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Quino, el maestro de la vi?eta

El humor afilado ha sido el veh¨ªculo de sus denuncias. Tambi¨¦n uno de sus personajes, Mafalda, que acaba de cumplir 50 a?os. Su padre art¨ªstico, que est¨¢ a punto de recibir el Premio Pr¨ªncipe de Asturias, vive hoy inquieto por un glaucoma: ¡°El mundo es muy raro sin poder dibujar¡±.

Leila Guerriero
Joaquín Salvador Lavado, Quino, en un rincón de su casa en Buenos Aires (Argentina).
Joaqu¨ªn Salvador Lavado, Quino, en un rinc¨®n de su casa en Buenos Aires (Argentina).Mariana Eliano

Como si no fuera carne y m¨²sculos sino serenidad y gracia ¨Cy un poco de respiraci¨®n¨C, la mano se mueve y el l¨¢piz que sostiene deja una estela de tinta negra, un trazo que parece ¨Cy es¨C el pelo de alguien. La mano ¨Ccomo si apenas rozara el papel¨C dibuja la frente, la nariz, la boca, dos dientes enormes. Oreja, el cuello, un ojo. Finalmente, traza una l¨ªnea diminuta que transforma la expresi¨®n del rostro, hasta ese momento hueca, en una sonrisa franca. Es agosto de 2009. En un estudio de radio en la ciudad de Buenos Aires, al terminar un programa en el que lo han entrevistado, el argentino Joaqu¨ªn Salvador Lavado, Quino, dibuja a Felipe, uno de los personajes de su tira Mafalda. La mano ¨Csu mano¨C no se ha detenido, no ha dudado ni una sola vez: una criatura con voluntad propia que, con el ritmo sostenido del agua del mar, ha dibujado ese rostro con movimientos que brotan, iguales a s¨ª mismos, desde hace m¨¢s de setenta a?os. Ahora, en 2014, esa danza l¨ªquida sobre el papel es algo que Quino ya no hace. La mano responde, pero ¨¦l ya no ve.

¨CAh, ya te vas, qu¨¦ suerte.

Alicia Colombo tiene el pelo entrecano corto, abultado. Usa falda y blusa muy oscuras, y una faja ancha sobre la ropa que la ayuda a mantenerse erguida.

¨CNo, Alicia. Reci¨¦n llego.

¨CAh ¨Cdice, simulando desilusi¨®n¨C. Yo cre¨ª que te ibas y dije: ¡°Qu¨¦ bien, qu¨¦ entrevista tan cortita¡±.

Son las tres y media de una tarde de septiembre en Buenos Aires. El departamento donde viven desde hace a?os Quino y su mujer, Alicia Colombo, es grande, pero no enorme; prolijo, pero no lujoso. Queda en Barrio Norte, a unos metros de la avenida de Santa Fe. Sobre la mesa de la sala hay camisas y su¨¦teres reci¨¦n planchados y el espacio parece peque?o, repleto de muebles: varias sillas, un par de sillones, una mesa baja, una biblioteca, un cristalero con vajilla antigua.

¨C?Viste esas sillas? ¨Cdice Alicia¨C. Se las compramos a un se?or, el se?or Gentile. Hab¨ªa comprado todos los muebles de una confiter¨ªa y los vend¨ªa. Las cortamos un poco porque eran muy altas.

Quino se sienta bajo la luz blanca que entra por la ventana para hacerse fotos.

¨CLuz, luz ¨Cdice¨C. Como Goethe, que antes de morir pidi¨®: ¡°Luz, m¨¢s luz¡±.

Usa un su¨¦ter oscuro, pantalones de jean, los anteojos de siempre, bifocales, que exageran el tama?o de sus ojos.

¨CTenemos una mecedora ¨Cdice Alicia¨C. La compramos en una casa de remates que quedaba en el centro y nosotros viv¨ªamos en Caballito, a setenta cuadras. Como no ten¨ªamos plata para un flete, la llevamos caminando, un brazo cada uno.

¨C?Caminaron setenta cuadras con la mecedora colgada del brazo?

¨CY, era 1960, est¨¢bamos reci¨¦n casados. ?Sab¨¦s qu¨¦ pasa? Uno no ten¨ªa plata.

