Un paseo literario por la Venecia de Paul Morand
¡°Venecia se hunde; ?no ser¨¢ quiz¨¢ lo m¨¢s bello que pod¨ªa ocurrirle?¡±, dec¨ªa el poeta franc¨¦s Paul Morand. Descubrimos la ciudad italiana a trav¨¦s de la obra de este autor.
Paul Morand escribe sus Venecias en 1971, cinco a?os antes de morir. Tiene la experiencia de todo el siglo y miles de kil¨®metros recorridos, porque es un cosmopolita (a la antigua, de los que viajaban a lo grande). As¨ª que en su libro nos describe la ciudad italiana en varios momentos en que la visit¨®. Hacia finales del siglo XIX, Morand nos habla de una ciudad b¨¢sicamente poblada por los arist¨®cratas de toda Europa (es la Venecia de Thomas Mann) y por eruditos franceses m¨¢s modestos pero archiconocedores de los secretos del laberinto veneciano.
Durante la Primera Guerra Mundial, Morand se fija en los buques de guerra que atracan frente al Palacio Ducal y en quienes ponen entonces el toque cosmopolita: los soldados rusos, napolitanos, austriacos, franceses, senegaleses¡
Durante el periodo de entreguerras Venecia abre para Morand la puerta de Oriente, porque en 1919 se inaugur¨® la ruta a trav¨¦s del Simpl¨®n del famoso tren de lujo Orient-Express; esa ruta paraba en Venecia antes de continuar hacia Trieste y Estambul ¨C y Morand por supuesto cogi¨® el tren desde Par¨ªs.
M¨¢s tarde, al estallar la Segunda Guerra Mundial, las fachadas de Venecia se llenan de grafitis que alaban el r¨¦gimen de Mussolini: ¡°El fascismo es un ej¨¦rcito en marcha¡±, ¡°El fascismo es civismo¡±, etc. Morand presencia varios desfiles y ve c¨®mo en la plaza de San Marcos pululan seres rubios con las rodillas al aire, venidos del Tirol (es efectivamente su manera de describir a los nazis). En fin, Morand vuelve a la ciudad del agua en 1969. Y adem¨¢s de constatar los recientes cambios urban¨ªsticos (un ¡°garaje para mamuts¡± a la entrada, pasarelas de hormig¨®n, la estaci¨®n de autobuses), se topa con un grupo de hippies ingleses. Este episodio es muy jugoso; Morand siempre tuvo una debilidad por la juventud, y m¨¢s por la juventud viajera, que ha elegido la libertad y un cierto riesgo. El grupillo le intriga: tienen la belleza de la edad, pero huelen que apestan y rechazan todo lo occidental, que les parece inmundo. Morand se acerca a una hippie rubia, le pasa una botella de grappa e intenta explicar, como buen franc¨¦s, la inmensa tarea civilizatoria que ha hecho posible la construcci¨®n de una ciudad tan espl¨¦ndida. La hippie responde: ¡°I shit on Venice¡±. Eran otros tiempos. Hoy apreciamos Venecia tambi¨¦n porque sabemos que probablemente le quedan dos telediarios, de verdad.
Morand de hecho tambi¨¦n lo imaginaba y es bastante conocida la c¨¦lebre frase: ¡°Venecia se hunde; ?no ser¨¢ quiz¨¢ lo m¨¢s bello que pod¨ªa ocurrirle?¡±.
Otras cosas pueden interesarnos en este magn¨ªfico librito que lleva por t¨ªtulo Venecias, en plural - ahora ya entendemos por qu¨¦. Nos puede interesar, al margen del consabido retrato de la ciudad hiperart¨ªstica, cuajada de obras de arte, c¨®mo Morand la relaciona con su propia biograf¨ªa. En principio, una ciudad tan acu¨ªfera inmediatamente caer¨ªa del lado de lo femenino-materno (recordemos que seg¨²n los estudiosos de las estructuras imaginarias colectivas, mujer-agua-muerte-flor van asociadas, recu¨¦rdese Ofelia y tantas otras ahogadas). Pero Morand est¨¢ mucho menos marcado por la figura de su madre que por la de su padre, de modo que su Venecia ser¨¢ masculino-paternal. El padre le lega un esteticismo radical: nada de rozarse con lo feo, que mancha. De modo que la ciudad se ve, sobre todo en los primeros tiempos de Morand, como un todo precioso, preciosista¡ y sin mezcla. La pureza veneciana hace adem¨¢s que Morand nos hable s¨®lo brev¨ªsimamente de la pestilencia de los canales y, sobre todo, que tome Venecia como escudo contra lo moral: lo est¨¦tico, desde luego, no debe contaminarse con consideraciones ¨¦ticas; la belleza no puede quedar exiliada porque haya gente que tenga hambre. En fin¡
Otro detalle de la biograf¨ªa de Morand que tiene que ver con la ciudad italiana es el comportamiento de ella, en 1945, ante los soldados ingleses. A Morand le interesa subrayar que Venecia se rindi¨® sin oponer resistencia. Que era su deber, para evitar ser destruida. Pues bien, quien sepa que Morand colabor¨® con el r¨¦gimen de Vichy lo habr¨¢ entendido: Par¨ªs, rindi¨¦ndose ante los alemanes en 1940, hizo lo que era tambi¨¦n su obligaci¨®n: sobrevivir para las generaciones venideras. El diplom¨¢tico Morand no puede dejar de alabar a una Venecia colaboracionista, porque la ciudad bien val¨ªa¡ un armisticio.
* Pilar Andrade es Profesora titular de literaturas en lengua francesa en la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.