La imparcialidad inglesa
Vivimos en las ant¨ªpodas de lo ecu¨¢nime. La falta de respeto por el otro lo contamina todo; por ejemplo, el proceso independentista. El dogmatismo desemboca en la arbitrariedad y la chabacaner¨ªa pol¨ªtica
Borges cuenta en un libro extraordinario, y sumamente raro, que escribi¨® su amigo Adolfo Bioy Casares, un episodio en la Universidad de Oxford que le¨ª pensando en el proceso independentista catal¨¢n. Este libro raro se titula, simplemente, Borges, y en ¨¦l Bioy escribe un diario, que empieza en 1931 y termina en 1989, en el que va contando sus conversaciones con el gran maestro argentino, que son casi siempre sobre los autores que van leyendo, pero tambi¨¦n sobre la vida cotidiana, los amigos comunes, las mujeres que Borges pretend¨ªa, los viajes, las traducciones de sus libros y los libros que iban haciendo al alim¨®n. En este diario tambi¨¦n abundan las observaciones, casi siempre ¨¢cidas, sobre la forma de ser de los argentinos, de los espa?oles y del mundo hispano en general que ¨¦l, que era un angl¨®filo declarado, ve¨ªa lleno de carencias y defectos. Le parec¨ªa, por ejemplo, que los que hablamos en espa?ol somos, por motivos culturales que en el fondo son religiosos, mucho m¨¢s parciales y arbitrarios que los ingleses que observan siempre, en todos los aspectos de la vida, una rigurosa imparcialidad, virtud a la que Borges se refer¨ªa, con mucha coqueter¨ªa, en ingl¨¦s: fair minded.
La anglofilia de Borges era muy aguda porque viv¨ªa en Argentina, un pa¨ªs latinoamericano que comparte, naturalmente, la parcialidad hispana, ese defecto que ¨¦l mismo, con todo y su flema inglesa, agitaba con enorme vitalidad. Por ejemplo, despu¨¦s de una lectura de poemas de Octavio Paz y de Neruda, opina: ¡°Los de Paz, no libres de fealdades y estupideces, parecen mejores¡±. De Quevedo dice que ¡°es una suerte de malevo, un espadach¨ªn. Si ley¨® mucho, de nada le sirvi¨®¡±. Sobre el insigne fil¨®sofo espa?ol comenta: ¡°Ortega es un bruto¡±, y dice del entra?able escritor irland¨¦s: ¡°Ese imb¨¦cil de Beckett¡±. Y del poeta del Romancero gitano: ¡°Lorca es bueno cuando es simple, cuando recuerda la poes¨ªa popular; cuando escribe con met¨¢foras es inmundo¡±. Como puede apreciarse, Borges ten¨ªa opiniones salvajes, por eso apreciaba tanto la imparcialidad inglesa y es desde esa vena angl¨®fila que le cuenta a Bioy de un college, en la Universidad de Oxford, que tiene un memorial de la guerra, una pieza de m¨¢rmol con los nombres grabados de los alumnos de ese college que murieron en combate. A Borges le llama la atenci¨®n que los nombres de los muertos ingleses est¨¢n frente a los nombres de los alemanes, tambi¨¦n alumnos de Oxford, que murieron en las filas del Ej¨¦rcito enemigo, peleando contra Inglaterra. Borges se pregunta si en los pa¨ªses hispanos ser¨ªamos capaces de reconocer, de esa manera tan generosa, a nuestros enemigos. ¡°Las madres de los muchachos argentinos muertos protestar¨ªan¡±, apunta Bioy Casares. A partir de este episodio Borges observa ¡°la natural pasi¨®n de los ingleses por la imparcialidad. Son fair-minded, lo contrario de fan¨¢ticos¡±.
Borges observaba que los que hablamos en espa?ol somos
Con ganas de hurgar en la naturaleza de este episodio ingl¨¦s de conmovedora imparcialidad, llegar¨ªamos a la Glorious Revolution, a la deposici¨®n del rey Jacobo y a la democracia parlamentaria que en 1689 produjo un documento donde se establec¨ªan los derechos y los deberes del ciudadano com¨²n, que entre otras cosas consigui¨® que los ingleses, desde finales del siglo XVII, tengan conciencia de s¨ª mismos y, sobre todo, de los dem¨¢s: del otro. El memorial de guerra que tanto impresion¨® a Borges fue concebido por personas que ten¨ªan la perspectiva suficiente para ponerse en los zapatos del enemigo.
Esta imparcialidad es el motor de la civilizaci¨®n inglesa y se manifiesta en todos los campos de la existencia, en el debate entre parlamentarios, pero tambi¨¦n en las conversaciones privadas y en casi cualquier tipo de relaci¨®n interpersonal. Todo esto viene a cuento porque el episodio de Oxford nos invita a pensar sobre la forma de relacionarse con los dem¨¢s, con el otro, que ha operado en Espa?a desde los tiempos del Lazarillo de Tormes; una forma que no consiste, como ense?a la imparcialidad inglesa, en ponerse en los zapatos del otro, sino al contrario: en obligar al otro a ponerse nuestros zapatos.
