¡°50.000 ni?os podr¨ªan morir por la crisis alimentaria¡±
Tercera entrega del diario de la misi¨®n de respuesta r¨¢pida de Unicef en una aldea remota del pa¨ªs africano
D¨ªa tres
Hoy, el trabajo que vinimos a hacer aqu¨ª empieza fuerte. Estoy con un equipo de 19 especialistas de Unicef y del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en el pueblo de Kiech Kuon, donde nos quedaremos 10 d¨ªas con el fin de intentar ayudar a personas que no han tenido acceso a servicios b¨¢sicos durante meses (enlace a la entrada uno del diario). En el abandonado y saqueado lugar donde se ubica la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), aliada de Unicef sobre el terreno, hemos establecido nuestro ¡°centro de registro civil¡±.
Estos son los centros operativos de las Misiones de Respuesta R¨¢pida que Unicef y el PMA llevan a cabo en Sud¨¢n del Sur. En primer lugar, las familias hacen cola para ser examinadas por un miembro del personal del PMA, que se encargar¨¢ de recabar la informaci¨®n pertinente y les expedir¨¢ una tarjeta azul que usar¨¢n para recoger su raci¨®n de alimentos, la cual se repartir¨¢ desde el aire durante la semana. Posteriormente, cada familia va a la mesa donde la especialista en nutrici¨®n de Unicef, Angela Kangori, ha establecido su equipo para dar a los ni?os suplementos de vitamina A y p¨ªldoras antiparasitarias, adem¨¢s de comprobar su estado nutricional colocando una cinta de pl¨¢stico alrededor de la parte superior del brazo y que funciona con una escala que va del color verde, al amarillo y, finalmente, al rojo.
Despu¨¦s, las familias pasan a la estaci¨®n del doctor Thomas Lyimo (enlace a la segunda entrada del diario). El especialista sanitario de Unicef supervisar¨¢ al ajetreado equipo que estar¨¢ poniendo vacunas contra el sarampi¨®n y la poliomielitis. La mayor¨ªa de ni?os no tienen puestas estas vacunas debido al reciente conflicto y los deficientes servicios sanitarios que ya ten¨ªan antes del mismo. Luego est¨¢ la secci¨®n para la protecci¨®n infantil, en la que Geoffrey Kayonde, de la ADRA, coloca una mesa de pl¨¢stico y realiza entrevistas cortas a ni?os y madres para descubrir si son v¨ªctimas de violencia, si han sido separados de sus padres o si se enfrentan a otros problemas.
Finalmente, Nyadien Puol se sienta en un tronco ca¨ªdo para hablar con las madres sobre la mejor manera de alimentar a los beb¨¦s (se recomienda la lactancia materna durante los primeros seis meses de vida) y sobre c¨®mo mantener a sus hijos y sus hogares en las condiciones higi¨¦nicas adecuadas para combatir g¨¦rmenes peligrosos.
De inmediato, se ve claramente por qu¨¦ la poblaci¨®n de Sud¨¢n del Sur se enfrenta a la peor crisis mundial de seguridad alimentaria de hoy en d¨ªa. Hay que tener en cuenta que casi un mill¨®n de ni?os necesitar¨¢n tratamientos especiales debido a su desnutrici¨®n antes de que acabe el a?o y 50.000 de esos ni?os podr¨ªan morir si no se atienden los llamamientos internacionales que piden financiaci¨®n.
A veces, pienso que estas cifras son demasiado elevadas y dif¨ªciles de abordar. Pues bien, aqu¨ª tenemos a dos chicos que pertenecen a ese mill¨®n: Duoth and Nyabeth Gatluak. Son mellizos, un chico y una chica nacidos en octubre. Est¨¢n vestidos con monos a juego en azul y blanco haciendo cola en el centro de registro civil con su madre, Nyayian Lul, y sus cuatro hermanas. El equipo de Angela ha detectado que los mellizos presentan desnutrici¨®n y los han sacado de la cola junto con Nyayian para que reciban ayuda especial.
Como madre, est¨¢ claro que Nyayian y su marido James, maestro de escuela, est¨¢n haciendo todo lo posible para ofrecer los mejor a sus hijos. Van bien vestidos con ropa cuidada y limpia, y las chicas m¨¢s mayores son educadas y sonrientes. Sin embargo, cuando Nyayian habla, r¨¢pidamente se puede observar que tiene alg¨²n problema. ¡°No tenemos comida adecuada para darles¡±, dice en voz baja mientras mira a sus hijos jugar. ¡°Encontramos harina de ma¨ªz o sorgo en el mercado pero est¨¢ a tres d¨ªas de camino y otros tres de vuelta. Adem¨¢s, por cada cuatro sacos de sorgo tenemos que vender una vaca. No tenemos ni dinero ni vacas suficientes. Lo ¨²nico que podemos darles aparte de eso son plantas o hierbas salvajes que crecen por la zona¡±.
