Las trampas de la excelencia
No importa si es hombre o mujer, tan solo que sea bueno. Esa es la respuesta est¨¢ndar a por qu¨¦ todav¨ªa los ¨¢mbitos de poder son mayoritariamente masculinos Pero ?qui¨¦n decide qu¨¦ es bueno y qu¨¦ criterios aplica?
¡°Mujer u hombre, no importa. Solo que sea bueno¡±. Esta frase, en distintas variantes (apelaciones a la ¡°calidad¡±, al ¡°m¨¦rito y capacidad¡±, a la ¡°excelencia¡±), se ha convertido en la respuesta est¨¢ndar a quienes muestran su extra?eza de que, en una sociedad supuestamente igualitaria, tantos ¨¢mbitos de poder sigan siendo mayoritaria o exclusivamente masculinos. No es dif¨ªcil entender por qu¨¦. Primero, porque desplaza la carga de la prueba: del ¡°tenga la bondad de explicarme, caballero, a la vista de estos resultados, c¨®mo han aplicado ustedes el principio de igualdad de oportunidades¡± al ¡°demu¨¦streme usted, se?ora, que las candidatas ten¨ªan tanta o m¨¢s calidad que los candidatos¡±. Segundo, porque traslada el debate del tema de la igualdad, cuantitativamente indiscutible (los n¨²meros cantan), a un concepto misterioso, pero revestido de un aura sagrada, al que llamamos (como a los jefes de Estado) Excelencia. Resultado: el aludido puede lavarse las manos: ¡°Yo solo aplico, con toda imparcialidad, el criterio de excelencia, y si el resultado es que todos son hombres¡, qu¨¦ le voy a hacer¡±.
No es tan?sencillo
Pero examinemos el criterio en cuesti¨®n y veremos que las cosas no son tan sencillas. Excelencia, para empezar, ?a juicio de qui¨¦n? ?Qui¨¦n decide qu¨¦ es bueno y aplicando qu¨¦ criterios? Globalmente y salvo contadas excepciones, son hombres quienes tienen el poder y prefieren compartirlo con otros hombres: son sus amigos desde la juventud (el famoso old boys¡¯ club, como se dice en ingl¨¦s); tienen los mismos c¨®digos, lenguaje, valores; se sienten c¨®modos unos con otros. Los hombres eligen a hombres. Pero hay que reconocerlo: las mujeres, muchas veces, tambi¨¦n. ?Por qu¨¦? Imaginemos, por ejemplo, a una directora literaria (yo lo he sido). Esa mujer se ha formado leyendo ¨²nicamente, en la escuela y en la Universidad, textos de hombres: est¨¢ acostumbrada a su tono, a sus temas, los identifica con la buena literatura. Conoce lo bastante bien la historia para saber que escritores ninguneados en vida ¡°resucitan¡± despu¨¦s de muertos; no as¨ª las escritoras (a las que m¨¢s bien les pasa lo contrario). Sabe adem¨¢s, porque as¨ª es estad¨ªsticamente, que de un autor var¨®n hablar¨¢ la prensa generalista, mientras que a una autora es probable que la releguen a las revistas femeninas, y que las obras masculinas tienen m¨¢s probabilidades de ser reconocidas y premiadas que las femeninas. Resumiendo, aunque nuestra directora literaria tenga poder, se mueve en un mundo donde el poder es mayoritariamente masculino: desde el director general de su propia editorial hasta los cr¨ªticos, los catedr¨¢ticos de Literatura, la Real Academia (en todas estas instancias, el porcentaje de mujeres es de un 15% o menos)¡, y los criterios de calidad son tambi¨¦n masculinos: as¨ª, por ejemplo, una novela de guerra ser¨¢ vista como m¨¢s ¡°universal¡± (o sea, buena) que una que hable de maternidad. No es de extra?ar que nuestra directora literaria aplique los mismos criterios, si quiere tener ¨¦xito y conservar su puesto.
La riqueza de la diversidad
Pero ampliemos el foco. Hablar de ¡°calidad¡±, como si se tratase de puntuaci¨®n en una escala, resulta un punto de vista, bien mirado, bastante pobre: unidimensional, en blanco y negro. No tiene en cuenta la riqueza de perspectivas que solo la diversidad puede darnos. ?Qu¨¦ pensar¨ªamos (por seguir con el ejemplo de la literatura) de un canon que solo incluyera obras francesas del siglo XVII? No dudo de que tal canon respetar¨ªa el criterio de excelencia: la literatura del Grand Si¨¨cle es muy buena; pero ?no ser¨ªa un poco estrecha la visi¨®n del mundo que obtendr¨ªamos si no conoci¨¦ramos otra cosa? ?No echar¨ªamos de menos leer tambi¨¦n, en sus propias palabras, a una dama japonesa medieval, a un conquistador espa?ol, a una esclava americana? Si el mismo razonamiento lo traducimos a t¨¦rminos pol¨ªticos, contra quienes proponen un ¡°Gobierno de los mejores¡± (¡°mejores¡±, repito, ?en opini¨®n de qui¨¦n?), ?no ser¨¢ preferible poder decir, como Justin Trudeau anunciando su nuevo Gobierno, paritario y con diversidad ¨¦tnica: ¡°Tengo el honor de presentarles a un Gabinete que se parece a Canad¨¢¡±?
Una larga batalla
¡°Calidad¡± contra diversidad: esta es la clave de una batalla que va a ser larga. En el pasado, los hombres ten¨ªan garantizado el acceso al poder mediante un sencillo sistema de cuotas: 100% de cuota masculina en el Gobierno, la Iglesia, la Academia. Hoy las leyes exigen la aplicaci¨®n de criterios objetivos (oposiciones an¨®nimas, por ejemplo) o cuotas de entre el 40% y el 60% para cada sexo. Pero eso es solo en ciertos ¨¢mbitos. Quedan muchos, de hecho los principales (del Gobierno al Ibex 35, pasando por la composici¨®n de la Academia o a qui¨¦n eligen las productoras para dirigir una pel¨ªcula), que escapan a toda regulaci¨®n, rigi¨¦ndose por criterios subjetivos. Ah¨ª es donde el poder masculino se refugia y perpet¨²a¡ alegando siempre, claro est¨¢, que no les importa ¡°si es hombre o si es mujer, sino si es bueno¡±.
Laura Freixas es escritora. Su ¨²ltimo libro es El silencio de las madres. Y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura (Aresta).
elpaissemanal@elpais.es
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