Padres problem¨¢ticos
A VECES sucede que gente con la que coincidimos brevemente y a la que no volveremos a ver nos sorprende con un pensamiento que se nos queda grabado. Desde que en 2010 publiqu¨¦ un libro acerca de la relaci¨®n que tuve con mi padre, se me ha acercado mucha gente a contarme su historia. ?Sabe? Cada padre es un mundo y al final la huella de casi todos se parece ¨Cme dijo una vez un viejo de ojos azules en la feria del libro¨C. Se lo digo yo, que apenas conoc¨ª al m¨ªo. Dos veces lo visit¨¦ en la c¨¢rcel de Carabanchel y ya me bastaron.
El padre de cisneros defend¨ªa la disciplina castrense dentro y fuera de casa. A renato lo castigaba hasta por no sacar la m¨¢xima nota en un examen.
Hace dos a?os, el gran ensayista italiano Massimo Recalcati public¨® en Espa?a El complejo de Tel¨¦maco (Anagrama), donde opon¨ªa al archiconocido y freudiano complejo de Edipo (el del hijo que busca destruir la autoridad del padre) el que ¨¦l bautiza como complejo de Tel¨¦maco, a saber, el del hijo que persigue lo contrario: restaurar la autoridad paterna. Tel¨¦maco ¨Crecordemos¨C es el hijo de Ulises que en la Odisea hom¨¦rica se consume en la espera del padre desaparecido tras la guerra de Troya, mientras que Edipo ¨Cigualmente en la Odisea, pero sobre todo en las tres tragedias hom¨®nimas de S¨®focles¨C es el hijo del rey de Tebas que, sin conocer su relaci¨®n filial con ellos, mata a su padre y yace luego con su madre. Recalcati, en su libro, se sirve de la figura de Tel¨¦maco para analizar la p¨¦rdida de autoridad paterna en la sociedad contempor¨¢nea: padres c¨®mplices, padres ausentes, padres superados por el empuje de los tiempos, padres sin ascendente, alejados del rol tradicional. M¨¢s all¨¢ de ese prop¨®sito, que encara ¨Chay que subrayarlo¨C sin a?oranza, su distinci¨®n entre Tel¨¦maco y Edipo ?condensa los dos extremos entre los que orbita, dir¨ªamos, la relaci¨®n padre/hijo.
Los hijos llegamos tarde a la vida de nuestros padres y tardamos a¨²n m¨¢s tiempo en darnos cuenta de ello. Los padres, por cercanos que sean, siempre representan un misterio. No los conocemos nunca del todo porque los convertimos en materia de reflexi¨®n cuando ya han hecho gran parte del recorrido vital que los singulariza. Nos cuentan historias acerca de su vida, pero las historias son eso, historias, un relato justificativo trazado a la medida de sus carencias y sue?os incumplidos, de sus plenitudes y metas logradas, y lo que el hijo necesita es armar su propio relato, un relato independiente que lo ayude en su necesario camino de emancipaci¨®n. No nos enga?emos: necesita emanciparse el hijo que ha tenido un padre severo, poco dado a la negociaci¨®n, y necesita emanciparse el hijo que lo ha tenido permisivo y superprotector. Necesita emanciparse Tel¨¦maco y necesita emanciparse Edipo.
De padres severos sabe bastante el escritor peruano Renato Cisneros (Lima, 1976), que acaba de publicar en Planeta La distancia que nos separa, un libro autobiogr¨¢fico, tan perturbador como bien escrito, que ya fue publicado con gran ¨¦xito en su pa¨ªs. El padre de Cisneros, Luis Federico Cisneros, apodado El Gaucho Cisneros, fue un militar peruano educado en la misma academia ¨Cel Colegio Militar de la Naci¨®n¨C donde estudiaron los monstruos de la Junta argentina que, con Videla a la cabeza, hicieron del asesinato y la tortura masivos un instrumento de dominaci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs en los a?os setenta.
HISHAM MATAR PROMOVI? DURANTE 20 A?OS CAMPA?AS INTERNACIONALES A FAVOR dE SU PADRE. CUANDO PUDO VOLVER A LIBIA, NO HALL? NI EL CAD?VER.
Cisneros padre, el gaucho, no solo fue amigo de todos ellos, no solo les dio amparo y justific¨® sus cr¨ªmenes, sino que, cuando en la dictadura de Morales Berm¨²dez ocup¨® la cartera de Ministro del Interior de Per¨², colabor¨® con sus viejos compa?eros de academia entreg¨¢ndoles exiliados argentinos que, como el montonero Carlos Alberto Maguid, desaparecieron en los c¨¦lebres vuelos de la muerte o fueron torturados. ?l mismo, como ministro del Interior, orden¨® el secuestro de opositores y fue responsable de una pol¨ªtica represiva con sus compatriotas que, si no lleg¨® a los extremos de villan¨ªa de la Junta argentina, se debi¨® a razones ajenas a su voluntad, que probablemente tienen m¨¢s que ver con la idiosincrasia de Per¨² en ese momento. De hecho, cuando a comienzos de los ochenta repiti¨® en el Gobierno democr¨¢tico de Bela¨²nde como ministro, esta vez de la Guerra, defendi¨® frente al terror primigenio de Sendero Luminoso medidas muy similares a las de sus pares argentinos.
