La farragosa ret¨®rica de Occidente
Los mensajes vac¨ªos de contenido llevan a que los populismos ganen apoyos
De entre los numerosos desaf¨ªos a los que se enfrenta Occidente, hay uno que se pasa constantemente por alto: su adicci¨®n a la ret¨®rica vac¨ªa. Las frases huecas se han convertido en la moneda de cambio de la pol¨ªtica exterior de los Gobiernos occidentales, desde el eufem¨ªstico ox¨ªmoron ¡°liderar desde atr¨¢s¡± del primer mandato del presidente estadounidense, Barack Obama, hasta la reciente variante alemana, ¡°liderar desde el centro¡±.
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Desde luego, la complejidad y la imprevisibilidad inherentes a las relaciones internacionales intensifican la inclinaci¨®n de los pol¨ªticos por el lenguaje ambiguo. Y hoy, en un contexto geopol¨ªtico m¨¢s complejo y menos previsible que nunca, nuestros l¨ªderes cuentan con menos incentivos para el tipo de claridad y transparencia requeridas para una pol¨ªtica eficaz. Por desgracia, esto no ha hecho sino empeorar la situaci¨®n.
Las declaraciones estrat¨¦gicas desempe?an un papel crucial a la hora de mostrar, tanto a sus adversarios como a sus aliados, ciudadanos y agencias gubernamentales, qu¨¦ pretende y hacia d¨®nde se dirige un pa¨ªs. Cuando para entender ¨¦stas son necesarias aclaraciones e interpretaciones sin fin, su impacto se ve dr¨¢sticamente debilitado.
Esto no significa que la ambig¨¹edad no tenga cabida en las relaciones internacionales. La historia es prol¨ªfica en casos que muestran la utilidad de la ambig¨¹edad estrat¨¦gica en momentos concretos. Por ejemplo, algunos historiadores sostienen que la declaraci¨®n del entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Dean Acheson, en 1950, por la que exclu¨ªa a Corea del Sur del ¡°per¨ªmetro de defensa¡± de su pa¨ªs, fue una forma de hacer saber a Corea del Norte y a la Uni¨®n Sovi¨¦tica que, en caso de conflicto, Estados Unidos no saldr¨ªa en defensa del Sur.
Pero la ambig¨¹edad al uso hoy no es particularmente estrat¨¦gica, como se aprecia en la justificaci¨®n que subyace a la pol¨ªtica exterior de Obama ¡ªla llamada Doctrina Obama¡ª, que acab¨® por enunciar tras la publicaci¨®n del acuerdo marco sobre el programa nuclear de Ir¨¢n. ¡°Nos involucraremos¡±, declar¨® Obama, ¡°pero preservaremos todas nuestras capacidades¡±.
Se precisa confianza para defender el orden global basado en normas liberales
A primera vista, esta afirmaci¨®n tiene sentido, pero en realidad alberga m¨¢s preguntas que respuestas. ?Qu¨¦ quiso apuntar realmente Obama? ?Cu¨¢les son, seg¨²n ¨¦l, los l¨ªmites del compromiso de Estados Unidos? ?En qu¨¦ condiciones utilizar¨¢ Estados Unidos sus capacidades?
Hace cerca de 70 a?os, cuando George Orwell estudi¨® esta inclinaci¨®n hacia la ambig¨¹edad, lleg¨® a una conclusi¨®n extremadamente simple: ¡°El discurso pol¨ªtico y la escritura son en gran parte una defensa de lo indefendible¡±. En otras palabras, el lenguaje eufem¨ªstico oculta realidades molestas. Al ejercicio de acciones violentas masivas contra la poblaci¨®n civil se le dice ¡°pacificaci¨®n¡±, y a la limpieza ¨¦tnica ¡°desplazamiento de poblaci¨®n¡±. Como tambi¨¦n dijo Orwell, ¡°el gran enemigo de la claridad del lenguaje es la falta de sinceridad¡±.
En cierta medida, las observaciones de Orwell siguen hoy vigentes, aunque con un leve matiz: los pol¨ªticos recurren a esta ret¨®rica sibilina m¨¢s por temor a defender una posici¨®n concreta, que porque sus pol¨ªticas sean en s¨ª indefendibles. Cabe aducir cientos de razones para explicar este recelo a tomar posici¨®n, pero en el mundo de las relaciones internacionales, destacan dos explicaciones.
