Las amistades desaparecidas
LA OTRA noche me forc¨¦ a llamar a una vieja amiga (lo es desde hace cuarenta y tantos a?os), para por lo menos hablar con ella, ya que en los ¨²ltimos tiempos nos vemos poco. Poco, pero todav¨ªa nos vamos viendo, lo cual ya es mucho, pens¨¦, en comparaci¨®n con lo que me sucede con decenas de amistades, o les sucede a ellas conmigo. Me temo que nos ocurre a todos, y en algunos momentos produce v¨¦rtigo acordarse de las personas dejadas por el camino, o ¨Cinsisto¨C que nos han dejado a nosotros orillados, colgados o en la cuneta. A veces uno sabe por qu¨¦. Las peleas, las decepciones, las ingratitudes, son algo de lo que nadie se libra a lo largo de una vida de cierta duraci¨®n, pongamos de cuatro d¨¦cadas o m¨¢s. Casi nada hiere tanto como sentirse traicionado por un amigo, y entonces la amistad suele verse sustituida por abierta enemistad. Uno puede no ir contra ¨¦l, no atacarlo, no buscar perjudicarlo en atenci¨®n al antiguo afecto, por una especie de lealtad hacia el pasado com¨²n, hacia lo que hubo y ya no hay. Lo que es casi imposible es que no lo borre de su existencia. Uno cancela todo contacto, pasa a hacer caso omiso de ¨¦l, lo evita, y cabe que, si se lo cruza por la calle, mire hacia otro lado, finja no verlo y ni siquiera lo salude con el saludo m¨¢s perezoso, un gesto de la cabeza.
Uno sabe a veces por qu¨¦. Curiosamente, las cuestiones pol¨ªticas son, en Espa?a, frecuente motivo de ruptura o alejamiento. Si dos amigos divergen en exceso en sus posturas, es f¨¢cil que acaben re?idos sin que se haya dado entre ellos nada personal. Cabe la posibilidad de no sacar esos temas, pero es una alternativa siempre forzada: en el intercambio de impresiones se crea un hueco inc¨®modo y que tiende a ocupar cada vez m¨¢s espacio, hasta que lo ocupa todo y no hay forma de rodearlo, ni de disimular. Se charla un poco de f¨²tbol, de la familia, del trabajo, pero la conversaci¨®n se hace embarazosa, ortop¨¦dica, sobre ella planea el independentismo vehemente que uno de los dos ha abrazado, o su entrega a la secta llamada Podemos, o su conversi¨®n al PP, por ejemplo. Cosas que el otro no puede entender ni soportar. Hay ocasiones m¨¢s sorprendentes en las que uno tambi¨¦n sabe por qu¨¦: porque presenci¨® una mala ¨¦poca del amigo, que ¨¦ste ya dej¨® atr¨¢s; porque le prest¨® o dio dinero, o lo vio en momentos de extrema debilidad. Hay quienes, lejos de tenerle agradecimiento, no perdonan a otro el haberse portado bien, o el haberles sacado las casta?as del fuego. Cuando echamos una mano, del tipo que sea, en realidad nunca sabemos si estamos cre¨¢ndonos un amigo o un enemigo para el resto de la vida, y eso es particularmente arriesgado hoy en d¨ªa, cuando hay tanta gente necesitada de manos para sobrevivir. Por propia experiencia, cada vez que echo una, me pregunto si recibir¨¦ gratitud por ella o una inquina invencible e irracional, un desmedido rencor. Supongo que el mero hecho de pedir ayuda ¨Cm¨¢s a¨²n de recibirla¨C representa para algunos individuos una humillaci¨®n intolerable que har¨¢n pagar precisamente al que se la presta. Al que estuvo en condici¨®n de ofrec¨¦rsela y por lo tanto en una posici¨®n de superioridad. Aunque ¨¦ste no la subraye en modo alguno, aunque d¨¦ todas las facilidades y reste importancia a su generosidad, hay personas que nunca perdonar¨¢n al testigo de su penuria, de su desmoronamiento o de su decadencia temporal. De su fragilidad.
Otras veces alguien se aparta porque al otro le va demasiado bien y es un recordatorio de lo que no tenemos. O porque le va demasiado mal y es un recordatorio de lo que a cualquiera nos puede aguardar. En Espa?a hay que andarse con pies de plomo a la hora de mostrar los logros y los fracasos, la alegr¨ªa y la desdicha. Un exceso de lo uno o lo otro es siempre un peligro, se corre el riesgo de quedarse solo y abandonado. Creo que era Mihura quien dec¨ªa que un escritor afortunado deb¨ªa hacer correr el bulo de que estaba gravemente enfermo, para permitir que se lo mirase con piedad y rebajar el resentimiento por sus ¨¦xitos: ¡°Ya, pero se va a morir¡±, es un consuelo que atempera la envidia.
Pero demasiadas veces no sabemos por qu¨¦ se desvanece una amistad. Por qu¨¦ las cenas semanales, o incluso la llamada diaria, se han quedado en nada, quiero decir en ninguna cena ni una sola llamada. S¨ª, aparecen nuevos amigos que desplazan a los antiguos; s¨ª, nos cansamos o nos desinteresamos por alguien o ese alguien por nosotros; s¨ª, un ser querido se torna iracundo, o l¨¢nguido y perpetuamente quejoso, o exige invariablemente sin aportar nunca nada, o s¨®lo habla de sus obsesiones sin el menor inter¨¦s por el otro. De pronto nos da pereza verlo, nada m¨¢s. No ha habido ri?a ni roce, ofensa ni decepci¨®n. Poco a poco desaparece de nuestra cotidianidad, o ¨¦l nos hace desaparecer de la suya. Y falta de tiempo, claro est¨¢, el aplazamiento infinito. Esos son los casos m¨¢s misteriosos de todos. Quiz¨¢ los que menos duelen, pero tambi¨¦n los que de repente, una noche nost¨¢lgica, nos causan mayor incomprensi¨®n y mayor perplejidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.