Un acueducto en la selva colombiana
Si de algo saben los campesinos de la regi¨®n del Cauca es de cambio clim¨¢tico, pues han visto c¨®mo las quebradas por las que corr¨ªa el agua son parte del pasado
Hace tres meses que no llueve en el municipio colombiano de El Tambo. Tres meses en los que los pastos se han ido secando, y los manantiales, y la vida misma. Si de algo saben los campesinos de esta regi¨®n del Cauca es de cambio clim¨¢tico. Desconocen que hay cumbres mundiales para tratar el asunto, pero han visto con sus ojos c¨®mo en poco tiempo las quebradas por las que corr¨ªa el agua son parte del pasado y sus tierras cada d¨ªa amanecen m¨¢s resecas.
Estamos en la comunidad de San Pedro, a unos 15 kil¨®metros desde el ¨²ltimo pueblo asfaltado tras superar una pista infernal para supervisar la obra de un acueducto de 32 kil¨®metros que llevar¨¢ el suministro de agua a 150 familias de dos veredas: San Antonio y Villanueva. En el camino hasta aqu¨ª desde Popay¨¢n, Miguel y Antonio, dos compa?eros de Alianza por la Solidaridad, me han ido contando un proyecto en el que llevan trabajando ya dos a?os y que en unas semanas ver¨¢ su fin. ¡°Ya ver¨¢s. La implicaci¨®n de todos los vecinos es impresionante. Son ellos los que se organizan para que la obra sea una realidad¡±, me ha explicado Miguel.
Por la ventanilla, he ido viendo un desfile de peque?os incendios en las resecas colinas. Hasta cinco fuegos he llegado a contar en un paisaje en el que ahora reinan m¨¢s los bosques para la explotaci¨®n forestal que aquella selva primigenia que debieron encontrar los primeros espa?oles que pisaron estas tierras. Me rodea un escenario de pinos, pastos y caf¨¦.
Este proyecto de Alianza, financiado por COSUDE (agencia de cooperaci¨®n suiza), no es el ¨²nico que la ONG ha desarrollado en una zona afectada por el conflicto armado desde hace tiempo. Gracias a fondos p¨²blicos espa?oles, cooperaci¨®n de la AECID, y fondos p¨²blicos europeos para ayuda humanitaria (ECHO), en m¨¢s de una decena de veredas se han puesto en marcha infinidad de proyectos agrarios que buscan alternativas a los cambios, se han rehabilitado viviendas y se han distribuido tanques para purificar el agua de lluvia, antes de que las nubes decidieran huir de su horizonte. Ahora se utilizar¨¢n para el agua que llegue del r¨ªo.
La camiseta de Alianza les indica a los ni?os que somos los de las tuber¨ªas que andan revolucionando la sierra
Pero ahora nos trae aqu¨ª el acueducto, que no es como el de Segovia, sino una larga tuber¨ªa incrustada en una serpenteante zanja. Acercar¨¢ el agua del r¨ªo Ortega hasta decenas de viviendas que no saben lo que es un grifo. Tras dejar los sacos de dormir en la casa de la organizaci¨®n en San Pedro, donde pasaremos la noche, la primera parada en el camino es la casa de Hiraldo y Brenda, en la vereda de San Antonio. Como todas, est¨¢ hecha de tablas de madera, con un peque?o porche y dos ¨²nicos espacios en el interior. Sus cuatro pertenencias est¨¢n limpias y ordenadas y nada me recuerda al siglo XXI. As¨ª me imaginaba yo las de aquel Macondo de Cien a?os de soledad.
Enseguida, Brenda nos saca una bebida de coco y ca?a de az¨²car, deliciosa, mientras Hiraldo nos va mostrando en un cuaderno escolar c¨®mo han organizado los turnos para picar la gran zanja en su comunidad. All¨ª figuran quienes han faltado a su cita, quienes echaron m¨¢s horas o los que en un principio se negaron a colaborar y ahora, cuando ven que el proyecto sale adelante, pretenden apuntarse. ¡°Se pensaban que era una promesa incumplida m¨¢s del Gobierno, y como deb¨ªan acudir a cursos y talleres para tener acceso al proyecto, se negaron a participar. Ahora se arrepienten¡±, comentan en la vereda.
