Fito, a toda velocidad
Primero con Platero y T¨², luego con sus Fitipaldis. Lleva 2,5 millones de discos vendidos y 357 conciertos. Adolfo Cabrales, al que todos llaman Fito, es uno de esos elegidos Un hombre chiquitito que siempre ha caminado deprisa, con h¨¢bitos poco saludables. Hoy ha levantado el pie del acelerador, pero por sus venas a¨²n galopa el rock and roll
Un fitipaldi llamado Xavier Arretxe, alias Polaco, culebrea entre los montes de Bizkaia conduciendo a toda velocidad un Range Rover blanco. Acaba de enchufar en el equipo de m¨²sica una canci¨®n nueva del jefe del clan. El single de su pr¨®ximo disco, el primero de estudio tras cinco a?os de silencio. El tema no tiene estribillo, pero contiene una estrofa que podr¨ªa serlo: ¡°Las cosas que no pueden ser / Son todas las que he sido yo / Las mezclas no me salen bien / Sexo, drogas, rock and roll¡±. Voz aguda y aforismos poli¨¦dricos. La marca de la casa. Cuando un solo de saxo llena el veh¨ªculo, dejamos atr¨¢s colinas de un verde encendido al contacto con el primer sol de la tarde, y caser¨ªos, y f¨¢bricas al borde de la carretera, y desde el asiento de atr¨¢s perdemos de vez en cuando de vista la aguja del cuentakil¨®metros de tanto como se inclina. El piloto al volante acelera y los pasajeros nos meneamos de un lado a otro en las curvas. En Gernika, Polaco toma un desv¨ªo a la izquierda, y el coche comienza a trepar por una carretera estrecha y retorcida, remontando el ¨²ltimo tramo hasta la guarida de Adolfo Cabrales, el l¨ªder de la banda, al que nadie llama nunca de este modo. ¡°Tendr¨ªais que ver c¨®mo sube ¨¦l¡±, dice nuestro gu¨ªa, que es amigo del m¨²sico desde los primeros noventa, bater¨ªa de la primera formaci¨®n de los Fitipaldis y, hoy, su m¨¢nager. El compa?ero de fatigas, el hombre de confianza. Su escudo. La persona que lo condujo hasta una cl¨ªnica el d¨ªa en que Cabrales le vio las orejas al lobo en su ¨¦poca de excesos. ¡°Ll¨¦vame al taller¡±, le pidi¨®; y unas semanas m¨¢s tarde se lo llev¨® a la mayor gira de su vida: 135 conciertos. Fue el momento del boom. Del Soldadito marinero sonando en todas las radios, y las chicas perdiendo la cabeza. Comenzaron el tour tocando en salas para 2.000 personas, y acabaron en estadios con aforo para 20.000. Sobre el escenario, a Cabrales se le ve¨ªa flaco, p¨¢lido y ojeroso. Todos acabaron enfermos. A Polaco se le ca¨ªan mechones de pelo; lloraba cada vez que o¨ªa el sonido del tel¨¦fono m¨®vil. Se cur¨® haciendo el Camino de Santiago. Hoy lo tienen todo bastante m¨¢s atado. ¡°Hay que decir m¨¢s noes que s¨ªes¡±, es parte de la filosof¨ªa, en palabras del m¨¢nager. Si el jefe hace m¨²sica es porque le apetece, no porque lo necesite. Ha estado cinco a?os callado, cuid¨¢ndose en este lugar apartado y frondoso en el que el todoterreno detiene su marcha. Desde la pradera, en lo alto del cerro, se ve un muro de nubes al otro lado del valle. Y Polaco, que acaba de bajar del Range Rover, grita: ¡°?Fiiiiitooooo!¡±.
