Los engranajes del infierno nazi
Un libro revisita los campos de concentraci¨®n, factor¨ªas del odio donde se exprimi¨® y extermin¨® a millones de seres humanos
Escuchad, basura, ?sab¨¦is d¨®nde est¨¢is? Est¨¢is en un campo de concentraci¨®n. ?Tenemos m¨¦todos propios! Tendr¨¦is ocasi¨®n de probarlos. Aqu¨ª no se vaguea, y nadie escapa. Los centinelas tienen instrucciones de disparar sin previo aviso a quien trate de fugarse. ?Y contamos con la ¨¦lite de las SS! Nuestros hombres son grandes tiradores¡±. Las palabras de bienvenida que brindaba a los presos el Standartenf¨¹hrer Hermann Baranowski, comandante de Dachau, son, sin duda, una introducci¨®n muy directa a lo que era un campo de concentraci¨®n nazi.
En general, la expresi¨®n ¡°campo de concentraci¨®n nazi¡± concita un mundo de niebla y dolor compuesto de retales de violencia y espanto. Un universo desordenado de im¨¢genes y lecturas impactantes, de testimonios reales y reconstrucciones desde la ficci¨®n. Una generaci¨®n los descubrimos en las novelas de Leon Uris (Mila 18, Armaged¨®n, QB VII), la serie de televisi¨®n Holocausto y La decisi¨®n de Sophie, otras en La lista de Schindler, La vida es bella o El ni?o del pijama de rayas.
El diario de Ana Frank; los libros de Primo Levi; La pasajera, de Andrzej Munk; Shoah, de Lanzmann; incluso la pol¨¦mica El portero de noche, de Liliana Cavani¡, son algunos de los much¨ªsimos elementos que componen nuestra prism¨¢tica visi¨®n de los campos, a la que no cesan de llegar nuevas aportaciones tan extravagantes como las recientes novelas La zona de inter¨¦s, de Martin Amis, y En el para¨ªso, de Peter Matthiessen.
¡°No hay respuestas f¨¢ciles. no hay prisioneros t¨ªpicos ni t¨ªpicos guardianes. la historia de los campos es un cambio constante¡±
Algunos hemos tenido adem¨¢s el oscuro privilegio de visitar Auschwitz, contemplar los crematorios de Ravensbr¨¹ck de la mano de la deportada Neus Catal¨¤, enfrentarnos a las pilas de viejos zapatos de los gaseados en Majdanek y a las pesadas sombras de Sobibor, escuchar a Sempr¨²n una tarde hablar de Buchenwald, y a Imre Kert¨¦sz, y a Gitta Sereny¡, o ver el n¨²mero tatuado en el antebrazo de David Galante mientras el superviviente de Birkenau describ¨ªa quedamente la selecci¨®n, las chimeneas y los fuegos. En ese caleidoscopio, en ese puzle de aflicci¨®n y crueldad cuesta tener una visi¨®n de conjunto, global, objetiva y cient¨ªfica.
Eso es lo que nos aporta ahora, m¨¢s all¨¢ del familiar espect¨¢culo de las zanjas rebosantes de cad¨¢veres, los cuerpos enflaquecidos, el perfil de las torres y las cercas de alambre, los hornos y los guardias de la calavera, el historiador Nikolaus Wachsmann, autor de la monumental KL, Historia de los campos de concentraci¨®n nazis (Cr¨ªtica). En sus m¨¢s de un millar de p¨¢ginas ¨Cm¨¢s de 300 de notas y bibliograf¨ªa¨C, el autor recorre todos los campos de las SS desde sus or¨ªgenes hasta su final trazando una historia ¨ªntegra, completa, del sistema concentracionario. Desde la creaci¨®n de Dachau, el primer campo, abierto en marzo de 1933, hasta la del de Dora-Mittelbau, el ¨²ltimo, en oto?o de 1944 (con sus dantescos t¨²neles dedicados a la fabricaci¨®n de la coheter¨ªa nazi), y las marchas de la muerte y la liberaci¨®n. Una historia en la que escuchamos continuamente, entre los datos concisos, las voces de los presos y los guardianes, las v¨ªctimas y los verdugos, los perpetradores y los martirizados. Una de las cosas m¨¢s notables del libro es precisamente que sin dejar nunca de ser un ensayo cient¨ªfico, cuantificador y esclarecedor, jam¨¢s es fr¨ªo, sino que est¨¢ lleno de nombres y caras y recorrido por un enorme sentido de la humanidad. Hay que alabar asimismo el magn¨ªfico pulso narrativo del autor, que contribuye a que la obra pueda conectar no solo con el especialista, sino con el gran p¨²blico. Wachsmann destaca que los campos, ¡°en los que se viv¨ªa un terror desenfrenado¡±, encarnan como ninguna otra instituci¨®n del III Reich el esp¨ªritu del nazismo.
