El zar del Mariinski
E
N LA PUERTA de los tres despachos de Valery Gergiev (Mosc¨², 1953) siempre espera un grupo de gente. Saben si ¨¦l est¨¢ dentro porque Misha, un corpulento y encanecido acompa?ante que le sigue d¨ªa y noche, custodia la entrada. Ah¨ª aguardan un espigado bailar¨ªn rubio, un compositor con una solemne medalla en la solapa que necesita ayuda para terminar un ballet y un primo de Osetia que le sigue a todas partes; tambi¨¦n un tipo que lleva dos d¨ªas leyendo un libro apoyado en la pared, un joven director y un anciano millonario a quien acompa?an dos mujeres colombianas. Pueden pasar horas. Pero de vez en cuando se abre la puerta, asoma medio cuerpo, hace un gesto moviendo los dedos de la mano izquierda y arquea las cejas, como cuando dirige a su poderosa y expresiva orquesta. Entonces entra el elegido, la mayor¨ªa de veces cohibido y algo nervioso, como si visitase a un ministro. Solo que pocos ministros tienen hoy la influencia de Valery Gergiev en Rusia.
Son las cinco de la tarde y quedan dos horas y media para que el omnipresente m¨²sico y gestor (tambi¨¦n es titular de la Filarm¨®nica de M¨²nich y director del Festival de las Noches Blancas) recorra los 500 metros que hay entre su despacho del edificio de conciertos hasta el espectacular teatro de ¨®pera que inaugur¨® en 2013, justo el d¨ªa de su 60? cumplea?os. Dirige El jugador, la obra de Prok¨®fiev que el comienzo de la revoluci¨®n evit¨® que se estrenase en este teatro justo hace 100 a?os y que forma parte de su descomunal trabajo por devolver el brillo al repertorio ruso, incorporando tambi¨¦n obras contempor¨¢neas como El idiota, de Weinberg, en el arranque de la 234? temporada del Mariinski. Por su despacho, presidido por una foto en blanco y negro de Ilya Musin, su gran maestro, siguen desfilando miembros de esta corte que le espera cada vez que pasa unos d¨ªas en San Petersburgo. Se toma su tiempo con cada uno y escucha. Nadie pide nada concreto, ser¨ªa de mala educaci¨®n; solo hablan, esperan y le estrechan la mano. ?l sabr¨¢ qu¨¦ hacer.
Poco a poco se queda solo con su gran amigo y promotor Josep Maria Prat, con quien volver¨¢ de gira a Espa?a el pr¨®ximo enero. Muestra especial ilusi¨®n por su concierto con el Orfe¨®n Pamplon¨¦s, del que es director honorario. ¡°Intento hablar con todos los que esperan, si los despreciase podr¨ªa parecer que no tengo inter¨¦s en este teatro. Es importante¡±, sostiene todav¨ªa con la chaqueta negra de cuello Mao con la que ha dirigido por la ma?ana dos conciertos de Pedro y el lobo en una sala repleta de ni?os. Al otro lado de la puerta, Misha, con un ramo de flores en la mano y unos zapatos de piel a punto de reventar, acompa?a la puerta con suavidad y termina con el trasiego de visitas. Pasar¨¢n dos horas hasta que vuelva a abrirse.
¡°solo puedes controlar un gran territorio si eres fuerte. Pero es impensable que putin planee atacar a otro pa¨ªs. ¨¦l piensa en prevenir AGRESIONES¡±.
El maestro, como todos se dirigen a ¨¦l, es un s¨ªmbolo nacional. Y tambi¨¦n nacionalista. Sus conciertos en Palmira (Siria) o Tsjinval (Osetia del Sur) forman parte aqu¨ª del orgullo colectivo y del brillo art¨ªstico que Rusia ha exportado en los ¨²ltimos a?os. Pero en el resto del mundo tambi¨¦n se perciben como una musical forma de propaganda de las incursiones militares del presidente ruso. Esta vertiente pol¨ªtica genera controversia, especialmente por su cercan¨ªa a Vlad¨ªmir Putin, de quien hace una ac¨¦rrima defensa. Con ¨¦l comparte la pasi¨®n por los liderazgos fuertes e implacables. ¡°Solo puedes controlar un gran territorio si est¨¢s organizado y eres fuerte. Pero es impensable que Putin est¨¦ sentado en el Kremlin plante¨¢ndose c¨®mo atacar a otro pa¨ªs. ?l piensa en c¨®mo prevenir las agresiones a Rusia; la OTAN est¨¢ ahora m¨¢s cerca que nunca de nuestras fronteras. Mucho m¨¢s que con el muro de Berl¨ªn¡±, analiza. Pero m¨¢s all¨¢ de la geopol¨ªtica les une la vieja idea de que, sin el arte y la cultura, Rusia no recuperar¨¢ el esplendor y la grandeza de los tiempos de l¨ªderes como Pedro el Grande, fundador hace 300 a?os de San Petersburgo, donde Gergiev y Putin se conocieron.
