Mirar las estrellas
SIEMPRE HE sentido una especial fascinaci¨®n por la astronom¨ªa, probablemente porque a los seis a?os viv¨ª un suceso maravilloso. Me recuerdo de noche y en la calle, una situaci¨®n ya en s¨ª poco usual para mi corta edad. Yo colgaba de la mano de mi madre y a mi lado se encontraban mi padre y mi hermano. Los cuatro est¨¢bamos parados en mitad de la acera y contempl¨¢bamos el cielo sin pesta?ear, al igual que otras decenas de personas que ocupaban la avenida, todas quietas, todas en silencio, todas mirando hacia el firmamento. Hasta que al fin apareci¨® all¨¢ arriba una estrellita luminosa que recorr¨ªa a buen ritmo el arco de la noche. Era el Sputnik?de los rusos, el primer sat¨¦lite artificial colocado en ¨®rbita, el primer objeto lanzado por los humanos m¨¢s all¨¢ de la atm¨®sfera. Nuestra primera salida de la Tierra.
La m¨¢gica visi¨®n de aquella estrella que hab¨ªamos sido capaces de poner en el cielo me hizo decidir aquella noche que de mayor ser¨ªa astronauta. Evidentemente no lo he sido, pero aquel suceso fundacional debi¨® de ser la base de mi amor por la ciencia-ficci¨®n y quiz¨¢ por la ciencia. Aunque he estudiado letras, la ciencia me encanta y siempre he lamentado el tremendo acientifismo de la sociedad espa?ola. Por eso considero un precioso regalo el proyecto del Instituto de Astrof¨ªsica de Canarias (IAC) en el que he tenido el privilegio de participar.
Pero empezar¨¦ por el principio. Los tres mejores lugares del mundo para observar las estrellas est¨¢n en Chile, para el hemisferio sur, y en Haw¨¢i y Canarias para el norte. Y por una vez en nuestra historia, y en buena medida gracias al empe?o visionario del astrof¨ªsico Francisco S¨¢nchez en los a?os sesenta, Espa?a supo aprovechar estas circunstancias geogr¨¢ficas para crear y desarrollar el IAC, que es uno de los diez mejores centros de astrof¨ªsica del mundo. Posee dos observatorios, uno en el Teide y otro en el Roque de los Muchachos, en la isla de La Palma, ambos a unos 2.400 metros de altitud. En cada uno hay dos decenas de telescopios cuya propiedad se reparte entre 20 pa¨ªses. Nosotros tenemos ah¨ª el Gran Telescopio ¨®ptico e infrarrojo Canarias, el mayor del mundo, un bicharraco resplandeciente y monumental. Somos una potencia en astrof¨ªsica, pero como vivimos de espaldas a la ciencia no lo sabemos.
Para intentar paliar esta ignorancia, al IAC se le ha ocurrido la preciosa idea de invitar a una serie de escritores a visitar sus instalaciones y pedirnos que despu¨¦s escribamos un cuento para un libro. Durante cuatro d¨ªas me he paseado por esos territorios espectrales de belleza salvaje. El Teide y el Roque tienen una geograf¨ªa primordial y volc¨¢nica que te remite al principio del mundo y que se une a la tecnolog¨ªa m¨¢s rompedora del planeta, a la ciencia del futuro. S¨¦ que la noche que pas¨¦ en el Roque ser¨¢ inolvidable: al atardecer, los observatorios, que eran solitarios b¨²nkeres blancos cerrados a cal y canto, empezaron a abrir sus b¨®vedas con bostezo de gigantes, y por las aberturas asomaron los telescopios como bichos colosales que sal¨ªan de sus cris¨¢lidas, como grandes lenguas de insectos dispuestos a lamer los lejanos secretos del universo. Y todo en la m¨¢s completa oscuridad, porque cualquier fuente artificial de luz empeora la calidad de lo observado, y en un silencio apenas rasgado por el chirrido de las c¨²pulas al girar, de las lentes al rotar para apuntar a las estrellas. Era m¨¢gico, era extra?o, era sobrecogedor. Era la indecible menudencia del ser humano enfrent¨¢ndose a la enormidad del universo.
Los astrof¨ªsicos son los exploradores modernos y se internan en los secretos esenciales. La terra incognita?de nuestros d¨ªas est¨¢ ah¨ª fuera, en lo muy grande y lo muy peque?o, desde las galaxias con miles de millones de soles a los quarks infinitesimales. En el IAC se estudia el principio de lo que somos, el coraz¨®n mismo de la vida; y, de paso, se desarrolla nuestra capacidad tecnol¨®gica y cient¨ªfica, se crean empresas competitivas, se coloca a Espa?a en el siglo XXI. Deber¨ªan obligarnos a todos los ciudadanos a visitar los observatorios al menos una vez al a?o. Para que aprendamos a mirar a Andr¨®meda en vez de estar absortos en nuestro ombligo.
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