La primera de ellas se incardina en el hiperb¨®lico contexto pol¨ªtico de las democracias occidentales; en el que los programas informativos en continuo y el frenes¨ª de las redes sociales han convertido el juego de la pol¨ªtica en una caza de brujas. Si a esto se suma la intr¨ªnseca incertidumbre de las relaciones exteriores, no resulta en absoluto sorprendente que los pol¨ªticos se inclinen por emplear una ret¨®rica vac¨ªa antes que arriesgarse a decir algo que se pueda volver en su contra. Los comentarios vertidos en los a?os siguientes al ataque de 2012 al complejo diplom¨¢tico de Estados Unidos en Bengasi ¡ªcaracterizados por el partidismo, las habladur¨ªas y la hostilidad¡ª son buen ejemplo para comprender la angustia de los l¨ªderes.
La segunda explicaci¨®n se encuentra en la sustancia misma del problema: las democracias occidentales se ven aquejadas de una decreciente determinaci¨®n y convicci¨®n. Mientras que, por ejemplo, los presidentes John F. Kennedy y Ronald Reagan se enfrentaron a la Uni¨®n Sovi¨¦tica en sendos discursos pronunciados en el muro de Berl¨ªn, las declaraciones de los dirigentes occidentales sobre la crisis en Ucrania o la postura agresiva de China para con sus vecinos est¨¢n plagadas de rodeos, ambig¨¹edades, circunloquios y per¨ªfrasis.
Las declaraciones estrat¨¦gicas desempe?an un papel crucial para mostrar qu¨¦ pretende y hacia d¨®nde se dirige un pa¨ªs
La diferencia salta a la vista. Durante la guerra fr¨ªa, la certeza de que Occidente ten¨ªa la autoridad moral inspiraba confianza a la hora de pensar y de actuar. Y, aunque la autoridad moral de Occidente sigue vigente en los grandes temas como la amenaza del Estado Isl¨¢mico y la violaci¨®n del Estado de derecho por la agresi¨®n de Rusia en Ucrania, el sistema global es mucho menos claro en la actualidad. Esta reticencia de los pol¨ªticos se ve exacerbada por retos sociales internos que ponen en tela de juicio la equidad y efectividad del sistema liberal de los pa¨ªses occidentales.
Mientras los l¨ªderes de estos pa¨ªses ofrecen mensajes titubeantes o, peor a¨²n, vac¨ªos de contenido, actores c¨ªnicos con planteamientos simples y contundentes, a menudo basadas en mentiras y distorsiones, ganan apoyo con una incre¨ªble facilidad. En Europa, el auge de los populismos demag¨®gicos a ambos extremos del espectro pol¨ªtico es un claro ejemplo de este fen¨®meno. Buen ejemplo es el presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, quien, impermeable a la realidad o a cualquier consideraci¨®n de responsabilidad, aprovecha resentimientos e inseguridades profundamente arraigados para elaborar un relato convincente de apoyo a su pol¨ªtica con respecto a Ucrania.
Los l¨ªderes occidentales no deben renunciar a la verdad; los hechos est¨¢n de nuestro lado. Lo que se necesita es confianza para defender el orden internacional basado en normas liberales y para respaldar argumentos con acci¨®n. Al fin y al cabo, las declaraciones de gran alcance no significan nada si los l¨ªderes no las ponen en pr¨¢ctica; y lo que es peor a¨²n, socavan la credibilidad de futuros pronunciamientos.
Las l¨ªneas rojas con respecto al uso de armas qu¨ªmicas por Siria constituyen un ep¨ªtome de esta aseveraci¨®n. Obama se enfrent¨® a una importante p¨¦rdida de credibilidad con su inacci¨®n tras la evidencia de su uso por Al Assad. La doctrina Obama no puede resultar cre¨ªble si Estados Unidos no est¨¢ dispuesto a utilizar las capacidades que el presidente se ha comprometido a preservar. Y este imperativo no se limita a Obama. Todos los pol¨ªticos occidentales tendr¨¢n, en poco tiempo, que ir m¨¢s all¨¢ de sus consideraciones e inseguridades pol¨ªticas de campanario y presentar una visi¨®n estrat¨¦gica clara.
El h¨¢bito de la ret¨®rica insulsa es dif¨ªcil de romper. De hecho, Orwell advirti¨® de su potencial de debilitar la capacidad para el pensamiento cr¨ªtico, ya que ¡°cada una de esas frases anestesia una porci¨®n del cerebro¡±. Sin embargo, el desplazamiento del poder mundial hacia el Este y el Sur fuerza a Occidente a hacer lo que sea necesario para asegurar el mantenimiento de su influencia. Ello requiere adoptar una postura firme, clara y cre¨ªble sobre los desaf¨ªos estrat¨¦gicos a que se enfrenta.
Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de Espa?a y ex vicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de Espa?a.
Copyright: Project Syndicate, 2015.
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