La inc¨®moda historia de la violencia entre sexos
El mundo animal muestra c¨®mo la evoluci¨®n no produjo mecanismos para favorecer la c¨®pula y la crianza en beneficio de ambos sexos
En nuestra cultura, se comete con cierta frecuencia el error de identificar lo natural con lo deseable. Esto sucede cuando se habla de la alimentaci¨®n o los tratamientos m¨¦dicos, pero tambi¨¦n con algo tan delicado como nuestro comportamiento sexual. Este sesgo lleva en ocasiones a buscar en la naturaleza ejemplos que doten de legitimidad a determinadas posturas ideol¨®gicas. Es el caso del uso de los chimpanc¨¦s o los bonobos como referencia sobre lo que debi¨® ser en su origen la sexualidad humana. Estas dos especies animales son las que, evolutivamente, se encuentran m¨¢s cerca de nosotros. Los primeros viven en sociedades controladas por los machos y son mucho m¨¢s violentos, tambi¨¦n en el sexo. En el caso de los segundos, son las hembras las que se asocian entre s¨ª para controlar los grupos, sus niveles de violencia son mucho menores y el sexo es una herramienta m¨¢s para reforzar lazos.
En su libro Sex at Dusk, Saxon Lynn trata de desmontar Sex at Dawn, un libro que cargaba contra la monogamia, los celos o el machismo de las sociedades actuales argumentando que, en su estado natural, el ser humano era, como los bonobos, igualitario, pac¨ªfico y disfrutaba del sexo sin todos los lastres incorporados por la cultura desde el Neol¨ªtico. Lynn hace un amplio repaso desde el punto de vista de la biolog¨ªa evolutiva para explicar por qu¨¦ los diferentes intereses de los genes de individuos de sexo distinto en las mismas especies han llevado a enfrentamientos despiadados que, aunque no deseables para los humanos, son completamente naturales. ¡°Quiz¨¢ no es la manera en que preferir¨ªamos pensar en el sexo, la reproducci¨®n y las relaciones entre los sexos, pero la evoluci¨®n va del diferente ¨¦xito de diferentes genes y los rasgos que producen, no de algo que existe para complacernos¡±, afirma Lynn.
El origen de los conflictos entre sexos se encuentra en la aparici¨®n del sexo mismo. La existencia de c¨¦lulas grandes y caras de producir, como los ¨®vulos, y otras mucho m¨¢s abundantes y baratas, como los espermatozoides, gener¨® estrategias diferentes entre los sexos. Los individuos que generan el primer tipo de c¨¦lulas suelen tener la ventaja de que se reproducen con mayor frecuencia, pero tambi¨¦n pueden ser v¨ªctimas de las t¨¢cticas agresivas de (casi siempre) los machos, que deben superar una competici¨®n mucho m¨¢s intensa si quieren transmitir sus genes.
Hasta el 10% de las muertes de hembras en algunas especies de pato se producen por intentos de c¨®pula
Las muestras de esta guerra de sexos est¨¢n por todos lados, pero hay algunos casos extremos. Una especie de pato, el zambullidor argentino, es famoso por tener el pene m¨¢s largo conocido para un ave. Seg¨²n explica Lynn, aunque la mayor parte de los p¨¢jaros no tienen pene, entre los que s¨ª lo tienen, la longitud y su sofisticaci¨®n est¨¢n relacionadas con la frecuencia de c¨®pulas forzadas. La violaci¨®n en algunas especies de pato puede llegar a suponer uno de cada tres encuentros sexuales. Sin embargo, como sucede en el ¨¢nade azul¨®n, las hembras tambi¨¦n han desarrollado sus mecanismos de defensa. Sus vaginas, tienen forma de tirabuz¨®n, como el ¨®rgano masculino, pero con una espiral que avanza en el sentido contrario. Adem¨¢s, cuenta con recovecos que dificultan a¨²n m¨¢s la fecundaci¨®n. De esta manera, las hembras pueden decidir qui¨¦n fertiliza sus huevos. As¨ª, aunque el 30% de las c¨®pulas sean violaciones, solo el 3% de los huevos que ponen est¨¢n fertilizados por violadores.
