¡°He visto cosas que un ni?o no deber¨ªa ver¡± o c¨®mo sobrevivir a una infancia dif¨ªcil
?Qu¨¦ es lo que hace que ciertas personas consigan convertirse en adultos bien adaptados y felices a pesar de haber crecido en entornos violentos o de desamparo? En la historia de sus vidas podr¨ªan estar las respuestas que otros ni?os necesitan para prosperar
El id¨ªlico paisaje de las islas hawaianas parece sacado directamente de una postal, con sus largas playas de arena, sus flores de hibisco y sus aguas cristalinas, repletas de peces tropicales y arrecifes de coral. Lo primero que uno percibe al llegar al aeropuerto es una brisa c¨¢lida y el sonido del ukelele. Tambi¨¦n se pueden comprar guirnaldas de flores.
El archipi¨¦lago de Haw¨¢i est¨¢ formado por cientos de islas esparcidas a lo largo de m¨¢s de 1.500 kil¨®metros, en el Oc¨¦ano Pac¨ªfico central. Entre las principales ocho islas est¨¢n Kauai, Maui y la isla de Haw¨¢i, apodada La Isla Grande para evitar confusiones con el propio estado. La Isla Grande tiene un volc¨¢n activo pero de buen car¨¢cter, responsable del on¨ªrico paisaje de roca negra. La mitolog¨ªa hawaiana explica muchas de las peculiares formaciones naturales, como las peque?as rocas de lava en forma de l¨¢grima que abundan en los laterales del volc¨¢n y que son conocidas como "l¨¢grimas de Pel¨¦" en honor a la diosa del fuego de Haw¨¢i. La leyenda cuenta que si sustraes alguna de las l¨¢grimas de Pel¨¦ estar¨¢s maldito de por vida, a no ser que la devuelvas a su lugar de origen. Pero a pesar de toda esta belleza, Haw¨¢i esconde alguna que otra historia oscura y siniestra.
Mirena (nombre supuesto) naci¨® en la isla de Kauai hace sesenta a?os. Cuando nos conocemos por Skype yo estoy sentado en la salita de mi casa, es de noche y el oscuro clima ingl¨¦s me rodea. Ella est¨¢ en su oficina, en una escuela local, es temprano y puedo ver la brillante luz de la ma?ana, y las palmeras, filtrarse por su ventana. Mirena es una mujer carism¨¢tica que se expresa con pasi¨®n. Parece c¨¢lida, atenta y seria; puedo ver c¨®mo titilan sus pendientes de plata bajo el negro de su corto pelo. Mirena recuerda un Haw¨¢i anterior al boom del turismo, recuerda crecer jugando sobre la tierra roja de Anahola y atravesar los campos de ca?a al trote. Recuerda la simplicidad del estilo de vida de entonces, la emoci¨®n al ver erigirse el primer sem¨¢foro, para los camiones de los cultivos de ca?a, y a los ni?os que atravesaban la isla a pie para verlo.
Pero a pesar del paisaje, la infancia de Mirena no fue nada paradis¨ªaca. "Viv¨ª cosas...", recuerda. "Viv¨ª cosas que un ni?o no tendr¨ªa que vivir".
Mirena naci¨® en 1955, el mismo a?o en que comenz¨® el experimento. La familia de Mirena, como todas las que tuvieron hijos en Kauai aquel a?o, recibi¨® la visita de las investigadoras Emmy Werner y Ruth Smith. Werner y Smith eran psic¨®logas interesadas en descubrir qu¨¦ factores, al principio de nuestras vidas, determinan si nuestra trayectoria va a ser positiva, y cu¨¢les lastran nuestra capacidad para alcanzar nuestro pleno potencial. Poco pod¨ªan saber las familias, o las propias investigadoras, que aquella se convertir¨ªa en una de las investigaciones m¨¢s duraderas sobre desarrollo y adversidad infantiles que jam¨¢s hayan tenido lugar.
"Lo que descubrimos fue la resiliencia. Aquellos ni?os fueron capaces de prosperar, de crecer, de desarrollarse... fueron capaces de llevar vidas productivas y gratificantes"
"Cuando empezaron con las investigaciones preliminares nosotros ni siquiera hab¨ªamos nacido", cuenta Mirena. "Un total de 698 familias dijeron: 'S¨ª, vamos a apoyaros en todo lo que haga falta'". Las investigadoras realizaban un seguimiento de las familias desde antes de que los ni?os nacieran, con revisiones peri¨®dicas al a?o y a los 2, 10, 18, 32 y 40 a?os. Consiguieron completarlo en la mayor¨ªa de los casos. "Cuando naces en una isla como Kauai, lo normal es quedarte", explica Mirena. "Y si te mudas, es probable que puedas localizar a alguien, alg¨²n pariente, que sepa d¨®nde est¨¢s... se les daba bastante bien seguirnos la pista".
Las investigadoras segu¨ªan primero a los padres y m¨¢s tarde a sus hijos, en busca de todo tipo de datos acerca del progreso de la cohorte y del lugar del que proced¨ªan. Se serv¨ªan de una mezcla de entrevistas semiestructuradas, cuestionarios, registros locales de salud mental, matrimonios, divorcios, antecedentes penales, rendimiento escolar y empleo.
