A salvo de los talibanes en un convento italiano
150 refugiados que llegaron a Europa por la ruta de los Balcanes viven en El Nazareno, un convento que sirvi¨® de hospital de campa?a a los heridos de las dos guerras mundiales
El azulejo de la virgen de la puerta principal contrasta con el interior del convento. No se escuchan plegarias ni cantos celestiales. La m¨²sica ¨¢rabe retumba en los altavoces de los m¨®viles de un grupo de refugiados que apoyan sus brazos sobre la barandilla de un balc¨®n cubierto por alfombras multicolores. A lo lejos se divisa un paisaje de pinos y el r¨ªo Isonzo. La Jungla, como llaman a esos bosquejos, se convirti¨® durante meses en el hogar improvisado de m¨¢s de un centenar de refugiados que llegaban exhaustos a Europa a trav¨¦s de la ruta de los Balcanes. Uno de ellos perdi¨® la vida mientras lavaba la ropa en el r¨ªo, arrastrado por la corriente. Hoy, gracias a una treintena de monjas, las paredes del convento italiano El Nazareno, refugio hace justo un siglo de los heridos de la I Guerra Mundial, se han convertido en guarida de 150 refugiados que han llegado a Italia huyendo de los conflictos de Oriente Medio.
¡°La idea era venderlo. La ¨²nica exigencia al comprador era que le diera un uso que reportase un bien para la sociedad. Un centro de formaci¨®n, una escuela¡Pero se nos present¨® la oportunidad de cederlo gratuitamente a C¨¢ritas para acoger a los refugiados. Al principio no est¨¢bamos muy entusiasmadas, yo incluida, pero tomamos esta decisi¨®n ante la oleada de personas que estaban llegando¡±, explica Sor Bruna Camilotto, de las Hermanas de la Providencia, congregaci¨®n religiosa propietaria del convento El Nazareno, situado en Gorizia, ciudad fronteriza con Eslovenia y conocida por ser la ¨²ltima de Europa en derribar un muro pol¨ªtico. Esta monja confiesa que las palabras del Papa Francisco en Lampedusa cuando se estaba llevando a cabo la cesi¨®n en 2013 vinieron a confirmar que se hab¨ªa escogido el camino correcto: ¡°Los conventos no deben servir a la Iglesia para transformarlos en alojamientos y ganar dinero¡±. ¡°Nos sentimos reflejadas con estas palabras del Papa¡±, sostiene Camilotto, que en 2013 era la superiora de la congregaci¨®n en Gorizia. El Nazareno fue cedido a C¨¢ritas, pero es una cooperativa social, Mosaico Central, dedicada a la integraci¨®n de inmigrantes en las provincias de Udine y Gorizia, la que se encarga de gestionar el espacio.
Son las cuatro de la tarde y la cocina est¨¢ reci¨¦n fregada. Pegado en la puerta, un cuadrante informa de los horarios de limpieza. Todos son hombres. La mayor¨ªa tiene entre 18 y 25 a?os. Aunque no saben con certeza su edad. Masoud Latifi, intermediador cultural del Mosaico Central, baja tres taburetes mientras espera a Jan Muhammad, que ha subido a la habitaci¨®n para cambiarse de ropa. Jan viste camiseta y pantal¨®n de camuflaje, recordando sus no tan viejos tiempos como soldado del ej¨¦rcito de Afganist¨¢n. A principios de a?o, este joven de 22 a?os y casado, sali¨® de Baghlan, provincia norte?a del pa¨ªs, para embarcarse en un viaje de tres meses camino a Europa. ¡°Si vuelvo, los talibanes me matar¨¢n. Trabajo para el ej¨¦rcito y por tanto estoy colaborando con el Gobierno. Los talibanes nos tienen declarada la guerra¡±, relata. Su periplo hasta llegar a Gorizia incluy¨® un largo viaje en autob¨²s hasta Bulgaria y noches al raso. ¡°S¨ª. Muchos d¨ªas dorm¨ªa en el bosque, con lluvia, barro y fr¨ªo. Ahora estoy aqu¨ª y solo deseo encontrar un trabajo de lo que sea. Un d¨ªa espero poder traerme a los m¨ªos¡±, explica Mohammad, que endurece el gesto cuando recuerda las conversaciones telef¨®nicas con su familia: ¡°Cada viernes puedo hablar un rato con mi madre¡±.
