El a?o en que ?frica se reuni¨® en torno a su cultura
Johari Gautier Carmona
El mes de abril de 1966 no puede pasar desapercibido en los manuales de historia africana y de cultura universal. La ciudad de Dakar, reci¨¦n nombrada capital de Senegal, acog¨ªa el primer Festival Mundial de las Artes Negras, una cita que tambi¨¦n fue considerada como el primer encuentro cultural panafricano de tama?o internacional.
Las recientes independencias de una gran parte de los pa¨ªses africanos, los movimientos c¨ªvicos en Estados Unidos en contra del segregacionismo institucional, y el hecho que el evento transcurriera al mismo tiempo que las fiestas religiosas de Aid-el-Kebir, contribuyeron notoriamente a la efervescencia de este episodio cultural sin precedentes.
Durante m¨¢s de tres semanas, la capital senegalesa pudo presumir de ser uno de los mayores epicentros culturales del planeta. Bajo el patrocinio de la Unesco, y gracias a una escrupulosa organizaci¨®n del gobierno en funciones y la Sociedad Africana de Cultura (una red estructurada entorno a la prestigiosa revista Pr¨¦sence Africaine), centenares de eventos ¨Cexposiciones, espect¨¢culos, muestras de baile, conferencias, conciertos, y fiestas callejeras¨C anunciaban una nueva etapa esperanzadora en la vida africana.
Desde un principio, el presidente senegal¨¦s L¨¦opold S¨¦dar Senghor fue uno de los grandes protagonistas de la cita. Su objetivo era ambicioso: el festival deb¨ªa articularse como la expresi¨®n de una sociedad nueva establecida sobre la base de las promesas nacidas con las independencias africanas. El proyecto ten¨ªa como fundamento la ¡°N¨¦gritude¡±, una filosof¨ªa nacida entre los a?os 30 y 40 del siglo XX, que reivindicaba la influencia y autoridad de la cultura negra a nivel mundial. De hecho, Senghor no dud¨® un solo instante en su discurso inaugural en recalcar la gravedad filos¨®fica del instante con un lema que quedar¨ªa marcado en las memorias: ¡°Por la defensa y la ilustraci¨®n de la N¨¦gritude¡±.
Dakar pod¨ªa presumir de cara nueva. Resplandec¨ªa gracias a las grandes obras lanzadas, los barrios enteros saneados, complejos hoteleros y un nuevo museo construidos. Se quiso ¨Cy se logr¨®¨C hacer de ella una vitrina de la modernidad que marcara el nuevo camino emprendido por las nuevas naciones africanas.
Los visitantes de toda ?frica y de grandes potencias occidentales pudieron apreciar el esfuerzo y los recursos movilizados para esta empresa ¨²nica. Tras un acuerdo firmado con la URSS, el crucero sovi¨¦tico ¡°Rossia¡±, con capacidad para 750 personas, fue puesto a disposici¨®n de las autoridades locales como muestra de colaboraci¨®n. Muchos pa¨ªses invitados compitieron en generosidad, pero fue sobre todo el desfile de delegaciones enteras plagadas de grandes personalidades lo que dio una dimensi¨®n universal al evento. El emperador de Etiop¨ªa Hail¨¦ Selassi¨¦, el escritor nigeriano Wole Soyinka, el m¨²sico afroamericano Duke Ellington, la bailarina Katherine Dunham, el core¨®grafo afroamericano Alvin Ailey y el historiador franc¨¦s Andr¨¦ Malraux son algunas de las figuras que alimentaron la expectaci¨®n causada por semejante evento.
Divulgada por muchos medios locales e internacionales, la manifestaci¨®n tuvo un gran impacto sobre la creaci¨®n y articulaci¨®n de imaginarios pol¨ªticos al norte y sur del Sahara, e incluso m¨¢s all¨¢, en Brasil, las Antillas o Am¨¦rica del Norte. Sin embargo, el evento no fue exento de cr¨ªticas y algunas tensiones surgidas con la coyuntura internacional quedaron eternizadas en los diarios de la ¨¦poca. As¨ª pues, mientras el Washington Post resaltaba los aspectos positivos con titulares como ¡°Senghor se expresa como poeta y presidente¡± (30 sept. 1966) o ¡°El Festival de Artes Negras exhibe su orgullo¡± (30 sept. 1966), el New York Times recog¨ªa las grandes l¨ªneas de la guerra fr¨ªa con el art¨ªculo ¡°Dakar no qued¨® impresionada por el poeta sovi¨¦tico¡± (30 abril 1966).
