El secreto de ¡®Cinco esquinas¡¯
Mario Vargas Llosa regresa a una Lima oprimida bajo el yugo dictatorial. Este es un adelanto de la nueva novela del Nobel de Literatura
1- El sue?o de Marisa
?Hab¨ªa despertado o segu¨ªa so?ando? Aquel calorcito en su empeine derecho estaba siempre all¨ª, una sensaci¨®n ins¨®lita que le erizaba todo el cuerpo y le revelaba que no estaba sola en esa cama. Los recuerdos acud¨ªan en tropel a su cabeza pero se iban ordenando como un crucigrama que se llena lentamente. Hab¨ªan estado divertidas y algo achispadas por el vino despu¨¦s de la comida, pasando del terrorismo a las pel¨ªculas y a los chismes sociales, cuando, de pronto, Chabela mir¨® el reloj y se puso de pie de un salto, p¨¢lida: ¡°?El toque de queda! ?Dios m¨ªo, ya no me da tiempo a llegar a La Rinconada! C¨®mo se nos ha pasado la hora¡±. Marisa insisti¨® para que se quedara a dormir con ella. No habr¨ªa problema, Quique hab¨ªa partido a Arequipa por el directorio de ma?ana temprano en la cervecer¨ªa, eran due?as del departamento del Golf. Chabela llam¨® a su marido. Luciano, siempre tan comprensivo, dijo que no hab¨ªa inconveniente, ¨¦l se encargar¨ªa de que las dos ni?as salieran puntualmente a tomar el ¨®mnibus del colegio. Que Chabela se quedara nom¨¢s donde Marisa, eso era preferible a ser detenida por una patrulla si infring¨ªa el toque de queda. Maldito toque de queda. Pero, claro, el terrorismo era peor.
Chabela se qued¨® a dormir y, ahora, Marisa sent¨ªa la planta de su pie sobre su empeine derecho: una leve presi¨®n, una sensaci¨®n suave, tibia, delicada. ?C¨®mo hab¨ªa ocurrido que estuvieran tan cerca una de la otra en esa cama matrimonial tan grande que, al verla, Chabela brome¨®: ¡°Pero, vamos a ver, Marisita, me quieres decir cu¨¢ntas personas duermen en esta cama gigante¡±? Record¨® que ambas se hab¨ªan acostado en sus respectivas esquinas, separadas lo menos por medio metro de distancia. ?Cu¨¢l de ellas se hab¨ªa deslizado tanto en el sue?o para que el pie de Chabela estuviera ahora posado sobre su empeine?
No se atrev¨ªa a moverse. Aguantaba la respiraci¨®n para no despertar a su amiga, no fuera que retirara el pie y desa?pareciera aquella sensaci¨®n tan grata que, desde su empeine, se expand¨ªa por el resto de su cuerpo y la ten¨ªa tensa y concentrada. Poquito a poco fue divisando, en las tinieblas del dormitorio, algunas ranuras de luz en las persianas, la sombra de la c¨®moda, la puerta del vestidor, la del ba?o, los rect¨¢ngulos de los cuadros de las paredes, el desierto con la serpiente-mujer de Tilsa, la c¨¢mara con el t¨®tem de Szyszlo, la l¨¢mpara de pie, la escultura de Berrocal. Cerr¨® los ojos y escuch¨®: muy d¨¦bil pero acompasada, ¨¦sa era la respiraci¨®n de Chabela. Estaba dormida, acaso so?ando, y era ella entonces, sin duda, la que se hab¨ªa acercado en el sue?o al cuerpo de su amiga.
