Mujeres de Beirut, pioneras ¨¢rabes del siglo XXI
La capital de L¨ªbano es conocida en Oriente Pr¨®ximo por ejercer de reducto de libertad para las mujeres. Seguimos la pista de algunas de las que rompen estereotipos.
Entre sudor, colchonetas y musculosos compa?eros entrena Maya Houdroge, libanesa de 32 a?os que pas¨® parte de su infancia en Sierra Leona. De voz y gestos dulces, a los 9 a?os empez¨® con el k¨¢rate y desde entonces no ha dejado las artes marciales. Dej¨® su trabajo en una tienda de ropa para ser entrenadora personal. Sus guantes de boxeo, sus pantalones e incluso el llavero que cuelga de su mochila son rosas. Pero en cuanto entra en el cuadril¨¢tero, sus enormes ojos negros enmarcados por pesta?as postizas y sus cejas cuidadosamente depiladas se transforman.
¡°Durante las competiciones de muay thai no lo pienso. S¨¦ que me pueden herir, romper huesos, pero una vez estoy delante de la contrincante solo pienso en ganar¡±, asegura Houdroge. Vive sola y est¨¢ soltera, lo que le crea presi¨®n por parte de la sociedad libanesa y la familia. En cuanto a las artes marciales, han acabado por aceptarlo. ¡°Mis amigos est¨¢n muy orgullosos, y mis compa?eros del gimnasio son como mi familia¡±. Cuando el entrenamiento termina, Houdroge se arregla el pelo, se enfunda en el vestido y se sube a sus tacones. ¡°La feminidad no est¨¢ re?ida con el deporte. Yo no he sido educada en un ambiente sectario y, aunque soy musulmana, reh¨²yo de la sectarizaci¨®n libanesa. Pero en las artes marciales somos a¨²n minor¨ªa¡±. Hace dos d¨ªas, un joven intent¨® agredirla. Lejos de correr, Houdroge dej¨® caer su mochila, empu?¨® su pesado llavero y amenaz¨® al joven, que sali¨® pitando calle abajo.
En el mundo ¨¢rabe, donde los espacios de libertad est¨¢n segregados por sexo, las mujeres reinan en el ¨¢mbito privado, entre muros. Los hombres lo hacen en p¨²blico. La esfera privada contin¨²a siendo el principal campo de batalla. Arabia Saud¨ª y L¨ªbano, ant¨®nimos por excelencia respecto a la libertad de la mujer en el mundo ¨¢rabe, muestran una caricatura de los opuestos. Riad, capital saud¨ª, se antoja el cementerio de la mujer moderna, en una sociedad donde ella no es m¨¢s que m¨¢quina reproductora, esposa sometida o hija y hermana obediente para luego convertirse en esposa. El ciclo se cierra siempre bajo la tutela del hombre y dentro del hogar. Las mujeres de Beirut son conocidas en la regi¨®n por haber levantado un reino de libertad. Un oasis en algunos aspectos superficial, pero p¨²blico, que disfrutan especialmente las de clase media.
El crisol religioso que caracteriza a L¨ªbano, con 18 confesiones, ha permitido que las realidades de Riad y Beirut coexistan simult¨¢neamente en un mismo pa¨ªs. En L¨ªbano, por cada hombre hay cinco mujeres, que viven en una realidad a dos velocidades. En las zonas m¨¢s conservadoras, las mujeres solo se re¨²nen en casas, bodas o funerales. L¨ªbano est¨¢ en el puesto 135? de 142 pa¨ªses en el ¨ªndice de la disparidad de g¨¦nero del Foro Econ¨®mico Mundial. Sorprendentemente, Arabia Saud¨ª se sit¨²a cinco por encima.
Pero el reparto del espacio p¨²blico est¨¢ cambiando. Unas pocas pioneras empujan m¨¢s all¨¢ para conquistar la esfera reservada a los hombres. A medio camino entre el frente de la libertad o el del sometimiento, un grupo de libanesas rompe tab¨²es y construye un espacio p¨²blico de emancipaci¨®n real.
