El bichito que planta cara a Dios
Un organismo marino muestra por qu¨¦ el ser humano no est¨¢ en la c¨²spide de la evoluci¨®n
¡°S¨®lo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los d¨ªas, es mudo. S¨®lo la casualidad nos habla¡±, escrib¨ªa Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Y algo habla, o m¨¢s bien grita, en una playa de Badalona, cerca de Barcelona: la dominada por el puente del Petr¨®leo. Por este pantal¨¢n que se mete 250 metros en el mar Mediterr¨¢neo se descargaban productos petrol¨ªferos hasta finales del siglo XX. Y a sus pies se levanta desde 1870 la f¨¢brica de An¨ªs del Mono, el licor en cuya etiqueta aparece un simio con la cara de Charles Darwin como gui?o a la teor¨ªa de la evoluci¨®n, por entonces pol¨¦mica.
Hoy, el puente del Petr¨®leo es un precioso mirador con una estatua de bronce dedicada al mono con rostro darwinista. Y, por una casualidad que habla, entre sus paseantes habituales se encuentra un equipo de bi¨®logos evolutivos del departamento de Gen¨¦tica de la Universidad de Barcelona. Caminan por la pasarela sobre el oc¨¦ano y lanzan un cubo para atrapar a un animal marino, el Oikopleura dioica, un bicho de tan solo tres mil¨ªmetros, pero con boca, ano, cerebro y coraz¨®n. Parece insignificante, pero, como Darwin, hace que el discurso de las religiones se tambalee. Coloca al ser humano en el lugar que le corresponde: con el resto de animales.
El organismo marino 'Oikopleura dioica' se?ala a la p¨¦rdida de genes ancestrales, compartidos con los humanos, como motor de la evoluci¨®n
¡°Hemos estado mal influenciados por la religi¨®n, pensando que est¨¢bamos en la c¨²spide de la evoluci¨®n. No lo estamos. Estamos al mismo nivel que el resto de los animales¡±, sentencia el bi¨®logo Cristian Ca?estro. Junto a su colega Ricard Albalat dirige una de las tres ¨²nicas instalaciones cient¨ªficas del mundo para estudiar al Oikopleura dioica. Las otras dos est¨¢n en Noruega y Jap¨®n. La suya es una salita fr¨ªa, con centenares de ejemplares pr¨¢cticamente invisibles metidos en recipientes de agua, en un rinc¨®n de la Facultad de Biolog¨ªa de la Universidad de Barcelona.
¡°La visi¨®n hasta ahora es que al evolucionar gan¨¢bamos en complejidad, ganando genes. As¨ª se pens¨® cuando se secuenciaron los primeros genomas, de mosca, de gusano y del ser humano. Pero hemos visto que no es as¨ª. La mayor¨ªa de nuestros genes est¨¢ tambi¨¦n en las medusas. Nuestro ancestro com¨²n los ten¨ªa. No es que nosotros hayamos ganado genes, es que los han perdido ellos. La complejidad g¨¦nica es ancestral¡±, sentencia Ca?estro.
En 2006, este bi¨®logo investigaba el papel de un derivado de la vitamina A, el ¨¢cido retinoico, en el desarrollo embrionario. Esta sustancia indica a las c¨¦lulas de un embri¨®n lo que tienen que hacer para convertirse en un cuerpo adulto. El ¨¢cido retinoico activa los genes necesarios, por ejemplo, para formar las extremidades, el coraz¨®n, los ojos y las orejas. Ca?estro estudiaba este proceso, com¨²n en los animales, en el Oikopleura. Y se qued¨® con la boca abierta.
¡°Los animales utilizan una cascada de genes para sintetizar el ¨¢cido retinoico. Me di cuenta de que en el Oikopleura dioica faltaba uno de estos genes. Luego vi que faltaban m¨¢s. No encontr¨¢bamos ninguno¡±, recuerda. Este animal de tres mil¨ªmetros fabrica su coraz¨®n, de manera inexplicable, sin ¨¢cido retinoico. ¡°Si ves un coche sin ruedas movi¨¦ndose, ese d¨ªa tu percepci¨®n de las ruedas cambia¡±, ilustra Ca?estro.
Nuestro ¨²ltimo ancestro com¨²n vivi¨® hace 500 millones de a?os. Desde entonces, el 'Oikopleura' ha perdido el 30% de los genes que nos un¨ªan
El ¨²ltimo ancestro com¨²n entre este min¨²sculo habitante de los oc¨¦anos y el ser humano vivi¨® hace unos 500 millones de a?os. Desde entonces, el Oikopleura ha perdido el 30% de los genes que nos un¨ªan. Y lo ha hecho con ¨¦xito. Si usted se mete en cualquier playa del mundo, all¨ª estar¨¢n ellos rodeando su cuerpo. En la batalla de la selecci¨®n natural, los Oikopleura han ganado. En algunos ecosistemas marinos, su densidad alcanza los 20.000 individuos por cada metro c¨²bico de agua. Son perdedores, pero solo de genes.