Sorprendida, avergonzada, pregunt¨¢ndose de nuevo si estaba despierta o so?ando, Marisa tom¨® por fin conciencia de lo que su cuerpo ya sab¨ªa: estaba excitada. Aquella delicada planta del pie calentando su empeine le hab¨ªa encendido la piel y los sentidos y, seguro, si deslizaba una de sus manos por su entrepierna la encontrar¨ªa mojadita. ¡°?Te has vuelto loca?¡±, se dijo. ¡°?Excitarte con una mujer? ?De cu¨¢ndo ac¨¢, Marisita?¡±. Se hab¨ªa excitado a solas muchas veces, por supuesto, y se hab¨ªa masturbado tambi¨¦n alguna vez frot¨¢ndose una almohada entre las piernas, pero siempre pensando en hombres. Que ella recordara, con una mujer ?jam¨¢s de los jamases! Sin embargo, ahora lo estaba, temblando de pies a cabeza y con unas ganas locas de que no s¨®lo sus pies se tocaran sino tambi¨¦n sus cuerpos y sintiera, como aquel empeine, por todas partes la cercan¨ªa y la tibieza de su amiga.
Movi¨¦ndose liger¨ªsimamente, con el coraz¨®n muy agitado, simulando una respiraci¨®n que se pareciera a la del sue?o, se lade¨® algo, de modo que, aunque no la tocara, advirti¨® que ahora s¨ª estaba apenas a mil¨ªmetros de la espalda, las nalgas y las piernas de Chabela. Escuchaba mejor su respiraci¨®n y cre¨ªa sentir un vaho rec¨®ndito que emanaba de ese cuerpo tan pr¨®ximo, llegaba hasta ella y la envolv¨ªa. A pesar de s¨ª misma, como si no se diera cuenta de lo que hac¨ªa, movi¨® lent¨ªsimamente la mano derecha y la pos¨® sobre el muslo de su amiga. ¡°Bendito toque de queda¡±, pens¨®. Sinti¨® que su coraz¨®n se aceleraba: Chabela se iba a despertar, iba a retirarle la mano: ¡°Al¨¦jate, no me toques, ?te has vuelto loca?, qu¨¦ te pasa¡±. Pero Chabela no se mov¨ªa y parec¨ªa siempre sumida en un profundo sue?o. La sinti¨® inhalar, ?exhalar, tuvo la impresi¨®n de que aquel aire ven¨ªa hacia ella, le entraba por las narices y la boca y le caldeaba las entra?as. Por momentos, en medio de su excitaci¨®n, qu¨¦ absurdo, pensaba en el toque de queda, los apagones, los secuestros ¨Csobre todo el de Cachito¨C y las bombas de los terroristas. ?Qu¨¦ pa¨ªs, qu¨¦ pa¨ªs!
Bajo su mano, la superficie de ese muslo era firme y suave, ligeramente h¨²meda, acaso por la transpiraci¨®n o alguna crema. ?Se hab¨ªa echado Chabela antes de acostarse alguna de las cremas que Marisa ten¨ªa en el ba?o? Ella no la hab¨ªa visto desnudarse; le alcanz¨® un camis¨®n de los suyos, muy corto, y ella se cambi¨® en el vestidor. Cuando volvi¨® al cuarto, Chabela ya lo llevaba encima; era semitransparente, le dejaba al aire los brazos y las piernas y un asomo de nalga y Marisa recordaba haber pensado: ¡°Qu¨¦ bonito cuerpo, qu¨¦ bien conservada est¨¢ a pesar de sus dos hijas, son sus idas al gimnasio tres veces por semana¡±. Hab¨ªa seguido movi¨¦ndose milim¨¦tricamente, siempre con el temor creciente de despertar a su amiga; ahora, aterrada y feliz, sent¨ªa que, por momentos, al comp¨¢s de su respectiva respiraci¨®n, fragmentos de muslo, de nalga, de piernas de ambas se rozaban y, al instante, se apartaban. ¡°Ahorita se va a despertar, Marisa, est¨¢s haciendo una locura¡±. Pero no retroced¨ªa y segu¨ªa esperando ¨C?qu¨¦ esperaba?¨C, como en trance, el pr¨®ximo tocamiento fugaz. Su mano derecha continuaba posada en el muslo de Chabela y Marisa se dio cuenta de que hab¨ªa comenzado a transpirar.