Pongamos por caso el proceso independentista catal¨¢n, un caso flagrante de imposici¨®n de las ideas propias, de uno y otro bando, redondeado por la descalificaci¨®n del otro, por el ninguneo y la ridiculizaci¨®n del que tiene ideas distintas. El proceso est¨¢ encallado, y oscurecido, por esa tozudez hispana que mantienen los dos extremos: el president se queja de la falta de di¨¢logo pero es incapaz de abandonar su mon¨®logo, y el presidente se muestra dispuesto a dialogar sobre cualquier tema, excepto del ¨²nico que le interesa hablar, desde su irreductible mon¨®logo, al president.
Lo que hay frente al proceso independentista son descalificaciones de ambos bandos e incapacidad para ponerse en el lugar del otro, es decir, ausencia absoluta de la fair-mindedness inglesa, pues todo se resuelve con esas escalofriantes f¨®rmulas ib¨¦ricas, que se usan con gran inconsciencia y desparpajo, lo mismo en el mercado que en la casa de los yayos, o en una cena con amigos y sobre todo en las m¨¢s altas esferas de la pol¨ªtica: ¡°No me va usted a decir a m¨ª¡±, ¡°que te lo digo yo¡±, ¡°qui¨¦n se cree usted para decirme aquello¡±, y un largo y variado etc¨¦tera que al final significa que aqu¨ª la discusi¨®n la gana, no quien tiene raz¨®n, no el m¨¢s equilibrado ni el m¨¢s sensato, sino quien, a fuerza de vociferar estas escalofriantes f¨®rmulas, logra condenar al otro a la inexistencia.
Todo se resuelve con
Vivimos en las ant¨ªpodas de la fair-mindedness, y esa falta de respeto por el otro, ese ninguneo, esa incapacidad de ponerse en sus zapatos, lo contamina todo y viene, probablemente, de que aqu¨ª esa reflexi¨®n colectiva, sobre uno mismo y el otro, que tuvieron los ingleses por escrito en el siglo XVII, y los franceses en el XVIII, lleg¨® con casi 300 a?os de retraso. Todo lo que hemos tenido durante esos 300 a?os, se me ocurre especular, es el dogma que imparte la Iglesia cat¨®lica, el ¡°porque te lo digo yo¡± que dice el cura, reforzado por los 40 a?os de ¡°no me va usted a decir a m¨ª¡± que consolid¨® el dictador. M¨¢s que el pensamiento se foment¨®, durante todos esos a?os, la fe, el dogma, la creencia y ah¨ª, precisamente, est¨¢ la clave del ¨¦xito de la arbitrariedad, de las medias verdades, de la chabacaner¨ªa pol¨ªtica: al que cree no es necesario explicarle nada, basta con decir, vociferando con mucha autoridad, algo que tenga la suficiente eufon¨ªa.
El discurso independentista, y el de sus opositores, est¨¢n ubicados en el territorio de la creencia; la bober¨ªa triunfal del independentismo tiene la misma naturaleza que la histeria antiindependentista, las dos est¨¢n basadas en la irrealidad; no solo no ha habido un debate serio sobre la independencia, como lo hubo entre Inglaterra y Escocia, ni siquiera existen los elementos para debatir, todo lo que hay es la vieja f¨®rmula ib¨¦rica, ¡°porque te lo digo yo¡±, ¡°y no me va usted a decir a m¨ª¡±.
Quien piensa que la independencia est¨¢ al caer vive en la misma ficci¨®n que quien est¨¢ buscando ad¨®nde irse el d¨ªa que Catalu?a se independice de Espa?a; pero si se trasciende la creencia de unos y otros, si se desatiende por un momento el estruendo que produce el proceso, y se atiende solo a los datos duros que han ido apareciendo durante los ¨²ltimos a?os, lo que queda es la realidad desnuda, que de ninguna manera conviene a los l¨ªderes pol¨ªticos, porque es la menos redituable: la independencia es posible solo si se negocia con el Estado y con Europa, la declaraci¨®n unilateral de independencia arruinar¨ªa de golpe a Catalu?a y tambi¨¦n a Espa?a: no hay fast track, solo existe el camino largo y tortuoso que pasa por la Constituci¨®n. Esto es lo que hay m¨¢s all¨¢ de la creencia y lo que deber¨ªa empezar a discutirse, con todos los elementos sobre la mesa, sin las prisas, ni las trampas, que imponen las agendas pol¨ªticas, sin ese estruendo medi¨¢tico que obnubila al ciudadano com¨²n y no lo deja pensar si de verdad quiere que Catalu?a sea un pa¨ªs independiente. Y todo hecho desde la fair-mindedness, desde el fair play, desde esa saludable imparcialidad inglesa, por favor.
Jordi Soler es escritor.
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