"Creo que la primera vez que recuerdo participar ya ten¨ªa 18 a?os y era una madre primeriza", confiesa Mirena. "La Dra. Ruth Smith me llam¨® por tel¨¦fono, se identific¨® y me pregunt¨® si pod¨ªa venir a verme y hablar de historia".
Mirena creci¨® en una casa de tres dormitorios junto a sus padres y sus seis hermanos. Los ni?os ten¨ªan que hacer kil¨®metro y medio de recorrido desde su casa hasta el colegio. De vuelta en casa, la limpieza y el orden eran responsabilidad suya. Recuerda su televisor en blanco y negro, con un papel celof¨¢n pegado para que pareciera de color.
Haw¨¢i era por aquel entonces una mezcla de plantaciones e industria hotelera. El padre de Mirena trabajaba como guardacostas. Su madre cantaba y bailaba el hula como animadora para Aloha Airlines. Los padres de Mirena no ganaban suficiente dinero como para alimentar a siete hijos, y encima su padre se hab¨ªa dado a la bebida. El matrimonio de sus padres era a menudo dif¨ªcil, lo que a veces derivaba en violencia f¨ªsica. "?ramos muy pobres y mi padre era alcoh¨®lico", resume Mirena.
El estudio de Kauai separaba a los casi 700 ni?os en dos grupos. Se cre¨ªa que cerca de dos tercios ten¨ªan un riesgo bajo de encontrar dificultades, pero al tercio restante los clasificaron de "riesgo alto"; ah¨ª estaban los nacidos en la pobreza, los que hab¨ªan sufrido estr¨¦s perinatal, ten¨ªan enfrentamientos familiares (incluida la violencia dom¨¦stica), padres alcoh¨®licos o enfermedades.
"Por supuesto mi familia entraba de lleno en la 'categor¨ªa de riesgo'", explica Mirena. "Y ya se sabe, yo ni siquiera... cuando uno vive en un entorno as¨ª, eso es lo que hay. No se te ocurre pararte a pensar, "Anda, pero si estoy en una situaci¨®n de riesgo".
Las investigadoras esperaban que el grupo de "alto riesgo" encontrase m¨¢s dificultades que el resto seg¨²n fueran creciendo. En concordancia con esa expectativa, descubrieron que dos tercios del grupo acab¨® desarrollando problemas serios. Pero, de forma totalmente inesperada, el tercio restante no lo hizo. Crecieron para convertirse en adultos atentos, competentes y seguros de s¨ª mismos, sin problemas serios dignos de menci¨®n. El estudio de las causas que los hicieron resilientes se ha convertido en algo tan importante como el estudio de los efectos negativos inherentes a una infancia dif¨ªcil. ?Qu¨¦ es lo que hizo que a algunos de estos ni?os les fuera tan bien a pesar de sus circunstancias?
Un estudio revolucionario
El an¨¢lisis del modo en que, a pesar de los pesares, algunos de ellos consiguieron prosperar todav¨ªa est¨¢ en curso. Hoy en d¨ªa Lali McCubbin es la investigadora principal. Hija de Hamilton McCubbin, quien trabaj¨® con las investigadoras originales, conoce bien la historia del proyecto y tiene algo de herencia hawaiana propia.
"Fue un estudio verdaderamente revolucionario", confirma. "Y lo que lo hac¨ªa tan singular era que a pesar de los factores de riesgo... estos no eran garant¨ªa de nada... de que la trayectoria ya estuviera definida. Y de hecho, lo que descubrimos fue la resiliencia. Aquellos ni?os fueron capaces de prosperar, de crecer, de desarrollarse... fueron capaces de llevar vidas productivas y gratificantes".
Nuestras relaciones son verdaderamente esenciales. Una persona puede marcar la diferencia"
"Muchos de estos factores de riesgo tambi¨¦n formaron parte de la vida de mi padre", a?ade McCubbin. "El alcoholismo, la disciplina estricta, la violencia dom¨¦stica. Yo fui muy afortunada y no crec¨ª as¨ª, tuve un hogar estable, un hogar lleno de afecto, sin ninguno de los factores de riesgo. As¨ª que me fascinaba el hecho de que, en lugar de desarrollar un trauma intergeneracional a partir de un factor de riesgo intergeneracional, se pudiera obtener resiliencia intergeneracional".
Son tres los grupos de factores de protecci¨®n que sirven para identificar a los ni?os que prosperar¨¢n a pesar del "alto riesgo": ciertos aspectos de la personalidad del ni?o, alguien que les cuide de forma consistente (no necesariamente un familiar), y sentir que forman parte de un grupo m¨¢s amplio que uno mismo.
En general, un tercio de los ni?os de "alto riesgo" que mostraron resiliencia ven¨ªan de familias con cuatro hijos o menos, con saltos de dos a?os o m¨¢s entre hermanos, muy pocas separaciones prolongadas de su principal cuidador y un v¨ªnculo estrecho con un cuidador al menos. Lo habitual era que, de ni?os, se les describiera de forma positiva, con adjetivos como "activo", "cari?oso" o "alerta", y que tuvieran amigos en el colegio y apoyo emocional m¨¢s all¨¢ del c¨ªrculo familiar. Los que mejor parados salieron tambi¨¦n sol¨ªan ser aquellos con m¨¢s actividades extraescolares y, en el caso de las mujeres, las que evitaban quedarse embarazadas hasta despu¨¦s de la adolescencia.