En eso su amiga se movi¨®. Crey¨® que se le paraba el coraz¨®n. Por unos segundos dej¨® de respirar; cerr¨® los ojos con fuerza, simulando dormir. Chabela, sin moverse del sitio, hab¨ªa levantado el brazo y ahora Marisa sinti¨® que sobre su mano apoyada en el muslo de aqu¨¦lla se posaba la mano de Chabela. ?Se la iba a retirar de un tir¨®n? No, al contrario, con suavidad, se dir¨ªa cari?o, Chabela, entreverando sus dedos con los suyos, arrastraba ahora la mano con una leve presi¨®n, siempre pegada a su piel, hacia su entrepierna. Marisa no cre¨ªa lo que estaba ocurriendo. Sent¨ªa en los dedos de la mano atrapada por Chabela los vellos de un pubis ligeramente levantado y la oquedad empapada, palpitante, contra la que aqu¨¦lla la aplastaba. Temblando de pies a cabeza, Marisa se lade¨®, junt¨® los pechos, el vientre, las piernas contra la espalda, las nalgas y las piernas de su amiga, a la vez que con sus cinco dedos le frotaba el sexo, tratando de localizar su peque?o cl¨ªtoris, escarbando, separando aquellos labios mojados de su sexo abultado por la ansiedad, siempre guiada por la mano de Chabela, a la que sent¨ªa tambi¨¦n temblando, acopl¨¢ndose a su cuerpo, ayud¨¢ndola a enredarse y fundirse con ella.
Marisa hundi¨® su cara en la mata de cabellos que separaba con movimientos de cabeza, hasta encontrar el cuello y las orejas de Chabela, y ahora las besaba, lam¨ªa y mordisqueaba con fruici¨®n, ya sin pensar en nada, ciega de felicidad y de deseo. Unos segundos o minutos despu¨¦s, Chabela se hab¨ªa dado la vuelta y ella misma le buscaba la boca. Se besaron con avidez y desesperaci¨®n, primero en los labios y, luego, abriendo las bocas, confundiendo sus lenguas, intercambiando sus salivas, mientras las manos de cada una le quitaban ¨Cle arranchaban¨C a la otra el camis¨®n hasta quedar desnudas y enredadas; giraban a un lado y al otro, acarici¨¢ndose los pechos, bes¨¢ndoselos, y luego las axilas y los vientres, mientras cada una trajinaba el sexo de la otra y los sent¨ªan palpitar en un tiempo sin tiempo, tan infinito y tan intenso.
Cuando Marisa, aturdida, saciada, sinti¨®, sin poder evitarlo, que se hund¨ªa en un sue?o irresistible, alcanz¨® a decirse que durante toda aquella extraordinaria experiencia que acababa de ocurrir ni ella ni Chabela ¨Cque parec¨ªa ahora tambi¨¦n arrebatada por el sue?o¨C hab¨ªan cambiado una sola palabra. Cuando se sumerg¨ªa en un vac¨ªo sin fondo pens¨® de nuevo en el toque de queda y crey¨® o¨ªr una lejana explosi¨®n.
Horas m¨¢s tarde, cuando despert¨®, la luz gris¨¢cea del d¨ªa entraba al dormitorio apenas tamizada por las persianas y Marisa estaba sola en la cama. La verg¨¹enza la estremec¨ªa de pies a cabeza. ?De veras hab¨ªa pasado todo aquello? No era posible, no, no. Pero s¨ª, claro que hab¨ªa pasado. Sinti¨® entonces un ruido en el cuarto de ba?o y, asustada, cerr¨® los ojos, simulando dormir. Los entreabri¨® y, a trav¨¦s de las pesta?as, divis¨® a Chabela ya vestida y arreglada, a punto de partir.
¨CMarisita, mil perdones, te he despertado ¨Cla oy¨® decir, con la voz m¨¢s natural del mundo.