?Qu¨¦ hace un hijo sensible con semejante herencia? Renato Cisneros se enter¨® de la verdadera personalidad de su padre despu¨¦s de que este hubiera fallecido. La respuesta a la pregunta de qu¨¦ habr¨ªa hecho de haberla conocido antes tal vez no la sepa ni ¨¦l. Por eso, el ¨²nico recurso para exorcizar el drama era contarlo. Su padre, defensor de la disciplina castrense dentro y fuera de casa, le aplicaba castigos incluso por no sacar la m¨¢xima nota en un examen, y sin embargo, durante su infancia, a ¨¦l no le molestaba tanto esa rigidez como el inaccesible laconismo con que la adornaba o el hecho de que fuera un padre mayor. Se avergonzaba de su aspecto anticuado de abuelo, pero al mismo tiempo se envanec¨ªa del respeto que infund¨ªa en otros y se conmov¨ªa, agradecido, con las demostraciones de ¨¢spero cari?o que tambi¨¦n le prodigaba. Esas oscilaciones del afecto son propias de cualquier hijo que est¨¢ creciendo aunque cuente con padres perfectos, si es que tal cosa es posible. Y, por lo mismo, que tu padre sea un general odiado por muchos no las vuelve m¨¢s agudas. En infinidad de casos, el tortuoso camino hacia la independencia filial arranca con el descubrimiento de una mentira o una ocultaci¨®n. En el suyo fue el descubrimiento de que las dos bodas que sus padres dec¨ªan haber celebrado eran falsas. Luego vendr¨ªa el descubrimiento de una historia familiar marcada por las uniones ileg¨ªtimas de tres generaciones de sus ancestros, y m¨¢s tarde, las fotos con Videla y, con estas, el peliagudo historial pol¨ªtico de su padre.
Hoy d¨ªa, Renato Cisneros vive en Madrid dedicado a escribir, despu¨¦s de haber abandonado una exitosa carrera como periodista de televisi¨®n y radio en su pa¨ªs. Ser¨¢ sugesti¨®n, pero lo cierto es que, si uno ha le¨ªdo su libro, es imposible no pensar que en sus discretas maneras, en su tono mesurado, junto al alivio de haberse atrevido a contar, se agazapa una doble melancol¨ªa: verg¨¹enza por una herencia de la que reniega y a la vez un estigma m¨¢s arduo de acotar. Durante una cena que compartimos con otros escritores, a la hora de describir su libro, aparentemente no tuvo reparos en calificar a su padre de represor y torturador. ?Cu¨¢l es el precio an¨ªmico de decir eso de tu propio padre aunque sea verdad? Uno imagina que, en ese di¨¢logo constante que los hijos mantenemos con nuestros padres muertos, Renato Cisneros se ha puesto, con raz¨®n, las cosas dif¨ªciles.
En la posici¨®n opuesta, si bien con una dosis equiparable de melancol¨ªa, se encuentra el escritor brit¨¢nico de origen libio Hisham Matar (Nueva York, 1970), de quien casualmente Salamandra publica en este mismo mes de enero El regreso, unas memorias en carne viva, bellas y conmovedoras hasta el enojo, sobre su peripecia vital a ra¨ªz de la desaparici¨®n de su padre, un militar opositor al r¨¦gimen de Gadafi que fue secuestrado en 1990 en Egipto, donde se hallaba exiliado, y encarcelado en la terrible prisi¨®n de Abu Salim, de la que jam¨¢s sali¨®. Si Renato Cisneros es el hijo que, como Edipo, se opone al padre y se construye en su contra, Hisham Matar es el hijo que, como Tel¨¦maco, debe aprender a madurar y hacerse hombre ante el espejo de su ausencia. Peor que eso.
El padre de Matar fue un h¨¦roe a la manera cl¨¢sica, alguien que puso en riesgo todo lo que ten¨ªa para combatir una tiran¨ªa.
¡°Bien quisiera ser hijo de un padre feliz al que la vejez hallara disfrutando en mitad de sus propias haciendas, mas mi padre es el m¨¢s desdichado de los hombres¡±, exclama el Tel¨¦maco de Homero en el Canto I de la Odisea cuando la diosa Atenea disfrazada le asegura que su padre est¨¢ con vida y lo exhorta a salir en su busca. Al menos la espera de Tel¨¦maco tuvo fin; la de Hisham Matar, en cambio, no lo tendr¨¢ nunca. F¨ªsicamente se prolong¨® durante 20 a?os: hasta la ca¨ªda de Gadafi, cuando, despu¨¦s de haber promovido campa?as internacionales reclamando la liberaci¨®n de su padre, regres¨® en su busca a Libia durante la revoluci¨®n de 2011 y, tras entrevistarse con compa?eros suyos de cautiverio, pese a la ausencia de un cad¨¢ver al que llorar, tuvo que aceptar su propia condici¨®n de hu¨¦rfano. Espiritualmente es otra cosa. ?l lo expresa as¨ª en su libro: ¡°A diferencia de Tel¨¦maco, despu¨¦s de 25 a?os contin¨²o soportando la muerte desconocida y el silencio de mi padre. Envidio el car¨¢cter definitivo de los funerales. Anhelo la certeza. ?C¨®mo ser¨¢ eso de sostener los huesos en tus propias manos, elegir c¨®mo colocarlos, poder tocar el trozo de tierra y rezar una oraci¨®n?¡±.
