Los l¨ªmites de la c¨¢rcel
En los penales no hay conexi¨®n a Internet, todav¨ªa se escriben cartas a mano, casi todo es f¨ªsico y lo virtual se limita, como ha hecho siempre, a la imaginaci¨®n
Cuando a tus espaldas se cierran las puertas de una c¨¢rcel se te congela la m¨¦dula ¨®sea. Aunque est¨¦s de visita. No s¨®lo por el v¨¦rtigo del encierro, tambi¨¦n por el del retroceso en el tiempo: es uno de los pocos lugares del mundo donde no hay conexi¨®n a Internet, donde todav¨ªa se escriben cartas a mano, donde casi todo es f¨ªsico y lo virtual se limita ¨Ccomo ha hecho siempre¨C a la imaginaci¨®n. En Can Brians 2, a 40 kil¨®metros de Barcelona, los presos escolarizados acceden a un Internet muy raro, sin correo electr¨®nico, sin redes sociales, que ¡°les permite alfabetizarse digitalmente, porque, aunque parezca mentira, muchos de ellos nunca han usado un ordenador y se estrenan aqu¨ª¡±, me cont¨® Carlos. ¡°Lo que m¨¢s les fascina es Google Maps¡±.
Es uno de los profesores del centro de formaci¨®n de adultos V¨ªctor Catal¨¤, que cuenta con 700 alumnos, un centenar de los cuales nos esperaban a Mart¨ªn Caparr¨®s y a m¨ª en una improvisada sala de actos, frente a dos reproducciones gigantes de las portadas de nuestros ¨²ltimos libros, hechas por cuatro de ellos, que nos saludaron con manos callosas de artesano. Carlos nos invit¨® a hablar de la cr¨®nica: no se me ocurre un lugar m¨¢s cr¨®nico. El hambre y la chatarra eran temas que all¨ª cobraban una particular densidad. Nunca hab¨ªa hablado ante un p¨²blico tan respetuoso, tan atento, tan ¨¢vido. Ni tan herido. Las heridas supuraron en las preguntas que nos hicieron, todas ellas relacionadas con la desigualdad y con la injusticia.
Me acuerdo de ellos mientras recibo en este piso donde he vivido durante siete a?os a un pastor evang¨¦lico y dos voluntarios de Betel, la ONG que ¡°restaura la vida¡± de personas que estuvieron en prisi¨®n o en la calle, sobre todo mediante el trabajo en el vaciado de viviendas. ¡°Esa nevera tan buena¡±, me dice el pastor, que suda y se remanga como los otros dos, ¡°la venderemos en nuestro rastro para gente humilde por 40 o 50 euros, para que pueda seguir dando un buen servicio¡±. Son m¨¢s de 2.500 los miembros que ingresaron en la asociaci¨®n el a?o pasado en Espa?a y 7.000 en todo el mundo. ¡°Ahora nos estamos metiendo en China, por Mongolia¡±, me dice Pedro, que est¨¢ muy contento con su nueva vida en una de las comunidades de Betel. ¡°Lo ¨²nico malo es que no te dejan beber vino¡±. Pas¨® seis a?os en el centro penitenciario de Ponent, en Lleida, donde escrib¨ªa cartas en papel para conseguir un vis a vis el fin de semana con alguna de sus amigas. No todas las cartas tienen que ser de amor.
Se llevan muebles, electrodom¨¦sticos, libros, ropa, utensilios de cocina, dos routers, una impresora que no llegu¨¦ a usar, todo lo que le sobra a mi vida burguesa. Me siento particularmente miserable cuando el pastor me pregunta si ¨ªbamos a tirar todos esos potitos de comida de beb¨¦, pues no est¨¢n caducados; asiento avergonzado. ¡°Entonces, nos los llevamos para nuestros ni?os¡±. Sus palabras resonar¨¢n en mi cabeza al d¨ªa siguiente, cuando quede con un empleado de la inmobiliaria Rentaz para devolver las llaves y, mientras est¨¦ revisando la caldera, los armarios de la cocina, el horno o los pomos de las puertas, me d¨¦ cuenta de que durante estos siete a?os, y pese a los 85.000 euros que les he pagado, no han dejado ni un momento de tratarme como si yo fuera el delincuente.
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