En todo ese tiempo cambi¨® el color de las cortinas, pero los teatros fueron pr¨¢cticamente lo ¨²nico que respetaron los mandatarios de cada ¨¦poca. Por eso, como analiza su amigo Prat, ciertos artistas adquieren aqu¨ª esta dimensi¨®n nacional, casi m¨ªstica, de la que goza Gergiev. Gobierne quien gobierne. ?l lo conoce bien; y tambi¨¦n sabe que sin la complicidad, la gesta de convertir el Mariinski en este impresionante centro cultural estrat¨¦gicamente situado en los l¨ªmites del mundo occidental hubiera sido pr¨¢cticamente imposible. ¡°En dos d¨ªas no me habr¨¢ visto con ning¨²n pol¨ªtico, pero conviene recordar que esto es una ¨®pera del Estado y no se trata solo de recibir apoyo, sino de tener responsabilidades. Putin est¨¢ muy ocupado, pero encuentra tiempo para venir al Ermitage y al Mariinski un par de veces al a?o. Fui 10 a?os director de la London Symphony Orchestra y quiz¨¢ no tuve suerte¡, pero son muchos para haber recibido la visita de alguien del Gobierno. Los pol¨ªticos deber¨ªan prestar en Europa mucha m¨¢s atenci¨®n al arte¡±.
El reinado de Gergiev en el Ma-riins--ki no estaba escrito ni se cocin¨® en los c¨ªrculos de poder que ahora le son cercanos. Hijo de una familia humilde, naci¨® en Mosc¨² en pleno arranque de la Guerra Fr¨ªa, dos meses despu¨¦s de la muerte de Stalin. ¡°Una ¨¦poca cultural que mezcl¨® lo bueno y lo malo, llena de bur¨®cratas, como por cierto los hay ahora en la UE¡±, critica recostado en el sof¨¢ de su despacho. Su padre, militar, y su madre muy pronto se mudaron con sus dos hermanas a Vladikavkaz, en la pobre regi¨®n de Osetia que linda con Georgia. Ah¨ª se form¨®, ¡°fum¨® algunos cigarrillos¡±, escuch¨® obstinadamente las grabaciones de Beethoven de F¨¹rtwangler y jug¨® al f¨²tbol en la calle. Podr¨ªa adivinarse un poderoso instinto musical y cierta disciplina, pero la vida no hab¨ªa decidido hacia d¨®nde lanzar aquella bola de fuego que empezaba a asomar en las clases de m¨²sica de la se?ora Zareba, la primera persona que le imagin¨® subido a un podio. Hubo un punto de inflexi¨®n. ¡°Mi padre fue reclutado horas despu¨¦s de que Hitler atacase la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Contando el tiempo que pas¨® luego en Berl¨ªn, estuvo siete a?os fuera. Le hirieron en la cabeza, y creo que eso fue lo que m¨¢s adelante le provoc¨® la muerte a los 49 a?os. Yo ten¨ªa solo 14 y me afect¨® profundamente, todav¨ªa lo siento. Ese d¨ªa la m¨²sica se convirti¨® en mi mejor amiga¡±.
