Peque?os yonquis
Que los adultos sean adictos al m¨®vil es triste, pero a¨²n m¨¢s que algunos enganchen a sus hijos
?Hay algo m¨¢s triste que una pareja en silencio en un restaurante y cada uno mirando su m¨®vil? S¨ª, una pareja con hijos en un restaurante haciendo lo mismo, pero todos juntos, en familia, con los ni?os absortos en un m¨®vil o una tablet. Entre eso y un grupo de amebas no hay mucha diferencia. Si algunas familias lo hacen a la vista de todos no quiero ni pensar c¨®mo ser¨¢ cuando cenen en casa. Con la tele puesta, imagino. ?No es asombrosa la cantidad de gente hecha y derecha que en un avi¨®n se pasa dos horas con un juego de bolas de colores? Si de todas formas nuestros ni?os ya se arriesgan a llegar a eso de adultos, y empiezan tan pronto, en el futuro conseguiremos unos estupendos ejemplares de borricos tecnol¨®gicos.
Me limitar¨¦ al caso de los ni?os, lo de los m¨¢s mayores y adolescentes con el m¨®vil ya es para llamar a un equipo de exorcistas. Si al ver esa pareja del restaurante uno piensa que tienen una crisis, aunque ellos no lo sepan, y les das dos telediarios, debemos admitir que con ni?os es peor. No traes un ni?o al mundo para que no te d¨¦ el latazo. Los ni?os lo dan, es algo mundialmente sabido. Porque todos hemos sido ni?os y lo hac¨ªamos. Es una simplificaci¨®n peyorativa, por supuesto: no es que sean pesados, es que reclaman nuestra atenci¨®n, y a menudo para cosas interesant¨ªsimas, si uno se pone en situaci¨®n. Y ah¨ª nos duele, porque hoy los adultos vivimos muy dispersos. Hay cantidad de chorraditas que nos tienen entretenidos y abducen nuestra atenci¨®n. Puedes ir por la calle dando collejas y la mitad, encorvados con el m¨®vil, ni se enteran por d¨®nde les ha venido.
Lo m¨¢s dif¨ªcil del mundo con los enanos es eso: estar ah¨ª. Piden tiempo, nuestro tiempo. Tirar de m¨®vil es estar con ellos pero como si no estuvi¨¦ramos. Como decir: ¡°Cari?o, apaga el ni?o, dale la tablet¡±. Luego se obsesionan y se enganchan, claro. C¨®mo no se van a obsesionar si nos obsesionamos nosotros, que somos mayorcitos. Lo peor de estos padres es que lo saben. Cuando lo hacen es frecuente o¨ªr explicaciones: no lo hago mucho, solo cuando se ponen pesados. Te cuentan con inquietud que el ni?o est¨¢ enganchado, y no hay manera de quitarle el aparatito. Se tiende a evitar conflictos. Montar un pollo con el chaval est¨¢ mal visto. Te miran como a un nazi y a ¨¦l como a carne de psic¨®logo con traumas acumulados. Quien no se siente obligado a justificarse ya es un caso perdido, casi ofensivo, porque parece que piensa que a ti tambi¨¦n eso te parece normal.
El Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS) lo corrobora: los padres lo saben -y menos mal, no nos hemos vuelto todos chalados-, pero lo que pasa es que se han rendido. Una encuesta del mes de abril revelaba de forma demoledora que nueve de cada 10 padres espa?oles creen que las nuevas tecnolog¨ªas han cambiado mucho o bastante la vida de las familias -a peor se entiende-, que ni?os y j¨®venes tienen dependencia, que les hacen perder el tiempo, les vuelven m¨¢s perezosos y les a¨ªslan. La fractura entre la teor¨ªa y la pr¨¢ctica quedaba demostrada por un dato: el 80% pensaban que la edad id¨®nea para empezar a usar las redes sociales era entre 12 y 18 a?os, pero m¨¢s de la mitad admit¨ªa que sus hijos hab¨ªan comenzado entre los seis y los 11. Unos calzonazos. Los encuestados conclu¨ªan que s¨ª, que es un problema, pero que es ¡°inevitable¡±. Es el retrato de una derrota colectiva. Luego te cuelan la reforma laboral, o a Axl Rose en AC/DC, y es lo mismo: era inevitable, las cosas han venido as¨ª.
No s¨¦, yo creo que lo que tiene que hacer un ni?o es mirar alrededor. Aburrirse estimula mucho m¨¢s la creatividad y saber esperar es una de las cosas m¨¢s importantes que se pueden aprender en esta vida, porque toca esperar mucho, a veces para nada. No s¨¦ qu¨¦ idea pueden hacerse del uso del tiempo libre y del arte de la conversaci¨®n, de la imaginaci¨®n y la improvisaci¨®n si los minutos se asfaltan con hipnosis en una pantallita. No se rindan. Es tremendo recordarlo: nos observan, nos conocen mejor que nosotros mismos, y lo que es peor, nos imitan. Esta batalla es dif¨ªcil porque la ¨²nica manera es predicando con el ejemplo, que nos vean menos pegados al tel¨¦fono. Muchos ni?os, cuando dibujan a sus padres, les retratan con un m¨®vil en la mano. Me pas¨® a m¨ª. No se lo deseo. Arrojen el m¨®vil por la ventana si a¨²n est¨¢n a tiempo. Jueguen con ellos aunque sea al parch¨ªs magn¨¦tico. (Nota para el editor: firmar esto con seud¨®nimo).
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