Quino y Alicia Colombo est¨¢n juntos desde hace 54 a?os. Ella, doctora en Qu¨ªmica, trabajaba en la Comisi¨®n Nacional de Energ¨ªa At¨®mica, pero dej¨® el puesto cuando el viaje en ¨®mnibus desde un barrio al que se hab¨ªan mudado empez¨® a tomarle mucho tiempo. Desde entonces, trabaja como agente de su marido. La luz que entra por la ventana envuelve a Quino en una blancura irreal, y hace crepitar el pelo sobre sus sienes. Habla con gula de cine, de ¨®pera, de teatro: de todo lo que fue a ver en las ¨²ltimas semanas. Al terminar de hacerse las fotos, se levanta y camina hacia el ascensor para despedir a la fot¨®grafa, que le pregunta por el Premio Pr¨ªncipe de Asturias que le dieron en 2014, en el rubro Comunicaci¨®n y Humanidades, y que recibir¨¢ el 24 de octubre.

El dibujante parece moverse entre una sensibilidad ardiente por el sufrimiento de los d¨¦biles y una repulsi¨®n franca hacia cualquier tipo de poder

¨CMe gustar¨ªa que me lo diera Leonor, la princesita de Asturias ¨Cdice.

Cuando usa diminutivos, las frases se envuelven en un aura de iron¨ªa sin sorna y parecen a punto de transformarse en otra cosa: en algo m¨¢s retorcido, menos tierno.

¨C?Por qu¨¦?

¨CPorque es chiquita. Pero el protocolo no se lo debe permitir.

¨CEl ascensor nunca est¨¢ ¨Cdice Alicia, elev¨¢ndose sobre la punta de los pies y mirando por el hueco de la puerta¨C. ?Viene?

¨CHay que poner la manito adelante del hueco ¨Cdice Quino¨C. Si viene vientito, es que viene el ascensor.

El ascensor llega y, antes de entrar otra vez en la casa, Alicia dice:

¨CLa pel¨ªcula que queremos ver la dan en el cine de Diagonal Norte.

¨CUf ¨Cdice Quino¨C. Ese cine es una porquer¨ªa. Tiene mala proyecci¨®n, mal audio. Bueno, ?charlamos un ratito?

Su estudio es luminoso y da al balc¨®n. Las paredes est¨¢n repletas de dibujos de amigos ¨CREP, Crist, Fontanarrosa¨C, diplomas y premios varios. Detr¨¢s de su escritorio hay una biblioteca con libros de arte, las puertas de vidrio cubiertas por dibujos y fotos: una acuarela, una foto de su t¨ªo Joaqu¨ªn. Sobre el escritorio hay pocas cosas, ordenadas: un pa?o de color verde, una l¨¢mpara, una caja de l¨¢pices, una mu?eca de Mafalda. Contra la ventana hay un mueble alto, repleto de ced¨¦s. El pulso le tiembla un poco y parece tener una pierna un tanto r¨ªgida, pero cuando habla la voz es firme y, detr¨¢s de las gafas, los ojos enfocan claramente a los ojos.

¨CA esta edad no todo va bien. Pero bueno.

¨C?Hubo alguna edad en la que todo fuera bien?

¨CA partir de los treinta y pico y hasta los sesenta y pico uno se siente bien. Despu¨¦s empiezan los achaques. Estoy muy fastidiado con la vista. Pero muy. Ya no dibujo.

¨C?Pero puede ir al cine?

¨CAhora se me est¨¢ complicando. Porque no veo los subt¨ªtulos, y si no entiendo el idioma de la pel¨ªcula, son¨¦. En italiano me arreglo bien. En franc¨¦s m¨¢s o menos. El ingl¨¦s lo he olvidado por completo.

En el a?o 1999, en esta misma casa, Quino dijo: ¡°Me gustar¨ªa pensar una historia y hacerla como libro. Pero me parece que va a quedar en idea, porque tendr¨ªa que dejar de dibujar todo lo dem¨¢s, y c¨®mo hago para dejar de dibujar. No hice otra cosa en mi vida, y si dejo de hacer esto no s¨¦ si voy a seguir siendo yo. Abrir la revista Viva, de Clar¨ªn, y que no est¨¦ mi p¨¢gina, ser¨ªa extra?o¡±. Quino empez¨® a dibujar una p¨¢gina de humor para la revista dominical del diario argentino Clar¨ªn en 1989. Lo hizo hasta 2006, cuando public¨® el que ser¨ªa su ¨²ltimo dibujo: el Dios cat¨®lico pregunt¨¢ndose por qu¨¦ tres religiones que dec¨ªan creer en el mismo creador estaban enfrentadas: ¡°?No ser¨¢ que, en el fondo, cada una de estas religiones se ama m¨¢s a s¨ª misma que a m¨ª?¡±. Sigui¨® publicando en esa p¨¢gina dibujos de a?os idos hasta que en 2009 se despidi¨® con una carta: ¡°No se tomen estas l¨ªneas, que tanto me cuesta escribir, como una despedida, sino como una ausencia temporal que espero sea breve porque no me gusta nada la idea de que mis dibujos no sigan apareciendo en estas p¨¢ginas¡±. Pero, desde entonces, no volvieron a aparecer.

