La condici¨®n humana
El estr¨¦s del verano, el regreso y la nostalgia, un ciclo que siempre se repite
Cuando abre la puerta de la que ahora le parece su ¨²nico hogar verdadero, la casa en la que vivir¨¢ durante las tres pr¨®ximas estaciones, no se lo puede creer. Y sin embargo sabe que ha sido as¨ª, y no s¨®lo eso. Sabe tambi¨¦n que el pr¨®ximo verano ocurrir¨¢ exactamente lo mismo.
Por fuera sigue siendo la misma mujer que se march¨® de aqu¨ª, sudorosa y euf¨®rica, a mediados de julio. Recuerda a duras penas aquel j¨²bilo, la liberaci¨®n del sofoco perpetuo del verano en la ciudad, las ansias de brisa marina, de noches pac¨ªficas con un chal sobre los hombros, el presentimiento de un sue?o largo y pesado con ventanas abiertas de par en par. Todo eso sucedi¨®. Abandon¨® la ciudad, lleg¨® a la costa, disfrut¨® de una primera noche id¨ªlica en un jard¨ªn fresco, reci¨¦n regado, y presinti¨® que no ser¨ªa la ¨²nica. Le esperaba un verano como todos, intenso de largas noches de copas y conversaci¨®n, un placer indudable pero no gratuito.
Todos los veranos se parecen. En las noches de todos los veranos, ella deja montoncitos de posavasos estrat¨¦gicamente colocados en el jard¨ªn para que no los use nadie. En las ma?anas de todos los veranos, la mesa de cristal amanece llena de cercos pringosos de copas semiderramadas que hay que limpiar una y otra vez, sin m¨¢s descanso que el que se le concedi¨® a S¨ªsifo mientras sub¨ªa la cuesta con una piedra a cuestas. No es un tormento ¨²nico. Junto a la ducha de la piscina hay una banqueta de madera destinada a albergar las toallas despu¨¦s de doblarlas. No parece un trabajo demasiado agotador y, sin embargo, todas las ma?anas las tumbonas amanecen salpicadas de toallas arrugadas, h¨²medas de roc¨ªo, que ella extiende sobre el suelo para que se sequen al sol y poder doblarlas, colocarlas en la banqueta despu¨¦s. Nunca lo consigue, porque sus hijos, los amigos de sus hijos, sus propios amigos, se tumban encima, las mojan otra vez y as¨ª sucesivamente. Y como los sof¨¢s del sal¨®n son blancos, todos los veranos, al llegar a la casa de la playa, ella anuncia que hay que tener cerradas las puertas del sal¨®n para que el gato no se pasee por los sof¨¢s y los ponga perdidos, y las puertas del sal¨®n est¨¢n perpetuamente abiertas, y cuando no es el gato, son los ni?os, que se pasean descalzos por la casa y luego se tumban a ver la televisi¨®n pateando los cojines del sof¨¢ como si estuvieran pisando uva.
Hasta el 10 de agosto, lo lleva bien. Limpia la mesa, estira toallas, quita las manchas del sof¨¢ con una soluci¨®n de agua y amoniaco, y dicta otras disposiciones con el mismo ¨¦xito que las anteriores. El 20 de agosto ya est¨¢ harta de que su nevera coleccione botellas de refresco llenas s¨®lo a medias, que alguien ha abierto para beber la mitad y abrir inmediatamente otra llena, de que nadie rellene de hielo el cubo que ha colocado en la primera balda del congelador, despu¨¦s de echar en su vaso el ¨²ltimo cubito, de hacer la compra para que nada dure nada, de madrugar para ir a comprar pescado, y de que, a pesar de eso, y de m¨¢s, todo el mundo a su alrededor encuentre los m¨¢s variopintos motivos para quejarse. As¨ª va prepar¨¢ndose para el final, un desenlace inesperado aunque se repita a?o tras a?o. Porque ni ella misma entiende c¨®mo es posible que siga disfrutando tanto de su casa, del oc¨¦ano, de las noches largas, del sue?o pl¨¢cido, y al mismo tiempo est¨¦ deseando volver a Madrid.
A ratos se pone filos¨®fica y piensa que as¨ª es la condici¨®n humana. Pero antes o despu¨¦s, en su ¨²ltimo d¨ªa de playa o su primer d¨ªa de ciudad, alguien la mira, se fija en ella y le dice, todos los a?os, la misma frase.
¨CYo no s¨¦ c¨®mo lo haces, la verdad, pero eres la ¨²nica persona que conozco que adelgaza en verano.
Cuando vuelve a su casa de la ciudad, aunque no eche de menos el verano que acaba de terminar, desea el pr¨®ximo"
Entonces recuerda las colas del supermercado, el despertador que suena a las ocho de la ma?ana aunque haya puesto la alarma cuatro horas antes, las paellas para 25, las comidas y cenas para 14, la casa llena de invitados, la lavadora trabajando sin descanso, los cercos en la mesa, las toallas por el suelo, las manchas del sof¨¢, y se calla una respuesta que la mayor¨ªa de sus interlocutores no entender¨ªan.
Y, sin embargo, poco despu¨¦s se resigna a aceptar, a?o tras a?o, que la causa de sus contradicciones reside en efecto en su condici¨®n humana. Porque cuando vuelve a su casa de la ciudad y la encuentra limpia, reluciente, su asistenta descansada, dispuesta a dar lo mejor de s¨ª misma despu¨¦s de un mes de ausencia, entonces, justo entonces, aunque no eche de menos el verano que acaba de terminar, empieza a desear el pr¨®ximo verano.
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