El panorama era aun as¨ª complicado, con los diferentes factores variando de relevancia seg¨²n la edad, explica McCubbin. Estar bien, a la edad de 10 a?os, significaba haber nacido sin complicaciones y tener unos padres con pocas dificultades: sin problemas de salud mental, pobreza cr¨®nica o que no se les diera bien educar. De los 10 a los 18, ciertos rasgos de la personalidad individual parec¨ªan ayudar, as¨ª como la presencia de relaciones positivas, si bien no necesariamente con los padres. Entre los 32 y los 40 a?os, tener un matrimonio estable serv¨ªa de refugio, como tambi¨¦n lo hac¨ªa formar parte de las fuerzas armadas.
Sorprendentemente, algunos ni?os que hab¨ªan "descarrilado" en su adolescencia se las ingeniaron para darle un vuelco a las cosas y recuperar el control de sus vidas al llegar a los 30 o 40 a?os, a menudo sin la ayuda de profesionales de salud mental.
Muchos de los factores tras estas transformaciones, y algunos de los factores asociados a la resiliencia en el transcurso de la vida de los ni?os, tienen que ver con alg¨²n tipo de relaci¨®n. Bien dentro del contexto de una comunidad m¨¢s amplia - como una escuela, una religi¨®n o las fuerzas armadas - o bien en relaci¨®n a una ¨²nica persona relevante.
"Nuestras relaciones son verdaderamente esenciales", confirma McCubbin. "Una persona puede marcar la diferencia".
Investigaciones m¨¢s amplias sugieren que cuantos m¨¢s factores de riesgo afronte un ni?o, m¨¢s factores de protecci¨®n necesitar¨¢ para compensar. Pero tal y como afirma McCubbin, "muchas investigaciones respaldan esa teor¨ªa de las relaciones, de que tenemos la necesidad de sentir que alguien cree en nosotros, de sentir que tenemos alg¨²n apoyo incluso en el ambiente m¨¢s ca¨®tico, tener una persona al menos".
"Los ni?os no tienen ni idea de lo que pasa en las vidas de los adultos que les cuidan",? cuenta Mirena. "Son s¨²bditos de esa vida, no est¨¢n ah¨ª por elecci¨®n propia. Ning¨²n ni?o elige ser pobre, ni elige que el alcoholismo forme parte de su vida. Es as¨ª y punto, te toca lidiar con ello".
Mirena ha pensando largo y tendido sobre el papel que jugaron sus padres en su vida, y sobre la importancia de tener a alguien que te cuide y te apoye fuera del hogar. "Yo quiero much¨ªsimo a mis padres, Dios les bendiga, pero la verdad es que no cumplieron con lo que se espera que haga un padre", confiesa Mirena. "Estaban demasiado ocupados buscando sus propias respuestas... intentando averiguar qu¨¦ hacer con aquella casa llena de ni?os sin tener suficiente dinero para mantenerlos... Mi madre estaba demasiado ocupada lidiando con un marido alcoh¨®lico..."
Al ser la hija mayor, Mirena se sent¨ªa a menudo responsable de intentar resolver las disputas familiares. Recuerda las violentas discusiones de sus padres. "Ve¨ªa c¨®mo mi madre perd¨ªa los papeles con mi padre. Recuerdo que una vez, en la cocina, ¨¦l estaba sentado. Ella hab¨ªa estrellado sus botellas por toda la cocina... recuerdo que hab¨ªa sangre por todas partes y pensar, '?Qu¨¦ puedo hacer? No soy m¨¢s que una cr¨ªa".
Mirena cree que su abuela jug¨® un papel fundamental. "Por suerte para m¨ª, ten¨ªamos una abuela un poco m¨¢s abajo en la calle", recuerda. "Mis abuelos maternos viv¨ªan cerca. Hicieron mucho por m¨ª; me bastaba con saber que alguien me quer¨ªa de forma incondicional, y eso que yo no siempre fui la ni?a m¨¢s f¨¢cil de llevar. A veces me pon¨ªa muy agresiva, algo que acostumbras a hacer cuando te ves obligada a defender a tu familia. Nos pas¨¢bamos la mayor parte del tiempo en la calle, muy sucios, sucios siempre, con el pelo largo y enredado.
"Cuando las cosas se pon¨ªan muy mal acababa en casa de mi abuela. Ella no viv¨ªa tan lejos, as¨ª que tiraba por el parque y atravesaba los cultivos de ca?a y para cuando llegaba hasta ella ya estaba cubierta de tierra roja y barro por todas partes. Y mi abuela estaba inmaculadamente limpia. Su casa estaba impecable... As¨ª que cuando yo me presentaba en su casa, cubierta de barro y de la tierra roja de Anahola... intento imaginar qu¨¦ pensar¨ªa mi abuela al verme cuando me acercaba.
