Trabajo equitativo, talento azaroso
SI ALGO clama en verdad al cielo, en lo que tanto hombres como mujeres deber¨ªamos hacer continuo hincapi¨¦, es la diferencia salarial existente (y persistente) entre unos y otras, exactamente por el mismo trabajo. Nunca he entendido en qu¨¦ se basa, cu¨¢l es la justificaci¨®n, a¨²n menos que se d¨¦ en todos los pa¨ªses, no s¨®lo en el nuestro. En Alemania, naci¨®n avanzada, la brecha es a¨²n mayor que aqu¨ª, y en Gran Breta?a, Holanda y Francia tan s¨®lo un poco menor. La cosa presenta la agravante de que, seg¨²n el reciente estudio de econom¨ªa aplicada Fedea, hace ya tres decenios que las mujeres poseen mejor formaci¨®n que los hombres, algo que no falla nunca si se analizan personas menores de cincuenta a?os. ¡°En el mercado de trabajo espa?ol el 43% de las mujeres ha concluido estudios universitarios, frente al 36% de los varones¡±, se?ala el informe, y a?ade que, pese a ese superior nivel educativo, ellas se topan con m¨¢s dificultades para encontrar empleo y, cuando lo consiguen, sus condiciones laborales son peores. As¨ª, la tasa de paro femenino es seis puntos mayor. La diferencia salarial ronda el 20% a favor de los menos educados, y eso ¨Cinsisto¨C escapa a mi comprensi¨®n. Si dos individuos realizan las mismas tareas y las desempe?an durante el mismo n¨²mero de horas, ?con qu¨¦ argumento puede discrimin¨¢rselos en funci¨®n de su sexo? La situaci¨®n es tan ofensiva e injusta, y lleva tanto perpetu¨¢ndose, que no me explico que no ocupe a diario los titulares de los peri¨®dicos y de los informativos, y que s¨®lo aparezca o reaparezca cuando se publica alg¨²n estudio como el de Fedea, que nada descubre. Se limita a constatar que nada cambia.
Si dos individuos realizan las mismas tareas y las desempe?an durante el mismo n¨²mero de horas, ?con qu¨¦ argumento puede discrimin¨¢rselos en funci¨®n de su sexo?.
Ese es el terreno fundamental en el que las supuestas ultrafeministas deber¨ªan estar librando una batalla sin tregua, en vez de perder el tiempo y la raz¨®n con dislates ling¨¹¨ªsticos y con aspectos secundarios y ornamentales, en los que adem¨¢s el ¡°reparto¡± nunca es ni ha sido per se equitativo. Leo muchos m¨¢s art¨ªculos y protestas porque haya menos mujeres que hombres en la RAE, o ganadoras del Cervantes, o directoras de cine o de orquesta, que por esta discriminaci¨®n laboral y salarial. El trabajo es mensurable y cuantificable en t¨¦rminos objetivos; las artes y lo que llevan impl¨ªcito ¨Ctalento, genio, como quieran llamarlo¨C no lo son. Esas aptitudes no est¨¢n distribuidas de manera justa ni proporcional. No hablo del largo pasado, en el que a las mujeres les estaba vedada la dedicaci¨®n a la pintura, a la arquitectura, al cine, a la composici¨®n musical y parcialmente a la literatura, sino de hoy. No hay ninguna raz¨®n por la que deba haber tantas buenas escritoras como escritores, ni a la inversa, claro est¨¢. De la misma manera que tampoco ese reparto de talento est¨¢ garantizado por pa¨ªses ni por regiones. Ni por diestros o zurdos, altos o bajos, gordos o delgados, negros o blancos o asi¨¢ticos.
De todos es sabido que en los siglos XVIII y XIX hubo una concentraci¨®n de genio musical en Alemania y Austria, incomparable con el existente en cualquier otro lugar. Si en ese periodo vivieron Bach, Telemann, Mozart, Haendel, Haydn, Schubert, Beethoven, Schumann, Brahms, Bruckner y Mahler no mucho despu¨¦s, se debi¨® en gran medida al azar. ?Por qu¨¦ en el XVII ingl¨¦s hubo un Shakespeare, un Marlowe, un Jonson, un Webster, un Tourneur, un John Ford, un Robert Burton y un Sir Thomas Browne? ?Y en Espa?a un Cervantes, un Lope, un Quevedo, un G¨®ngora, un Calder¨®n, mientras en otras naciones no surg¨ªa algo similar? ?Por qu¨¦ (y eso tiene m¨¢s misterio y m¨¢s m¨¦rito, dada la escasez de escritoras) en el XIX brit¨¢nico se juntaron Mary Shelley, Jane Austen, George Eliot, Emily y Charlotte Bront?, Elizabeth Gaskell, ?Elizabeth Barrett Browning y Christina Rossetti, todas cl¨¢sicas indiscutibles de la novela o la poes¨ªa? Pese a las trabas de la ¨¦poca para las de su sexo, su arte emergi¨® y fue reconocido, porque eso sucede siempre con el arte elevado, aunque a veces llegue tarde para quien lo posey¨®, sea var¨®n o mujer. Hoy hay una pl¨¦yade de feministas empe?adas en ¡°sacar de las catacumbas¡± a todas las pintoras, compositoras y escritoras que en el mundo han sido, y no todas merecen salir de ah¨ª. Habr¨¢ periodos en los que el talento estar¨¢ m¨¢s concentrado en mujeres, como lo estuvo el musical en germanos dos y tres siglos atr¨¢s. Y habr¨¢ otros en los que no. Por mucho que se intente hundir y ocultar, el gran arte sale a flote y acaba resultando innegable, manifiesto (a veces con enorme retraso, eso s¨ª). Que se lo pregunten a los esp¨ªritus de Austen, Bront?, George Eliot o Emily Dickinson.
Lo que s¨ª es intolerable, lo que todos los feministas deber¨ªamos combatir sin descanso (me incluyo, claro que me incluyo), es la discriminaci¨®n en lo que no depende del azar, ni del gusto ni de la subjetividad de nadie (ni siquiera de los tiempos): el trabajo, lo que por ¨¦l se percibe y la igualdad de oportunidades para acceder a ¨¦l. Conseguir que las mujeres no est¨¦n perjudicadas ni desde?adas ni preteridas en ese campo es la principal y urgente tarea ¨Ccasi la ¨²nica seria¨C a la que nos debemos aplicar.
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