La cita con Nikolaus Wachsmann (M¨²nich, 1971) es en Londres, en cuya universidad ense?a historia alemana moderna. En principio hab¨ªamos quedado en las salas de la exposici¨®n sobre el Holocausto en el Imperial War Museum, pero finalmente prefiere la mucho m¨¢s sobria Wiener Library. Como tengo tiempo me acerco al primer destino. Nunca deja de conmoverme esa exhibici¨®n, probablemente la mejor plasmaci¨®n en formato expositivo que se ha hecho nunca del genocidio jud¨ªo (no en balde la asesor¨® el gran historiador especialista en el Holocausto David Cesarani, fallecido, por cierto, el pasado octubre). Es una visita dolorosa. Hay algunos elementos cuya visi¨®n es casi insoportable: la fotograf¨ªa a gran tama?o de un soldado de los Einsatzgruppen a punto de disparar su pistola sobre un jud¨ªo arrodillado ante una fosa com¨²n en Vinnitsa (Ucrania) que mira a la c¨¢mara; las im¨¢genes de las excavadoras arrastrando cad¨¢veres en Bergen-Belsen, la mesa de disecci¨®n¡ Me siento a repasar el libro de Wachsmann frente a la gran maqueta blanca de Auschwitz que representa a escala la entrada de Birkenau, la plataforma de selecci¨®n y, al extremo, las c¨¢maras de gas y crematorios II y III en mayo de 1944 durante la llegada de un convoy de jud¨ªos h¨²ngaros, cuyo exterminio convirti¨® al campo en el epicentro de la Soluci¨®n Final y lugar del mayor asesinato en masa de la historia moderna. Uno podr¨ªa pasarse la vida ante ese horror en miniatura, tratando de entender.
La Wiener Library para el estudio del Holocausto y el genocidio, una de las colecciones m¨¢s importantes del mundo de documentos sobre el tema, se encuentra en Russell Square, junto a los jardines, a tiro de piedra del British Museum. La colecci¨®n fue fundada por el jud¨ªo alem¨¢n Alfred Wiener y su material ayud¨® a llevar a los criminales nazis ante la justicia. En la recepci¨®n me encuentro con Wachsmann, sorprendentemente joven y vestido de manera tan informal que me hace sentir improcedentemente arreglado con mi americana. Nos instalamos en la biblioteca del primer piso, que a¨²n no ha abierto al p¨²blico, rodeados por paredes cubiertas de estanter¨ªas hasta el techo con libros sobre temas como la eutanasia y la doctrina racial, los cr¨ªmenes de guerra, los guetos o las SS. Un gran ventanal da al parque en el que corretean ardillas grises. Gris Feldgrau, anoto mentalmente.
