Repensar a Robin Hood
En los ¨²ltimos 40 a?os, la cantidad de pobres se redujo a menos de mil millones. Pero esta reducci¨®n que rescat¨® a tanta gente perjudic¨® a alguna gente en los pa¨ªses ricos
Las ayudas internacionales al desarrollo se basan en el principio de Robin Hood: quitarle al rico para darle al pobre. Es as¨ª como agencias nacionales de desarrollo, organismos multilaterales y ONG transfieren m¨¢s de 135.000 millones de d¨®lares por a?o de los pa¨ªses ricos a los pobres.
Un nombre m¨¢s formal del principio de Robin Hood es ¡°prioritarismo cosmopolita¡±, una regla ¨¦tica seg¨²n la cual debemos valorar del mismo modo a cada persona del mundo, sin importar d¨®nde viva, y luego concentrar la ayuda donde sea m¨¢s ¨²til, dando prioridad a los que tienen menos sobre los que tienen m¨¢s. Esta filosof¨ªa es el principio rector (impl¨ªcito o expl¨ªcito) de los programas de ayuda humanitaria, sanitaria y al desarrollo econ¨®mico.
A primera vista, el prioritarismo cosmopolita parece razonable. En los pa¨ªses pobres, la gente tiene necesidades m¨¢s apremiantes y los precios son mucho m¨¢s bajos, de modo que un d¨®lar o un euro es dos o tres veces m¨¢s eficaz all¨ª que en los pa¨ªses donantes. Gastar dinero en casa no solo es m¨¢s costoso, sino que adem¨¢s el gasto beneficia a quienes ya est¨¢n en buena situaci¨®n (al menos en comparaci¨®n con otros pa¨ªses), as¨ª que no hace tanto bien.
Llevo muchos a?os pensando en la pobreza mundial y tratando de medirla, y este principio siempre me pareci¨® b¨¢sicamente correcto. Pero ¨²ltimamente no estoy tan seguro, ya que hay problemas f¨¢cticos y ¨¦ticos.
Es indudable que se han hecho enormes avances en la reducci¨®n de la pobreza mundial (m¨¢s por el crecimiento y la globalizaci¨®n que por las ayudas externas). En los ¨²ltimos 40 a?os, la cantidad de pobres se redujo de m¨¢s de dos mil millones de personas a un poco menos de mil millones; una haza?a destacable, dado el aumento de la poblaci¨®n mundial y la desaceleraci¨®n persistente del crecimiento econ¨®mico global, sobre todo desde 2008.
Pero esta reducci¨®n de la pobreza, impresionante y totalmente bienvenida, no estuvo exenta de costes. La globalizaci¨®n que rescat¨® a tanta gente en los pa¨ªses pobres perjudic¨® a alguna gente en los pa¨ªses ricos, conforme f¨¢bricas y empleos migraron a lugares donde la mano de obra es m¨¢s barata. Esto parec¨ªa un precio ¨¦ticamente aceptable, dado que los perdedores ya eran mucho m¨¢s ricos (y sanos) que los ganadores.
Pero siempre hubo algo que no cerraba: los que emitimos esta clase de juicios no somos precisamente los m¨¢s indicados para evaluar esos costes. Como muchos miembros de la academia y de la industria del desarrollo, yo pertenezco al grupo de los principales beneficiarios de la globalizaci¨®n: personas que ahora podemos vender nuestros servicios en mercados mucho m¨¢s grandes y ricos que en el mejor sue?o de nuestros padres.
La globalizaci¨®n no es tan espl¨¦ndida para los que no solo no obtienen sus beneficios, sino que sufren sus efectos
La globalizaci¨®n no es tan espl¨¦ndida para los que no solo no obtienen sus beneficios, sino que sufren sus efectos. Por ejemplo, sabemos hace tiempo que los estadounidenses con menos educaci¨®n e ingresos casi no han tenido mejoras econ¨®micas en cuatro d¨¦cadas, y que el extremo inferior del mercado laboral estadounidense puede ser un entorno brutal. ?Cu¨¢nto perjuicio supone la globalizaci¨®n para esos estadounidenses? ?Seguir¨¢n estando mucho mejor que los asi¨¢ticos que ahora trabajan en f¨¢bricas que antes estaban en Estados Unidos?