Albalat y Ca?estro acaban de publicar en la revista especializada Nature Reviews Genetics un art¨ªculo que analiza la p¨¦rdida de genes como motor de la evoluci¨®n. Su texto ha despertado inter¨¦s mundial. Ha sido recomendado por F1000Prime, una clasificaci¨®n internacional que se?ala los mejores art¨ªculos sobre biolog¨ªa y medicina. El suyo empieza con una frase del emperador romano Marco Aurelio, fil¨®sofo estoico: ¡°La p¨¦rdida no es m¨¢s que cambio y el cambio es un placer de la naturaleza¡±.
Los dos bi¨®logos subrayan que la p¨¦rdida de genes, incluso, pudo ser clave para el origen de la especie humana. ¡°El chimpanc¨¦ y el ser humano comparten m¨¢s del 98% de su genoma. Quiz¨¢s habr¨ªa que buscar las diferencias en los genes que se han perdido de manera diferente durante la evoluci¨®n de los humanos y el resto de primates. Algunos estudios sugieren que la p¨¦rdida de un gen hizo que la musculatura de nuestra mand¨ªbula fuera m¨¢s peque?a y esto permiti¨® aumentar el volumen de nuestro cr¨¢neo¡±, hipotetiza Albalat. Quiz¨¢, perder genes nos hizo m¨¢s inteligentes que el resto de los mortales.
En 2012, un estudio del genetista estadounidense Daniel MacArthur mostr¨® que, de media, cualquier persona sana tiene 20 genes que no funcionan. Y, aparentemente, tan campantes. Albalat y Ca?estro, del Instituto de Investigaci¨®n de la Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona, ponen dos ejemplos muy estudiados. En algunas personas, los genes que codifican la prote¨ªna CCR5 o la DUFFY est¨¢n anulados por mutaciones. Son las prote¨ªnas que utilizan, respectivamente, el virus del sida y el par¨¢sito que causa la malaria para entrar en las c¨¦lulas. La p¨¦rdida de estos genes hace a los humanos m¨¢s resistentes a estas enfermedades.
En el laboratorio de Ca?estro y Albalat hay un cartel que imita al de la pel¨ªcula Reservoir Dogs, en el que aparecen los cient¨ªficos y otros miembros de su equipo vestidos con camisas blancas y corbatas negras, como en el filme de Quentin Tarantino. Su montaje se titula Reservoir Oiks, en alusi¨®n al Oikopleura. Los dos bi¨®logos creen que el organismo marino va a permitir formular, y responder, preguntas nuevas sobre nuestro manual de instrucciones com¨²n: el genoma.
El 'Oikopleura' permite estudiar qu¨¦ genes humanos son esenciales: por qu¨¦ algunas mutaciones son irrelevantes y otras provocan efectos terribles en nuestra salud
El cerebro del Oikopleura tiene unas 100 neuronas y el de los humanos contiene 86.000 millones, pero somos mucho m¨¢s similares de lo que parece. Entre un 60% y un 80% de las familias de genes humanos tienen un claro representante en el genoma de Oikopleura. ¡°Este animal nos permite estudiar qu¨¦ genes humanos son esenciales¡±, aplaude Albalat. O lo que es lo mismo: por qu¨¦ algunas mutaciones son irrelevantes y otras provocan efectos terribles en nuestra salud.
Los seres vivos poseen una maquinaria celular que repara las mutaciones que surgen en su ADN. El Oikopleura dioica ha perdido 16 de los 83 genes ancestrales que regulan este proceso. Esta incapacidad para autorrepararse podr¨ªa explicar su p¨¦rdida extrema de genes, seg¨²n detalla el art¨ªculo en Nature Reviews Genetics.
A Ca?estro se le ilumina la mirada al hablar de estas ausencias. Los genes suelen actuar en cascada para llevar a cabo una funci¨®n. Si en una cascada conocida de ocho genes faltan siete en el Oikopleura, porque la funci¨®n se ha perdido, la permanencia del octavo gen puede revelar una segunda funci¨®n esencial que hab¨ªa pasado desapercibida. Ese gen ser¨ªa como un cruce de autopistas. Desmantelada una carretera, sobrevive porque es fundamental en otra ruta. ¡°Esa segunda funci¨®n ya estaba en el ancestro com¨²n y puede ser importante en los humanos¡±, celebra Ca?estro.
¡°No hay animales superiores y animales inferiores. Nuestras piezas de Lego son b¨¢sicamente las mismas, aunque con ellas construyamos cosas diferentes¡±, zanja el bi¨®logo. Piense en su lugar en el mundo la pr¨®xima vez que bucee en el mar. Esa nieve blanca que flota en el agua y se puede ver a contraluz son las deposiciones del Oikopleura.
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