San Petersburgo, quiz¨¢ la ciudad m¨¢s europea de Rusia, lo cambi¨® todo. Aqu¨ª estudi¨® en el conservatorio y aprendi¨® durante cinco a?os con el maestro de directores musicales Ilya Musin, profesor tambi¨¦n de artistas como Semyon Bychkov o Yuri Temirkanov (a quien luego sustituir¨ªa). Experto en la t¨¦cnica manual de direcci¨®n (nadie hab¨ªa formulado antes un sistema para dirigirse a la orquesta solo con gestos) y poco aficionado a las batutas, Musin instruy¨® durante un lustro en todo lo que sab¨ªa a un chaval de 19 a?os. ¡°A menudo me enfadaba cuando algo no me sal¨ªa bien, y ¨¦l siempre dec¨ªa: ¡®Valery, debe saber que esta profesi¨®n es muy dif¨ªcil los primeros 70 a?os¡±, recuerda con una carcajada. De Musin adquiri¨® la expresividad de sus manos y su escaso apego por un solo tipo de batuta. ¡°F¨ªjese¡±, exclama acerc¨¢ndose al caj¨®n de su escritorio y sacando un manojo de bastoncitos. ¡°Esta peque?a la compr¨¦ el otro d¨ªa en M¨²rmansk. A veces dirijo solo con las manos y otras con un palillo, en homenaje a las tapas espa?olas¡±, bromea. ¡°A los m¨²sicos les gusta ver el palito blanco. Pero lo importante son los ojos y que yo pueda mirarlos directamente¡±.
En la ¨¦poca sovi¨¦tica tuvo que renunciar al sue?o europeo y al dinero. Pero no guarda rencor: ¡°empec¨¦ a trabajar en esta casa desde abajo¡±.
Ellos le eligieron. Gergiev tom¨® el mando del Kirov (el Mariinski durante la Uni¨®n Sovi¨¦tica) en 1988 como director art¨ªstico cuando la orquesta le aclam¨® en una ins¨®lita votaci¨®n. ¡°Eso me obliga a una enorme responsabilidad, recuerdo que al principio viv¨ªa obsesionado con no decepcionar¡±. Ten¨ªa 34 a?os y era la joven promesa de la m¨²sica sovi¨¦tica. El r¨¦gimen hab¨ªa estado esperando este momento despu¨¦s de haberle cerrado la puerta de Europa a?os antes, cuando el legendario Karajan gan¨® el concurso para dirigir la Filarm¨®nica de Berl¨ªn y le reclam¨® como asistente. Tuvo que renunciar a aquel sue?o, al dinero y al mundo occidental. Pero no guarda rencor. ¡°Era joven y guapo, y ten¨ªa energ¨ªa. Incluso un aspecto de actor o bailar¨ªn, f¨ªjese¡ [muestra unas fotos orgulloso de aquella delgadez y belleza de juventud]. Pero aqu¨ª pensaban que si te ibas no volver¨ªas. Claro que me decepcion¨®, pero a cambio empec¨¦ a trabajar en esta casa desde abajo. No me prohibieron hacer m¨²sica, solo me pidieron que la hiciera aqu¨ª. En esa ¨¦poca constru¨ª mi repertorio¡±.
El Mariinski, el gran templo donde compositores como Chaikovski, Mussorgski, Prok¨®fiev o Rachmaninov estrenaron sus obras y cuya orquesta imperial llegaron a dirigir Verdi, Berlioz o Strauss, era en aquella ¨¦poca una instituci¨®n renqueante con 260 funciones al a?o (hoy realiza 1.374, con una media del 90% de ocupaci¨®n y decenas de estrenos oper¨ªsticos) asomada al abismo de la descomposici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Protestas laborales y la caja vac¨ªa. Ese era el material de trabajo cuando en 1996, en tiempos de Bor¨ªs Yeltsin, asumi¨® las riendas tambi¨¦n de su gesti¨®n. Tiraron de ingenio, recuerda, y crecieron de una manera que ¨¦l, gran aficionado al f¨²tbol, compara con La Masia del FC Barcelona. ¡°Tuvimos que cambiar la mentalidad en algunos aspectos, pero curiosamente fue una ¨¦poca en la que descubrimos grandes voces como Olga Borodina, Anna Netrebko (que limpiaba los pasillos del teatro a la espera de una oportunidad), Evgeny Nikitin, Galusin, Petrenko¡ Estudiantes que ni hab¨ªan terminado el conservatorio. Tuvieron que aprender franc¨¦s, italiano, alem¨¢n¡ No compramos a nuestras estrellas, las fabricamos. Como hizo el Bar?a con Messi¡±. En cuanto a los trabajadores o la orquesta¡, nadie os¨® jam¨¢s desafiarle. Comenzaba la era del poder absoluto.