"Pero no recuerdo una sola vez en que no fuera bien recibida en su casa, ni una. Lo que hac¨ªa era llevarme hasta una pila de cemento que ten¨ªa afuera y me quitaba todo el barro de encima. Despu¨¦s me llevaba hasta la ba?era de dentro y me frotaba, mi abuela era la ¨²nica que lo hac¨ªa, hasta dejarme limpia", contin¨²a.
Son tres los grupos de factores de protecci¨®n que sirven para identificar a los ni?os que prosperar¨¢n a pesar del "alto riesgo": ciertos aspectos de la personalidad del ni?o, alguien que les cuide de forma consistente y sentir que forman parte de un grupo m¨¢s amplio que uno mismo
"De ni?os ¨ªbamos todos por libre: si nos duch¨¢bamos, bien, y si no, tambi¨¦n. No hab¨ªa agua caliente, as¨ª que la mayor parte del tiempo no lo hac¨ªamos hasta que alguien nos obligaba. Pero mi abuela me frotaba a conciencia, hasta sacar toda la suciedad de mi pelo largu¨ªsimo. Y luego... me sentaba en sus rodillas y me desenredaba el pelo con paciencia, mientras yo lloraba de dolor y ella dec¨ªa 'casi he pau' - que en hawaiano significa terminado. 'Casi he pau' - muy suavemente. 'Casi he pau'. Y a veces le llevaba una hora... me pasaba una hora sentada en su regazo. Pero llegado el momento siempre lo daba por pau, y recuerdo que al levantarme me pasaba el peine de arriba hasta la punta de abajo. Y recuerdo sentirme, de ni?a, verdaderamente limpia. Y sentirme guapa. Y sentir que tal vez alguien podr¨ªa quererme aquel d¨ªa, que tal vez ese d¨ªa estaba BIEN. Eso es lo que mi abuela hac¨ªa por m¨ª. Me hac¨ªa sentir que yo estaba BIEN".
Pertenencia a la comunidad
Mirena tambi¨¦n cree que le vino bien el internado al que se fue con 12 a?os. "Al llegar aqu¨ª y vivir en la residencia, con toda aquella gente tan diferente, me di cuenta que las familias no ten¨ªan por qu¨¦ ser as¨ª", cuenta. La sensaci¨®n de pertenencia a una comunidad, en la escuela, fue importante para ella, y a¨²n hoy sigue trabajando all¨ª. Es tambi¨¦n el lugar donde conoci¨® a su marido, con el que hoy comparte siete hijos y quince nietos. Mirena dice que se acuerda de su abuela con frecuencia, especialmente cuando piensa en c¨®mo cree que ha de comportarse con su familia.
"Recuerdo que en alguna de mis horas m¨¢s oscuras, sacando adelante a estos ni?os m¨ªos, pens¨¦ en ella y supe que ten¨ªa que darles tanto como ella me dio a m¨ª. Para m¨ª no hay nada que supere ese ejemplo de amor y de cari?o. As¨ª que doy lo mejor de m¨ª para ser ese tipo de abuela para los m¨ªos".
Ahora parece evidente lo importante que es el modo en que nuestros padres o tutores cuidan de nosotros, pero en realidad, la conciencia de que el amor y el afecto son importantes para los ni?os es cosa del ¨²ltimo siglo. Muchas de las investigaciones que nos han permitido comprender c¨®mo la experiencia infantil influye sobre nuestro yo adulto no hab¨ªan sido todav¨ªa publicadas al nacer Mirena y el resto de la cohorte kauaiana.
Mucho de lo que sabemos sobre el efecto del tipo de crianza sobre los ni?os lo hemos sacado de la observaci¨®n de animales. En la d¨¦cada de los 30 tuvo lugar, en la Universidad de Stanford, una serie de experimentos que hoy no conseguir¨ªa la aprobaci¨®n de ning¨²n comit¨¦ ¨¦tico: Harry Harlow separaba a las cr¨ªas de macaco Rhesus de sus madres para criarlos en jaulas individuales. Permit¨ªa a los monitos acceder a dos modelos diferentes de mono adulto: uno de alambre que ten¨ªa una botella de leche, y otro, sin botella, pero forrado de un material suave, similar al tejido de una toalla. Los peque?os monos pasaban todo su tiempo junto al simulacro de madre suave, anhelando el confort, y solo acud¨ªan al mono de alambre en busca de comida, para regresar inmediatamente despu¨¦s al sustituto envuelto en toalla. Esto puso en entredicho las viejas teor¨ªas que insist¨ªan en que la comida y el cobijo son los principales est¨ªmulos de los ni?os, y sugiri¨® que el rol de confort puede ser mucho m¨¢s importante de lo cre¨ªdo hasta entonces.
A menudo hablamos de "cogerle cari?o" a alguien o a algo, pero la comprensi¨®n psicol¨®gica del apego es m¨¢s espec¨ªfica. John Bowlby, el padre de la teor¨ªa del apego, adem¨¢s de psiquiatra, psic¨®logo y psicoanalista, lo defin¨ªa como "un v¨ªnculo emocional, profundo y duradero,que une a las personas a trav¨¦s del espacio y del tiempo". La mayor¨ªa de los beb¨¦s forman v¨ªnculos de apego con sus cuidadores, y es la calidad de este apego la que puede verse afectada por el tipo de atenci¨®n que el beb¨¦ experimenta. Hoy en d¨ªa sabemos que estas primeras relaciones de apego sientan las bases, en cierta medida, del modo en vamos a relacionarnos de ah¨ª en adelante, incluso en nuestras relaciones rom¨¢nticas adultas.