¨C?Sab¨ªa que aquella p¨¢gina de 2006 iba a ser la ¨²ltima cuando la dibuj¨®?

¨CNo. Pens¨¦ que todav¨ªa ten¨ªa cuerda para rato.

Quino naci¨® en la ciudad de Mendoza, cerca de la cordillera de los Andes, en el a?o 1932. Su padre y su madre ¨CCes¨¢reo y Antonia¨C eran dos andaluces que hab¨ªan llegado a Argentina en 1919 y tuvieron tres hijos: C¨¦sar, Roberto y Joaqu¨ªn. Su padre trabajaba en un bazar, y Quino se crio en una casa enorme en la que viv¨ªa tambi¨¦n su t¨ªo Joaqu¨ªn, dibujante y publicista. Un d¨ªa, cuando ten¨ªa tres a?os, ese t¨ªo le dibuj¨®, con l¨¢piz azul, un caballo. ?l recuerda eso como una epifan¨ªa brutal: el momento en el que supo que quer¨ªa ser dibujante.

¨CCuando vi todo lo que sal¨ªa de un l¨¢piz¡­En mi casa ten¨ªamos una mesa de comedor de ¨¢lamo, una madera muy blanca, y yo me tiraba de panza sobre la mesa y empezaba a dibujar ah¨ª. Con mi mam¨¢ hicimos un trato: yo pod¨ªa dibujar y despu¨¦s con lavandina y jab¨®n y un cepillo de esos gordos borraba todo. O sea que fueron muy permisivos.

¨C?Eran buenos padres?

¨CPara mi gusto, s¨ª. Un episodio que no me hizo gracia de mi mam¨¢ fue cuando se me estaban cayendo los dientes de leche. Yo ten¨ªa un diente flojo y mi mam¨¢ me dijo: ¡°?A ver?¡±. Le contest¨¦: ¡°Mam¨¢, no me lo vayas a quitar¡±. Y me dijo: ¡°No, no te preocupes¡±. Y bum, me lo quit¨®. Despu¨¦s te sal¨ªan unos dientes enormes. Se achican yo no s¨¦ c¨®mo, pero hay unas fotos m¨ªas en las que tengo unos dientes terribles.

Encuentra siempre la manera de responder lo que quiere, virando la conversaci¨®n hacia un terreno en el que se mueve c¨®modo: an¨¦cdotas de la infancia en Mendoza, la timidez implacable.

¨CMendoza era el Mediterr¨¢neo: todos eran sirio-libaneses, italianos, espa?oles. El verdulero, el frutero. Yo hablaba como mis padres, en andaluz. As¨ª que en el colegio fue terrible, porque nadie me entend¨ªa. Yo dec¨ªa ¡°este t¨ªo¡±, en el sentido que se le da en Espa?a a la palabra ¡°t¨ªo¡±, y me preguntaban si fulano era t¨ªo m¨ªo. Era timid¨ªsimo, y como no me entend¨ªan era peor.

¨C?Y su madre era¡­?

¨CUna andaluza gordita muy simp¨¢tica. Mi pap¨¢ hablaba muy poquito. Con mis padres y mis t¨ªos me llevaba muy bien. Con el que no encajaba era con mi abuelo.

El dibujante en una fotograf¨ªa antigua en la que simula dar clases a algunos de los personajes de su m¨¢s famosa tira humor¨ªstica.
El dibujante en una fotograf¨ªa antigua en la que simula dar clases a algunos de los personajes de su m¨¢s famosa tira humor¨ªstica.Manuel Zambrana (Corbis)

¨C?Era severo?

