Abuso no, violaci¨®n
Nuestra lectura de la historia de James Rhodes favorecer¨¢ que el escarnio y la verg¨¹enza lo sufran los criminales
Seguro que usted ha tratado, aun sin saberlo, alguna vez en su vida con un adulto que fue v¨ªctima de una violaci¨®n en su ni?ez. Tal vez ha sido un compa?ero de trabajo, una amiga, la se?ora que le hace la limpieza o la maestra de sus hijos; pero el drama de una violaci¨®n infantil suele ser el secreto mejor guardado de las v¨ªctimas. No pueden hablar porque sienten verg¨¹enza de lo que pas¨® y una culpabilidad confundida, que les convierte en c¨®mplices de la tortura a la que fueron sometidos. James Rhodes, pianista de m¨²sica cl¨¢sica, creador de un nuevo lenguaje para divulgarla, que luce un estilo desali?ado y cool m¨¢s propio de una estrella del pop que de int¨¦rprete apasionado de Chopin, lo ha contado. Lo ha contado todo en un libro que corta el aliento, Instrumental. Memorias de m¨²sica, medicina y locura. No es una historia que se pueda juzgar literariamente, porque lo que ofrece Rhodes es el testimonio de una herida, la que destroz¨® su vida y la que en parte cicatriz¨®, al menos para permitirle amar y no refugiarse en el victimismo, gracias a la m¨²sica. El pianista recuerda c¨®mo cuando ten¨ªa seis a?os el profesor de gimnasia del colegio lo engatus¨® para que se quedara con ¨¦l a recoger la sala. Y el ni?o se sinti¨® elegido, halagado; esa cercan¨ªa con el profe le compensaba el complejo que le produc¨ªa ser chiquitillo y no demasiado audaz para la educaci¨®n f¨ªsica. El peque?o James era una de esas criaturas angelicales, poco machote, delicado. Un ni?o mon¨ªsimo, le repet¨ªan todo el tiempo. Y el rudo profesor de gimnasia lo eligi¨® para que fuera su ayudante. De los seis a los diez a?os este individuo cometi¨® todo tipo de tropel¨ªas con ¨¦l: ¡°Abusos. Menuda palabra. Violaci¨®n es mejor. Abusar es tratar mal a alguien. Que un hombre de cuarenta a?os le meta la polla por el culo y a la fuerza a un ni?o de seis a?os no se puede considerar abuso. Es una violaci¨®n con ensa?amiento que provoca m¨²ltiples operaciones, cicatrices (externas e internas), tics, trastorno obsesivo-compulsivo, depresi¨®n, ideaci¨®n suicida, en¨¦rgicos episodios de autolesiones, alcoholismo, drogadicci¨®n, los complejos sexuales m¨¢s chungos, confusi¨®n de g¨¦nero (¡°pareces una chica, ?est¨¢s seguro de no eres una ni?a?¡±), paranoia, desconfianza, una tendencia compulsiva a mentir, des¨®rdenes alimenticios, s¨ªndrome de estr¨¦s postraum¨¢tico, trastorno disociativo de la personalidad, etc¨¦tera, etc¨¦tera¡±. Nadie percibi¨® su dolor. Solamente una maestra que vio al ni?o raro, lloroso, reticente a entrar en la clase de boxeo, pero pens¨® que la criatura acusaba la violencia de la clase y que ¨¦sa era la raz¨®n por la que en m¨¢s de una ocasi¨®n le hubiera visto una mancha de sangre en las piernas. Protest¨® a la direcci¨®n pero no le hicieron caso. Los padres, sin maldad pero con falta de atenci¨®n, no cayeron en la cuenta de que si el car¨¢cter de su hijo hab¨ªa cambiado tan dr¨¢sticamente hab¨ªa que buscar la causa. James Rhodes sufri¨® las consecuencias ps¨ªquicas de haber sido violado en la ni?ez a los ojos de las personas que le quer¨ªan, tuvo su ayuda y su consuelo, pero no verbaliz¨® de d¨®nde ven¨ªa su angustia hasta que fue adulto. Su experiencia, tan desoladora como esperanzada, resumida en estas memorias de lenguaje directo, a veces ordinario, sin miramientos, puede servirle hondamente a aquellos que pasaron por el mismo calvario. Es aterrador, como Rhodes dice, que al final sepamos m¨¢s de los violadores que de las v¨ªctimas; del asqueroso de Jimmy Savile, la estrella televisiva de la BBC que fue protegido por la polic¨ªa y por los medios, que del innumerable grupo de ni?os y ni?as que pasaron por sus manos en las mismas instalaciones de la cadena.
James Rhodes da voz a las v¨ªctimas. Cuenta aquello que no queremos escuchar o leer. Porque es dif¨ªcil leerlo, pero m¨¢s todav¨ªa prestar o¨ªdos: ?han escuchado alguna vez el relato de alguien que fue sometido a violaciones sistem¨¢ticas en la infancia, alguien que te dice, es la primera vez que lo cuento? Pues sobrecoge. Y no siempre se est¨¢ a la altura. La primera esposa de Rhodes, madre de su ¨²nico hijo, depositaria del secreto de su marido, no quiso, sin embargo, a pesar de todo lo que le hab¨ªa ayudado en un principio, que este libro se publicara. Por miedo, dijo, a que causara un trauma en el ni?o de ambos. Y pele¨® legalmente por que se prohibiera hasta que el Tribunal Supremo autoriz¨® la publicaci¨®n. Si la sentencia no hubiera sido favorable al m¨²sico, ¨¦ste habr¨ªa tenido que silenciar su tortuoso pasado de por vida. Por tanto, hay que celebrar que podemos tener esta historia entre las manos: nuestra lectura favorecer¨¢ que el escarnio y la verg¨¹enza la sufran los criminales, nunca sus v¨ªctimas.
Y luego est¨¢ la m¨²sica, desde luego, el b¨¢lsamo milagroso de los grandes cl¨¢sicos. Deber¨ªan leer este libro tambi¨¦n aquellos que retiran la ense?anza musical de los programas educativos. Qu¨¦ necios.
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