Le digo a Wachsmann que sorprende descubrir en su libro que en Auschwitz se extermin¨® a otras personas (prisioneros de guerra sovi¨¦ticos) antes que a los jud¨ªos o que Dachau no era en su inicio un mal sitio, ?hasta se permit¨ªan las visitas! ¡°Al principio, pero en cuanto las SS se hicieron con el control las cosas empezaron a cambiar y la vejaci¨®n y el maltrato se convirtieron en el sello del sistema; la muerte dej¨® de ser una excepci¨®n¡±. Al final morir¨ªan casi 40.000 presos en Dachau. En total, contabiliza el historiador, las SS instauraron 27 campos de concentraci¨®n principales y otros 1.100 secundarios, una verdadera telara?a de sufrimiento y terror. No todos existieron al mismo tiempo, unos se abr¨ªan y otros se cerraban. Dachau fue el primero, y el ¨²nico que estuvo siempre en funcionamiento. De los 2,3 millones de personas, hombres, mujeres y ni?os, que fueron a parar a los campos entre 1933 y 1945, 1,7 millones murieron all¨ª, casi un mill¨®n de jud¨ªos, aunque tambi¨¦n otras v¨ªctimas muchas veces olvidadas, recalca el historiador, como los marginados sociales, los homosexuales (que sufrieron especialmente por la brutal homofobia de las SS) o los gitanos (a los que tambi¨¦n ten¨ªan gran ojeriza las SS: H?ss, el comandante de Auschwitz, cre¨ªa que hab¨ªan intentado raptarlo de ni?o).
?Cu¨¢l era el prop¨®sito de los campos? ¡°Obedec¨ªan a diferentes fines. Esencialmente eran parte de la red de terror de Estado que inclu¨ªa los tribunales, la polic¨ªa, las c¨¢rceles o los guetos. El KL [Konzentrationslager, campo de concentraci¨®n en alem¨¢n] deb¨ªa erradicar a aquellos se?alados como enemigos sociales, raciales y pol¨ªticos para crear una comunidad nacional uniforme y sana. Esa funci¨®n adopt¨®, progresivamente, diferentes formas, en constante evoluci¨®n y solapamiento, como el trabajo forzado, el asesinato selectivo, los experimentos humanos y el exterminio masivo. Los campos eran muy polifac¨¦ticos, algo que la gente no suele ver¡±.
De su libro KL explica que ¡°es fruto de un largo proceso¡±: ¡°Una de las cosas que me parec¨ªa fundamental era integrar las dos visiones, la de las v¨ªctimas y la de los perpetradores¡±. ¡°Cuanto m¨¢s le¨ªa e investigaba sobre los campos, m¨¢s cuenta me daba de lo complicada que es su historia. No hay respuestas f¨¢ciles, no hay prisioneros t¨ªpicos ni t¨ªpicos guardianes, ni campos t¨ªpicos. La historia de los campos es la de un cambio constante, muy din¨¢mica, no es rectil¨ªnea, ni siempre coherente. La impunidad en el asesinato de presos, por ejemplo, se alcanz¨® solo gradualmente, y varios de las SS se sentaron en el banquillo de los acusados por malos tratos en 1934. En 1937 mor¨ªan de media en los grandes campos (Dachau, Sachsenhausen y Buchenwald) solo cuatro o cinco prisioneros al mes. En 1941, 463 reclusos perdieron la vida solo en Dachau. En septiembre y octubre de 1941, las SS ejecutaron a 9.000 prisioneros sovi¨¦ticos en Sachsenhausen, 300 al d¨ªa, y los quemaron. El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en Majdanek, el 3 de noviembre de 1943, cuando 18.000 jud¨ªos fueron eliminados a tiros; denominaron aquello Operaci¨®n Fiesta de la Cosecha. Sin embargo, hubo un momento, antes de la guerra, en que los campos casi desaparecieron. Y otro en el que, aunque parezca incre¨ªble, Himmler, su gran art¨ªfice, mand¨® que se matara menos para aprovechar la mano de obra¡±.