Nathalie y Aline son una pareja especial. No solo por ser lesbianas en un pa¨ªs marcado por el machismo social y religioso, sino porque son novias desde hace 14 a?os. Con 38 y 35 a?os respectivamente, aseguran que envejecer¨¢n juntas. Entre bromas relatan c¨®mo Nathalie tiene que arrastrar a Aline al gimnasio para perder esos kilitos que, dicen, les sobran a ambas. Quieren abrir una empresa de gesti¨®n de negocios, pero, hasta que esta idea se materialice, Nathalie prosigue su labor como trabajadora social en una ONG y Aline lleva cinco meses de ¡°mujer florero¡±, dice en tono burl¨®n. En un restaurante de Beirut, los gestos de cari?o son reprimidos ante la mirada p¨²blica. Aline se sonroja y sobresalta cuando Nathalie le da un beso en la mejilla o roza su mano.
A pesar de todo, aseguran que es m¨¢s f¨¢cil para las mujeres homosexuales mostrar afecto en p¨²blico que para los heterosexuales. ¡°Antes yo llevaba el pelo corto. Un d¨ªa, en un caf¨¦, me encontraba mal y dej¨¦ caer la cabeza sobre el regazo de Aline. El camarero nos mir¨® sobresaltado y se dirigi¨® hacia nosotras. Al darse cuenta de que las dos ¨¦ramos mujeres, sonri¨® y dijo: ¡®?Qu¨¦ susto, pens¨¦ que eras un chico, y eso aqu¨ª no est¨¢ permitido!¡±, rememora Nathalie. El camino no fue f¨¢cil. ¡°Alguien, a¨²n no s¨¦ qui¨¦n, llam¨® un d¨ªa a mi madre para decirle que yo era gay. Tuvimos una discusi¨®n y dej¨® de hablarme durante meses¡±. Finalmente acept¨® el noviazgo. Para los vecinos y la familia lejana son s¨®lo compa?eras de piso. Su s¨®lida relaci¨®n ha logrado sobrevivir a todas las trabas que han puesto en el camino la moral de una cultura heredada, la estrecha mirada social y el rechazo religioso. No piensan en tener hijos. Se contentan con sus tres gatos, su trabajo y su vida social.
Beirut ofrece desde hace a?os varias alternativas de bares y caf¨¦s para homosexuales. ¡°Es el ¨²nico sitio en el que puedes ser espont¨¢nea y cogerle la mano a tu chica, darle un beso sin que nadie te mire con asco o te juzgue¡±, apunta Nathalie. Las opciones, aunque escasas, son variadas. El recorrido de la noche gay beirut¨ª comienza en el caf¨¦ Bardo. J¨®venes y no tan j¨®venes disfrutan de una excelente comida y bailan al ritmo de la m¨²sica. Todos se conocen. Pero pocos han salido del armario y todos temen el rechazo familiar, profesional y social, as¨ª como la represi¨®n legal. El art¨ªculo 534 del c¨®digo penal liban¨¦s proh¨ªbe ¡°mantener actos sexuales innaturales¡±. Seg¨²n Ahmed Saleh, voluntario de la ONG Helem, cerca de 50 homosexuales han sido detenidos en 2014, sujetos a condenas que pueden alcanzar el a?o de c¨¢rcel. Nathalie y Aline reh¨²yen la c¨¢mara. A pesar de su naturalidad dentro de estos reductos de libertad sexual, saben que el reconocimiento social pleno est¨¢ a¨²n lejos. Tan solo Jean d¡¯Arc, ¡°de treinta y pocos¡±, accede a posar junto a su amiga. ¡°Ya hace muchos a?os que sal¨ª del armario, y no pienso volver a entrar¡±, asegura mientras brinda con su copa.
Generalmente son las chicas quienes critican lo que consideran poco femenino. Los hombres suelen tomarlo como una muestra de coraje¡±
La ¨²ltima parada de la noche gay acaba en las discotecas Life y Posh. ¡°Vengo de una familia conservadora musulmana. Tengo cuatro hermanas y todas llevan velo. Cuando mi madre descubri¨® que yo era lesbiana me encerr¨®, y me vi casada a la semana con un hombre que no conoc¨ªa¡±, cuenta Suha, de 27 a?os. Su destino es com¨²n para las lesbianas libanesas, independientemente de su religi¨®n, que son descubiertas por sus padres. Suha logr¨® un divorcio por el que perdi¨® a su familia. ¡°Les amenac¨¦ con suicidarme¡±, da por toda respuesta antes de regresar junto a su novia.
