Una cabeza g¨®tica
Queremos para nosotros la cantidad exacta de l¨ªneas que confluyen en el entrecejo para formar lo que parece la cicatriz de una bala
He aqu¨ª un viejo ¨²nico. Si hubiera cat¨¢logos de viejos como cat¨¢logos de muebles, entre los que uno pudiera se?alar el que desea ser, elegir¨ªamos este, con su n¨²mero exacto de cabellos, con esas cejas mal cortadas, con cada una de las arrugas que dibujan sobre su piel una geograf¨ªa poseedora de un clima propio, lluvioso seguramente en primavera, y con oto?os c¨¦lebres por las tormentas el¨¦ctricas y los huracanes que atraviesan, de Norte a Sur, su b¨®veda craneal. Las contar¨ªamos una a una, las arrugas, y comprobar¨ªamos su disposici¨®n en el rostro para que no nos enga?aran.
Queremos para nosotros la cantidad exacta de l¨ªneas que confluyen en el entrecejo para formar lo que parece la cicatriz de una bala. O la de una idea. Queremos ese pelo blanco y poco abundante ya, pero rebelde todav¨ªa, como si, m¨¢s que cabellos, fueran neuronas en movimiento o an¨¦monas cuyos tent¨¢culos barrieran el espectro en busca de nutrientes para el enc¨¦falo. Queremos para nosotros tambi¨¦n esos ojos entre asombrados y reflexivos que no se han entregado a la fatiga, que a¨²n ven lo que miran. Podr¨ªamos perdernos en el resto de los detalles (los surcos de los labios que no parecen el resultado del envejecimiento, sino de la firmeza), pero al final lo que nos llama la atenci¨®n es la arquitectura general de una cabeza g¨®tica, con tanta luz por dentro como por fuera, asentada sobre los cimientos rom¨¢nicos de un cuello antiguo, noble, discretamente cubierto por un jersey de cuello alto, y unos hombros visigodos ocultos tras la elegante chaqueta de lana que hace juego con el tono de su cara.
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