As¨ª se ve el mundo tras el velo
Las im¨¢genes que ilustran este reportaje son parte de un proyecto fotogr¨¢fico que pretende mostrar c¨®mo vive una mujer musulmana que se oculta bajo una tela El velo alivia moment¨¢neamente el deslumbramiento que provoca la luz, pero el campo visual se reduce, los objetos pierden su contorno y el entorno borroso provoca inseguridad
Se empieza cogiendo un pa?uelo rectangular. Se ajusta alrededor del ¨®valo de la cara, asegur¨¢ndose de cubrir bien todo el cabello, incluso la frente hasta la altura de las cejas. Con el otro extremo del fular se tapa la nariz y la boca, dejando apenas una rendija para los ojos. Algunas mujeres incluso lo vuelven a pasar por detr¨¢s de la cabeza para dejarlo caer sobre esa abertura como una cortina. Es una de las formas m¨¢s habituales del niqab, el velo que utilizan las musulmanas m¨¢s conservadoras en p¨²blico. Pero ?logran ver algo a trav¨¦s de tanta tela?
Muchas personas se hacen la misma pregunta cuando se cruzan con una niqabi, apelativo con el que suele denominarse a quienes optan por esa forma de hiyab o velo isl¨¢mico que oculta hasta el rostro. El fot¨®grafo Hassan Ammar ha puesto su c¨¢mara detr¨¢s de un niqab para mostrarnos c¨®mo ven el mundo dichas mujeres, una minor¨ªa entre los 800 millones de musulmanas (la mitad del total de seguidores del islam que el Pew Research Center estima que hay en el mundo). De repente, las pir¨¢mides de Egipto o las escenas cotidianas de los paseantes en la Corniche de Beirut se oscurecen, como si una bruma negruzca hubiera inundado el paisaje.
¡°El negro filtra m¨¢s que cualquier otro color; es la mejor forma de protegerse de los rayos solares. Piensen que siglos atr¨¢s no exist¨ªan las gafas de sol¡±, asegura una gu¨ªa durante la visita a la Gran Mezquita de Abu Dabi. El sol reverbera sobre el m¨¢rmol blanco de la aljama cegando a quienes no llevan protecci¨®n. Alguna de las presentes decide probar y se echa sobre los ojos el extremo de la shayla, como se llama en Emiratos ?rabes Unidos al fular negro que utilizan las mujeres locales.
Si bien el velo alivia moment¨¢neamente el deslumbramiento que provoca la luz, el campo visual se reduce, los objetos pierden su contorno como si sus bordes se difuminaran y una siente cierta inseguridad para moverse en un entorno que de repente se ha vuelto borroso. Tal vez sea la falta de pr¨¢ctica, pero para esta corresponsal solo el burka resulta m¨¢s opresivo. Me refiero a esa especie de tienda de campa?a que cae desde la cabeza ocultando todo el cuerpo con una peque?a rejilla a la altura de los ojos. En la prensa occidental, el t¨¦rmino se populariz¨® a ra¨ªz de su imposici¨®n por los talibanes en Afganist¨¢n, pero a menudo se utiliza (err¨®neamente) como gen¨¦rico para cualquier hiyab que tape la cara.
Como sucede con otros usos asociados al islam, ambas prendas tienen m¨¢s que ver con los usos y costumbres de las regiones donde se utilizan que con un mandato religioso. En la pen¨ªnsula Ar¨¢biga, el niqab se remonta a ¨¦pocas preisl¨¢micas, tal vez por razones clim¨¢ticas como las que menciona la gu¨ªa de la Gran Mezquita de Abu Dabi. El burka, por su parte, solo se encuentra entre los pastunes de Afganist¨¢n y Pakist¨¢n. De ah¨ª que, al margen de la imposici¨®n del r¨¦gimen talib¨¢n, esencialmente past¨²n, las afganas de esa etnia lo llevaran incluso en los campos de refugiados, mientras que tayikas, uzbekas, hazaras y kuchis renegaran del mismo.
Muchos musulmanes interpretan que el Cor¨¢n prescribe a las mujeres la obligaci¨®n de cubrirse, pero no solo hay grandes diferencias en cuanto a la forma de hacerlo, sino que la necesidad de ocultar el rostro contin¨²a siendo objeto de debate entre los ulemas. De Marruecos a Indonesia, el hiyab adquiere numerosas formas y colores. Desde el negro del chador iran¨ª o la abaya ¨¢rabe hasta los vistosos dupatas de las paquistan¨ªes, pasando por los elaborados kalpak de las centroasi¨¢ticas. Ninguna de esas prendas oculta el rostro. Y vengan de donde vengan, en La Meca, el lugar m¨¢s sagrado del islam, las creyentes deben mostrar cara y manos.
No obstante, las m¨¢s conservadoras insisten en velar su faz e incluso enfundarse guantes. Luego hay regiones de Arabia Saud¨ª, Egipto y otros pa¨ªses donde la presi¨®n social invita a taparse la cara. Adem¨¢s, existen familias que se lo imponen a sus mujeres. Para otras se trata de un gesto de reafirmaci¨®n de su fe e incluso de una manifestaci¨®n pol¨ªtica, como en el caso de las defensoras del Estado Isl¨¢mico (ISIS, en sus siglas inglesas), la banda de fan¨¢ticos que no dudan en utilizar el terrorismo para imponer su ley, pero tambi¨¦n entre las seguidoras de la Hermandad Musulmana y otros grupos islamistas que sin embargo no condonan la violencia.
En esos casos, el niqab es sin duda un potente s¨ªmbolo identitario. Sin embargo, descontextualizado, nos dice muy poco de quien lo lleva. Mientras que en las calles de Riad las saud¨ªes pueden cubrirse la cara por tradici¨®n, convicci¨®n o presi¨®n social, en las de Raqqa (Siria) o Mosul (Irak) la f¨¦rula del ISIS no deja otra elecci¨®n. Algunas j¨®venes saud¨ªes, cuando acuden a respirar y divertirse a Dub¨¢i o Beirut, mantienen el velo facial para ocultarse: el anonimato permite libertades que su sociedad no tolera.
Hay muchos velos. Casi tantos como mujeres. Bajo ese niqab que apenas deja ver los ojos de su portadora puede haber una m¨¦dico, una ingeniera e incluso una rebelde con causa; tambi¨¦n una mujer oprimida. Al igual que bajo el burka. ¡°La inseguridad jur¨ªdica y las restricciones son a¨²n peores¡±, me confi¨® hace a?os Mahbuba, una afgana de 19 a?os. ¡°Si pudiera acudir a la universidad para estudiar Medicina, no me importar¨ªa llevar el burka, aunque no es lo que deseo¡±.
A menudo los occidentales nos hemos quedado en esas prendas que al ocultar el rostro desdibujan la identidad de las mujeres, como si tuvi¨¦ramos miedo de atravesar el velo.Acostumbrados a mirar a los ojos y a leer en las expresiones faciales, resulta dif¨ªcil entablar conversaci¨®n con una m¨¢scara, un fantasma negro o azul. Cuesta creer que alguien opte de forma voluntaria por ese enclaustramiento que, adem¨¢s de terminar da?ando la vista, obliga a incre¨ªbles maniobras para comer, beber o tomar un helado en un espacio p¨²blico (s¨ª, lo hacen). As¨ª que asumimos que es una imposici¨®n que debemos combatir, causando en el proceso la reacci¨®n contraria: quienes lo perciben como parte de su cultura lo convierten en bandera.
elpaissemanal@elpais.es
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