A Bowlby le interesaba averiguar qu¨¦ ocurre con los ni?os que son separados de sus cuidadores a una edad temprana. Realiz¨® uno de sus primeros estudios con 88 pacientes adolescentes de su cl¨ªnica en Londres. La mitad hab¨ªan acabado all¨ª por robo, y la otra mitad padec¨ªa alg¨²n trastorno emocional pero sin tendencias delictivas. Bowlby observ¨® que entre los "44 ladrones", tal y como ¨¦l los llamaba, era mucho m¨¢s habitual que de peque?os hubieran perdido al menos a uno de sus cuidadores, lo que le llev¨® a interpretar que las tempranas experiencias de p¨¦rdida pueden tener un profundo efecto.
Bowlby escribi¨® mucho sobre la importancia del apego y de la p¨¦rdida de las figuras de apego, lo que condujo a su colega, Mary Ainsworth, a desarrollar un sistema para medir la calidad del apego entre cuidadores y ni?os que a¨²n hoy est¨¢ en uso. La t¨¦cnica de "situaci¨®n extra?a", tal y como se la conoce, consiste en observar la reacci¨®n del ni?o ante la separaci¨®n de su cuidador y su posterior regreso, y tambi¨¦n su reacci¨®n ante la aparici¨®n de un extra?o. Su apego puede entonces clasificarse en base a sus reacciones, de forma que podamos predecir en parte su desarrollo posterior. La clasificaci¨®n m¨¢s preocupante, el "apego desorganizado", tiende a observarse en ni?os cuyas figuras de apego les han hecho da?o, y se asocia a una menor capacidad de empat¨ªa con los dem¨¢s y para regular las propias emociones en la vida adulta.
Ni?os abandonados en Ruman¨ªa
Seg¨²n el estudio de Kauai, la mayor¨ªa de los ni?os que viv¨ªan en circunstancias adversas siguieron viviendo en sus casas, y algunos prosperaron de todas formas. Pero al otro lado del mundo, cualquier europeo que tuviera edad de ver la tele en 1990 tendr¨¢ alg¨²n recuerdo del caso de los ni?os hu¨¦rfanos de Ruman¨ªa. Las im¨¢genes de los ni?os encontrados en orfanatos tras la ca¨ªda de Nicolae Ceausescu son verdaderamente tr¨¢gicas: habitaciones sombr¨ªas repletas de ni?os peque?os de ojos enormes, asomando sus cabezas por encima de los barrotes de sus cunas para observar a los operadores de c¨¢mara que no cesan de filmarlos. En los tiempos de Ceausescu se prohibieron el aborto y los anticonceptivos en busca de un aumento masivo de la tasa de natalidad. Los ni?os, sin nadie que les cuidara, eran abandonados en las instituciones, donde experimentaban todo tipo de privaciones emocionales y negligencias. No recib¨ªan atenci¨®n individualizada alguna, nadie les abrazaba ni reconfortaba, no ten¨ªan a nadie que les cantara por la noche. Sus necesidades f¨ªsicas b¨¢sicas, tales como alimento y abrigo, estaban cubiertas, pero sus necesidades emocionales de afecto y consuelo no. Aprendieron que intentar relacionarse con los adultos de su entorno era in¨²til.
El descubrimiento de las condiciones de vida en estos orfanatos desat¨® una ola de compasi¨®n e iniciativas para la adopci¨®n de estos ni?os. El Departamento de Salud del Reino Unido se puso en contacto con Michael Rutter, un investigador del Instituto de Psiquiatr¨ªa, Psicolog¨ªa y Neurociencia del King's College de Londres, para pedirle que evaluara lo que estaba ocurriendo.
"Yo tambi¨¦n me enter¨¦ por los medios, como todos", cuenta Rutter, sentado en su luminosa y fresca oficina del Centro para el Desarrollo Social y Psiquiatr¨ªa Gen¨¦tica en el sur de Londres. "Pero [la investigaci¨®n] empez¨® porque el Departamento de Salud se puso en contacto conmigo para decirme que no sab¨ªan lo que iba a pasar con esos chicos, y si ser¨ªa posible hacer un estudio, un seguimiento, y averiguar cu¨¢les podr¨ªan ser las repercusiones pr¨¢cticas y pol¨ªticas. ... As¨ª que dije, venga, vamos a verlo".
Para Rutter se trataba de una oportunidad cient¨ªfica adem¨¢s de pr¨¢ctica: "Era un experimento natural". Todos los estudios anteriores con ni?os a cargo del estado estaban compuestos por grupos de internados con un rango de edad muy diverso, por lo que las variaciones en comportamiento y bienestar podr¨ªan deberse a cosas que les hubieran pasado antes de ser internados. Los ni?os hu¨¦rfanos de Ruman¨ªa, por el contrario, hab¨ªan sido admitidos en sus primeras dos semanas de vida. "Que ocurra algo as¨ª es una cosa terrible", dice Rutter, "pero dado que ya ha ocurrido, lo mejor que puede uno hacer es aprender tanto como le sea posible".