¨CQu¨¦ ocurrencia ¨Cbalbuce¨®, convencida de que apenas se le o¨ªa la voz¨C. ?Ya te vas? ?No quieres tomar antes desayuno?
¨CNo, coraz¨®n ¨Crepuso su amiga: a ella s¨ª que no le temblaba la voz ni parec¨ªa inc¨®moda; estaba igual que siempre, sin el menor rubor en las mejillas y una mirada absolutamente normal, sin pizca de malicia ni picard¨ªa en sus grandes ojos oscuros y con el cabello negro algo alborotado¨C. Me voy volando para alcanzar a las chiquitas antes de que salgan al colegio. Mil gracias por la hospitalidad. Nos llamamos, un besito.
Le lanz¨® un beso volado desde la puerta del dormitorio y parti¨®. Marisa se encogi¨®, se desperez¨®, estuvo a punto de levantarse pero volvi¨® a encogerse y cubrirse con las s¨¢banas. Claro que aquello hab¨ªa ocurrido, y la mejor prueba de ello es que es?taba desnuda y su camis¨®n arrugado y medio salido de la cama. Alz¨® las s¨¢banas y se rio viendo que el camis¨®n que le hab¨ªa prestado a Chabela estaba tambi¨¦n all¨ª, un bultito junto a sus pies. Le vino una risa que se le cort¨® de golpe. Dios m¨ªo, Dios m¨ªo. ?Se sent¨ªa arrepentida? En absoluto. Qu¨¦ presencia de ¨¢nimo la de Chabela. ?Habr¨ªa ella hecho cosas as¨ª, antes? Imposible. Se conoc¨ªan hac¨ªa tanto tiempo, siempre se hab¨ªan contado todo, si Chabela hubiera tenido alguna vez una aventura de esta ¨ªndole se la habr¨ªa confesado. ?O tal vez no? ?Cambiar¨ªa por esto su amistad? Claro que no. Chabelita era su mejor amiga, m¨¢s que una hermana. ?C¨®mo ser¨ªa en adelante la relaci¨®n entre las dos? ?La misma que antes? Ahora ten¨ªan un tremendo secreto que compartir. Dios m¨ªo, Dios m¨ªo, no pod¨ªa creer que aquello hubiera ocurrido. Toda la ma?ana, mientras se ba?aba, vest¨ªa, tomaba el desayuno, daba instrucciones a la cocinera, al mayordomo y a la empleada, en la cabeza le revoloteaban las mismas preguntas: ¡°?Hiciste lo que hiciste, Marisita?¡±. ?Y qu¨¦ pasar¨ªa si Quique se enteraba de que ella y Chabela hab¨ªan hecho lo que hicieron? ?Se enojar¨ªa? ?Le har¨ªa una escena de celos como si lo hubiera traicionado con un hombre? ?Se lo contar¨ªa? No, nunca en la vida, eso no deb¨ªa saberlo nadie m¨¢s, qu¨¦ verg¨¹enza. Y todav¨ªa a eso del mediod¨ªa, cuando lleg¨® Quique de Arequipa y le trajo las consabidas pastitas de La Ib¨¦rica y la bolsa de rocotos, mientras lo besaba y le preguntaba c¨®mo le hab¨ªa ido en el directorio de la cervecer¨ªa ¨C¡°Bien, bien, gringuita, hemos decidido dejar de mandar cervezas a Ayacucho, no sale a cuenta, los cupos que nos piden los terroristas y los seudoterroristas nos est¨¢n arruinando¡±¨C, ella segu¨ªa pregunt¨¢ndose: ¡°?Y por qu¨¦ Chabela no me hizo la menor alusi¨®n y se fue como si no hubiera pasado nada? Por qu¨¦ iba a ser, pues, tonta. Porque tambi¨¦n ella se mor¨ªa de verg¨¹enza, no quer¨ªa darse por entendida y prefer¨ªa disimular, como si nada hubiera ocurrido. Pero s¨ª que hab¨ªa ocurrido, Marisita. ?Volver¨ªa a suceder otra vez o nunca m¨¢s?¡±.