Apunta el autor que la propia relaci¨®n de los campos con el Holocausto ¨Cla parte de la historia de los KL que m¨¢s ha impactado en la imaginaci¨®n popular¨C, c¨®mo se implicaron en ¨¦l y c¨®mo los nazis acabaron perpetr¨¢ndolo en sus instalaciones, es muy distinta de lo que se suele creer. De hecho, cuando el Holocausto entr¨® en los KL, ¡°muchos de sus elementos estructurales ya hab¨ªan aparecido antes de que las SS cruzaran el umbral del genocidio jud¨ªo¡±. Los ¡°mecanismos esenciales del Holocausto¡± ¨Cel enga?o, la muerte de prisioneros in¨²tiles para trabajar, el exterminio masivo, incluso el uso del gas y la profanaci¨®n de los cad¨¢veres¨C ya estaban implantados en 1941 en algunos campos como Auschwitz, aunque a¨²n no se ten¨ªa en mente la matanza sistem¨¢tica de jud¨ªos en sus instalaciones.
Una de las aseveraciones m¨¢s impactantes de Wachsmann es que ¡°hay que desmitificar Auschwitz¡± en la concepci¨®n popular de los campos. Auschwitz, afirma, era una singularidad en el sistema KL, y ¡°no era inevitable¡±. La transici¨®n de Auschwitz (abierto el 14 de junio de 1940 para doblegar a los polacos conquistados) de campo de concentraci¨®n a campo de exterminio ¡°fue casi casual¡±, y Auschwitz, recalca, pese a representar para todo el mundo el s¨ªmbolo del Holocausto (all¨ª se asesin¨® a casi un mill¨®n de jud¨ªos, m¨¢s que en cualquier otro lugar), no fue creado especialmente para exterminar a los hebreos ni fue esa su ¨²nica raz¨®n de existir. Como s¨ª lo fue, en cambio, la de otros campos que funcionaban de manera independiente en el sistema KL, los campos de la muerte, como Belzec, Sobibor y Treblinka.
¡°El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en majdanek, cuando 18.000 jud¨ªos fueron eliminados a tiros¡±
Auschwitz, recuerda Wachsmann, no fue porcentualmente el campo m¨¢s letal: ¡°Sobrevivieron decenas de miles de prisioneros mientras que de Belzec, por ejemplo ¨Cuno de los campos concebidos espec¨ªficamente para matar jud¨ªos y en el que el exterminio se realizaba inmediatamente, como en Treblinka¨C, solo se conocen tres supervivientes¡±. Pero eso no es ¨®bice, matiza, para que Auschwitz sea la capital de Holocausto. ¡°Aunque funcionara como un h¨ªbrido, su papel fue central en la Soluci¨®n Final¡±. En todo caso, recuerda, solo se mat¨® all¨ª a uno de los seis millones de jud¨ªos asesinados en Europa: el resto lo fue en zanjas y campos por todo el este o en los campos de la muerte como Treblinka.
El Holocausto no iba a parar, revela Wachs?mann. Cuando en noviembre de 1944, ante el avance de los rusos, los nazis desmantelan las c¨¢maras de gas de Birkenau, lo hacen, explica, para enviarlas a un lugar ultrasecreto cerca de Mauth?usen, un ¨²ltimo campo de exterminio donde planeaban seguir el asesinato en masa sistem¨¢tico de los jud¨ªos.
?Hasta qu¨¦ punto sab¨ªa Hitler lo que ocurr¨ªa en los campos? A diferencia de Himmler, que lo hac¨ªa con frecuencia, ¨¦l nunca visit¨® ninguno, ?no? ¡°Probablemente no, se manten¨ªa deliberadamente lejos del trabajo sucio, de todo lo que le pudiera restar popularidad; no le interesaban los detalles y delegaba. Los campos ten¨ªan siempre algo de sucio y pecaminoso; cuando hablaba en p¨²blico de ellos, Hitler siempre recordaba que los hab¨ªan inventado los brit¨¢nicos. Durante la investigaci¨®n me pareci¨® encontrar una foto en la que aparec¨ªa visitando uno, lo que me entusiasm¨®, pero finalmente no era ¨¦l¡±. ?Hitler sab¨ªa c¨®mo se desarrollaba todo dentro? ¡°S¨ª y no. Por supuesto todo emanaba de sus decisiones. Pero no era un micromanager como Himmler¡±.