De aquella ¨¦poca permanece hoy intacto el testigo del viejo teatro, inaugurado en 1860, con sus laber¨ªnticos pasillos y decenas de funcionarios jugando al domin¨® durante horas hasta que arranca el ballet. El nuevo espacio, el Mariinski II, es el reflejo opuesto. Separado del Neva solo por un peque?o canal y con una superficie de 80.000 metros cuadrados y un presupuesto anual de unos 140 millones (el Teatro Real tiene unos 49 millones), cost¨® 530 millones y tiene 2.000 asientos. Gergiev se involucr¨® hasta el fondo en su remodelaci¨®n, y al cabo de tres a?os y varios millones invertidos par¨® el proyecto original de Dominique Perrault ¨Cque hab¨ªa ganado un concurso internacional¨C por considerarlo arriesgado y entreg¨® la obra a un estudio canadiense experto en este tipo de edificios. Aun as¨ª, se implic¨® hasta el ¨²ltimo detalle en cuestiones como la ac¨²stica del nuevo edificio. ¡°De lo contrario, a qui¨¦n podr¨ªa haberle echado la culpa si algo sal¨ªa mal¡±, bromeaba la noche anterior, provocando las carcajadas de patrocinadores y amigos en el restaurante junto al teatro donde suele cenar.
El Mariinski II es hoy el buque insignia de la diplomacia cultural rusa, apoyada en el ilimitado dinero del petr¨®leo y que, sin embargo, no ha mitigado las cr¨ªticas occidentales respecto a los d¨¦ficits democr¨¢ticos del pa¨ªs. ¡°Nuestra econom¨ªa quiz¨¢ se apoye demasiado en el petr¨®leo y el gas. Pero ?qu¨¦ clase de democracia queremos los rusos? Ya tuvimos un periodo muy complicado con la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Gorbachov quer¨ªa la democracia, trajo la libertad y tuvimos un colapso terrible. D¨ªgame, ?qu¨¦ le parece al New York Times la democracia china? ?Ah¨ª lo es o no? Es sencillo: el Gobierno chino ha dejado muy claro que no har¨¢ nada con pa¨ªses que les critiquen, as¨ª que no reciben los mismos ataques que Rusia porque, si no, se quedar¨ªan fuera de ese mercado enorme¡±.
Hijo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y la Guerra Fr¨ªa, Gergiev est¨¢ preocupado con la deriva de los ¨²ltimos conflictos. El mundo est¨¢ en crisis y la cuerda a un lado y otro del viejo tel¨®n de acero vuelve a tensarse. Pero el problema, con un mundo que sabe mucho menos de Rusia que lo que saben los rusos sobre el resto del mundo, viene de lejos, cree. ¡°Los medios internacionales ya ten¨ªan una posici¨®n anti-Kremlin antes de Putin. Desde 1994 simpatizaban con los rebeldes porque pensaban que la desintegraci¨®n de Rusia ser¨ªa lo mejor. Pero si eso sucediera, igual que con China, habr¨ªa cientos de millones de personas hambrientas, furiosas y con armas¡, incluidas las nucleares. Al mundo no le conviene que Rusia se rompa. Mire, no creo que los pol¨ªticos resuelvan todos nuestros deseos, somos gente sencilla que debe defenderlos por s¨ª misma. Pero veo un riesgo, y no me gusta decirlo, de que nos lleven a la tercera guerra mundial. No quiero ser un profeta de algo tan horrible, pero por primera vez en mi vida tengo esta extra?a sensaci¨®n. Todos somos muy limitados en nuestro conocimiento sobre el mundo, pero el desconocimiento de los pol¨ªticos no tiene l¨ªmite¡±.
La conversaci¨®n s¨ª empieza a tenerlo. Quedan solo 45 minutos para que empiece la funci¨®n, la tercera que dirigir¨¢ hoy. Desde hace unos minutos, el cu?ado de Gergiev remueve objetos en el office del despacho y un intenso olor a comida empieza a inundar la sala. Finalmente aparece sonriente con un plato rebosante de sopa y una gran pelota de carne flotando en ella. Despu¨¦s de dos horas, Misha vuelve a abrir la puerta con sus enormes manos y deja entrar algunas visitas. Fuera todav¨ªa permanecen unas 20 personas. Hoy no podr¨¢n verle, seguir¨¢n esperando.
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