El desarrollo exige desaf¨ªos, cambios y tambi¨¦n continuidad. Es incorrecto pensar que la estabilidad debe ser la norma
El estudio de Rutter evalu¨® a los ni?os durante bastante tiempo, seg¨²n se iban asentando junto a sus nuevas familias adoptivas. "Las conclusiones nos deparaban una sorpresa tras otra", asegura. Por aquel entonces se estimaba que las adversidades graves daban lugar a toda una serie de problemas emocionales y de comportamiento. Pero por el contrario, en sus investigaciones descubri¨®, tras un seguimiento que: aparte de una minor¨ªa con patrones espec¨ªficos de dificultad social extrema, como en los casos de autismo, "No se daba un aumento de problemas emocionales o de comportamiento", confirma. "Esa fue una de las sorpresas". Otra fue que si se les encontraba un hogar suficientemente r¨¢pido, digamos en un plazo inferior a seis meses, entonces los ni?os tend¨ªan a crecer sin problemas.
Rutter cree que esta resiliencia ante la adversidad es un proceso din¨¢mico: "Al principio se consideraba que la resiliencia era una caracter¨ªstica, y lo que est¨¢ bastante claro es que esa no es la forma correcta de verlo", explica. "Se trata de un proceso, no de una cosa. Se puede ser resiliente a una cosa y no a otra", contin¨²a. "Y se puede ser resiliente en ciertos casos y en otros no". Reconoce que "tanto los ni?os como los adultos que se muestran resilientes ante ciertas cosas, suelen tambi¨¦n ser resilientes a otras", pero insiste en que la resiliencia no es una virtud fija.
Rutter ofrece la siguiente analog¨ªa m¨¦dica: "Protegemos a los ni?os contra las infecciones, permitiendo que se desarrolle su sistema inmunol¨®gico natural o bien los inmunizamos". De cualquier manera los ni?os se benefician de una exposici¨®n temprana y controlada a los pat¨®genos. Evitar que esto ocurra es perjudicial a largo plazo. De igual forma, los ni?os necesitan un punto de estr¨¦s en sus vidas que les permita aprender a gestionarlo. "El desarrollo exige desaf¨ªos, cambios y tambi¨¦n continuidad", opina Rutter. "Es incorrecto pensar que la estabilidad debe ser la norma".
Esto sugiere que hay algo en el modo en que algunos ni?os se adaptan y lidian con las circunstancias adversas que los convierte en emocionalmente resilientes. El estr¨¦s no es la causa inevitable de sus problemas, aunque resistir siempre ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil frente a las peores adversidades; lo verdaderamente importante es la interacci¨®n entre el estr¨¦s y el modo en que se afronta. Algunas formas de afrontar las cosas son probablemente m¨¢s ¨²tiles que otras, y tal vez algunos factores de protecci¨®n se traduzcan en una mejor gesti¨®n del estr¨¦s.
Rutter recuerda a uno de los primeros ni?os que conoci¨® en la cohorte rumana, ten¨ªa verdaderos problemas de comportamiento y de bienestar emocional, pero en la actualidad parece haberse desarrollado de forma aparentemente resiliente. "Le ha ido muy bien", explica Rutter. "Sus relaciones en casa son espl¨¦ndidas. Le ha dado un verdadero giro a su situaci¨®n y es dif¨ªcil saber por qu¨¦ ha sido exactamente, pero el hecho de haya ocurrido as¨ª deber¨ªa recordarnos que no hay que dar por perdidas ciertas situaciones solo porque parezca que no se puede hacer nada".
Pero, ?qu¨¦ pasa con los ni?os que necesitan una ayuda extra para alcanzar el mismo nivel de desarrollo que sus semejantes m¨¢s resilientes? Todav¨ªa sabemos muy poco acerca del funcionamiento de la resiliencia o sobre el modo en que podemos ayudarles a ser m¨¢s eficaces. Si lo analizamos como proceso adaptativo, ?c¨®mo hace nuestro cerebro, nuestros patrones de pensamiento y comportamiento para adaptarse y ayudarnos a lidiar con la adversidad m¨¢s temprana? Eso es justo lo que investiga Eamon McCrory, catedr¨¢tico de Neurociencia, Desarrollo y Psicopatolog¨ªa en el University College de Londres.
McCrory y su equipo coleccionan una mezcla de im¨¢genes cerebrales, evaluaciones cognitivas, datos sobre percepci¨®n y ADN, de ni?os maltratados a los que se les ha asignado un trabajador social, y los contrastan con un grupo de control sin trabajador social. Los ni?os de ambos grupos han sido cuidadosamente emparejados por edad, desarrollo puberal, cociente intelectual, situaci¨®n socioecon¨®mica, etnia y g¨¦nero. Los investigadores pretenden seguir los avances del grupo mientras la financiaci¨®n lo permita, mientras intentan dilucidar todo aquello que pudiera predecir cu¨¢l de los ni?os maltratados encontrar¨¢ dificultades y cu¨¢l se va a mostrar resiliente.