Los campos de concentraci¨®n no los inventaron los nazis, pero Wachsmann recalca que los hicieron muy diferentes. ¡°Se ha tratado de relativizar los campos nazis compar¨¢ndolos con el Gulag. A los nazis no les hac¨ªa falta copiar nada, ten¨ªan su propio modelo. No hay nada comparable con el lado tecnol¨®gico de los campos nazis y su culminaci¨®n en el complejo de exterminio de Auschwitz. Como dec¨ªa Hannah Arendt, si los campos sovi¨¦ticos eran el purgatorio, los nazis eran el infierno. En el Gulag, el 90% de los presos sobrevivieron; en el KL, menos de la mitad. La violencia es un aspecto com¨²n, pero lo que hac¨ªa tan destructivos los campos nazis es su modernidad: el terror burocr¨¢tico, la tecnolog¨ªa, el gas. Todo ese lado oscuro de la modernidad que pose¨ªan los campos. La modernidad no lleva inevitablemente al progreso y la civilizaci¨®n¡±.
?Tienen los campos nazis una lecci¨®n para nosotros en momentos en que se debaten en Europa recortes a las libertades para frenar el terrorismo y llegan oleadas de refugiados? ¡°Es dif¨ªcil de contestar. De manera r¨¢pida le dir¨ªa que s¨ª. Que son una advertencia. Pero ?cuidado con los paralelismos f¨¢ciles! Muchas veces buscamos lecciones que el pasado no puede dar. No se puede predecir el futuro y una de las verdaderas lecciones de la historia es su complejidad. Mi libro en todo caso no va por esos derroteros, no quiero imponer mis visiones, yo se?alo que no hay inevitabilidad en los procesos y el lector debe sacar sus propias conclusiones¡±.
Probablemente una de las cosas que sorprender¨¢n a mucha gente es que los campos nazis se hicieron originalmente para llenarlos de alemanes. ¡°As¨ª es, para destruir a la izquierda alemana. Los nazis ten¨ªan una paranoia con los comunistas. Y recuerde que los alemanes no votaron masivamente a los nazis por ser antisemitas, sino para que alejaran el espectro de la izquierda y de una revoluci¨®n. Los KL emergieron en ese contexto, luego, con la guerra, se llenaron de otros europeos, como los espa?oles republicanos enviados a Mauthausen en 1940, y de jud¨ªos¡±. Pero si eras jud¨ªo, ya desde el principio, subraya Wachs?mann, eras peor tratado. ¡°Desde luego el antisemitismo y la violencia contra los jud¨ªos est¨¢n presentes en los campos desde el primer momento. No es una coincidencia que los primeros asesinados en Dachau sean jud¨ªos. Pero la idea de los nazis al crear los campos no es matar jud¨ªos. El plan es mucho m¨¢s extenso. El KL es el gran arma de terror del r¨¦gimen contra todos los que considera enemigos¡±. Apenas ha acabado de pronunciar la frase el historiador cuando una urraca se estrella contra el ventanal con un golpe sordo. Se marcha volando, pero la escena resulta extra?amente perturbadora.
Wachsmann contin¨²a explicando que lo que ocurri¨® es que al empezar los asesinatos de manera b¨¢rbara de cientos de miles de jud¨ªos de los territorios ocupados en el este, con ejecuciones masivas y entierro en fosas, los l¨ªderes nazis pensaron que esa manera de proceder era insana para¡ las SS. ¡°Les pareci¨® que resultaba muy duro psicol¨®gicamente para los ejecutores matar as¨ª¡±. Entonces Himmler, tan preocupado por el decoro, busc¨® la manera de hacerlo m¨¢s humano para los asesinos y se experiment¨® con diferentes m¨¦todos. Como las inyecciones letales y el gas, que ya se hab¨ªan empleado en los campos en otro contexto, para eliminar a los prisioneros desechables o a los millares de soldados sovi¨¦ticos capturados.