Esto no impide, no obstante, que esas violaciones tengan otras consecuencias nefastas para las hembras. Entre el 7% y el 10% de la mortalidad femenina se debe a esos intentos de los machos de copular con las hembras, un fen¨®meno que tambi¨¦n se ha observado en ranas, moscas o nutrias. Para completar la buena imagen de los machos de ¨¢nade, Lynn recuerda que estas aves son capaces de permanecer vigilantes para que su pareja no sea violada por otros como ¨¦l, aunque al mismo tiempo intentar¨¢ copular por la fuerza con otras hembras.
Otro ejemplo que muestra c¨®mo la evoluci¨®n no suele producir formas de c¨®pula beneficiosas para ambos sexos es el de las ara?as Harpactea sadistica. En lugar de fertilizar los huevos una vez que se han puesto, como sucede en otras especies de ara?as, las sadistica macho atrapan a la hembra y le inyecta el semen directamente en los ovarios, realizando varios pinchazos, con una estructura que se parece a una aguja hipod¨¦rmica. As¨ª, se aseguran de que fecundan a la hembra y que no lo har¨¢ otro macho que llegue despu¨¦s.
No mucho m¨¢s amorosa es la c¨®pula de algunas serpientes del g¨¦nero Thamnophis. Cuando las hembras abandonan la guarida en la que han pasado el invierno, son perseguidas por muchos machos que intentan copular con cada una de ellas. Una vez que las atrapan, emplean sus m¨²sculos para asfixiarlas hasta que no puedan respirar. En esta situaci¨®n de estr¨¦s, abren su cloaca, como boqueando, y permiten la penetraci¨®n.
El macho de una especie de ara?a se deja comer por la hembra para prolongar el acto sexual
En algunos casos, son los machos las v¨ªctimas de los encuentros sexuales, aunque tambi¨¦n por algo que parece desesperaci¨®n ante sus menores posibilidades de reproducci¨®n. En las ara?as de Latrodectus hasseltii, una especie muy venenosa que se encuentra en Australia, los machos solo tienen una probabilidad entre cinco de encontrar una hembra. Es posible que por eso, cuando copulan, el macho se d¨¦ la vuelta para ofrecerse y dejarse comer por la hembra. De esta manera, logra que permanezca m¨¢s tiempo con ¨¦l y pueda transferirle m¨¢s esperma. Es posible, comenta Lynn, que en alg¨²n momento de su historia evolutiva, uno de los ancestros machos de esta especie mostrase este rasgo particular que le permiti¨® prolongar la c¨®pula y transmitir m¨¢s cr¨ªas a las generaciones posteriores.
Hay un ¨²ltimo ejemplo recogido en Sex at Dusk que, siempre evitando el riesgo de trasladar lo que sucede en unos animales a los humanos, puede parecer esperanzador. Las moscas de la fruta incorporan una sustancia qu¨ªmica en el semen que act¨²a como antiafrodisiaco. Esta t¨¢ctica de guerra qu¨ªmica tambi¨¦n logra aumentar la tasa de producci¨®n de huevos de la hembra y desactiva el esperma de otros rivales. Como sucede en este y los casos anteriormente comentados, lo que ha evolucionado para beneficiar a un sexo no tiene por qu¨¦ beneficiar al otro. Esos qu¨ªmicos son como el veneno de ara?a, t¨®xicos para la hembra, que puede vivir menos a causa de ellos. Pero eso a ¨¦l poco le importa porque el futuro reproductivo de ella ser¨¢ ya con otros machos. Un dato curioso, y donde se puede ver esperanza ante la forma en que un cambio ¡°social¡± puede cambiar la biolog¨ªa, es que en experimentos con moscas a las que se hacen mon¨®gamas, reduciendo esa competitividad agresiva, el esperma de los machos se vuelve menos t¨®xico e incluso el cortejo es menos agresivo. El resultado era beneficioso para ambos individuos, que ten¨ªan m¨¢s descendencia.
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