¨CNo. Al contrario. Pero yo a los viejos les ten¨ªa miedo. Y a los borrachos. Me aterraban. Una noche de verano son¨® el timbre del zagu¨¢n y yo fui a abrir la puerta y me encontr¨¦ con una mujer desgre?ada, con una ca?a en la mano, que me dijo: ¡°El doctor Schiudice me ha prohibido el vino¡±. Yo me agarr¨¦ tal susto que cerr¨¦ con llave y me fui corriendo al fondo. Hab¨ªa un psiqui¨¢trico en Mendoza y el doctor ese era el director. Fue uno de los sustos m¨¢s grandes que he tenido en mi vida.

¨C?Y el miedo a los viejos de d¨®nde viene?

¨CNo s¨¦. Pero me produc¨ªa una sensaci¨®n muy extra?a tener que acompa?ar a mi abuelo a tomar un tranv¨ªa porque ¨¦l ten¨ªa cataratas y no ve¨ªa bien. Me daba como susto. La vejez me asustaba.

Se detiene, como si hubiera dicho algo impropio.

¨C?Estoy hablando en pasado? Tendr¨ªa que hablar en presente. La vejez es una porquer¨ªa que te asusta mucho. Yo le doy un sentido pol¨ªtico a la vejez. Es como que te caiga Pinochet y te empiece a prohibir cosas: esto no, aquello tampoco.

¨C?Le angustia o de verdad lo toma con humor?

¨CMe angustia mucho. Me angustia ir perdiendo autonom¨ªa, moverme mal. Lo de la vista, que ya es el colmo. Y la falta de agilidad en todo. Y pienso que tambi¨¦n una cierta mentalidad anquilosada. Uno a veces se siente un viejo critic¨®n, diciendo ¡°porque hoy los j¨®venes¡±.

Creci¨® leyendo revistas de humor y de historietas, yendo al cine, envuelto en un anticlericalismo radical (su abuelo le dec¨ªa que una misa era ¡°una congregaci¨®n de ignorantes ador¨¢ndole el culo a un tunante¡±), y escuchando discusiones pol¨ªticas entre su abuela comunista y sus padres republicanos, todo en el marco de las guerras que poblaron su infancia: la guerra civil espa?ola, la Segunda Guerra Mundial.

¨C?Sus padres lo cobijaban de ese clima de guerras?

¨CYo sent¨ªa cobijo en el sentido de que cualquier malestar que uno tuviera enseguida llamaban al doctor Perinetti o al doctor Notti, que era pediatra. En ese sentido, s¨ª, muy cuidadosos.

¨CNo, pero¡­

¨CClaro que mis padres me duraron muy poquito. Cuando se muri¨® mi madre, yo iba a cumplir 13. Cuando desapareci¨® mi padre, casi 15. Mi madre muri¨® de un c¨¢ncer espantoso. Dur¨® a?os en agon¨ªa y la ¨²nica cosa que hab¨ªa era inyectar morfina. Fue muy feo. Estuvo dos a?os en cama. Mi padre, en cambio, muri¨® de un infarto, que es mucho m¨¢s preferible. Tengo unos recuerdos espantosos. Espantosos. Porque adem¨¢s el asunto del luto te marcaba mucho. Eran tres a?os de luto. Te cos¨ªan una franja negra en la manga, llevabas la corbata negra y algo en la solapa. No se pod¨ªa escuchar radio. Era un espanto. Yo me pas¨¦ de luto desde los 10 a?os, cuando muri¨® mi abuelo, hasta los 18, cuando termin¨® el duelo por mi pap¨¢.

¨C?Su padre falleci¨® en la casa?

¨CHab¨ªa ido al cardi¨®logo. Se sinti¨® mal, le dio una inyecci¨®n y lo mand¨® a casa. Lleg¨® en un taxi. Yo sub¨ª al taxi y vi que ten¨ªa los labios azules y estaba desmayado. Ah¨ª fueron una t¨ªa con mi hermano Roberto, lo llevaron al hospital y all¨ª se muri¨®.

Con un tono de voz que indica una protesta amable, no del todo firme, dice:

¨CPero bueno, todo esto es muy triste.

Despu¨¦s de la muerte de los padres, los tres hermanos siguieron viviendo con el t¨ªo Joaqu¨ªn. C¨¦sar, el m¨¢s grande, que muri¨® siete a?os atr¨¢s, se hizo contador. Roberto, el del medio, estudi¨® abogac¨ªa. Quino sab¨ªa que quer¨ªa ser dibujante y publicar en revistas de Buenos Aires, de modo que a los 18, y gracias a la ayuda econ¨®mica de su hermano mayor, viaj¨® a la capital con una carpeta de dibujos de humor mudo sobre militares, parejas, religi¨®n.

