuertes fiebres y v¨®mitos. Su madre fue la primera de sus familiares en morir. Despu¨¦s fueron muriendo todos sus hijos, uno por uno, hasta que s¨®lo le qued¨® con vida el de cuatro a?os, que hasta esta ma?ana se encontraba en la sala de aislamiento con ella.
Augustine yac¨ªa en un estado tan lamentable que parec¨ªa llegado de una zona de hambruna
Mariama es alta y extremadamente delgada. Esta ma?ana aparentemente estaba bastante bien: pod¨ªa caminar por la sala de aislamiento sin problemas y hablaba con normalidad. Como consecuencia de haber perdido al ni?o al que estaba amamantando, uno de sus pechos, el izquierdo, estaba hinchado y lleno de leche. Le sacamos la leche explic¨¢ndole que el dolor se le pasar¨ªa si repet¨ªa ese procedimiento. Y como la leche materna tambi¨¦n es portadora del ?bola (al igual que todos los dem¨¢s fluidos corporales), era importante que entendiera c¨®mo vaciar su pecho lleno de leche infectada de una manera segura.
Ayer su hijo Augustine yac¨ªa en el suelo, en un estado tan lamentable que parec¨ªa que hubiese llegado directamente de una zona de hambruna. Las moscas volaban por encima de su cabeza, ten¨ªa los ojos hundidos y tristes y su piel estaba fl¨¢cida, con signos de deshidrataci¨®n severa. Sus enc¨ªas sangraban, dej¨¢ndole manchas de sangre seca en los labios y la lengua, y su h¨ªgado estaba distendido y blando. Durante el examen, s¨®lo se quej¨® ocasionalmente. El resto de tiempo se mantuvo ap¨¢tico, centr¨¢ndose solamente en llenar sus j¨®venes pulmones del aire suficiente para respirar. Mariama nos confirm¨® que Augustine ten¨ªa diarrea copiosa. Necesitaba ser hidratado con urgencia, as¨ª que decidimos ponerle una v¨ªa para intentar sustituir el l¨ªquido que hab¨ªa perdido.
Hoy, cuando volv¨ª a ver a Augustine, segu¨ªa estando muy enfermo, pero la mejor¨ªa con respecto a ayer era clara. Su piel hab¨ªa ganado tersura y estaba m¨¢s consciente. Incluso se resist¨ªa un poco a que le examinara, lo cual me hac¨ªa ser cautelosamente optimista. Decidimos que su mejor¨ªa era un signo de que requer¨ªa apoyo adicional, as¨ª que acordamos ponerle una sonda nasog¨¢strica (un tubo insertado a trav¨¦s de la nariz que va directamente al est¨®mago) con la que darle suplementos nutricionales. Sin embargo, cuando el siguiente equipo de m¨¦dicos entr¨® en la sala de aislamiento para ponerle la sonda, se encontr¨® al peque?o Augustine yaciendo al lado de Mariama. La joven madre acababa de perder al ¨²nico hijo que le quedaba, v¨ªctima de esta epidemia sin sentido.
Nunca me hab¨ªa sentido a la vez tan lejos y tan ¨ªntimamente cerca de un extra?o
No os pod¨¦is imaginar lo dif¨ªcil que es transmitir humanidad a nuestros pacientes en una unidad de aislamiento, m¨¢s a¨²n cuando sabes que muchos van a morir. Como trabajador sanitario estoy acostumbrado a poder comunicarme con mis pacientes y transmitirles esperanza y empat¨ªa por la situaci¨®n en la que se encuentran. Trato de hacerles ver que no est¨¢n solos, que aunque no pueda sentir sus miedos ni dolores, s¨ª puedo ayudarles a salir adelante. En cambio, en una unidad de aislamiento el contacto es a trav¨¦s de dos guantes y una especie de escafandra que cuenta con tres capas de protecci¨®n. La ¨²nica parte de m¨ª que puede verme son mis ojos, aunque estos est¨¢n tambi¨¦n parcialmente ocultos detr¨¢s de unas gafas opacas. Si a todo esto se le a?ade la distancia ling¨¹¨ªstica, las diferencias culturales y una falta de entendimiento de lo que supone esa sombra que se cierne sobre ellos y sus seres queridos, entender¨¦is la frustraci¨®n que toda esta situaci¨®n me provoca. Nunca en mi vida profesional me hab¨ªa sentido a la vez tan lejos y tan ¨ªntimamente cerca de un extra?o como me he sentido esta tarde, cuando puse mi mano entre las de Mariama y tuve que, ¨²nicamente con los ojos y con un sutil movimiento de cabeza, trasmitirle mis m¨¢s sinceras condolencias.
El ¨²nico consuelo que me queda en estos momentos duros es un peque?o grupo de ni?os que se est¨¢ recuperando sorprendentemente bien. Se han unido para crear una pseudo familia y, ante la falta de padres, me emociono al ver c¨®mo los m¨¢s mayores se ocupan con absoluta dedicaci¨®n de los m¨¢s peque?os.
Y a¨²n as¨ª, aunque es cierto que hay esperanza y que cada d¨ªa damos de alta a dos o tres pacientes, lo cual obviamente me llena de alegr¨ªa, no me queda otra que terminar mi relato con un mensaje cr¨ªtico: la epidemia sigue haciendo estragos y hasta que la comunidad internacional no ponga m¨¢s recursos humanos y se coordine para detener su curso, estas historias innecesarias y tristes seguir¨¢n repiti¨¦ndose de una manera demasiado frecuente.
Benjamin Black es ginec¨®logo en el hospital de M¨¦dicos Sin Fronteras en Kailahun, Sierra Leona.
Todos los nombres de los pacientes han sido modificados para preservar la confidencialidad y la dignidad de los mismos.
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