El Festival se convirti¨® r¨¢pidamente en un escenario m¨¢s de la rivalidad que manten¨ªan los bloques capitalistas y comunistas. El testimonio del intelectual afroamericano Harold Weaver (entrevistado en 2013) es elocuente: la rama estadounidense de la Sociedad Africana de la Cultura (AMSAC) le propuso presenciar el festival en calidad de espectador junto con un centenar de artistas afroamericanos. El prop¨®sito era alentador, se pensaba dise?ar las bases de una amistad de largo plazo, y, sin dudar un solo instante, Harold Weaver se traslad¨® a Dakar en un avi¨®n fletado por la organizaci¨®n, pero para su disgusto, un a?o m¨¢s tarde descubr¨ªa que la AMSAC era en realidad patrocinada por la CIA en el marco de una campa?a dedicada a presentar en el exterior una Am¨¦rica igualitaria, exenta de racismo.
De la misma forma, pocos a?os despu¨¦s del festival se supo que el documental presentado por Estados Unidos durante el evento y realizado por William Greaves fue encargado por la United States Information Agency (fundada en 1953 por Eisenhower), un organismo que result¨® ser una pieza maestra del programa de Washington para promover sus intereses al extranjero, y persuadir a los reci¨¦n estrenados pa¨ªses africanos que los EEUU de los a?os 60 no eran un pa¨ªs violentamente racista.
A este trasfondo geopol¨ªtico electrizante, se a?adieron algunas cr¨ªticas como la exagerada connivencia entre Senegal y Francia, aportando algunas incertidumbres sobre la finalidad panafricanista del festival; o incluso la definici¨®n escasa de los desaf¨ªos culturales de la N¨¦gritude. Pero quiz¨¢s la mayor sombra a toda esta gran manifestaci¨®n cultural fue la protesta protagonizada por los estudiantes senegaleses quienes se movilizaron semanas antes del inicio del festival para denunciar el golpe de Estado apoyado por intereses neocoloniales que termin¨® con el mandato del presidente ghan¨¦s Kwame Nkrumah, y sobre todo obligar L¨¦opold S¨¦dar Senghor a salir de su reserva y pronunciarse sobre este inquietante hecho.
M¨¢s all¨¢ del impacto de los titulares o de los intereses de los pa¨ªses convidados, el festival permiti¨® reunir en tierras africanas a quienes hasta entonces, obligados por el peso de la historia y de las relaciones internacionales, hab¨ªan mantenido contacto en tierras occidentales. Un s¨ªmbolo de gran valor: ?frica volv¨ªa a ser la tierra del encuentro para la di¨¢spora africana. La tierra con la cual so?ar. Adem¨¢s, el coloquio organizado en paralelo al festival, que congreg¨® durante 8 d¨ªas a una multitud de dramaturgos, cineastas, m¨²sicos, bailarines, arque¨®logos, historiadores o etn¨®logos, permiti¨® llegar a algunas conclusiones fundamentales como la importancia de mantener la autenticidad de las artes negras, sin regirlas dentro de un conservatismo est¨¦ril y de hacerlas vivir dentro de una sociedad moderna sin desvirtuarlas.
El poeta antillano Aim¨¦ C¨¦saire aprovech¨® el coloquio para dirigir un mensaje vibrante y lleno de realismo a los dirigentes del continente negro: ¡°A los jefes de Estados africanos que nos dicen: ¡°Se?ores artistas africanos, trabajen para salvar el arte africano¡±, les respondemos: Hombres de ?frica y antes de todo, pol¨ªticos africanos, porque ustedes son los m¨¢s responsables, hagan una buena pol¨ªtica africana, hagan una buena ?frica, hagan una ?frica donde todav¨ªa haya razones para la esperanza, medios para realizarse, razones para estar orgulloso, reconstruyan una dignidad y una salud para ?frica, y el Arte africano ser¨¢ salvado¡±.
Cincuenta a?os despu¨¦s, el optimismo nacido con las independencias africanas ha quedado en suspenso. Es cierto que ?frica todav¨ªa busca el camino a la estabilidad, se esmera en hallar la f¨®rmula de una prosperidad duradera, sin embargo, el arte de su inmensa di¨¢spora brilla en las calles, en los medios audiovisuales, y las galer¨ªas de medio mundo. La universalidad del arte africano es incontestable y ese reconocimiento se observa tambi¨¦n en el Museo de las culturas du Quay Branly (en Par¨ªs, Francia), que conmemor¨® ese primer gran encuentro cultural en tierras africanas con una exposici¨®n titulada ¡°Dakar 66, Chroniques d?un festival panafricain¡± y, de paso, subyug¨® al autor de esta cr¨®nica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.