La reprobaci¨®n social libanesa condena a aquellas que se apartan del canon de la est¨¦tica y el recato. El culto al cuerpo se extiende por todas las clases sociales. Durante el d¨ªa acuden a centros comerciales y consumen sin l¨ªmite en moda importada de Par¨ªs y condimentada en Beirut. Por las noches conquistan espacios antes reservados al hombre, subidas en sus tacones de 15 cent¨ªmetros, con kil¨®metros de rodaje en unas calles impracticables. ¡°Miles de libanesas llevan mi firma¡±, comenta orgulloso Nabil Fuleihan, cirujano est¨¦tico fetiche de L¨ªbano, donde abundan clubes y bares convertidos en pasarelas de pechos sint¨¦ticos, narices al estilo Angelina Jolie, minifaldas y generosos escotes. Sky Bar es el local m¨¢s reputado entre la jet-set. Aqu¨ª es obligatorio reservar mesa, a partir de 1.200 euros. Ante la fila de retretes vac¨ªos, una larga cola de vestidos de Armani, nubes de perfume de Chanel y bolsos de Louis Vuitton esperan su turno para retocarse frente al espejo. Joumana Haddad, periodista y escritora libanesa de 44 a?os, se enfrenta a estos tab¨²es en su ¨²ltimo libro, Superman es ¨¢rabe. ¡°Muchas libanesas han adoptado elementos superficiales de libertad, como decidir si cubren su cuerpo. Las que buscan la independencia econ¨®mica son las menos. Esa libertad de vestimenta la usan para lograr un marido rico, lo que demuestra que la necesidad de casarse para existir sigue presente. La mujer aqu¨ª no existe como individuo, sino por referencia al hombre¡±, afirma la escritora.
Manal Khalil, de 33 a?os, acude cada d¨ªa sobre las siete de la tarde a Danys, un bar de barrio donde sabe que, sin previo aviso, siempre encontrar¨¢ a alguno de sus amigos. Lleva siete a?os trabajando como asistente de proyectos en Naciones Unidas. ¡°Vengo aqu¨ª porque me siento como en casa. Si fuera sola a un bar me mirar¨ªan mal, como a una buscona. Adem¨¢s no me gusta ir a clubes, donde hay que vestirse de boda, ser superficial y pagar una barbaridad por cada copa¡±. Khalil dedica su tiempo libre a viajar, ir al cine y al gimnasio. Tras cuatro a?os de matrimonio, se divorci¨® hace dos. Se siente afortunada por el apoyo de su familia, pero no es inmune a la presi¨®n social que hay sobre una mujer independiente y divorciada en la treintena. ¡°Lo primero que me preguntan es cu¨¢ntos hijos tengo, para mirarme con cara de compasi¨®n cuando respondo que ninguno. Es cansino, sobre todo porque la mayor¨ªa de mis amigas est¨¢n casadas¡±, relata al tiempo que sorbe un vermut. La sectarizaci¨®n de L¨ªbano deja tambi¨¦n su impronta en las relaciones entre j¨®venes. ¡°Si una amiga conoce a un chico que le atrae, tiene que averiguar de qu¨¦ religi¨®n es. Yo tengo suerte, pero en otras familias rechazan las relaciones entre personas de diferentes religiones como musulmanes y cristianos, o drusos y cristianos. Si el chico es de otra religi¨®n, algunas desisten de inmediato¡±. Khalil lleva una vida normal fuera de la superficialidad de Beirut, pero su pelo corto a lo gar?on no pasa desapercibido. ¡°Generalmente son las chicas quienes critican lo que consideran poco femenino. Los hombres suelen tomarlo como una muestra de coraje en esta sociedad¡±.
Un motorista acaba de aparcar su Honda azul frente al bar. Al quitarse el casco, deja caer una larga melena rubia. Los clientes se giran en su direcci¨®n. Los hombres especulan sobre los cent¨ªmetros c¨²bicos de la moto. Y ellas admiran a esa mujer sobre dos ruedas, que pertenece a un grupo cada d¨ªa m¨¢s numeroso en Beirut. Entre ellas, las 27 damas del grupo Harley-Davidson.
