Sentarse y sentirse urbanos (reflexiones sobre los bancos en el espacio p¨²blico)
Por Jos¨¦ Antonio Blasco, Carlos Mart¨ªnez-Arrar¨¢s y Carlos Lahoz
Nuestros espacios arquitect¨®nicos requieren un amueblamiento para completar su funcionalidad. Mesas, sillas, armarios o l¨¢mparas dan un servicio imprescindible para nuestras m¨²ltiples actividades dom¨¦sticas o laborales. Tambi¨¦n el espacio p¨²blico requiere de un mobiliario (urbano, en este caso) que consta de elementos muy diversos para suplir nuestras necesidades en el mismo. Entre las numerosas piezas dispuestas en las ciudades se encuentran los bancos, que ofrecen la posibilidad de sentarse en ellos, para descansar, para esperar, para contemplar, para encontrarnos con los otros o para conversar, por ejemplo.
Pero esa espec¨ªfica y sencilla misi¨®n suscita intensos debates. La controversia tiene componentes muy variadas, destacando las consideraciones econ¨®micas (derivadas de su coste), sociales (en cuanto a su servicio al p¨²blico general o a colectivos particulares) o identitarias (como contribuyentes a la imagen de la ciudad).
Porque hay quienes piensan que para sentarse en la ciudad no es necesario disponer de un mobiliario que resulta caro, de costoso mantenimiento, dif¨ªcil limpieza, y, adem¨¢s, es susceptible de actos vand¨¢licos o usos inadecuados. Hay quienes creen que siempre se puede encontrar una alternativa, que siempre hay un cambio de nivel, un escal¨®n capaz de servir de asiento (por no hablar de las escaleras, que incluso pueden transformarse en un grader¨ªo). Que siempre se puede disponer del borde de una fuente, del resalto de una acera, del antepecho de un macetero o del pretil de una valla, citando, como ejemplo, el malec¨®n habanero, un murete donde los cubanos se sientan en lo que se ha llamado el ¡°banco m¨¢s largo del mundo¡±.
Hay quienes piensan que todas las actividades que se suscitan alrededor de un banco est¨¢n vinculadas al ocio o a una filosof¨ªa vital pausada y, por eso, este mobiliario resulta indispensable en los parques o en las plazas, en aquellos lugares de estancia que animan a disfrutar de una vida m¨¢s calmada. Pero esas mismas voces cuestionan su necesidad en los ¡°lugares de paso¡±, en las calles por las que discurren los ¡°guerreros¡± urbanos que se emplean a fondo en las mil batallas cotidianas que hay que vencer y que no se pueden permitir un alto en el camino en sus ajetreados recorridos por la jungla urbana.
Hay quienes piensan que los bancos p¨²blicos dispuestos en nuestras calles son un lujo porque est¨¢n destinados solamente a suplir necesidades de grupos muy concretos y minoritarios. As¨ª, quedar¨ªan reservados para ancianos aburridos que los utilizan como una prolongaci¨®n del sal¨®n de su casa, donde organizar tertulias y observar el reality show protagonizado por el zoo humano. O para padres y madres que los aprovechan como observatorio de vigilancia de sus ni?os peque?os, que juegan en el entorno. O para adolescentes que los usan como lugar de cita y encuentro. O para turistas que buscan desesperadamente un lugar donde descansar sus maltrechos y saturados cuerpos tras largas jornadas trotando por la ciudad. Incluso pueden acoger a los homeless que, adem¨¢s de sentarse, se atreven a improvisar en ellos un hogar, llegando a utilizarlos para dormir (cuando el tiempo lo permite).
Hay quienes piensan que son una ¡°d¨¢diva¡± de los promotores municipales o de los dise?adores del espacio urbano, ya que no existe un est¨¢ndar urban¨ªstico que obligue a su presencia. Y en esta l¨ªnea hay quienes sugieren que los bancos podr¨ªan ser instalados y mantenidos gracias al patrocinio de empresas privadas que se ver¨ªan compensadas por una placa en el propio banco que testimoniara la donaci¨®n (y diera publicidad a la compa?¨ªa), como sucede en algunas ciudades norteamericanas.
Hay quienes piensan que los bancos son una competencia desleal para las, cada vez m¨¢s abundantes, terrazas de hosteler¨ªa, porque aquellos brindan gratis lo que estas ofrecen pagando. Y eso es un perjuicio para la econom¨ªa. Porque, adem¨¢s, sentarse en una terraza, fumando o bebiendo un caf¨¦, transmite un mensaje de actividad e integraci¨®n en el sistema muy diferente al hecho de sentarse en un banco p¨²blico, un acto cuya sobriedad puede sugerir la existencia de alguna dificultad en el poder adquisitivo.
Hay quienes piensan que los bancos de las ciudades son responsables de una parte importante de la identidad del espacio p¨²blico, afirmando que suponen una oportunidad para ofrecer un servicio realizando, a la vez, una aportaci¨®n a la construcci¨®n de la imagen de la ciudad. Y por esta raz¨®n, son objeto de intensos debates estil¨ªsticos acerca de dise?os cl¨¢sicos o modernos, sobre los materiales m¨¢s adecuados, y tambi¨¦n respecto a su ubicaci¨®n o n¨²mero de unidades, entre otros aspectos. Hay quienes defienden que los bancos deben ser como esculturas urbanas que despliegan formas, a veces sorprendentes, y que eventualmente pueden servir de asiento. En esta l¨ªnea, hay bancos ic¨®nicos e, incluso, hay bancos que, m¨¢s all¨¢ de su propia imagen, se convierten en miradores desde los que apreciar vistas privilegiadas de la ciudad.
Hay quienes piensan que la calidad de vida en la ciudad se mide, entre otras variables, por el n¨²mero de lugares donde es posible sentarse en el espacio p¨²blico. Los bancos ser¨ªan catalizadores del encuentro entre ciudadanos (sean conocidos que charlan o desconocidos que se observan y se educan en la diversidad social) y, adem¨¢s, convierten la ciudad en lugar m¨¢s amable para los mayores y para los ni?os, que son quienes, con car¨¢cter general, hacen un uso m¨¢s tranquilo o sedentario del espacio p¨²blico.
Hay quienes piensan que hay demasiados bancos en la ciudad y quienes consideran que siempre escasean. En cualquier caso, los bancos en el espacio p¨²blico son una butaca de primera fila para el espect¨¢culo ofrecido por nuestras urbes. Nuestra recomendaci¨®n para todos es sentarse y sentirse urbanos, dej¨¢ndose imbuir, aunque sea brevemente, por el ambiente que nos envuelve. Es una buena forma de tomarle el pulso a la ciudad (y a nuestra propia vida).
Jos¨¦ Antonio Blasco, Carlos Mart¨ªnez-Arrar¨¢s y Carlos Lahoz son arquitectos y urbanistas. Su faceta profesional, dedicada a la transformaci¨®n creativa de las ciudades y los territorios, se ve complementada con su dedicaci¨®n a la docencia universitaria. Desde su blog urban networks realizan una labor divulgativa sobre el mundo de las ciudades y la reflexi¨®n urban¨ªstica.
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