El pa¨ªs de los ni?os mendigos
Una mezcla de pobreza, tradici¨®n y explotaci¨®n impide que el Gobierno senegal¨¦s acabe con la mendicidad infantil en la que se encuentran atrapados unos 50.000 menores
Es de noche. Hace un fr¨ªo negro, de ese que se cuela entre las rendijas del alma. En la estaci¨®n de transportes de Saint Louis (Senegal), los ¨²ltimos viajeros del d¨ªa esperan su autob¨²s aferrados al calor m¨ªnimo de un vaso de caf¨¦. Bajo el mostrador de una tiendita de juguetes, refrescos y golosinas asoma un peque?o bulto humano. Es Omar, de unos diez a?os, que dormita acurrucado en su propia camiseta de rayas negras, vencido por el cansancio. Todos lo miran, nadie lo ve. Como ¨¦l, unos 10.000 ni?os vagabundean cada d¨ªa en busca de limosna por las calles de esta ciudad, atrapados en una espiral de tradici¨®n, pobreza y la m¨¢s cruda explotaci¨®n infantil que para Senegal, un pa¨ªs tolerante, estable y en crecimiento, representa una verg¨¹enza internacional y uno de sus grandes desaf¨ªos.
Modou Samb y Samba Ndong se acercan, lo despiertan con suavidad, le dicen que no es seguro estar ah¨ª, que vaya con ellos. Omar asoma la cabecita y los observa, entre dormido y sorprendido. Su primera reacci¨®n es huir, asustado, pero escucha lo que le dicen. Le hablan de una cama, de una ducha, de ropa nueva. Sobre todo, de una noche de tregua. ?C¨®mo resistirse tras una semana de vagar sin rumbo, de refugiarse en cualquier rinc¨®n? Acepta y emprende el camino hacia la Casa de la Estaci¨®n, una organizaci¨®n social que cuenta con un albergue de emergencia para casos como este.
Cabizbajo, aterido, confuso, Omar camina entre sus rescatadores, tres figuras que se recortan en la oscuridad de la noche entre los desvencijados puestos de la estaci¨®n. El ni?o apenas habla, s¨®lo musita algunas palabras en voz baja. Cuenta que procede de Keur Momar Sarr, un peque?o pueblo de Louga, que lleva una semana fugado de su daara (escuela cor¨¢nica), en la que ha permanecido durante cinco a?os, que huy¨® porque el maestro le peg¨® por llegar tarde un d¨ªa y que ahora gana unas m¨ªseras monedas conduciendo una carreta en la estaci¨®n. Al llegar, lo acuestan en una litera y lo cubren con una manta. Techo y un poco de cari?o, al fin y al cabo.
En Senegal hay unos 50.000 ni?os mendigos. Proceden de pueblos del interior o de pa¨ªses vecinos como Gambia y Guinea Bissau, enviados por sus padres a la ciudad para estudiar en escuelas cor¨¢nicas donde les obligan a pedir dinero por las calles. Lo que un d¨ªa fue un sistema de aprendizaje del Cor¨¢n se ha convertido hoy en explotaci¨®n pura y dura. Aunque en no todas las escuelas cor¨¢nicas se fomenta la mendicidad, la realidad es dif¨ªcil de esconder: los talib¨¦s son la columna vertebral de ese ej¨¦rcito de peque?os mendicantes que recorre a diario las ciudades senegalesas y el dinero que recaudan sostiene a sus explotadores, marab¨²es sin escr¨²pulos que se aprovechan de la pobreza y el analfabetismo de las familias rurales que los dejan en sus manos.
Lo que un d¨ªa fue un sistema de aprendizaje del Cor¨¢n se ha convertido en explotaci¨®n pura y dura
Apenas despunta el alba, mientras Omar disfruta del calor de su inesperada cama, miles de ni?os sucios y vestidos con harapos se echan a las calles con sus botes de pl¨¢stico o sus latas vac¨ªas de tomate frito. S¨®lo en Saint Louis hay 15.000 talib¨¦s, de los que unos 10.000 son obligados a mendigar a diario. Si no cumplen con su cuota diaria, unos 20 c¨¦ntimos de euro, o si no se aprenden la lecci¨®n, se exponen a castigos corporales y malos tratos. Cada d¨ªa, decenas intentan escapar de sus maltratadores, que en ocasiones los encierran o encadenan con grilletes para impedirlo.
La daara Cheikh Amadou Bamba, situada en el barrio de Pikine, es en realidad un solar amurallado y a cielo abierto en el que se hacina un centenar de ni?os venidos desde el pueblo de Dahra Jollof, en Louga. En una esquina, los peque?os hacen sus necesidades sobre la arena; en la otra, un tinglado de madera cubierto con telas y chapas rotas pretende protegerles del sol; en medio, un peque?o agujero en la tierra ofrece un agua f¨¦tida con la que¡ ?lavarse? Los ni?os han pasado una nueva noche a la intemperie, amontonados sobre una alfombra y mal tapados con una mugrienta colcha que no alcanza para todos, porque la arena bajo el tinglado est¨¢ infestada de pulgas.
