La cocina de las vanidades
El p¨²blico colecciona restaurantes en lugar de perseguir cocinas, valorando m¨¢s el envoltorio que el contenido, mientras los compromisos p¨²blicos relegan las obligaciones con la cocina
Prendo el televisor dispuesto a encarar otro documental dedicado a un cocinero de fama. No importa cu¨¢l, cada mes hay tres nuevos. La cocina es el centro de atenci¨®n de nuestro tiempo. Se le dedican m¨¢s tiempo y metraje que a escritores, artistas, cient¨ªficos, activistas o fil¨®sofos. O no; los que veo presentan al cocinero como el pensador de nuestro tiempo. No se r¨ªan, por favor.
Las audiencias mandan y el universo foodie reclama m¨¢s mitos que certezas
Las producciones independientes se multiplican y tenemos una serie que estira ya su tercera temporada en Netflix. Conozco bien a muchos de ellos y mi inter¨¦s es el contrario del que anima la serie. Prefiero saber m¨¢s de su relaci¨®n con la cocina que sobre su forma de encarar la vida; me interesa bien poco su filosof¨ªa de mesa camilla. Hay salvedades, pero son contadas. Mi atenci¨®n decrece con protagonistas a los que conozco mejor. La imagen que dan solo coincide de forma tangencial con la realidad y algunos nunca me parecieron, precisamente, personajes ejemplares.
Las audiencias mandan y el universo foodie reclama m¨¢s mitos que certezas. El caso es que acabo enganch¨¢ndome y me empapo varios seguidos. No tanto por la calidad del material emitido, que resulta t¨¦cnicamente impecable pero mon¨®tono y predecible en cuanto al contenido ¡ªson tantos repitiendo planteamiento, estructura y desenlace que, salvo contad¨ªsimas excepciones, solo pueden llamar la atenci¨®n del mit¨®mano¡ª, sino por los mensajes que cada tanto caen como l¨¢pidas desde la pantalla. Seis horas despu¨¦s tengo el suelo de la sala lleno de escombros. Pongo en negro el televisor cuando las sentencias, las frases huecas y las obviedades empiezan a escurrir por debajo de la puerta, amenazando con dejarme en evidencia delante de los vecinos.
Uno de los que veo muestra al protagonista de la historia en el coraz¨®n de su cocina mientras hace como que prepara un plato, soslayando la realidad; los grandes jefes de cocina dejaron de cocinar al d¨ªa siguiente de alcanzar su estatus. Su trabajo es dirigir la orquesta, que no es poco y a veces explica el especial nivel de calidad de ciertas cocinas cuando el jefe vaga por el mundo mendigando votos para The 50 Best. El realizador frena el paso de los fotogramas y muestra los movimientos del protagonista a c¨¢mara lenta, como si flotara en la cocina. Lo veo levitando en el centro de sus dominios y estoy a punto de hincarme de rodillas y entonar unos salmos. Solo falta un poco de humo alrededor del cuerpo y un foco ilumin¨¢ndolo desde atr¨¢s para distinguirlo definitivamente con el aura de la divinidad.
Uno de esos cocineros coronados presume de haber resuelto una crisis alimentaria en su pa¨ªs con un mail enviado a sus amigos del gremio. El siguiente se hace mostrar con productores a los que nunca compr¨® ni comprar¨¢ nada, visti¨¦ndolos adem¨¢s con trajes regionales para aportar colorido a la escena. Otro pesca en el r¨ªo los pescados que nunca sirve en su restaurante y, quien m¨¢s quien menos, aparece en un primer plano casi eterno, con la mirada perdida en el vac¨ªo y cara de pensar en algo especialmente trascendente que nunca acaba contando. En el discurso hay tres asuntos recurrentes, casi obsesivos: humildad (no se r¨ªan), responsabilidad e identidad. La ¨²ltima es innegable; la identidad manda en la cocina de nuestro tiempo. La responsabilidad va por barrios y verles hablar de humildad sin sonrojarse se me antoja una broma de mal gusto. El ejemplo son los cocineros japoneses. Ninguno se atrever¨ªa a presumir en p¨²blico de lo que cree ser, y mucho menos de lo que no es.
El gran cocinero de nuestro tiempo ya no es tanto lo que cocina como el resultado de un juego de apariencias
El gran cocinero de nuestro tiempo ya no es tanto lo que cocina como el resultado de un juego de apariencias Las agencias de imagen y comunicaci¨®n definen junto a los relaciones p¨²blicas el marco de un juego que ya no se disputa alrededor de los sabores. El p¨²blico colecciona restaurantes en lugar de perseguir cocinas, valorando m¨¢s el envoltorio que el contenido, mientras los compromisos p¨²blicos relegan las obligaciones con la cocina. Tal vez sea por eso que tantos profesionales coronados s¨®lo muestran su activismo social o se embarcan en obras ben¨¦ficas cuando les miran 20 c¨¢maras de televisi¨®n. Cuando estas se van, su discurso funde a negro.
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