Entonces, el tipo al mando de los Fitipaldis se manifiesta en un cuerpo diminuto. Saluda desde el porche del ¨²ltimo chal¨¦ adosado de la calle. Responde con otro alarido, invit¨¢ndonos a pasar; habla r¨¢pido y con timbre elevado, como si acabara de tragar una bocanada de helio. Viste camiseta roja, pantal¨®n corto, zapatillas de correr y gorra plana; de ella caen dos patillas alargadas, que enmarcan su rostro; brillan sus pendientes de pirata. Tras subir los pelda?os, en la puerta de casa, tiende la mano. A su espalda, hay una placa met¨¢lica de la Ruta 66 norteamericana, otra de Harley Davidson y un escudo del Athletic de Bilbao. Al otro lado, en el recibidor del hogar, lo primero que uno encuentra es un retrato del m¨²sico y cantante Ray Charles, un cuadro de una calavera con gafas de sol y una efigie de Jimi Hendrix. Unas fundas de guitarra descansan junto a los abrigos del perchero. Cuando llegamos al sal¨®n la televisi¨®n est¨¢ encendida, pero sin sonido. Son cerca de las cinco de la tarde y por la pantalla cruzan las im¨¢genes de un documental de animales. Cuervos. Cabrales se va a la cocina para servir unas bebidas, y entre ellas trae de vuelta un orujo de cerezas que le regal¨® un fan. En la etiqueta de la botella se lee: ¡°Platero y T¨²¡± y en el reverso aparecen los versos de una canci¨®n del grupo de rock duro con el que se dio a conocer en los noventa: ¡°Maldigo a todos esos locos, que quieren gobernar la vida / sin las palabras del poeta y sin las manos del artista¡±.
Un a?o despu¨¦s de cantar aquella letra, lanz¨® su primer disco en solitario, A puerta cerrada (1998), m¨¢s ac¨²stico, intimista y reposado, y al frente de una banda de m¨²sicos para la que Polaco encontr¨® el nombre adecuado: ¡°Siempre est¨¢bamos esp¨ªdicos de la hostia, ¨¦ramos as¨ª como muy nerviosos, y aqu¨ª siempre se ha llamado fitipaldi a los que van r¨¢pido por la vida, ?no?¡±, resume Cabrales. El m¨²sico desconoce cu¨¢nto tiempo ha pasado la botella en el caj¨®n sin abrir. Quiz¨¢ contenga veneno, sugiere en broma. No todos los seguidores de Platero y T¨² quedaron contentos cuando la banda se disolvi¨® en 2001. El gusto del orujo resulta dulz¨®n; no llega a empalagoso. Cabrales ni lo prueba. Las mezclas no le salen bien, eso canta ahora. Su mueble bar, de hecho, se encuentra a rebosar. ¡°Porque no lo bebo¡±, justifica. Tiene 48 a?os y su nuevo disco, el sexto en solitario, lo ha titulado Huyendo conmigo de m¨ª (a la venta el 28 de octubre en el sello Warner). Ya ni toma un chupito de whisky antes de salir al escenario, como era tradici¨®n en sus giras. Se le ve con buen color, en forma, duro. Todo fibra. Se sienta en el sof¨¢, enciende un cigarrillo y sorbe una coca-cola. Dice: ¡°Yo de chasis estoy la hostia de bien, disimulo un mont¨®n. Luego, la electr¨®nica y todo eso por dentro ya est¨¢ m¨¢s jodido¡±.
De cerca, los rasgos de su rostro parecen converger en una gran nariz. Sobre ella lleva unas gafas de ver con cristales azules. Se las hizo para filtrar la vida, y poder observarla en su tonalidad favorita. ¡°El azul es como calma¡±, dice. Junto a ¨¦l, en un extremo del sof¨¢, hay un dobro; se ven otras 12 guitarras repartidas por la estancia; y m¨²sica en cada rinc¨®n: un vinilo de Noam Pikelny, un virtuoso del banjo y el bluegrass, en el plato del tocadiscos; un disco de Bo Diddley, y un recopilatorio de Los Secretos con la caja firmada por Enrique Urquijo en la estanter¨ªa; un juego de cuerdas de acero sobre un libro de psicolog¨ªa infantil y juvenil. De pronto, suena su tel¨¦fono m¨®vil. Es su mujer, Marisa. Ella es la psic¨®loga. La conoci¨® hace diez a?os en un festival de m¨²sica, cuando trabajaba en un centro de menores de Castell¨®n. Al poco tiempo, se mud¨® a Gernika, donde viven juntos. Esperan su primera hija para noviembre. Fito, que tiene otros dos chavales adolescentes de una pareja anterior, dice que a la nueva de la familia le gustar¨ªa llamarla Coyote. En el disco Lo m¨¢s lejos a tu lado (2003), tambi¨¦n hace referencia a este personaje: ¡°Qu¨¦ te metes Don Quijote pa flipar con los molinos / Los ojos como el Coyote cuando ve al Correcaminos¡±, canta en una canci¨®n. Cuando se le pregunta a qu¨¦ se refer¨ªa con ese mejunje, dice: ¡°No s¨¦. Pues que me met¨ªa yo, ?no?¡±.
