El oasis de los amantes de la m¨²sica cl¨¢sica
Desde hace casi cien a?os, todos los s¨¢bados las Flaviadas homenajean en La Paz (Bolivia) a grandes maestros como Beethoven, Bach o Ravel
Todos los s¨¢bados, en la avenida Ecuador de la ciudad de La Paz (Bolivia), una pizarra de escuela anuncia un repertorio que ?homenajea a los grandes maestros de la m¨²sica cl¨¢sica. El men¨² de hoy es man¨¢ para los o¨ªdos: Beethoven, Bach, Ravel, Rachmaninov... Son las seis y cuarto de la tarde y nuestro anfitri¨®n, Eduardo Machicado, un se?or de 74 a?os con bigote, ojos celestes y peinado sin raya, acaba de abrir las puertas de su guarida para que un nutrido grupo de entusiastas entre a escuchar los vinilos del d¨ªa. El ritual se repite desde hace casi cien a?os, y tiene un nombre: lo llaman Flaviadas.
El impulsor de estos encuentros fue su padre: Flavio Machicado Viscarra, un amante de las ¨®peras, los r¨¦quiems, las sinfon¨ªas y las traviatas. La primera Flaviada fue improvisada. Tuvo lugar en 1916, cerca de Harvard ¨Cdonde estudiaba¨C, una noche calurosa en la que recibi¨® una ovaci¨®n cerrada de sus vecinos mientras disfrutaba de uno de sus discos al lado de su ventana. En 1922 retorn¨® a Bolivia para hacerse cargo de los negocios familiares y continu¨® reuniendo gente en torno a su reproductor de sonido una vez a la semana. En 1986, cuando muri¨®, lo velaron con las melod¨ªas que m¨¢s le gustaban, y desde entonces su hijo Eduardo se encarga de armar los programas.
En el sal¨®n donde se celebran las Flaviadas hay un gran busto de Mozart, un par de fotos en las que Flavio Machicado luce una pajarita elegante, un conjunto de vitrales con los rostros de compositores ilustres y dos muebles empotrados con alrededor de 7.000 vinilos: de 78 y 33 revoluciones por minuto, con fundas de cart¨®n o estuches de cuero, con conciertos populares, teatro hablado y ritmos de Latinoam¨¦rica, Ir¨¢n, ?frica o el T¨ªbet ¨Cque son un resumen sonoro del mundo¨C. La habitaci¨®n tiene una ac¨²stica privilegiada y permanece igual desde los a?os treinta. Es un templo que adem¨¢s no ha sido profanado nunca (ni siquiera por los toques de queda de las dictaduras del siglo pasado).
¡°Cuando mi padre estaba vivo, los altavoces vibraban a veces hasta altas horas de la madrugada¡±, recuerda Eduardo. Y luego dice que por aqu¨ª pasaron espa?oles que se exiliaron en Bolivia tras la guerra civil que enfrent¨® a franquistas y republicanos, personalidades de la talla de Leonard Bernstein ¨Cuno de los directores m¨¢s laureados de la Filarm¨®nica de Nueva York¨C o Wilhelm ?Backhaus ¨Cun pianista legendario que debut¨® en Londres a los 16 a?os¨C y hasta un jud¨ªo que estuvo prisionero en Auschwitz.
Antes de cada Flaviada, Eduardo prende una vela en honor a Flavio Machicado y le dedica algunas palabras; y mientras las notas de la primera pieza se adue?an hasta de la madera del piso, enciende la chimenea con peri¨®dicos viejos. En ocasiones, alguno de los presentes cierra los p¨¢rpados para saborear cada comp¨¢s como si fuera el ¨²ltimo. Y un cartel pide a los invitados que apaguen los tel¨¦fonos m¨®viles antes de acomodarse.
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