Este ex soldado comparte habitaci¨®n con otros tres compatriotas. En cada una hay cuatro camas y un armario central donde guardan un poco de ropa, mantas y papel higi¨¦nico. La sala de espera y la enfermer¨ªa de la primera planta recuerdan que durante d¨¦cadas El Nazareno fue el hospital de la ciudad. ¡°Se fund¨® en 1908 con el objetivo de albergar a todas las j¨®venes de Gorizia que deseaban ser monjas. Pero en 1914, con el estallido de la I Guerra Mundial, se convirti¨® en un hospital de campa?a para auxiliar a los heridos. Las monjas los atend¨ªan. Tambi¨¦n cumpli¨® esta funci¨®n durante la II Guerra Mundial. Y luego, en 1931, pas¨® a ser la escuela profesional de enfermeros.
El 70% de las 100.000 plazas de acogida disponibles en Italia est¨¢n incluidas dentro de las llamadas estructuras extraordinarias, seg¨²n MSF
El Nazareno se mantuvo como el hospital de la ciudad hasta 1958. Pero siempre han vivido monjas en ¨¦l y personas de la congregaci¨®n. Hace casi tres a?os a¨²n quedaban treinta, y algunas ya eran ancianas. C¨¢ritas nos pregunt¨® si est¨¢bamos dispuestas a cederlo para ayudar a los refugiados. Y as¨ª lo hicimos. En grupos, fueron abandonando el convento para servir en otras comunidades. En unos meses nos llevamos algunos muebles y preparamos la acogida. No nos detuvimos a pensar si eran musulmanes. No pusimos condiciones al respecto. Ayudar a los refugiados, nuestros hermanos, es una forma de abrir una ventana al futuro¡±, sostiene Camilotto, quien por aquel entonces era la superiora de la congregaci¨®n en Gorizia.
En las paredes a¨²n quedan las marcas de los ¨²ltimos muebles y cuadros religiosos que decoraban el interior. El largo pasillo del segundo piso desemboca en una puerta que un voluntario del Mosaico Central aconseja mantener cerrada: ¡°Mejor no abrimos. Este es su espacio para rezar. Han montado una peque?a mezquita¡±.
Del container al convento
En el convento se estudia italiano, se asumen tareas propias de mantenimiento y se obtiene asesoramiento legal para obtener el estatus de refugiado. De esta labor se ocupa la cooperativa social Mosaico Central, para la que Camilotto solo tiene palabras de agradecimiento. ¡°De media suelen estar unos diez meses. Aunque hay alguno que lleva dos a?os. Primero se solicita el permesso de soggiorno (residencia) electr¨®nico y se les incluye en un programa de acogida. Pero si no lo consiguen, tienen que abandonar el centro en unos 30 d¨ªas. Desarrollamos actividades de integraci¨®n l¨²dico-recreativas como partidos de f¨²tbol y otros deportes, y la ense?anza de la lengua italiana. Nosotros estamos presentes aqu¨ª durante el d¨ªa, pero son ellos quienes se organizan para convivir. En su mayor¨ªa son pakistan¨ªes y afganos que no pueden volver a sus pa¨ªses porque all¨ª su vida corre serio peligro¡±, explica Francesco Isoldi, el responsable del Mosaico Central en El Nazareno.
M¨¦dicos sin Fronteras dio la voz de alarma el pasado diciembre e instal¨® en el barrio de San Giuseppe 25 contenedores industriales repletos de literas. ¡°Cuando queda un hueco libre, abandonan el container y vienen aqu¨ª¡±, precisa Isoldi. En un informe publicado a mediados de este a?o, donde se reflej¨® que cerca de 200 personas llegadas de Oriente Medio dorm¨ªa a la intemperie en Gorizia, M¨¦dicos Sin Fronteras indic¨® que el 70% de las 100.000 plazas de acogida disponibles en Italia est¨¢n incluidas dentro de las ¡°estructuras extraordinarias¡±, edificios que han sido abiertos por la situaci¨®n de emergencia. En un principio, el convento contaba con 90 plazas. En los ¨²ltimos meses se ha acondicionado para 150. Sor Bruna Camilotto, que ahora sirve en la regi¨®n de Lombard¨ªa, reflexiona sobre una realidad que les afecta de forma directa: ¡°?C¨®mo y cu¨¢ndo nos devolver¨¢n el convento? No lo sabemos. ?Cu¨¢nto durar¨¢ esta emergencia? Por el momento no parece cesar¡±.