¡°?Marisiiiina!¡±, responde al tel¨¦fono con su voz acelerada, y comienza a re¨ªrse. ¡°Que estoy aqu¨ª ya con ellos¡ S¨ª, s¨ª¡ est¨¢n viendo la aspiradora en medio; se la he dejado aqu¨ª para que la pasen. Ja, ja, ja¡ Hablamos luego. Agur, agur¡±. Cabrales se mueve con nervio, como si le hubieran rociado la piel con pimienta. Es un torbellino; a veces recuerda a un dibujo animado. De pronto est¨¢ hablando, y un resorte le hace saltar y colocarse de pie para seguir contando una an¨¦cdota. La del t¨ªo que ofrec¨ªa farlopa en La Habana cuando viaj¨® all¨¢ con Platero y T¨², por ejemplo. O la del d¨ªa que le pusieron en brazos a su segundo hijo. Estaba en el hospital con Polaco y le descubrieron una patilla como las suyas. Pero solo una. Al parto de su primer hijo, en cambio, no lleg¨® a tiempo. Le pill¨® dando un concierto. Hay cierto riesgo de que suceda algo similar con la pr¨®xima. En breve comienza la promoci¨®n, las firmas de discos, la gira. ¡°Me meto en cada cristo¡ Ahora que ya estaban los otros criados, vuelvo a empezar. Pero en el fondo pienso: me va a dar algo bueno. Porque un chaval no puede dar nada malo. Me va a hacer m¨¢s joven o me va a hacer ver la vida de otra forma, que ahora la veo un poco¡ No para abajo, pero s¨ª menos animado que antes. Todo me sorprende menos¡±.
Siempre est¨¢bamos ¡®esp¨ªdicos¡¯ de la hostia, ¨¦ramos as¨ª como muy nerviosos, y aqu¨ª siempre se ha llamado ¡®fitipaldi¡¯ a los que van r¨¢pido por la vida, ?no?¡±
Lleva 25 a?os como profesional en la m¨²sica. Y si no hubiera sido guitarrista y cantante de rock, seg¨²n su versi¨®n, habr¨ªa acabado de camarero. Era el negocio de sus padres. La hosteler¨ªa. La familia regentaba uno de los clubes de alterne m¨¢s famosos de Bilbao en los a?os sesenta y setenta, el Palanca 34. ¡°Estaba de puta madre¡±, dice Cabrales sobre las callejuelas estrechas del barrio chino en el que creci¨®, encajonado entre las v¨ªas del tren y el Nervi¨®n. ¡°Eran cabar¨¦s, y hab¨ªa putas, claro, pero no pasaba nada. Ibas all¨ª, tomabas copas, hab¨ªa un ambientazo, iba todo Bilbao¡±. Cuando ten¨ªa 10 a?os, la familia se mud¨® a Laredo, una localidad costera en Cantabria. Montaron un bar que se llenaba en verano. El padre se mantuvo al frente del club de alterne; mientras, la madre se hac¨ªa cargo del nuevo negocio. Se separaron poco despu¨¦s. En Laredo, Cabrales aprendi¨® a tocar la guitarra con ¡°los cuatro acordes¡± que le ense?¨® Txus Alday, un chaval de Portugalete que pasaba los meses de vacaciones all¨ª. A?os m¨¢s tarde, despu¨¦s de hacer la mili, su padre le ofreci¨® trabajar tras la barra del Palanca. Acept¨®. Y cuando regres¨® a Bilbao, a finales de los ochenta, se reencontr¨® con la m¨²sica.