McCrory ha realizado trabajos cl¨ªnicos para la Sociedad Nacional para la Prevenci¨®n del Maltrato Infantil en el pasado y conoce los retos cl¨ªnicos espec¨ªficos a este tipo de poblaci¨®n: "los recursos son muy limitados", explica, "si tenemos un centenar de ni?os que han acabado en los servicios sociales por malos tratos, sabemos que la mayor¨ªa no va a desarrollar ning¨²n problema de salud mental. Pero tampoco deja de ser cierto que una minor¨ªa s¨ª que tiene bastantes posibilidades de hacerlo... Por el momento, no disponemos de ning¨²n m¨¦todo fiable para saber qui¨¦n ser¨¢ qui¨¦n. As¨ª que lo m¨¢s razonable parece trasladar el foco de atenci¨®n hacia alg¨²n punto mucho m¨¢s temprano en el proceso y definir un perfil de riesgo... S¨®lo mediante dise?os longitudinales seremos capaces de dar con esa informaci¨®n".
La investigaci¨®n de McCrory busca indicadores fiables de que un ni?o vaya a desarrollar problemas, de forma que podamos anticiparnos y saber qui¨¦n va a necesitar ayuda. Hasta el momento McCrory ha identificado tres ¨¢reas principales donde es m¨¢s probable que se manifiesten las diferencias: el procesamiento del peligro, la estructura cerebral, y la memoria autobiogr¨¢fica.
Tanto los estudios con veteranos de guerra como con ni?os maltratados revelan que las ¨¢reas del cerebro implicadas en el procesamiento del peligro, tales como la am¨ªgdala, se vuelven mucho m¨¢s sensibles en los soldados que vuelven de la guerra y en los ni?os que han sufrido maltrato de peque?os. Es f¨¢cil suponer que cuando se pasa miedo con frecuencia, el cerebro va a encontrar la manera de adaptarse y volvernos extremadamente sensibles a estas situaciones. "Nuestra principal propuesta te¨®rica gira ahora mismo en torno al concepto de vulnerabilidad latente", cuenta McCrory, "que el maltrato induce a adaptarse, en contextos caracterizados por el peligro, la imprevisibilidad y el estr¨¦s temprano, a toda una serie de sistemas biol¨®gicos y neurocognitivos. Dicha adaptaci¨®n puede resultarnos ¨²til dentro del contexto, pero a largo plazo las vulnerabilidades tienden a enquistarse".
Para averiguar si las diferencias estructurales del cerebro de los ni?os maltratados cambian o son por el contrario estables en el tiempo, el equipo de McCrory tambi¨¦n escanea sus cerebros. "Sabemos muy poco sobre la maleabilidad estructural del cerebro a largo plazo", confiesa McCrory. "Sabemos, por ejemplo, que existen diferencias estructurales en la corteza orbitofrontal y el l¨®bulo mediotemporal, zonas particularmente robustas, pero no tenemos ni idea de si estas diferencias son est¨¢ticas o si cambian con el tiempo, al menos en ciertos ni?os".
La memoria autobiogr¨¢fica es la tercera ¨¢rea que el equipo considera importante. Este sistema, encargado de evaluar y procesar los recuerdos de la propia historia personal, podr¨ªa tambi¨¦n adaptarse a las experiencias traum¨¢ticas, lo que puede resultar tan ¨²til a corto como da?ino a largo plazo.
"La memoria autobiogr¨¢fica es el proceso mediante el cual uno registra y organiza su propia experiencia para obtener sentido de ella", explica McCrory. "Sabemos que los que sufren de depresi¨®n o trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico almacenan sus recuerdos de manera muy poco espec¨ªfica, y a la hora de recordar experiencias pasadas su memoria carece de detalle. De id¨¦ntica manera, aquellos ni?os que han sufrido malos tratos pueden mostrar los mismos niveles de generalizaci¨®n de la memoria. Los estudios longitudinales muestran que los patrones de memoria poco espec¨ªficos pueden convertirse en un factor de riesgo para trastornos futuros.
"Seg¨²n una de las hip¨®tesis, la memoria poco espec¨ªfica limita nuestra capacidad para asimilar y negociar experiencias futuras con eficacia, pues solemos basarnos en nuestras vivencias pasadas a la hora de predecir las contingencias y probabilidades de los eventos futuros, es ese conocimiento adquirido el que nos servir¨ªa para gestionar bien dichas experiencias. As¨ª que una memoria poco detallada limitar¨ªa nuestra capacidad para gestionar factores de riesgo en el futuro".
Cuando tu pasado est¨¢ repleto de experiencias terribles es comprensible que uno haga lo posible por evitar pensar mucho en ello. Esto puede derivar en una tendencia a no recordar las cosas con m¨¢s detalle que el estrictamente necesario. El equipo de McCrory ha establecido v¨ªnculos fiables entre el maltrato infantil y los patrones de memoria no-espec¨ªfica.
?Los recuerdos se adaptan?