¨CMe fue p¨¦simo. En todos lados me dec¨ªan: ¡°Sexo no, religi¨®n no¡±. Se hac¨ªan chistes de suegras, de la oficina, de f¨²tbol. Y yo era muy bruto para dibujar.

La gente le ha dado m¨¢s trascendencia a Mafalda que a las dem¨¢s p¨¢ginas de humor que he hecho, pero algunas la superan ¡±

Sin trabajo ni ingresos propios, volvi¨® a Mendoza, donde lo esperaba un infierno anunciado: el servicio militar obligatorio.

La gente le ha dado m¨¢s trascendencia a Mafalda que a las dem¨¢s p¨¢ginas de humor que he hecho, pero algunas la superan ¡±

Tozudo e insistente, en 1954 volvi¨® a Buenos Aires. Ten¨ªa 22 a?os y esta vez hubo suerte: la revista Esto Es hab¨ªa perdido un dibujante ¨Cotro pr¨®cer del humor gr¨¢fico, Landr¨²¨C y Quino les vino como anillo al dedo. A partir de entonces, empez¨® a publicar en otros sitios ¨CVea y Lea, Leopl¨¢n, Rico Tipo¨C y pudo hacer lo que siempre hab¨ªa querido: vivir de dibujar.

¨CViv¨ª en pensiones, con tres tipos en una pieza, con bastante prostituci¨®n en el hotel. Me impresionaba mucho. Era muy ajeno a m¨ª. Poco tiempo despu¨¦s conoc¨ª a Alicia, que era amiga de la novia de un primo hermano. Pero durante cinco o seis a?os fuimos amigos, no se nos ocurri¨® que pod¨ªamos terminar juntos.

¨C?Antes hab¨ªa tenido otras parejas?

¨CNo. Hab¨ªa tenido algunas relaciones, pero yo quer¨ªa ser dibujante. Todos esos romances y relaciones me distra¨ªan de mi objetivo. Me perd¨ª mucho tiempo con estas¡­ pelotudeces ¨Cdice, haciendo un gesto que abarca el estudio¨C y no aprovech¨¦ el mundo de las mujeres. Ni mi adolescencia. Ni nada. Alicia me gustaba mucho. Pero ella ten¨ªa novio y a m¨ª me sal¨ªa la sangre ¨¢rabe y ten¨ªa ganas de apu?alar al novio, a Alicia¡­

¨CEn ese momento no era su novia. Ella pod¨ªa tener todos los novios que quisiera.

¨CNo, no. Igual. Esto de la sangre ¨¢rabe a m¨ª me aparece en muchas ocasiones.

¨C?En qu¨¦ ocasiones?

¨CDe celos y odio ante situaciones que no me gustan. Enseguida me dan ganas de matar a alguien. Tengo fama de tranquilito. Pero no soy. Cuando he tenido que ver por alg¨²n motivo a alg¨²n exnovio de Alicia, me he puesto¡­ ah.

¨C?Hasta hace poco?

¨CS¨ª. Muy poco.

Quino y Alicia se casaron en 1960 y se fueron de luna de miel a R¨ªo de Janeiro, en un viaje en bus que fue, tambi¨¦n, su primer destino al extranjero. Quino lo recuerda como una experiencia maravillosa con un solo ripio: cuando Alicia mat¨® una cucaracha en Montevideo, ¨¦l se indign¨® y le dijo: ¡°?Qu¨¦ molestia te causaba esa cucaracha que era uruguaya, y a la que no hubieras vuelto a ver nunca m¨¢s?¡±.

Quino en su estudio, donde le observa trabajar una mu?eca de Mafalda, sentada en un banco.
Quino en su estudio, donde le observa trabajar una mu?eca de Mafalda, sentada en un banco.Ricardo Ceppi

¨C?Siente que se han apoyado el uno al otro en todos estos a?os?

¨CNo. Alicia me ha apoyado mucho m¨¢s a m¨ª que yo a ella. Porque para m¨ª el trabajo era una religi¨®n ortodoxa, de esas irrenunciables. Si me tocaba la entrega, Alicia se pod¨ªa estar muriendo con una gripe espantosa, y yo nada. Y eso me lo sigue reprochando hasta el d¨ªa de hoy. Y tiene raz¨®n. Ella dej¨® su vida de lado por ocuparse de lo m¨ªo.