Un vecino de cuando era ni?o en el barrio chino, Juan Jos¨¦ Juantxu Olano, le ofreci¨® cantar y tocar en su grupo. As¨ª naci¨® la banda Platero y T¨². Para el primer videoclip, Cabrales ya gastaba patillas y gorra plana. Juntos crearon himnos como Hay poco Rock and roll o Mari Madalenas. Tambi¨¦n reapareci¨® en su vida Txus Alday, que segu¨ªa tocando la guitarra y formaba parte de un grupo llamado The Flying Rebollos. Las dos bandas compart¨ªan local de ensayo, y la sala sol¨ªa quedarse libre los domingos. Cabrales comenz¨® a visitar ese d¨ªa el local a solas. Con guitarra ac¨²stica y otro ¨¢nimo. As¨ª naci¨® su cara B, la de los Fitipaldis. El d¨ªa tranquilo, el de las resacas. Dice Polaco que a los temas que iba creando a su aire los denominaban ¡°las mariconadas de Fito¡±; aunque no comparte que hubiera resacas: en esa ¨¦poca, comenta, estaban ¡°siempre arriba¡±. ?l comenz¨® a acompa?arle alg¨²n d¨ªa con la bater¨ªa; otro d¨ªa se enchuf¨® Txus Alday a la guitarra. Ambos fueron de los primeros Fitipaldis. De aquella primera camada solo contin¨²a Cabrales y el saxofonista Javier Alzola. Por la banda han pasado cerca de una veintena de m¨²sicos. No funcionan como un grupo al uso en el que todos opinan. Son profesionales a los que contrata Cabrales. ?l es quien toma las decisiones. Compone a solas. Normalmente de madrugada, en la cocina de su casa. Con guitarra el¨¦ctrica, pero ¡°a pelo¡±, sin enchufarse. De ese rinc¨®n en calma han salido letras y melod¨ªas que han coreado cientos de miles de personas. Fito, con sus Fitipaldis, ha vendido 1,6 millones de discos, seg¨²n datos del sello Warner (2,5 millones si se le suman los de Platero). Cifras exorbitantes, at¨ªpicas en el rock en tiempos de pirater¨ªa. Ha tocado 357 conciertos en su carrera en solitario, incluyendo una noche en Las Ventas, ocho en el Palacio de los Deportes de Madrid, siete en el Palau Sant Jordi de Barcelona y un directo en las calles de Bilbao, cuya asistencia se lleg¨® a cifrar en 60.000 personas. Caminando por esas mismas calles, no logra avanzar 10 metros sin que alguien le pare, le salude, le pida un aut¨®grafo. J¨®venes y ancianos. Su ¨¦xito no entiende de edades. Al d¨ªa siguiente de la entrevista en su casa, fuimos testigos del revuelo que arma al dejarse ver este tipo chiquitito, ya vestido con vaqueros y botas de punta, como es su costumbre. Sonr¨ªe a todos, bromea, se fotograf¨ªa con quien toque. Es capaz de aguantar el tipo cuando una joven le canta a la cara el estribillo de Soldadito marinero con voz de falsete, mientras sus amigas registran la escena con el tel¨¦fono m¨®vil.
Cabrales, sentado en el sof¨¢ de su casa, intenta quitarle hierro al asunto: ¡°Hombre, yo todav¨ªa sigo flipando, claro que s¨ª. Mira, ayer estaba viendo, que me gustan mucho, mon¨®logos en televisi¨®n. Y un t¨ªo de repente dice: ¡®Raro, no digo diferente, digo raro¡¯ [versos de un tema suyo]. Y yo: ¡®?Hostia!¡¯. Me quedo flipado. ?El t¨ªo este se sabe la canci¨®n! Pero aprendes a separar, porque si no te mueres. La m¨²sica es eso, ?no? Me pasa a m¨ª con las canciones de los dem¨¢s. Las identifico y las hago m¨ªas. Yo hago canciones, y esas canciones para alguien son v¨¢lidas en su vida, tienen una trascendencia. Siempre digo lo mismo: la culpa es de las canciones. Es una forma de liberarme¡±.