De vuelta en Haw¨¢i, a Mirena le resulta dif¨ªcil saber si sus recuerdos se han adaptado o no. "Es imposible de saber desde mi propia perspectiva personal", confiesa. "Uno no sabe lo que no recuerda". Los recuerdos de su familia, cuando estaba creciendo, se mezclan. Durante nuestras conversaciones, a menudo los describe con cari?o: su padre era "un hombre brillante" que "le¨ªa todo el tiempo" y era "de lo m¨¢s normal salvo cuando estaba bebido", y su madre era "una hawaiana muy guapa y de voz hermosa que lo hac¨ªa tan bien como le era posible". Estas descripciones est¨¢n adheridas a recuerdos m¨¢s oscuros, de regresar al hogar y toparse con una pelea en la cocina, o peor: "ver como mi madre intenta matar a mi padre en varias ocasiones, porque pap¨¢ se emborrachaba y mam¨¢ perd¨ªa la cabeza. Y era yo la que acostumbraba a intentar detenerlos". A ratos, cuando hablamos, a Mirena se le empa?an los ojos, cuando recuerda tiempos dif¨ªciles, y otras habla con pasi¨®n sobre la importancia de proteger a otros ni?os.
En un mundo ideal no tendr¨ªamos por qu¨¦ buscar la mejor manera de ayudar a los ni?os que han sufrido abusos o negligencia; eliminar¨ªamos los factores de riesgo y listo. En su defecto, tratar de comprender qu¨¦ puede hacerse para prevenir el efecto negativo de esos factores, y as¨ª motivar la resiliencia infantil individual, podr¨ªa bien ser la segunda mejor opci¨®n.
Todos los entrevistados para este art¨ªculo se sent¨ªan optimistas. "Hablamos del punto de vista psicol¨®gico, ?no es as¨ª?", se asegura Lali McCubbin. "Queremos creer que la gente puede darle un giro a sus vidas."
McCrory as¨ª lo hace: "Es esperanzador ver que la recuperaci¨®n es posible y que estos sistemas cerebrales se caracterizan por su plasticidad, as¨ª que todo deber¨ªa girar en torno a la promoci¨®n de esa capacidad, ?hay per¨ªodos del crecimiento donde esto sea m¨¢s factible? ?qu¨¦ podemos hacer para estimular la plasticidad en esos momentos?"
La memoria autobiogr¨¢fica, encargada de evaluar y procesar los recuerdos de la propia historia personal, podr¨ªa tambi¨¦n adaptarse a las experiencias traum¨¢ticas, lo que puede resultar tan ¨²til a corto como da?ino a largo plazo
El concepto de resiliencia infantil es complejo. McCubbin recuerda una conversaci¨®n con su padre y Emmy Werner sobre el uso del t¨¦rmino. Hablaban de si lo habr¨ªan llamado resiliencia de haber sabido entonces lo mucho que quedar¨ªa fuera del t¨¦rmino. "Y me gusta el hecho de que no estuvieran seguros... porque en realidad tiene m¨¢s que ver con la capacidad de adaptaci¨®n... mucha gente pasa por alto esa 'moraleja', ese, '?ah, que no es que el individuo sea resiliente', el t¨¦rmino casi responsabiliza a la persona m¨¢s que a su contexto. Lo que t¨² consideras resiliente puede no serlo tanto para otro".
Si tomamos la resiliencia como un proceso en lugar de una caracter¨ªstica personal abrimos la puerta a que otras personas participen del proceso. McCubbin piensa que la importancia de las relaciones personales va mucho m¨¢s all¨¢ de las meras relaciones de protecci¨®n entre personas, y para intentar captar justo eso ha creado junto a su equipo una nueva unidad de medida del "bienestar relacional". "Consideramos que las relaciones son algo que ocurre entre personas", explica. "Pero lo que hemos descubierto es que una relaci¨®n se puede extender a la naturaleza, al terru?o, a la relaci¨®n con la divinidad o los ancestros, a la relaci¨®n con la cultura".
El equipo de McCubbin acaba de realizar ocho entrevistas piloto a miembros de la cohorte original que ahora rondan los 60 a?os. Para explicar la investigaci¨®n se sirve del concepto hawaiano de "aloha". "Hay una versi¨®n tur¨ªstica del aloha", explica. Nos habla de una palabra que puede traducirse tanto como "amor y compasi¨®n", como "piedad" y "conexi¨®n" o como "ser parte de todos y todos parte de m¨ª".
"Aloha significa hola y adi¨®s, pero lo que significa en realidad es 'aliento de vida'", contin¨²a McCubbin. "Esto formaba parte de nuestras entrevistas, est¨¢bamos recogiendo su 'mana'o', su aliento su vida... Se nos pon¨ªa la piel de gallina al pensar en ello de esa manera, esa sensaci¨®n de aloha, de que que estamos todos conectados".
Mirena habla tan claro sobre la importancia de la conexi¨®n humana como lo hacen las propias investigaciones, aunque todav¨ªa nos quede un largo camino antes de que seamos capaces de comprender todo lo que estamos aprendiendo sobre la mejor manera de cuidar a los ni?os maltratados, y podamos transmit¨ªrselo a todos los que trabajan con ni?os. Para Mirena lo m¨¢s importante es "que los ni?os sepan que tienen a alguien que se preocupa por ellos. Una sola persona puede marcar la diferencia".
Este art¨ªculo apareci¨® primero en Mosaic y se republica aqu¨ª gracias a una licencia Creative Commons.
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