La mayor¨ªa sin duda est¨¢ mejor, pero varios millones de estadounidenses (de ascendencia africana, europea o latinoamericana) hoy viven en hogares cuyo ingreso per c¨¢pita es menos de dos d¨®lares diarios, b¨¢sicamente la misma cifra que usa el Banco Mundial para definir el nivel de indigencia en India o ?frica. Hallar refugio con ese dinero en Estados Unidos es tan dif¨ªcil que ser pobres con dos d¨®lares al d¨ªa all¨ª es casi seguro mucho peor que en India o ?frica.
Adem¨¢s, esto supone una amenaza a la tan proclamada igualdad de oportunidades estadounidense. Las ciudades y los pueblos que perdieron sus f¨¢bricas a manos de la globalizaci¨®n tambi¨¦n perdieron su base impositiva y tienen dificultades para mantener una educaci¨®n de calidad (la v¨ªa de escape de la generaci¨®n siguiente). Las instituciones educativas de ¨¦lite buscan alumnos entre los ricos para pagar las cuentas y cortejan a las minor¨ªas para reparar siglos de discriminaci¨®n; pero esto fomenta el resentimiento de la clase trabajadora blanca, cuyos hijos no encuentran lugar en este maravilloso nuevo mundo.
Una investigaci¨®n que hice con Anne Case revela m¨¢s se?ales de malestar. Hemos documentado una creciente oleada de ¡°muertes de desesperaci¨®n¡± (por suicidio, abuso de alcohol o sobredosis accidental de drogas recetadas o ilegales) entre la poblaci¨®n blanca de ascendencia europea. La tasa de mortalidad general en Estados Unidos fue superior en 2015 respecto de 2014, y la expectativa de vida se redujo.
Se podr¨¢ discutir sobre el modo de medir el nivel material de vida, sobre si se exageran las estimaciones de inflaci¨®n y se subestima el aumento de los niveles de vida, o si todas las escuelas ser¨¢n realmente tan malas. Pero esas muertes son dif¨ªciles de explicar. Tal vez las necesidades m¨¢s grandes no est¨¦n del otro lado del mundo despu¨¦s de todo.
En los pa¨ªses pobres, la gente tiene necesidades m¨¢s apremiantes y los precios son mucho m¨¢s bajos?
La ciudadan¨ªa implica una serie de derechos y responsabilidades que no se comparten con personas de otros pa¨ªses. Pero la parte ¡°cosmopolita¡± del principio ¨¦tico pasa por alto las obligaciones especiales que tenemos hacia nuestros conciudadanos.
Podemos pensar esos derechos y obligaciones como una especie de contrato de seguro mutuo, por el que no toleramos ciertos tipos de desigualdad para nuestros conciudadanos y, confrontados a amenazas colectivas, tenemos cada uno de nosotros una responsabilidad de ayudar (y un derecho a esperar ayuda). Estas responsabilidades no invalidan ni anulan las que tenemos con quienes sufren en otras partes del mundo, pero s¨ª implican que al basar nuestros juicios exclusivamente en necesidades materiales podemos estar olvid¨¢ndonos de cuestiones importantes.
Cuando los ciudadanos creen que las ¨¦lites se preocupan m¨¢s por gente al otro lado del mar que por el vecino de al lado, el contrato mutuo se rompe, nos dividimos en facciones, y los que quedaron afuera empiezan a sentir malestar y decepci¨®n con una pol¨ªtica que ya no hace nada por ellos. Aunque no estemos de acuerdo con los remedios que buscan, no deber¨ªamos ignorar sus muy reales padecimientos, por el bien de ellos, y por el bien de todos.
Traducci¨®n: Esteban Flamini
Angus Deaton, Premio Nobel de Econom¨ªa 2015, es profesor de Asuntos Internacionales y profesor de Econom¨ªa y Asuntos Internacionales en la Escuela Woodrow Wilson de Asuntos P¨²blicos e Internacionales y en el Departamento de Econom¨ªa de la Universidad de Princeton. Su libro m¨¢s reciente se titula The Great Escape: Health, Wealth, and the Origins of Inequality [El gran escape: salud, riqueza y los or¨ªgenes de la desigualdad].
Copyright: Project Syndicate, 2016. www.project-syndicate.org
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