¨C?Eso le da¡­?

¨CCulpa. Porque adem¨¢s le hubiera encantado viajar por todos lados y a m¨ª salir de la casa me cuesta much¨ªsimo. En esto tambi¨¦n la he limitado. Est¨¢ bien que ella es adulta, y eligi¨®, pero yo tengo un estilo que cuando quiero algo no impongo nada pero, no s¨¦ c¨®mo, logro conseguirlo. Un d¨¦spota encubierto.

¨C?La decisi¨®n de no tener hijos fue m¨¢s suya que de Alicia?

¨CNo. Estuvimos los dos de acuerdo. Pero yo la ten¨ªa muy firme. Cuando murieron mis padres, sent¨ª bronca contra ellos. Porque c¨®mo: ?tienen hijos y a los pocos a?os los largan y se van? Es una posici¨®n horrible de mi parte, pero es as¨ª. Alicia dice que le hubiera dado lo mismo tener siete ni?os que ninguno. Pero a m¨ª siempre me ha parecido que traer hijos a este mundo es una locura total. Si a m¨ª me daban a elegir y me mostraban Mozart y las guerras y me dec¨ªan ¡°elija¡±, yo respond¨ªa: ¡°No, no vengo¡±.

?Qu¨¦ se sabe de ¨¦l, m¨¢s all¨¢ de lo p¨²blico y tan obvio: autor de Mafalda, una tira traducida a treinta idiomas que acaba de cumplir cincuenta a?os, dibujante multipremiado (Premio de Caricatura La Catrina, otorgado por la Feria del Libro de Guadalajara en 2003; la Legi¨®n de Honor de Francia y el Pr¨ªncipe de Asturias en 2014, entre decenas de otros)? Muy poco. Que no quiso tener hijos. Que le gusta el vino. Que fumaba ¨Cy ya no¨C cuarenta cigarrillos diarios. Que llora ¨Cliteralmente¨C por las guerras, el hambre, la desigualdad. Que hay un lado oscuro en ¨¦l, a veces zumb¨®n (en una ¨¦poca se entreten¨ªa dilucidando las fijaciones ambiguas de Miguel ?ngel con el sexo, y mostraba orgulloso el boceto de una n¨ªnfula con la firma de Buonarotti: si la cabeza de la n¨ªnfula hubiera sido dibujada hacia el otro lado, su boca hubiera quedado a la exacta altura del pene de un hombre que estaba a junto a ella, de pie), y otras no tanto, como cuando en una entrevista le preguntaron si dibujar¨ªa el final de Videla y Pinochet y respondi¨®: ¡°Espero que terminen lo peor que puedan. Algo con mucho sufrimiento, no una muerte r¨¢pida¡±. Educado en medio de lutos y guerras, parece moverse entre una sensibilidad ardiente por el sufrimiento de los d¨¦biles y una repulsi¨®n franca hacia cualquier tipo de poder.

¨CCon las decapitaciones de este grupo isl¨¢mico me han dado unos ataques de llanto que ni te cuento. O ver a esos nenitos mexicanos que cruzan solitos la frontera. Una cosa espantosa.

Parte de ese universo de preocupaciones podr¨ªa resumirse en la dicotom¨ªa que es el gran tema de su obra ¨Cd¨¦biles contra poderosos¨C y se refleja no s¨®lo en la biograf¨ªa que eligi¨® publicar en su p¨¢gina web (y que termina sintom¨¢ticamente con esta frase: ¡°[¡­] y en 1964 nace Mafalda, una ni?a que intenta resolver el dilema de qui¨¦nes son los buenos y qui¨¦nes los malos en este mundo¡±), sino tambi¨¦n en su artefacto narrativo perfecto, Mafalda. La historia es sabida y repasada: era el a?o 1962, y un amigo que trabajaba en una agencia de publicidad le propuso dibujar una tira para un cliente que intentaba instalar la marca de electrodom¨¦sticos Mansfield. Deb¨ªa incluir dibujos de esos electrodom¨¦sticos y los nombres de los personajes ten¨ªan que empezar con eme: una versi¨®n prec¨¢mbrica de la publicidad subliminal. La idea era ofrecerla gratis a un medio, sin que este percibiera el truco. Quino dibuj¨® y la agencia ofreci¨® el resultado al diario Clar¨ªn, donde se dieron cuenta de todo y la rechazaron. En 1964, su amigo Joaqu¨ªn Delgado le ofreci¨® publicarla en Primera Plana. As¨ª, Mafalda vio la luz el 29 de septiembre de 1964. Despu¨¦s pas¨® a El Mundo, hasta diciembre de 1967, cuando el peri¨®dico cerr¨®, y en junio de 1968, al cabo de seis meses en los que nadie mostr¨® inter¨¦s por publicarla, empez¨® a salir en Siete D¨ªas.

