Cameron Carpenter, el organista hereje
EL CUERPO de Cameron Carpenter (Pensilvania, 1981) es tosco. Musculado. Fibroso. Tanto que un mil¨ªmetro m¨¢s de b¨ªceps podr¨ªa reventar su camiseta. Corre el riesgo. Sus manos se lanzan sin cuidado al suelo, las mismas que luego posar¨¢ con delicadeza sobre un teclado. El resto de su cuerpo va detr¨¢s. Completa cinco flexiones y se levanta. Por su anatom¨ªa, podr¨ªa decirse que es un deportista de ¨¦lite. Por su aspecto, un punk. Exhibe sus m¨²sculos casi envasados al vac¨ªo en prendas entallad¨ªsimas. Al cuello lleva una vasta cadena de plata cuyo peso no soportar¨ªa un pescuezo enclenque. A la vista no queda ning¨²n cabello que disfrute de su libre albedr¨ªo. Le crece en lo alto del cr¨¢neo un matorral negro y liso que traza sobre su cabeza una l¨ªnea gruesa de frente a nuca. Rapados los laterales. Cejas depiladas. Nada en barbilla y torso. Carpenter es m¨²sico y, con esa figura, parece al ¨®rgano un hereje a lomos de un instrumento divino.
¡°Mi aspecto ha desempe?ado un papel importante en mi carrera como organista. Porque la m¨²sica es un arte muy visual¡±.
Todo en ¨¦l sorprende. Lo primero, su f¨ªsico, poco habitual entre los int¨¦rpretes cl¨¢sicos. Lo segundo, su forma casi esquizofr¨¦nica de arrancarle notas a una m¨¢quina recluida en las iglesias desde la Edad Media. El look de Carpenter ha deslumbrado al p¨²blico de todo el mundo. Sus habilidades musicales, a medios de renombre. Alex Ross, cr¨ªtico musical de la revista The New Yorker, le define como ¡°un organista locamente original¡± y ¡°una fuerza de la naturaleza¡±. Zachary Woolfe escribe sobre ¨¦l en The New York Times: ¡°Un talento extravagante. Todo lo que toca se convierte en fant¨¢stico y memorable¡±. Para Mark Swed, de Los Angeles Times, ¡°ha cambiado las reglas del juego del instrumento¡± y ¡°es una maravilla rompiendo los tab¨²es de la cultura y la m¨²sica cl¨¢sica¡±. Sus ¨¦xitos van m¨¢s all¨¢ de las cr¨ªticas favorables. En 2009 se convirti¨® en el primer organista en ser nominado a un premio Grammy por un disco en solitario. Batutas como las del director de orquesta brit¨¢nico Simon Rattle, titular de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn, han querido compartir escenario con ¨¦l. Y sus v¨ªdeos en YouTube acumulan cientos de miles de reproducciones. Pero su transgresi¨®n y particular forma de interpretar el repertorio cl¨¢sico le han granjeado tambi¨¦n detractores que sobre todo, dice durante una parada en Madrid de su reciente gira, le expresan su disconformidad online. Los despacha r¨¢pido: ¡°Trato de no ser consciente de ellos. No quiero atraer la negatividad a mi puerta, no creo que sea gente seria. Tampoco s¨¦ lo que piensa de m¨ª la audiencia m¨¢s ortodoxa del g¨¦nero. No creo que importe¡±.
La relaci¨®n entre int¨¦rprete e instrumento se remonta a 1985, el d¨ªa que Carpenter, con cuatro a?os, vio la foto de un organista entre las p¨¢ginas de una enciclopedia para ni?os. Le sobrecogi¨® la figura del m¨²sico casi perdida entre la inmensidad de una m¨¢quina de madera con corona de tubos. ¡°Incluso siendo un cr¨ªo, me di cuenta de que hab¨ªa algo diferente en ¨¦l¡±. Justo en ese instante comenz¨® una historia m¨¢s pr¨®xima a la obsesi¨®n que al amor. ¡°No estoy enamorado del ¨®rgano. Hay veces que lo amo, pero, a diferencia de otros m¨²sicos, no dir¨ªa que estoy enamorado de ¨¦l. Creo que este es uno de los factores que me acercan a la audiencia m¨¢s que otros int¨¦rpretes. La mayor¨ªa adoran el instrumento, su m¨²sica, solo necesitan este tipo de repertorio. Pero al p¨²blico no le gusta eso. Puede ser un instrumento muy complicado de escuchar. ?Yo lo s¨¦! S¨¦ que puede ser muy aburrido¡±.
¡°ahora se est¨¢ empezando a entender que el estilo personal no tiene por qu¨¦ ser incompatible con la calidad musical¡±.
Carpenter habla de su instrumento como si fuera una pareja con la que ha compartido 30 a?os de su vida. Que le fascin¨® en su momento. Que todav¨ªa lo sigue haciendo. A la que ha querido, pero que tambi¨¦n conoce. Sabe de sus defectos. Tiene car¨¢cter. Puede ser pesada. Aburrida. Dif¨ªcil de tocar. Complicada de trato. ?Por qu¨¦ seguir con ella entonces? Porque alcanzar el ¨¦xtasis juntos es m¨¢gico. Su voz adquiere gravedad al explicar que la grandeza del ¨®rgano es comparable a rozar la verdad absoluta con la yema de los dedos. ¡°Es esa sensaci¨®n maravillosa de cuando est¨¢s a punto de despertar por la ma?ana y, a¨²n entre sue?os, sientes como si existiera alg¨²n secreto inexpresable del mundo que est¨¢s a punto de tocar. De repente notas que est¨¢s cerca de descubrir algo grande. Este es el sentimiento que obtengo del instrumento, algo que resulta muy f¨¢cil de compartir con el p¨²blico¡±.