Las letras de Fito suelen transitar por callejones oscuros. Hay en ellas infiernos y tristeza, en ocasiones se roza la locura, muestra heridas y cicatrices, laten corazones oxidados. Tambi¨¦n hay alegr¨ªas, pero normalmente dejan un poso agridulce. Casi todas cuentan algo de su vida. De eso va tambi¨¦n su ¨²ltimo disco. ¡°De m¨ª¡±, dice. ¡°Espero que sea yo. Es lo ¨²nico que me propongo. Hay canciones que te reflejan, y otras que te salen, pero son mentira. No eres t¨². Lo m¨¢s dif¨ªcil es encontrar el trazo tuyo. No creo que haya cosas m¨¢s importantes en la m¨²sica que eso¡±. Su legi¨®n de seguidores suele identificarse con lo que canta, con sus abismos. Aunque tambi¨¦n es cierto que ¨¦l se ha sumergido m¨¢s a fondo que la mayor¨ªa en alguno de ellos. Hubo una ¨¦poca, mientras compon¨ªa las canciones del disco Lo m¨¢s lejos a tu lado, en el que pasaba hasta tres noches sin dormir. Consum¨ªa speed incluso antes de acostarse, seg¨²n cuenta en Soy todo lo que me pasa, una biograf¨ªa autorizada. ¡°Se me fue la mano totalmente¡±, reconoce en su casa. Asom¨® el morro al borde del precipicio, y solicit¨® su ingreso en una cl¨ªnica. ¡°Hombre, no te vas a dar cuenta¡ Acabas fatal. Pero bueno, que tampoco tengo ning¨²n problema ni con las drogas ni con¡ Bueno, s¨ª los tengo. Los seguir¨¦ teniendo toda mi vida, pero igual que el que no puede hacer algo y luego aprende. ?Qu¨¦ te sienta mejor? ?Hacerlo o no hacerlo? En el fondo, me encantar¨ªa que me dijera el m¨¦dico: ¡®Mira t¨ªo, necesitas todos los d¨ªas una botella de JB y tres gramos de farlopa¡¯. Pero uno luego escucha su cuerpo. Tambi¨¦n es la edad, que no te sientan igual las cosas. Tengo un amigo que dice: ¡®Yo no he dejado las drogas, las drogas me dejaron a m¨ª¡¯. Dejaron de sentarme bien, ya no aportaban nada, se pas¨® el cupo. Ya no te hacen ni trabajar m¨¢s ni verlo todo como Jimi Hendrix. Es mentira. Te obsesionas con seguir funcionando como cuando ten¨ªas 20 a?os y es un desastre. Est¨¢n muy bien y est¨¢n muy mal. Solo tienes que darte cuenta de cu¨¢ndo has pasado esa barrera¡±.
Salvo el tabaco, Cabrales lleva ahora una vida asc¨¦tica. Cada ma?ana, en Gernika, acude al gimnasio, que no es el t¨ªpico de ¡°t¨ªos cachas¡±, sino ¡°m¨¢s de pueblo¡±, donde suele coincidir con viejos pelotaris y se mueve con ¡°una cuadrilla de chavales muy majos¡±, m¨¢s j¨®venes que ¨¦l. Luego sale a correr; unos diez kil¨®metros todos los d¨ªas. Durante ese rato se olvida de la m¨²sica. Con ellos habla del ¨²ltimo modelo de zapatillas y de rutas por el monte. El ejercicio logra aplacar algo de su fuego interior. Lleva a?os con esa batalla. ¡°Todo lo que sea relajarme e ir m¨¢s tranquilo me cuesta much¨ªsimo. Lo entreno, ?entiendes?¡±, dice. ¡°Hago respiraciones, y he estado con psic¨®logos y psiquiatras, y por eso voy a correr. Y ya ni bebo, ni me drogo, ni hago nada. Solo intento estar m¨¢s tranquilo. Porque es verdad que el cuerpo ya no aguanta igual. Bueno, el cuerpo s¨ª me aguanta, pero la cabeza me pega cortocircuitos, y no est¨¢ bien. Una vez, hablando con un tipo, me dec¨ªa: ¡®Es que eres muy nervioso¡¯. Y me sali¨® del alma: ¡®Mira, yo para estar como t¨², as¨ª, normal, necesito ir al psic¨®logo, Orfidal, correr todos los d¨ªas 10 kil¨®metros y hacer tres respiraciones. ?Te das cuenta de la diferencia que hay entre t¨² y yo?¡±.
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