Quino posa en 2009 junto a la escultura de Mafalda en Buenos Aires, frente a la casa donde cre¨® al emblem¨¢tico personaje.
Quino posa en 2009 junto a la escultura de Mafalda en Buenos Aires, frente a la casa donde cre¨® al emblem¨¢tico personaje.Alejandro Pagni (Getty)

¨C?Cu¨¢ndo se dio cuenta de que algo importante pasaba con el personaje?

¨CNunca. Bah, con la publicaci¨®n del primer libro. Hasta ese momento, yo sent¨ªa que nadie le daba mucha bolilla. Yo iba a entregar la p¨¢gina al diario El Mundo y el que la recib¨ªa miraba as¨ª y a veces sonre¨ªa, pero nunca me dijeron ni qu¨¦ linda idea ni nada.

En 1966, el editor Jorge ?lvarez public¨® el primer libro de Mafalda, y se vendieron 5.000 ejemplares en dos d¨ªas. Desde entonces y hasta hoy, la tira es una m¨¢quina del tiempo que viaja llevando mensajes de emancipaci¨®n, rebeld¨ªa y libertad que parecen haber trascendido la ¨¦poca en que Quino la dibuj¨®, y ya era un cl¨¢sico cuando decidi¨® dejar de publicarla, el 25 de junio de 1973, porque se sent¨ªa como ¡°un carpintero que tiene que hacer siempre la misma mesa, y yo tambi¨¦n quer¨ªa hacer puertas, sillas, banquitos¡±.

¨CLo que me llama la atenci¨®n es que la sigan leyendo. Si le pregunt¨¢s a un chico qui¨¦n es Brigitte Bardot no tiene idea. A lo mejor es que no hay otros personajes fuertes, si no se la hubieran olvidado.

En 1976, cuando hac¨ªa ya tres a?os que no dibujaba a Mafalda y en Argentina comenz¨® la dictadura militar, Quino y Alicia se fueron a Mil¨¢n.

¨CNos rompieron la puerta del departamento a patadas y nunca nos enteramos de qu¨¦ parte ven¨ªa la cosa. Cuatro meses despu¨¦s, los militares mataron ac¨¢ a los padres palotinos y les tiraron sobre el cad¨¢ver el p¨®ster de Mafalda del palito de abollar ideolog¨ªas. Por suerte, yo no lo vi en su momento. Cuando lo descubr¨ª, a?os despu¨¦s, fue una de las cosas m¨¢s feas que he sentido nunca.

En julio de 1976, en Buenos Aires, los militares mataron a tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos. En la foto que registra el momento pueden verse los cuerpos y, junto a ellos, un p¨®ster con el dibujo en el que Mafalda se?ala el machete de un polic¨ªa y dice: ¡°?Ven? Este es el palito de abollar ideolog¨ªas¡±. Aunque en 1983, al terminar la dictadura, decidieron volver al pa¨ªs y montar casa, nunca dejaron de vivir entre Mil¨¢n, Madrid y Buenos Aires.

¨C?Alguna vez pens¨® que hubiera sido mejor que Mafalda no existiera, que pudo haber opacado el resto de la obra?

¨CEso no lo tengo bien resuelto. No lo s¨¦. La gente le ha dado m¨¢s trascendencia a Mafalda que a todas las dem¨¢s p¨¢ginas de humor que he hecho, pero yo creo que hay algunas que superan a Mafalda largamente.