¡°Colg¨® el tel¨¦fono y permaneci¨® sentada en la cama todav¨ªa un momento, hasta calmarse. La invadi¨® una sensaci¨®n de bienestar¡±
Estuvo toda la semana sin atreverse a telefonear a Chabela, esperando ansiosa que ella la llamara. ?Qu¨¦ raro! Nunca hab¨ªan pasado tantos d¨ªas sin que se vieran o se hablaran. O, tal vez, pens¨¢ndolo bien, no era tan raro: se sentir¨ªa tan inc¨®moda como ella y seguro aguardaba que Marisa tomara la iniciativa. ?Se habr¨ªa enojado? Pero, por qu¨¦. ?No hab¨ªa sido Chabela la que dio el primer paso? Ella s¨®lo le hab¨ªa puesto una mano en la pierna, pod¨ªa ser algo casual, involuntario, sin mala intenci¨®n. Era Chabela la que le hab¨ªa cogido la mano y hecho que la tocara all¨ª y la masturbara. ?Qu¨¦ audacia! Cuando llegaba a ese pensamiento le ven¨ªan unas ganas locas de re¨ªrse y un ardor en las mejillas que se le deber¨ªan haber puesto colorad¨ªsimas.
Estuvo as¨ª el resto de la semana, medio ida, concentrada en aquel recuerdo, sin darse cuenta casi de que cumpl¨ªa con la rutina fijada por su agenda, las clases de italiano donde Diana, el t¨¦ de t¨ªas a la sobrina de Margot que por fin se casaba, dos comidas de trabajo con socios de Quique que eran invitaciones con esposas, la obligada visita a sus pap¨¢s a tomar el t¨¦, al cine con su prima Matilde, una pel¨ªcula a la que no prest¨® la menor atenci¨®n porque aquello no se le quitaba un instante de la cabeza y a ratos todav¨ªa se preguntaba si no habr¨ªa sido un sue?o. Y aquel almuerzo con las compa?eras de colegio y la conversaci¨®n inevitable, que ella segu¨ªa s¨®lo a medias, sobre el pobre Cachito, secuestrado hac¨ªa cerca de dos meses. Dec¨ªan que hab¨ªa venido desde Nueva York un experto de la compa?¨ªa de seguros a negociar el rescate con los terroristas y que la pobre Nina, su mujer, estaba haciendo terapia para no volverse loca. C¨®mo estar¨ªa de distra¨ªda que, una de esas noches, Enrique le hizo el amor y de pronto advirti¨® que su marido se desentusiasmaba y le dec¨ªa: ¡°No s¨¦ qu¨¦ te pasa, gringuita, creo que en diez a?os de matrimonio nunca te he visto tan aguada. ?Ser¨¢ por el terrorismo? Mejor durmamos¡±.
El jueves, exactamente una semana despu¨¦s de aquello que hab¨ªa o no hab¨ªa pasado, Enrique volvi¨® de la oficina m¨¢s temprano que de costumbre. Estaban tomando un whisky sentados en la terraza, viendo el mar de lucecitas de Lima a sus pies y hablando, por supuesto, del tema que obsesionaba a todos los hogares en aquellos d¨ªas, los atentados y secuestros de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario T¨²pac Amaru, los apagones de casi todas las noches por las voladuras de las torres el¨¦ctricas que dejaban en tinieblas a barrios enteros de la ciudad, y las explosiones con que los terroristas despertaban a medianoche y al amanecer a los lime?os. Estaban recordando haber visto desde esta misma terraza, hac¨ªa algunos meses, encenderse en medio de la noche en uno de los cerros del contorno las antorchas que formaban una hoz y un martillo, como una profec¨ªa de lo que ocurrir¨ªa si los senderistas ganaban esta guerra. Enrique dec¨ªa que la situaci¨®n se estaba volviendo insostenible para las empresas, las medidas de seguridad aumentaban los costos de una manera enloquecida, las compa?¨ªas de seguros quer¨ªan seguir subiendo las primas y, si los bandidos se sal¨ªan con su gusto, pronto llegar¨ªa el Per¨² a la situaci¨®n de Colombia donde los empresarios, ahuyentados por los terroristas, por lo visto se estaban trasladando en masa a Panam¨¢ y a Miami, para dirigir sus negocios desde all¨¢. Con todo lo que eso significar¨ªa de complicaciones, de gastos extras y de p¨¦rdidas. Y estaba precisamente dici¨¦ndole ¡°Tal vez tengamos que irnos tambi¨¦n nosotros a Panam¨¢ o a Miami, amor¡±, cuando Quintanilla, el mayordomo, apareci¨® en la terraza: ¡°La se?ora Chabela, se?ora¡±. ¡°P¨¢same la llamada al dormitorio¡±, dijo ella y, al levantarse, oy¨® que Quique le dec¨ªa: ¡°Dile a Chabela que llamar¨¦ uno de estos d¨ªas a Luciano para vernos los cuatro, gringuita¡±.
