La magia del bien
ESTOY PASANDO unos d¨ªas de vacaciones fuera de Espa?a. Desde la ventana de mi apartamento veo la piscina de la comunidad. Todos los d¨ªas, una mujer gordita de unos 65 a?os baja a ba?arse con su hijo. El chico ya debe de haber cumplido los 40 y obviamente tiene alguna discapacidad ps¨ªquica. Lo primero que hace la mujer es ayudarle a ponerse el flotador, maniobra no exenta de dificultades porque al hijo parece costarle entender que debe levantar ambos brazos por encima de la cabeza para poder meter la rueda de goma. Al fin los alza, con una inocencia de movimientos que resulta chocante para su edad y muy conmovedora. Ya abrazado a su flotador, indefenso y ni?o, la madre lo mete en la piscina y se pasa por lo menos una hora dentro, dando vueltas por la pileta, llev¨¢ndolo de aqu¨ª para all¨¢, salpic¨¢ndole juguetonamente con paciencia infinita. Me imagino que cuando salen del agua est¨¢n los dos arrugaditos como pasas. Y felices. Un par de veces me he encontrado a esa mujer a la entrada de la urbanizaci¨®n, sacando a su hijo a pasear. Siempre sola (?qu¨¦ habr¨¢ sido del padre, se muri¨®, se borr¨®?), siempre con una sonrisa en los labios, como si la vida fuera maravillosa.
Leo en el ¨²ltimo y aterrador informe de Amnist¨ªa Internacional que 300 presos mueren por torturas al mes en las c¨¢rceles sirias. Les infligen espeluznantes tormentos porque s¨ª, ni siquiera para extraerles informaci¨®n, s¨®lo con s¨¢dica crueldad. Pero, claro, como ahora estamos sobrecogidos por el miedo a los integristas, ya no nos acordamos de la dictadura siria. Todo ese dolor y ese horror con el que convivimos (est¨¢ sucediendo ahora, en este mismo momento) nos mancha el coraz¨®n, nos ensucia el karma, nos condena como humanidad a un destino nefasto. Creo o m¨¢s bien siento que la especie se toca, que somos como un cardumen de peces de movimientos sincronizados y nerviosos, que existe una interacci¨®n profunda entre los individuos. Es una intuici¨®n po¨¦tica, digamos, que algunos cient¨ªficos como Jung o el bi¨®logo Sheldrake han intentado desarrollar en diversos niveles, pero que de alguna manera est¨¢ en nuestra conciencia desde siempre. Recordemos la leyenda de Sodoma y Gomorra de la Biblia: Dios estaba dispuesto a salvar las ciudades si Abraham encontraba a 10 justos. Esto es, el contrapeso de la bondad de una decena de humanos hubiera servido para salvarlos a todos. Como ese Dios primitivo, yo presiento que la maldad individual nos ensucia a todos, pero tambi¨¦n que la bondad personal puede rescatarnos.
Y hay tanta bondad, en realidad. La humanidad sigue viva y en pie por la solidaridad de la especie. Estoy convencida de que, dentro de las estrategias evolucionistas de supervivencia, hay muchas m¨¢s basadas en la empat¨ªa y la colaboraci¨®n que en la depredaci¨®n. Kant se admiraba de que el ser humano no se dejara llevar siempre por la ley del m¨¢s fuerte. Le extra?aba, por ejemplo, que un soldado no matara a toda anciana desvalida que encontrara para robarle el dinero. De esa constataci¨®n de que el mal no triunfa siempre, ni mucho menos, termin¨® sacando su idea del imperativo moral. Y es cierto, actuamos bien casi siempre. Ayudamos a los dem¨¢s, cuidamos, protegemos. Todo ello fomenta la perdurabilidad de la especie. El hecho mismo de que nos horrorice tanto el mal y de que sucesos como las torturas de las c¨¢celes sirias nos espanten indica que estamos fundamentalmente dirigidos hacia el bien. Si fu¨¦ramos intr¨ªnsecamente malvados, esas noticias nos dejar¨ªan indiferentes.
En Espa?a hay unos cuatro millones de personas que invierten unas cinco horas semanales en labores de voluntariado. Pero eso no es m¨¢s que la punta del iceberg. Mi asistenta Julia, de 64 a?os, dedica sus domingos a tomar varios autobuses y, tras dos horas de viaje, visitar a una anciana para la que anta?o trabaj¨® y que ahora est¨¢ internada en una residencia en Guadalajara. S¨¦ que la generosidad de Julia tambi¨¦n me alcanza de rebote a m¨ª. Al igual que la de esa madre que ba?a cada d¨ªa a su hijo: su amor tan puro compensa muchos horrores. Cuando llegan a la piscina, se ilumina el mundo. Es la magia poderosa del bien, que nos protege.
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