Los caballeros, el decano y las humanidades
A VECES ME he preguntado por qu¨¦ resulta tan dif¨ªcil en Espa?a el debate de ideas ¨Cla discusi¨®n p¨²blica, educada y razonada¨C, y casi siempre me he contestado que por nuestra suntuosa tradici¨®n de intolerancia, responsable de que casi siempre la discrepancia intelectual se confunda con la agresi¨®n personal y de que, en consecuencia, para nosotros el aut¨¦ntico debate intelectual consista en arrearle un sartenazo al discrepante o, en su defecto, en cortarle los test¨ªculos: todo lo dem¨¢s es cosa de nenazas. ?ltimamente, sin embargo, me digo que quiz¨¢ haya una explicaci¨®n complementaria. Desde principios del siglo XVII, justo cuando la intolerancia empieza a asfixiarnos, somos un pa¨ªs de pobres, y el resultado de esta desgracia es que Espa?a, que hab¨ªa sido un pa¨ªs de caballeros, se convierte en un pa¨ªs de p¨ªcaros. Ahora bien, el p¨ªcaro ni puede ni quiere debatir sobre ideas: a ¨¦l no le interesa la verdad o la falsedad, la justicia o la injusticia; lo ¨²nico que le interesa es la propia supervivencia: al p¨ªcaro, colocar la verdad o la justicia por encima de su beneficio personal le parece rid¨ªculo. Esto explica que Don Quijote fuera un loco de remate, objeto de pitorreo general: es el ¨²ltimo caballero espa?ol. Desde entonces domina en Espa?a la moral del p¨ªcaro, y la prueba es que quien triunfa en la literatura espa?ola no es el talante caballeresco de Cervantes, sino el picaresco de Quevedo; desde entonces todos o casi todos ¨Cy sobre todo los supuestos caballeros¨C somos unos p¨ªcaros redomados; desde entonces aqu¨ª no se debate ni se discrepa, al menos en p¨²blico: se arrean sartenazos o se cortan test¨ªculos, y se sale corriendo con el bot¨ªn. Todo lo dem¨¢s es cosa de nenazas.
Quien triunfa en la literatura espa?ola no es el talante caballeresco de Cervantes, sino el picaresco de Quevedo.
Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, hagamos como si fu¨¦semos caballeros. Hace un tiempo se public¨® en este peri¨®dico un art¨ªculo titulado C¨®mo no defender las humanidades; lo firmaba Jes¨²s Zamora Bonilla, decano de Filosof¨ªa de la UNED, y en ¨¦l se trataban de desenmascarar algunas formas equivocadas de abogar por la ense?anza de las humanidades en esta ¨¦poca de desprestigio de las humanidades. El prop¨®sito es loable, y algunos de los argumentos del decano son acertados; los dos fundamentales, en cambio, me parecen err¨®neos. El primero afirma que hay que desechar la idea de que las humanidades contribuyen ¡°a nuestra realizaci¨®n como personas¡±, porque en realidad no son m¨¢s que una suerte de entretenimiento superior que no hace que quienes lo cultivan sean ¡°ni un poquit¨ªn menos imb¨¦ciles¡± que quienes no lo cultivan. Pero si las humanidades son s¨®lo un pasatiempo, me pregunto, si, aparte de para entretener, no sirven para llevar una vida m¨¢s rica, m¨¢s compleja y m¨¢s intensa, ?para qu¨¦ demonios necesitamos las humanidades? Por lo dem¨¢s, no s¨¦ si leer a Cervantes, a Dostoievski y a Kafka ha contribuido a mi realizaci¨®n como persona, pero estoy absolutamente seguro de que ha hecho que yo sea much¨ªsimo menos tonto de lo que soy, y mi vida, mucho menos pobre, p¨¢lida y plana. El segundo argumento del decano sostiene que la formaci¨®n human¨ªstica no es fundamental en una democracia, y se pregunta c¨®mo podr¨ªa serlo algo que hist¨®ricamente ha sido ¡°m¨¢s bien un instrumento para la diferenciaci¨®n social de las ¨¦lites econ¨®micas (¡), un privilegio de caballeros y una garant¨ªa de que esos mismos caballeros iban a ser los que tuvieran la sart¨¦n por el mango¡±. La respuesta al interrogante salta a la vista: esa formaci¨®n es fundamental porque la democracia consiste precisamente en dotar a todos de los derechos que antes eran s¨®lo de unos pocos, en conseguir para la plebe los privilegios reservados a la ¨¦lite, en hacer amos de los esclavos y ciudadanos de los s¨²bditos; en definitiva: consiste en convertir a los p¨ªcaros en caballeros capaces de coger la sart¨¦n por el mango y de ocuparse de debatir con libertad sobre todo y no s¨®lo de su mera supervivencia.
Es verdad: hay malas razones para defender las humanidades; pero no son las que se?ala el decano Zamora Bonilla. ?ste anuncia otro art¨ªculo donde, dice, olvidar¨¢ las malas razones y explicar¨¢ las buenas. Estaremos atentos: las necesitamos con urgencia.
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