El padre de Matar fue un h¨¦roe a la manera cl¨¢sica, alguien que puso en riesgo todo lo que ten¨ªa para combatir una tiran¨ªa, y por supuesto es m¨¢s f¨¢cil convivir con el recuerdo de un h¨¦roe que de un villano; nadie puede dudarlo. Ocurre, no obstante, que los hijos no necesitan h¨¦roes, sino padres. Una cosa es el recuerdo hecho memoria irrevocable y otra cosa es un ni?o que contempla en vida c¨®mo las acciones de su padre lo alejan de ¨¦l y amenazan con apartarlo para siempre. Ese temor premonitorio lo tuvo Matar cuando su padre, antes de su secuestro, organizaba incursiones armadas desde el Chad para derrocar a Gadafi. No se limit¨® a tenerlo, fue el causante de sus primeras rebeld¨ªas: ¡°?l siempre me hab¨ªa parecido la quintaesencia de lo que significa ser independiente. Eso, junto con su destino no resuelto, ha complicado mi propia independencia. Necesitamos un padre contra el que rebelarnos. Cuando el padre no est¨¢ ni vivo ni muerto, cuando es un fantasma, la voluntad es impotente. Soy el hijo de un hombre inusual, quiz¨¢ incluso de un gran hombre. Y cuando, como la mayor¨ªa de los ni?os, me rebel¨¦ contra estas primeras percepciones de ¨¦l, lo hice porque tem¨ªa las consecuencias de sus convicciones, necesitaba desesperadamente desviarlo de su camino¡±.
Cualquier relaci¨®n paternofilial est¨¢ cuajada de sentimientos encontrados, da igual que transcurra en entornos seguros, en el seno de familias pac¨ªficas y convencionales. As¨ª lo demuestra la extensa literatura sobre el padre, que, como todos los g¨¦neros asociados a la autoficci¨®n, est¨¢ viviendo en los ¨²ltimos a?os un auge extraordinario. ?Qu¨¦ es un padre al fin y al cabo para un hijo? Entre otras muchas cosas, alguien a quien primero se imita y de quien luego queremos alejarnos, y el problema radica en que tanto al obedecer al primer impulso como al segundo cometemos injusticias. Como todo campo de juego donde participan el amor y el dolor, es un asunto de matices y de subjetividades enfrentadas, de padres que no pueden ser perfectos, aunque lo quieran, y de hijos que anhelan un modelo que seguir con la misma ferocidad con la que se lanzan a la vida. En el fondo, el conflicto frente al padre es el mismo conflicto que sentimos ante la realidad cuando los cuentos infantiles se derrumban y descubrimos, aterrados, que en la vida no necesariamente ganan los buenos. Despu¨¦s, con el discurrir de los a?os, todo se acomoda y tendemos a buscar explicaci¨®n incluso para lo que no la tiene, pero hay una larga ¨¦poca durante la cual podemos ser Tel¨¦maco y Edipo a un tiempo.
En las p¨¢ginas finales de su libro, Renato Cisneros hace una declaraci¨®n frente a la que no es f¨¢cil posicionarse: ¡°Del mismo modo que hay incomodidad y dolor en el relato de los hijos de los perseguidos, los deportados, los desaparecidos, cuyas historias sintetizan la frustraci¨®n e indefensi¨®n de millones y activan una rebeld¨ªa colectiva ante la impunidad, tambi¨¦n hay incomodidad y dolor en el relato del hijo de un militar represor que hizo aseveraciones tel¨²ricas y no tuvo reparos en ordenar el encarcelamiento o el secuestro de gente que despu¨¦s contar¨ªa su historia con la dosis de heroicidad que corresponde¡±. Cuando le pregunto a Hisham Matar por correo electr¨®nico su opini¨®n al respecto, se escabulle record¨¢ndome que no estamos en el territorio de la vida, sino en el de la literatura: ¡°La carga de cualquier hijo es compleja y digna de meditaci¨®n. Lo que m¨¢s me interesa, sin embargo, es lo que podr¨ªamos llamar el tercer efecto del arte, el cual es independiente del tema de la obra y de su creador. Por ejemplo, no puede decirse que mi libro sea una representaci¨®n de la relaci¨®n entre mi padre y yo, aunque de una manera vaga e inescrutable capture elementos de esa relaci¨®n como su silencio y su velocidad. De lo que trata en definitiva es de algo m¨¢s, muy distinto de todo eso¡±.
Tal vez del simple hecho de ser hijo.
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