Cuando se sent¨® en la cama y cogi¨® el auricular, le temblaban las piernas. ¡°?Al¨® Marisita?¡±, oy¨® y dijo: ¡°Qu¨¦ bueno que llamaras, he estado loca con tanto que hacer y pensaba llamarte ma?ana tempranito¡±.
¨CEstuve en cama con una gripe fuert¨ªsima ¨Cdijo Chabela¨C, pero ya se me est¨¢ yendo. Y extra?¨¢ndote much¨ªsimo, coraz¨®n.
¨CY yo tambi¨¦n ¨Cle contest¨® Marisa¨C. Creo que nunca hemos pasado una semana sin vernos ?no?
¨CTe llamo para hacerte una invitaci¨®n ¨Cdijo Chabela¨C. Te advierto que no acepto que me digas que no. Tengo que ir a Miami por dos o tres d¨ªas, hay unos l¨ªos en el departamento de Brickell Avenue y s¨®lo se arreglar¨¢n si voy en persona. Acomp¨¢?ame, te invito. Tengo ya los pasajes para las dos, los he conseguido gratis con el millaje acumulado. Nos vamos el jueves a medianoche, estamos all¨¢ viernes y s¨¢bado, y regresamos el domingo. No me digas que no porque me enojo a muerte contigo, amor.
¨CPor supuesto que te acompa?o, yo feliz ¨Cdijo Marisa; le parec¨ªa que el coraz¨®n se le saldr¨ªa en cualquier momento por la boca¨C. Ahorita mismo se lo voy a decir a Quique y si me pone cualquier pero, me divorcio. Muchas gracias, coraz¨®n. Regio, regio, me encanta la idea.
Colg¨® el tel¨¦fono y permaneci¨® sentada en la cama todav¨ªa un momento, hasta calmarse. La invadi¨® una sensaci¨®n de bienestar, una incertidumbre feliz. Aquello hab¨ªa pasado y ahora ella y Chabela se ir¨ªan el jueves pr¨®ximo a Miami y por tres d¨ªas se olvidar¨ªan de los secuestros, el toque de queda, los apagones y toda esa pesadilla. Cuando volvi¨® a reaparecer en la terraza, Enrique le hizo una broma: ¡°Quien a sus solas se r¨ªe, de sus maldades se acuerda. ?Se puede saber por qu¨¦ te brillan as¨ª los ojos?¡±. ¡°No te lo voy a decir, Quique¡±, coquete¨® ella con su marido, ech¨¢ndole los brazos al cuello. ¡°Ni aunque me mates te lo digo. Chabela me ha invitado a Miami por tres d¨ªas y le he dicho que si no me das permiso para acompa?arla, me divorcio de ti¡±.
La nueva novela del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se titula ¡®Cinco esquinas¡¯ (Alfaguara) y se publica el pr¨®ximo 3 de marzo.
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