?¡®In vino veritas¡¯?
SE DICE que los ni?os, los locos y los borrachos dicen la verdad, que el alcohol elimina las inhibiciones y permite que todas las opiniones fluyan sin censura. Sin embargo, no es el alcohol el que crea y alimenta nuestras opiniones. Tendr¨ªamos que definir si realmente cuando hablamos siendo ni?os, o cuando lo hacemos bajo los efectos de sustancias o estados ps¨ªquicos que favorecen la desinhibici¨®n ¨Ccomo la psicosis o, simplemente, la ansiedad o la ira¨C, hablamos ¡°sin censura¡± o lo hacemos ¡°con madurez¡±.
La formaci¨®n de un sistema de valores es un procedimiento din¨¢mico, individual, rico en matices y que consta de una serie de elementos que vamos adquiriendo a lo largo de toda la vida.
En la infancia nuestras opiniones son muy limitadas. Adquirimos nuestros valores y no los ponemos en duda, no nos los planteamos, los damos por ciertos ya que todav¨ªa no tenemos capacidad de juicio; pr¨¢cticamente solo contamos con los pareceres de nuestra familia m¨¢s pr¨®xima, en general las de nuestros padres.
LOS VALORES QUE ADQUIRIMOS EN LA INFANCIA Y EN LA ADOLESCENCIA PERMANECEN ALMACENADOS EN EL CEREBRO.
M¨¢s tarde, llegan las de la escuela, profesores y compa?eros. Por cierto, es caracter¨ªstico de estas etapas que vayamos dando por aceptables ¨²nicamente los valores de nuestro entorno pues todav¨ªa no tenemos un criterio propio y son los de estas personas cercanas los que nos aportan la necesaria sensaci¨®n de pertenencia a un grupo: creencias pol¨ªticas m¨¢s o menos radicalizadas, gustos musicales o una manera de vestir que de una u otra forma nos posiciona.
M¨¢s adelante vamos enriqueciendo nuestro ¡°estar en el mundo¡± con lecturas, conversaciones, canciones, viajes, pel¨ªculas¡, multitud de est¨ªmulos imposibles de resumir que van dejando una impronta.
Para que con todos los est¨ªmu?los que vamos recibiendo a lo largo de la infancia, la adolescencia y la madurez se vaya generando un criterio propio es imprescindible la reflexi¨®n. Es un proceso continuo, circular. A medida que el hombre madura y se enriquece el criterio, nos hacemos m¨¢s reflexivos y m¨¢s sensatos.
Sin embargo, aquellos valores que adquirimos en la infancia y en la adolescencia y que posteriormente pusimos en duda despu¨¦s de llegar a nuestras propias conclusiones, tal vez opuestas a aquellas que nos ense?aron de ni?os, esos principios aprendidos, de alg¨²n modo, permanecen almacenados en el cerebro.
La reflexi¨®n y la madurez los descartan como propios. Consideran que nos fueron dados y llega un momento que nos parecen primitivos. Decidimos, por nuestra propia voluntad, que no son v¨¢lidos para la persona que somos en la actualidad. Tal vez lo fueran para aquel ni?o, para aquel adolescente y en aquel contexto social, familiar y cultural, pero no lo son para este adulto reflexivo, sensato y educado.
A medida que maduramos vamos a?adiendo l¨ªmites, acotando situaciones, definiendo circunstancias y tomando decisiones sobre c¨®mo actuar, qu¨¦ decir, qu¨¦ hacer en funci¨®n de qui¨¦nes somos y qu¨¦ queremos conseguir teniendo en cuenta cu¨¢les son nuestros valores. De este modo, el cerebro funciona en constante conflicto.
Los pueblos germ¨¢nicos aconsejaban beber alcohol a sus pol¨ªticos para impedir que estos mintieran en los consejos.
La sospecha de que sustancias como el alcohol o estados ps¨ªquicos de desinhibici¨®n como la ansiedad o la ira liberan creencias m¨¢s primitivas del ser humano es antigua. El Talmud babil¨®nico contiene una frase lapidaria: ¡°Entr¨® el vino y sali¨® un secreto¡±, y dice despu¨¦s: ¡°En tres cosas se revela un hombre: en su copa de vino, en su bolsa y en su c¨®lera¡±. Seg¨²n el historiador romano T¨¢cito, los pueblos germ¨¢nicos aconsejaban beber alcohol a sus pol¨ªticos para impedir que estos mintieran en los consejos. De hecho, la expresi¨®n In vino veritas, de Plinio el Viejo, no es m¨¢s que la traducci¨®n de la expresi¨®n popular En oino ¨¢l¨¦theia, acu?ada por el poeta griego Alceo de Mitilene.
No cabe duda de que en ocasiones la desin?hibici¨®n que producen el alcohol, la ira, la ansiedad o la inmadurez pueden hacernos revelar ¡°verdades¡± que no somos capaces de expresar cuando dominamos nuestra consciencia. Lo que se debe distinguir es si en ese estado de llam¨¦mosle liberaci¨®n, exteriorizamos cosas que hubi¨¦semos preferido callar o lo que provoca es que olvidemos por un rato una opini¨®n que ya hemos elaborado, madurado y reflexionado. Algo, esto ¨²ltimo, que nos puede situar en una posici¨®n peligrosa o da?ina.
No todos sabemos o podemos
- La etapa de reflexi¨®n en la que nos cuestionamos las ense?anzas y la educaci¨®n recibida es, casi por definici¨®n, un periodo dif¨ªcil y de soledad. Pero tambi¨¦n se trata de un momento clave porque a partir de entonces el n¨²cleo de nuestro pensamiento dejar¨¢ de ser la opini¨®n heredada y comenzar¨¢ a ser la propia. A partir de entonces nuestro criterio debe permanecer permeable pero no dependiente de las opiniones de los dem¨¢s. No necesitamos l¨ªderes de opini¨®n, sino ideas que enriquezcan las nuestras, las maticen o incluso las contradigan.
- Si bien es cierto que esta fase es necesaria y enriquecedora, no es tarea f¨¢cil porque se puede sentir que se traiciona a la tradici¨®n recibida y porque siempre resulta m¨¢s c¨®modo no tener que repensar nuestra identificaci¨®n y pertenencia a un grupo. Una buena parte de la poblaci¨®n permanece est¨¢tica en esa herencia. El gran riesgo de quien no se toma la molestia de crear su propio mundo ideol¨®gico y sus principios es que se convierten en las v¨ªctimas m¨¢s f¨¢ciles para la radicalizaci¨®n, el conservadurismo extremo o el populismo.
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