Cuatro de ellas llegan al caf¨¦ Chez Paul para desayunar. La primera es la qu¨ªmica Talar Bogharian, que aparca una espl¨¦ndida Harley roja. Madre de dos hijos a los 40 a?os, viste pantalones y camiseta holgadas. La sigue Grace el Khoury, de 32 a?os, soltera. Porta pantalones ajustados y trabaja en el hotel Hilton. La tercera, Rima Makari, de 50 a?os, es jubilada convertida en ama de casa. Por ¨²ltimo llega Carole Khazzha, soltera de 27 a?os y trabajadora de ¨¦xito en la hosteler¨ªa.
De edades, personalidades, vestimenta, profesiones y confesiones dispares, estas mujeres solo aparentan tener una cosa en com¨²n: la pasi¨®n por las Harley-Davidson. Han decidido invertir su dinero en una m¨¢quina que pesa 250 kilos (la m¨¢s barata cuesta 10.000 euros) y dedicar su escaso tiempo libre a recorrer las carreteras del pa¨ªs. En sus conversaciones no existen filtros. Comentan su sexualidad, se burlan entre ellas, mentan a sus maridos o novios, y hablan de pol¨ªtica o las nuevas restricciones de circulaci¨®n. ¡°Nos gusta conducir en grupo, pero en ocasiones Grace y yo salimos solas y nos perdemos por los caminos¡±, comenta Bogharian. ¡°Hay grupos de mujeres en Dub¨¢i, El Cairo o Bahr¨¦in. Obviamente, no en Arabia Saud¨ª (donde ellas tiene prohibido conducir por ley). All¨ª las compa?eras se visten como hombres y se ponen un casco para que no las detenga la polic¨ªa¡±.
Yo no he sido educada en un ambiente
sectario y, aunque soy musulmana, reh¨²yo
de la sectarizaci¨®n libanesa¡±
Tras pagar la cuenta, Makari se calza su chaqueta de Harley-Davidson, se coloca las gafas y hace rugir su moto. Con 30 a?os de experiencia, es la primera mujer motorista de L¨ªbano. ¡°En tiempos de guerra era m¨¢s c¨®modo moverse con la vespa para ir a trabajar. A veces me pon¨ªa una falda, y la verdad es que la gente alucinaba, pero me daba igual¡±, asegura. Se alegra de que ninguno de sus dos hijos tenga moto. ¡°Es peligroso¡±, responde provocando la risa de sus amigas. Las damas se suben a sus m¨¢quinas ante la admiraci¨®n de los hombres, que no logran contener una mueca de extra?eza. Las motos ronronean bajo sus botas y las chicas inician su viaje. Makari acelera y adelanta al resto. El Khoury lo hace a su vez al tiempo que todas lanzan gritos de j¨²bilo. A su paso, las transe¨²ntes y conductoras de coches las vitorean: ¡°?Ol¨¦ esos traseros!¡±, o ¡°?Bravo por las mujeres valientes!¡±.
En el camino, las motoristas se comunican por signos. El dedo ¨ªndice levantado indica un camino estrecho, y entonces forman en fila india. ?ndice y me?ique levantados significan que deben colocarse en filas de dos. Cuando un veh¨ªculo se aproxima demasiado, las damas de Harley no usan el claxon. Les basta con forzar el acelerador; el potente gru?ir de las motos es suficiente para apartar a los incautos. Tras la adrenalina del paseo, se re¨²nen con sus compa?eros moteros, algunos de ellos sus maridos, para terminar el d¨ªa con unas copas en el bar. Mientras planean su pr¨®xima salida, los hombres se arremolinan alrededor de los veh¨ªculos, entusiasmados con alg¨²n accesorio nuevo. A pesar de lo agotador que asegura que puede ser el d¨ªa a d¨ªa, Bogharian se muestra optimista: ¡°El principal desaf¨ªo diario para nosotras sigue siendo tomar nuestras propias decisiones como mujeres. En esta sociedad necesitas siempre el aval de un hombre para que te respeten. Lo vamos logrando, pero tenemos que esforzarnos 10 veces m¨¢s¡±.
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