Antes de llegar a ese cl¨ªmax, el primer impacto que Carpenter provoca en la audiencia es visual. Despu¨¦s, auditivo, por su virtuosismo. Pero ¨¦l prefiere invertir los factores. Gasta primero sus palabras hablando de notas, de interpretaci¨®n, de la estructura y naturaleza del ¨®rgano. Se recrea durante decenas de minutos enteros en cada aspecto de la m¨¢quina. ?l mismo lo reconoce, hay que pararle. Para su look, en cambio, solo utiliza dos breves frases por pregunta. Y se calla. Quiz¨¢s a la espera de invertir su saliva en una respuesta que merezca m¨¢s la pena. Pero es consciente de la relevancia que ha tenido su aspecto en su carrera. ¡°Ha desempe?ado un papel muy importante. No hay que olvidar que la m¨²sica es un arte visual. Pero no creo que el debate sea si mi f¨ªsico me ha ayudado a conseguir audiencia. Si quieres ser un int¨¦rprete activo de cl¨¢sica en el siglo XXI, tienes que lucir bien y estar en forma. Es parte de saber presentarte a ti mismo. Adem¨¢s, ahora se est¨¢ empezando a entender que el estilo personal no tiene por qu¨¦ ser incompatible con la calidad¡±.
Pero el int¨¦rprete no fue siempre tan transgresor como resulta ahora. De adolescente, Carpenter solo tocaba el ¨®rgano tradicional. Solo le interesaba la m¨²sica cl¨¢sica. Fue hace mucho tiempo. Antes de comprender que, si quer¨ªa que lo que ¨¦l tocaba fuera escuchado, ten¨ªa que evolucionar. Y reflexion¨®: ¡°No soy escritor, ni doctor, ni alguien con una destreza especial. Pero tengo una habilidad y quiero que sea apreciada por la mayor cantidad de personas posible¡±. Lo que deseaba Carpenter era existir. Empez¨® a experimentar con su imagen y con su m¨²sica. Comprendi¨® pronto el valor del marketing. ¡°No creo que sea razonable esperar a que la gente te d¨¦ una oportunidad para acceder a sus emociones a menos que t¨² hagas una inversi¨®n antes. Y los artistas tienen que ser los primeros en ofrecer aspectos de su personalidad y de su trabajo que despierten inter¨¦s¡±. Ahora en su mp3 no hay ni rastro de cl¨¢sica. Le ha dado por el hip-hop del estado?unidense Wiz Khalifa. Sabe que es la ant¨ªtesis del ¨®rgano, pero le gusta por su expresividad, su ritmo y porque le remite a una cultura distinta a la suya. Pero no evolucion¨® ¨¦l solo. Arrastr¨® consigo a un instrumento, hasta ahora, anclado en el pasado. ¡°Los ¨®rganos de tubos son indeseables para el uso comercial. Son inflexibles, poco r¨ªtmicos e imposibles de mover. Ninguna de estas caracter¨ªsticas se cotiza en estos tiempos. Para pertenecer al siglo XXI debe tener una identidad visual, ser port¨¢til y compatible con la televisi¨®n y las c¨¢maras¡±. Todos estos requisitos los cumple el Touring Organ, un artefacto digital y sin tubos dise?ado por ¨¦l mismo. Cuesta m¨¢s de un mill¨®n de euros y lo pasea de punta a punta del mundo en el vientre de dos camiones.
![](https://www.elpais.com/elpais/imagenes/2016/12/19/eps/1482102341_148210_1482102341_006_sumario_normal.jpg)
As¨ª, sobre ruedas, ha sacado esta inmensa m¨¢quina del ostracismo. Y con ¨¦l, el instrumento ha abandonado los recintos sagrados. ¡°Es ir¨®nico que se siga pensando hoy que un ¨®rgano solo puede tocar m¨²sica religiosa. Pero esto ocurre porque durante cientos de a?os han sido los sacerdotes y el clero los que han usado sus poderes psicol¨®gicos¡±. Se define como no creyente y es mentar a la Iglesia y Carpenter se despacha a gusto. ¡°Siempre ha usado la superstici¨®n, y lo sigue haciendo en aquellas partes del mundo donde a¨²n puede salirse con la suya. La idea de que el ¨®rgano pertenece a la religi¨®n cat¨®lica es un ejemplo bastante feo del ¨¦xito de esta instituci¨®n a la hora de manipular las ideas de la gente sobre el mundo que los rodea. En realidad, su origen est¨¢ en la antigua Grecia¡±.? De lo que s¨ª es consciente el int¨¦rprete es de que el mundo actual resulta incompatible con la concepci¨®n cl¨¢sica del prodigioso artefacto. ¡°El m¨²sico tiene dos opciones: o aceptar que el instrumento y la modernidad son irreconciliables, o encontrar la manera de convertirlo en algo nuevo¡±. Con un vistazo r¨¢pido se puede adivinar la alternativa por la que ha optado Cameron Carpenter.
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