El problema es que no todos quieren aprender el italiano. Prefieren marcharse a otros pa¨ªses¡± Masoud Latifi, intermediador cultural
¡°Prefieren marcharse a otros pa¨ªses¡±
Masoud Latifi traduce las palabras de Jan Mohammad. ?l tambi¨¦n ha estado sentado en ese taburete. Sabe lo que significa abandonar Afganist¨¢n con lo puesto. Tras diez a?os sin pisar Kabul, Latifi recuerda cuando recibi¨® la llamada de su madre. ¡°Estaba en casa de mi hermana. Mi madre me dijo: ¡®Debes marcharte Masoud. Te est¨¢n buscando¡¯. A¨²n no he vuelto¡±. En esta d¨¦cada ha vivido en Ir¨¢n, Grecia, Turqu¨ªa y ahora en Italia, donde ayuda a los que, como ¨¦l, un d¨ªa salieron corriendo huyendo de la amenaza de la insurgencia talib¨¢n. ¡°Mi padre pertenece a un partido pol¨ªtico y se sol¨ªan reunir a escondidas en mi casa. Se hablaba del futuro de los j¨®venes y de la lucha por los derechos de la mujer. Les ped¨ª por favor que me dejaran entrar en el partido, que quer¨ªa ayudar a mi pueblo, pero me dijeron que era muy joven. Un amigo de mi padre me dijo que hasta no cumpliese la mayor¨ªa de edad no pod¨ªa participar en pol¨ªtica, pero esta persona me involucr¨® de otra manera. Me dio un trabajo de cartero. Llevaba libros a los institutos para profesores que tambi¨¦n simpatizaban con el partido. Cuando tienes 15 o 16 a?os todav¨ªa puedes cambiar la mentalidad de la gente y que empiece a pensar de otra forma. Para eso quer¨ªamos los libros. Ten¨ªamos un c¨®digo interno de entrega. Esta contrase?a sol¨ªa ser ashady (libertad)¡±, explica.
Un mal d¨ªa, uno de estos cay¨® en las manos incorrectas. ¡°El libro dec¨ªa que el Islam era la religi¨®n del sexo. Un se?or fue a denunciarme y se presentaron en mi casa¡±, recuerda. Este joven de 26 a?os lo ha vivido en sus propias carnes y est¨¢ dispuesto a ayudar a sus paisanos, pero se muestra cr¨ªtico y les pide un esfuerzo por integrarse. ?l es la otra cara de la moneda, el espejo donde algunos de ellos quieren reflejarse. Tiene una familia, casa y vida estable en Italia. ¡°Cuando llegu¨¦ a este pa¨ªs me puse a estudiar italiano. Cada tarde ven¨ªa a Gorizia a estudiar de cinco de la tarde hasta las nueve. Fue duro, pero en tres meses ya pod¨ªa defenderme. Pero mi caso solo es el 20% de los que llegan. Ese es el problema. Una tarde puedo decir que empezamos el d¨ªa siguiente a aprender italiano y se apuntan 60, pero por la ma?ana se presentan cinco. Italia te da los papeles, pero muchos no quieren vivir aqu¨ª y no aprenden la lengua. Prefieren ir a otros pa¨ªses donde hay m¨¢s ayudas como Alemania o Noruega, o ir trabajar en negro a Londres, porque conocen a alguien all¨ª. As¨ª no se puede avanzar. Hay que implicarse m¨¢s¡±, sostiene. Masoud est¨¢ a punto de despedirse cuando saca su m¨®vil y habla con cari?o de su mujer, con la que se ha casado recientemente y comparte casa en Gorizia. Ense?a la fotograf¨ªa de un beb¨¦ vestido con atuendos propios de su pa¨ªs: ¡°Se llama Emran Leonardo, es mi hijo¡±, sonr¨ªe.
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