La vida mancha
Un decenio despu¨¦s, de la benevolencia por las trapacer¨ªas se ha pasado al s¨¢lvese quien pueda
Fui a ver la pel¨ªcula de Enrique Urbizu La vida mancha cuando se estren¨®, hace ya algo m¨¢s de una d¨¦cada. Confieso que lo hice por algo que, con un alto grado de autoindulgencia, me atrever¨ªa a denominar deformaci¨®n profesional, pero que en realidad no pasa de ser una superstici¨®n ¨ªntima. Con ese t¨ªtulo, me dije sin el menor fundamente in re, resulta imposible que sea una mala pel¨ªcula.
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Sin embargo, no pretendo hablarles de la pel¨ªcula en cuanto tal, sino de algo, relacionado precisamente con su t¨ªtulo, que me sucedi¨® el d¨ªa que acud¨ª a verla, unos minutos antes de entrar en la sala. Cuando estaba esperando en la cola para adquirir la entrada, delante de m¨ª tuvo lugar un di¨¢logo que con el paso del tiempo ha vuelto de manera recurrente a mi memoria. La persona que me preced¨ªa, un cincuent¨®n solitario de aspecto melanc¨®lico, en el momento en el que le lleg¨® el turno se acerc¨® a la taquilla, desliz¨® un billete y le dijo a la joven y risue?a muchacha que despachaba: ¡°Una para la sala 2¡±. Imagino que para evitar cualquier malentendido, la taquillera, de forma amable y rutinaria, pregunt¨®: ¡°?La vida mancha?¡±, a lo que el tipo respondi¨®, sin la menor vacilaci¨®n: ¡°Mucho¡±. La muchacha se ri¨®, le dio la entrada y el cambio, y puso cara de querer a?adir ¡°tenga la amabilidad de hacerse a un lado para que pueda atender al siguiente¡±.
En realidad, el di¨¢logo llam¨® mi atenci¨®n en el momento en el que termin¨®, concretamente cuando aquel hombre se dio la vuelta y pude verle de frente, porque entonces percib¨ª un detalle que me hizo considerar aquel cruce de frases bajo otra luz. Lo que de veras me sorprendi¨® fue que no hab¨ªa en su cara el menor rastro de una sonrisa (ese residuo en forma de mueca que permanece unos segundos colgado de nuestros labios cuando dejamos de sonre¨ªr y que tan certeramente describ¨ªa Sartre en La n¨¢usea). Me dej¨® intrigado ser incapaz de adivinar en qu¨¦ deb¨ªa andar pensando cuando emiti¨® tan rotundo juicio sobre la vida, comparable al del poeta cuando proclamaba que llega un momento en que se descubre que la vida ¡°iba en serio¡±.
En todo caso, afirmar que la vida mancha no es lo mismo que sostener que no hay forma de alcanzar la plena felicidad en ella, que carece de sentido o cosas parecidas. Equivale, m¨¢s bien, a decir que nos da?a, que nos envilece, que nos convierte en peores de lo que ¨¦ramos antes de que empezara todo. Aquel hombre podr¨ªa haber respondido a la taquillera cosas tales como ¡°qu¨¦ me va a decir a m¨ª¡±, ¡°si yo le contara¡±, o haber hecho referencia a cu¨¢nto se ha endurecido la vida en nuestra sociedad, al grado de desconfianza, recelo e insolidaridad que ha generado la atm¨®sfera de competitividad e individualismo feroz en que estamos sumergidos. O podr¨ªa haberse adelantado en el tiempo y haberle advertido de su temor de que todas esas zancadillas y trapacer¨ªas por ascender socialmente, que algunos juzgaban con benevolencia en aquel momento, porque est¨¢bamos en una supuesta ¨¦poca de vacas gordas y se dec¨ªa que hab¨ªa para todos, se transformar¨ªan en un brutal y descarnado s¨¢lvese quien pueda, cuando vinieran mal dadas.
Nos da?a, nos envilece, nos convierte en peores de lo que ¨¦ramos antes de que empezara todo
No hizo nada de eso y ahora, m¨¢s de una d¨¦cada despu¨¦s, el escenario ya no es del todo el mismo, y no precisamente porque haya mejorado. Aquel cine (Casablanca era su evocador nombre) cerr¨®; la joven habr¨¢ dejado de serlo y probablemente tambi¨¦n haya perdido, algo cansada de trabajos precarios que le exig¨ªan buena presencia y amabilidad permanente, la condici¨®n alegre y risue?a de entonces. Es probable que los efectos de la crisis la hayan golpeado en m¨¢s de un sentido y, por qu¨¦ no, tal vez alguna noche, en la desaz¨®n del duermevela, agobiada por la espesa telara?a de problemas, contradicciones y renuncias en que se ha convertido su vida cotidiana, regrese a su memoria (al igual que a la m¨ªa en estos momentos) aquel extra?o espectador de aspecto melanc¨®lico que, sin propon¨¦rselo, le hizo sonre¨ªr, y crea entender por fin el sentido de sus enigm¨¢ticas palabras.
Tal vez en ese momento, con una d¨¦cada de retraso, se le hiele la sonrisa en el rostro, como al personaje de la novela sartreana, y experimente un profundo sentimiento de verg¨¹enza.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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