A Mundo Quino, su primer libro, de 1963, siguieron Qu¨¦ presente impresentable, ?A m¨ª no me grite!, ?Yo no fui!, Humano se nace, Quinoterapia, Qui¨¦n anda ah¨ª, entre muchos otros (publicados por Lumen en Espa?a y por Ediciones de la Flor en Argentina), y el monumental Esto no es todo, de 2001, una antolog¨ªa que funciona como s¨ªntesis proteica de todo su pensamiento. All¨ª puede verse que en el mundo de Quino campean el abandono (un nenito le pregunta a su mam¨¢: ¡°Mam¨¢, ?voz vaz a eztad ziempde, ziempde con ezte nene?¡±; la mam¨¢ responde: ¡°?S¨ª, hijito, mam¨¢ va a estar siempre, siempre con este nene!¡±, y pocos cuadros despu¨¦s, el ni?o, ya viejo, llora desolado frente a la tumba de su madre pensando: ¡°?Mentidoza!¡±); la desilusi¨®n que agr¨ªa a las parejas; el abuso de poder que enrarece las relaciones con padres y maestros; la guerra y el hambre como expresi¨®n extrema de la miseria humana.

¨C?Se le siguen ocurriendo cosas?

¨CNo. Me las censuro. Me hace muy mal que se me ocurran cosas y saber que no las puedo dibujar. Estoy todo el tiempo fren¨¢ndome la imaginaci¨®n.

¨C?Cu¨¢l es el diagn¨®stico de lo que le sucede en la vista?

¨CGlaucoma. Uno va perdiendo primero visi¨®n lateral y termina viendo la vida por un ca?ito. Y llega un momento en que ya ni por un ca?ito. Yo no distingo ni contrastes ni diferencias de color. Vivo en un mundo fuera de foco. Voy a un lugar y me presentan a alguien y no distingo qu¨¦ cara tiene. Mi propia cara en el espejo no la veo. Es muy desagradable. Bah, angustiante. Ver que se te va borrando el mundo. Es muy feo. Lo charlo mucho con Alicia y voy a una psiquiatra que¡­

Tengo un estilo que cuando quiero algo no impongo nada pero, no s¨¦ c¨®mo, logro conseguirlo. Un d¨¦spota encubierto¡±

Hace una pausa y dice, con ¨ªmpetu extra?o:

¨CPorque yo me siento mal de no dibujar m¨¢s. Muy mal. La psiquiatra lo que me dijo los otros d¨ªas es: ¡°Usted dice que no trabaja m¨¢s, pero todo esto de ir a homenajes y premios y a exposiciones de amigos lo tiene que tomar como que ahora es su trabajo¡±. Es la primera vez que esta mujer me dice algo que me deja pensando. Pero me siento mal de no dibujar. Este pa?ito verde que ves ac¨¢¡­

Levanta el pa?o verde que est¨¢ sobre el escritorio.

¨C¡­ es porque yo me pongo a dibujar algo y si es sobre fondo blanco no veo d¨®nde termina la hoja. Es una porquer¨ªa, bah. El mundo es muy raro sin poder dibujar. Es muy frustrante. Muy feo.

¨C?Pensaba que iba a ser as¨ª?

¨CNo. Yo cre¨ª que iba a dibujar mientras viviera. Nunca se me ocurri¨® esta limitaci¨®n.

¨C?C¨®mo es la vida cotidiana?

¨CMuy desperdiciada. Porque no s¨¦ bien c¨®mo hacer. Estoy tan limitado por la mala visi¨®n que la vida cotidiana que tengo no¡­ No s¨¦.

Hace un silencio largo y finalmente dice:

¨CBueno, chiquita¡­

Por el pasillo se escuchan los pasos de Alicia, que entra al estudio.

¨C?Quieren tomar algo? ¨Cpregunta.

Quino saca un fajo de correspondencia y empieza a pasar los sobres, uno tras otro.

¨CCreo que ya terminamos, ?no, chiquita?

Despu¨¦s, mientras camina rumbo al ascensor, dice que es una suerte no tener que preparar un discurso para recibir el Pr¨ªncipe de Asturias. Alicia pregunta, sobresaltada:

¨C?Ten¨¦s que preparar un discurso?

¨CNo, no ¨Cdice ¨¦l¨C. No hay que hacer nada.

¨CEl ascensor no viene ¨Cdice Alicia, mirando por el hueco.

¨C?Pusiste la mano? Si viene vientito¡­

Alicia pone la mano. Pregunta, otra vez:

¨C?Seguro que no ten¨¦s que dar un discurso?

¨CNo, no. Y si tengo que decir algo, me paro ah¨ª, levanto el pu?o izquierdo y digo: ¡°?Viva la Rep¨²blica!¡±.

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Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de Am¨¦rica Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extra?os', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teor¨ªa de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PA?S escribe columnas, cr¨®nicas y perfiles.

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