Una vez puestos al d¨ªa del avance de las obras, vamos a la b¨²squeda de los picadores, ocultos entre los cultivos, machacando piedras a golpe de azada. La brecha en la tierra que nos lleva hasta ellos es uniforme, recta. Cuando nos ven llegar, media docena de hombres, sudorosos, cubiertos de rojo polvo, aprovechan la visita para descansar, para mostrar con orgullo el trabajo bien hecho. ¡°Vamos todo lo deprisa que podemos. No vemos el d¨ªa de tener el agua en casa¡±, nos cuenta Modesto, un cultivador de caf¨¦ de la vereda.
En la siguiente parada vamos a buscar a los de Villanueva, que andan ya cerca del r¨ªo, a 2.500 metros de altitud. Est¨¢n metidos en mitad de una selva h¨²meda, pegajosa, plagada de esos invisibles jenjen que me acribillan las piernas. Tambi¨¦n all¨ª hay un profundo surco, hecho a base del esfuerzo de otra media docena de campesinos que pelean en el terreno hostil. En sus miradas hay cansancio te?ido de satisfacci¨®n: ¡°Sin agua no hay vida, y all¨¢ abajo ya no queda. No llueve como antes, vienen nubes y se van sin descargar; y las mujeres deben caminar kil¨®metros para llenar unos cubos¡±, me cuenta el m¨¢s parlanch¨ªn del grupo, mientras se toca los callos de la ¨¢spera mano.
Miguel y Antonio, al igual que en otro tramo, supervisan que las zanjas sean siempre igual de profundas, que el dise?o que vieron sobre el papel en la sede de Alianza en Popay¨¢n toma la forma esperada, que los tiempos no se alargan. ¡°Lo importante es que todos los beneficiarios participen. Ellos controlan que as¨ª sea porque saben que es suyo y deber¨¢n cuidarlo. Ahora hemos conseguido unas ayudas del Programa Mundial de Alimentos para que puedan compensar el tiempo que trabajan en esta obra, en vez de atender sus campos¡±, comenta Miguel, que lleva ya muchos a?os trabajando en Alianza.
El sol aprieta y es hora de tomarse un respiro, pero antes decidimos visitar una escuela que vimos al pasar en San Antonio. Es una escuela sin agua. ¡°Ya no nos llega, f¨ªjese¡±, dice la maestra mientras un alumno nos abre un grifo del que caen cuatro gotas. ¡°A veces ni podemos cocinar¡±, asegura mientras me pasea por los cuatro muros que son su hogar y son sus aulas, desconchadas, llenas de agujeros por los que corre el aire, con las sillas rotas y cuatro libros que se caen de viejos. ¡°Si es que no tenemos recursos para reponer nada¡±, se queja. El colch¨®n de su cama no sabe lo que es la horizontalidad.
A su alrededor los ni?os corretean, y saltan y juegan excitados con la visita inesperada. La camiseta de Alianza les indica que somos los de las tuber¨ªas que andan revolucionando la sierra. ¡°Yo de mayor ser¨¦ cuidador del agua¡±, salta Jacinto, que apenas levanta dos palmos del suelo. ¡°Pues yo no ir¨¦ nunca m¨¢s a buscarla tan lejos como ahora y podr¨¦ estudiar m¨¢s tiempo¡±, a?ade Andr¨¦s, con unos ojos de pill¨ªn que desmienten su af¨¢n por los libros.
Pronto cae la tarde, estamos en el tr¨®pico. Y hay que volver a San Pedro, donde pasaremos la noche antes de que sol se oculte. En esta sierra de la cordillera andina, junto al desconocido Parque Nacional de Munchique, a¨²n las sombras del conflicto colombiano est¨¢n presentes y no es recomendable pasear por los caminos bajo la Luna. ¡°Debemos mantener medidas de seguridad estrictas¡±, me comentan los compa?eros.
Antes de dormir, unos rel¨¢mpagos y unas nubes me sorprenden. ?Acaso me levantar¨¦ con los campos regados y el paisaje limpio de polvo? ¡°No, ma?ana tampoco llover¨¢. Son tormentas ilusorias, se van sin dejar gota¡±, apunta Miguel antes de meterse en su saco, bien protegido de los insidiosos mosquitos.
Rosa M. Trist¨¢n es coordinadora de comunicaci¨®n de Alianza por la Solidaridad.
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