¡°Las SS¡±, dice Wachsmann, ¡°hab¨ªan recurrido a una serie de expertos en eutanasia, los de la famosa Aktion T4, que hab¨ªan asesinado en Alemania a minusv¨¢lidos y deficientes mentales, unas 80.000 personas, muchos por gas, en aras de la pol¨ªtica hitleriana de eugenesia, para que aplicaran su experiencia criminal en los campos a partir de 1941¡±. Cuando se empez¨® a exterminar en masa a los jud¨ªos en Auschwitz, dice el historiador, la maquinaria asesina ya estaba engrasada y hab¨ªa matado a decenas de miles de personas.
Sorprende encontrar en un libro como KL, junto a todo el espanto, la congoja y el hedor, sentido del humor. Como el del comunista Hans Beimler, que, tras escapar de Dachau en 1933, envi¨® desde Checoslovaquia una postal para las SS del campo en la que solo pon¨ªa: ¡°B¨¦same el culo¡±. Un poco de luz entre tanta oscuridad. ¡°Es algo intuitivo, no premeditado. Ten¨ªa que mantener de alguna manera una cierta distancia, pero al tiempo necesitaba mostrar empat¨ªa, es un libro que no ha sido f¨¢cil de escribir¡±.
Una cuesti¨®n resulta especialmente atormentadora. ?C¨®mo pudieron encontrar los nazis a tanta genta malvada, m¨¢s de 60.000, calcula el historiador, para llevar los campos? Wachsmann r¨ªe con amargura. ¡°Esa es una buena lecci¨®n. La mayor¨ªa de los guardianes, que Himmler y Eicke ve¨ªan como soldados pol¨ªticos, una ¨¦lite, no eran psicol¨®gicamente anormales. Pod¨ªan mostrarse brutales y violentos, s¨ª, pero luego ten¨ªan vidas perfectamente normales. Lo que lleva a la pregunta ?por qu¨¦? Que fueran fan¨¢ticos creyentes no es toda la historia. Quer¨ªan imponerse a otros, probarse a s¨ª mismos, ser duros, demostrar masculinidad¡± ¨Cel historiador apunta que las mujeres guardianas nunca fueron miembros de pleno derecho de las SS, no hab¨ªa paridad en las SS¨C. ¡°Pero los guardias no eran unos s¨¢dicos en general, solo unos pocos sufr¨ªan alguna disfunci¨®n psicol¨®gica. No hab¨ªa tantos monstruos como cree generalmente la gente. Ya lo dijo Primo Levi: lo m¨¢s peligroso son los hombres ordinarios¡±. Eso no quita que hubiera verdaderos matarifes, como el Oberscharf¨¹hrer Martin Sommer, que en Buchenwald abusaba sexualmente de prisioneros, los mataba y los met¨ªa debajo de su cama, o el tambi¨¦n suboficial Erich Muhsfeldt, que bromeaba en Majdanek saludando con las extremidades desgajadas de los cad¨¢veres. El historiador destaca ¡°la continuidad de los guardianes¡±: mandos y subordinados pasaban de un campo a otro, llevando consigo su experiencia acumulada y su camarader¨ªa en la violencia.
Un apartado del libro est¨¢ dedicado a la suerte que corrieron los campos despu¨¦s de la guerra y hasta nuestros d¨ªas. Wachsmann detalla las pol¨¦micas en torno a Dachau o Ausch?witz como lugares de memoria. ?Qu¨¦ futuro contempla para los KL que se conservan? ¡°No soy muse¨®logo. Captar la historia en un lugar es incre¨ªblemente dif¨ªcil, y tratar de explicarla en un campo resulta interesante pero complejo. Hoy en d¨ªa encuentras gente que se hace selfies en Auschwitz y hay un turismo de los campos. Se opta por explicar historias individuales para captar audiencia, quiz¨¢ las viejas exhibiciones con paneles eran m¨¢s claras. La historia de los campos cambia, como cambiaron ellos mismos. Hay nuevas formas de pensarlos. No tengo claro que est¨¦ dicha la ¨²ltima palabra sobre los campos de concentraci¨®n nazis".
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.