Al estar rodeado por tierras f¨¦rtiles inundadas por la luz solar y lluvias regulares, Kiech Kuon deber¨ªan ser un lugar relativamente rico. Y lo era, seg¨²n nos dijo Nyayian. ¡°Antes era un lugar agradable y no ten¨ªamos demasiados problemas¡±, afirma. ¡°Y lleg¨® la guerra. Tuvimos que huir con lo puesto. Al volver, nos hab¨ªan robado ollas y sartenes e incluso la ropa de cama y las mantas. No es una cuesti¨®n de comida, no nos queda ya nada. Y nadie ha venido a ayudarnos durante m¨¢s de seis meses¡±.
Escucho historias similares una y otra vez. Tambi¨¦n est¨¢ Nyakaka Wal, que tuvo a su hija Nyamut en abril debajo de un ¨¢rbol junto a un pantano sin ayuda de nadie porque se encontraba en plena huida del conflicto. Hoy en d¨ªa, dos de sus hijos viven con familiares en un campo de refugiados en la vecina Etiop¨ªa.
Los otros dos est¨¢n aqu¨ª con su madre, que no puede alimentarlos m¨¢s que con plantas salvajes y sangre de vaca tostada. Junto a ellos est¨¢ Nyayual Nyoak, que sufre ceguera parcial y que tiene que caminar tres d¨ªas de ida y otros tres de vuelta para comprar alimentos que dar a su familia y, en ocasiones, vadear pantanos que le llegan hasta la cintura para conseguir agua.
Tambi¨¦n tenemos a Nyaluak Joak, que camin¨® durante todo un d¨ªa para ir desde su ciudad hasta el centro de registro civil y que declara que, donde ella vive, al menos pueden comer pescado que capturan con redes en lagos cercanos. Aparte de eso, no hay m¨¢s alimentos. Mi diario est¨¢ repleto de historias como estas y solo llevo un d¨ªa en un pueblo de Sud¨¢n del Sur.
Lo que no me entra en la cabeza es que la mayor¨ªa de estas madres me hablan entre verdes pastizales y peque?as parcelas donde las plantas de ma¨ªz crecen frondosamente hasta alcanzar una altura de dos metros o m¨¢s. Parece que nadie deber¨ªa pasar hambre aqu¨ª. Pero todav¨ªa quedan unas semanas para recoger la cosecha. Ahora, todas estas personas (millones a lo largo de todo el sur de Sud¨¢n) est¨¢n sufriendo lo que se conoce como la ¡°temporada de hambre¡±, el per¨ªodo comprendido entre el momento en que se agotan las reservas de alimentos y la recogida de la cosecha. Para dar un giro a esta situaci¨®n de desnutrici¨®n extendida, que mata lentamente a los ni?os, se necesitan fondos para financiar el trabajo de Unicef, para poder llevar alimentaci¨®n terap¨¦utica (pasta de cacahuete con un alto contenido en prote¨ªnas que se le da a los m¨¢s afectados) y el del PMA, para que puedan transportar y distribuir por aire productos b¨¢sicos como harina de ma¨ªz y aceite para cocinar.
Por el bien de los mellizos Duoth y Nyabeth, su madre Nyayian, Nyakakay y su beb¨¦ Nyamut, Nyayual y Nyaluak, as¨ª como el resto de personas que viven en Kiech Kuon o en el resto de Sud¨¢n del Sur, solo podemos esperar que no se haga o¨ªdos sordos ante estos llamamientos. Ha sido una entrada larga en el diario de un largo y una vez m¨¢s dif¨ªcil d¨ªa. Cuando me dijeron que estas misiones eran ¡°exigentes¡±, pens¨¦ que se refer¨ªan a las condiciones medioambientales. En realidad, la carga emocional es mucho m¨¢s dura.
Este diario se escribi¨® a finales de verano y hasta octubre se han completado 26 misiones conjuntas de respuesta r¨¢pida, todas ellas en los estados donde el conflicto se ha extendido y la gente huye. Las misiones han alcanzado a m¨¢s de 550.000 personas, incluyendo 116.000 ni?os menores de cinco a?os. Cuatro misiones est¨¢n a punto de terminar.
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