Un periodista perdido en Cerro Rico
Los periodistas nos dirigimos a esta monta?a de los Andes en peregrinaci¨®n, como los ni?os a Eurodisney en vacaciones
Mientras aleja a uno de sus 10 perros con una pierna, sin mirar al suelo, Luc¨ªa Armijo, de 44 a?os, comenta orgullosa que ha actuado en tres pel¨ªculas importantes. Una de las ¨²ltimas, Minerita, supuso un gran empuj¨®n para la productora Kanaki Films y para la carrera de su director, Ra¨²l de la Fuente. El trabajo del realizador navarro gan¨® el Premio Goya al mejor corto documental en 2014 y estuvo a punto de competir en los Oscar en la misma categor¨ªa. Para la encargada de velar por las herramientas de los mineros en una de las bocaminas del Cerro Rico (Potos¨ª, Bolivia), sin embargo, los reconocimientos no han sido sin¨®nimo de grandes cambios. Luc¨ªa, que hoy lleva una gorra con la palabra monster, una mantilla para calentar la espalda, un pie al descubierto y el otro bien protegido por una media gruesa, sigue lanzando dinamitas hacia la nada cuando escucha ruidos en los alrededores del pa?uelo de tierra que vigila d¨ªa y noche; contin¨²a conviviendo con un sue?o liviano para no verse sorprendida por los rateros, y anima a los perros de su jaur¨ªa a ladrar a coro cada vez que huelen a alguien con miedo.
A veces, los periodistas nos dirigimos al Cerro Rico como los ni?os parisienses a Eurodisney en sus vacaciones: casi en peregrinaci¨®n, en busca de historias entra?ables ¨C¡°hazlos re¨ªr o hazlos llorar¡±, dec¨ªa Pulitzer¨C y de un poquito de aventura que nos sirve despu¨¦s para condimentar nuestras cr¨®nicas de denuncia con detalles esclarecedores. Hemos convertido el Cerro Rico en un gran parque tem¨¢tico a m¨¢s de 4.000 metros donde se muestran desigualdades y miseria. Nos introducimos en las entra?as de la monta?a para que los mineros nos digan que su trabajo es parecido al que desarrollaban sus pares hace un siglo. Visitamos a las guardaminas para conocer las condiciones inhumanas ¨Cfalta de servicios b¨¢sicos, viviendas precarias, sueldos de hambre¨C a las que suelen enfrentarse de lunes a domingo. Y hablamos con los expertos para que nos confirmen lo que medio mundo sabe: que muchos mineros mueren antes de cumplir los 50.
Les damos voz a nuestros entrevistados, pero no somos capaces de guiarlos en su b¨²squeda de una salida de emergencia. Nos convertimos, sin quererlo, en traficantes de esperanzas e ilusiones. Y en ocasiones nos hacemos la misma pregunta que se hac¨ªa el multifac¨¦tico Bruce Chatwin mientras trataba de contar sus viajes: ?qu¨¦ hago yo aqu¨ª? Los textos period¨ªsticos no son capaces de solucionar ni los problemas del Cerro Rico ni los de sus habitantes ¨Cy eso es frustrante¨C. Y la paradoja es que, si en alg¨²n momento mejorara su situaci¨®n, seguramente dejar¨ªamos de pensar en ellos: ya no ser¨ªan carne de reportaje.
A pesar de todo, todav¨ªa hay escenas que nos reconcilian con el oficio. En 2013, una de las primeras cosas que hizo el periodista Daniel Burgui tras salir de un hospital potosino en el que casi deja los pulmones y la vida entera fue poner rumbo al Cerro Rico para abrazar a Abiga¨ªl Canaviri ¡ªotra de las protagonistas de Minerita¡ª y a su familia. Y con ese gesto simple y tan campechano le otorg¨® sentido a lo que escribi¨® y a lo que escribimos
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