Al frente de esta daara est¨¢ Samba Saw, un marab¨² nacido en Touba que explica sin ning¨²n problema el horario de la escuela. Al salir el sol, mendicidad para el desayuno; entre las ocho y la una y media, Cor¨¢n; a las 13.30, mendicidad para comer; entre las dos y las siete de la tarde, m¨¢s Cor¨¢n; a las 19.00 horas, de nuevo mendicidad. ¡°Hay tres tipos de seres humanos¡±, asegura Saw, ¡°las personas mayores, a las que debes respeto por su edad, aquellos que son de tu generaci¨®n a los que tambi¨¦n debes respeto como iguales y, finalmente, los m¨¢s peque?os y d¨¦biles, de los que hay que sentir compasi¨®n. Este es el saber de Dios que nos ense?a el camino de la misericordia¡±. Los talib¨¦s mayores llevan fustas en la mano. ¡°Hay dos m¨¦todos de ense?anza¡±, explica Saw, ¡°el normal, que es duro, y luego est¨¢ el otro, que es m¨¢s duro a¨²n, y se reserva para los que no quieren aprender¡±. Y sonr¨ªe.
En la Casa de la Estaci¨®n, Omar se despereza tras haber pasado su primera noche bajo techo en la ¨²ltima semana. Modou entra en la habitaci¨®n, lo despabila y lo viste con ropa nueva. Por fuera parece otro, pero la sombra del miedo y de la tristeza sigue ah¨ª. Thi¨¦ck Aw, trabajadora social, le entrevista. Quiere saber por qu¨¦ huy¨® de la daara. Hay que tomar una decisi¨®n. ¡°No podemos dejarlo en la calle y si lo llevamos a su pueblo lo m¨¢s probable es que en tres d¨ªas est¨¦ de nuevo aqu¨ª. En este caso no vemos evidencias de castigos corporales ni malos tratos. Pensamos que lo mejor es llevarlo con su marab¨² y hacer un seguimiento del caso para evitar que vuelva a ocurrir. No es bueno para ¨¦l seguir en la estaci¨®n de transportes¡±, asegura Modou. ¡°All¨ª pasan cosas malas¡±.
Desde 2005 existe una ley que proh¨ªbe la mendicidad infantil en Senegal, pero ni se cumple ni se aplica
De vuelta a Pikine, el maestro cor¨¢nico Thierno Sadibou se hace cargo del chaval. ¡°Nosotros no pegamos a los ni?os¡±, asegura. Samba y Modou hablan con ¨¦l y le advierten de que pasar¨¢n cada semana, y que si aprecian cualquier se?al de violencia ser¨¢ denunciado. En los ¨²ltimos a?os, el equipo de la Casa de la Estaci¨®n ha logrado el cierre de siete daaras que no reun¨ªan las condiciones m¨ªnimas y ha llevado a cuatro marab¨²es a prisi¨®n. La mayor¨ªa colaboran, pero algunos se resisten. Por la tarde, Modou y Samba reciben un aviso desde la estaci¨®n de transportes: ¡°Doce ni?os se han escapado de su daara y est¨¢n tratando de coger un autob¨²s hacia Gambia¡±, dice una voz al otro lado del tel¨¦fono. R¨¢pidamente se dirigen hacia all¨ª con la intenci¨®n de recogerlos.
Desde 2005 existe una ley que proh¨ªbe la mendicidad infantil en Senegal, pero ni se cumple ni se aplica. La falta de regulaci¨®n de las daaras, que surgen por doquier y sin ning¨²n tipo de control, y la conversi¨®n de este sistema tradicional de ense?anza en un lucrativo negocio no ayuda a mejorar las cosas. El Gobierno senegal¨¦s ha anunciado en varias ocasiones la adopci¨®n de medidas contundentes para acabar con la mendicidad y con las escuelas que no cumplan con los m¨ªnimos requisitos. Sin embargo, poco se ha hecho. Ante las presiones de organismos internacionales y ONGs senegalesas, el pasado 30 de junio, el presidente Macky Sall ordenaba la retirada de todos los ni?os de las calles de Dakar, medida m¨¢s de cara a la galer¨ªa que efectiva mientras no se regulen las daaras y se persiga a quienes obligan a los ni?os a practicar la mendicidad.
A esta hora de la tarde, la estaci¨®n de transportes de Saint Louis es un hervidero de talib¨¦s. El rostro suc¨ªsimo, blanqueado por el polvo de la calle, mal vestidos, descalzos, siempre hambrientos, con su eterna lata de tomate en la mano, se acercan a los viajeros a la espera de que caiga alguna moneda. All¨ª est¨¢n los doce fugados. Sin embargo, ocurre algo imprevisto. Aparece Ibrahima Ba, su marab¨², quien tambi¨¦n pretende llevarlos consigo. Los ni?os tratan de huir en estampida, pero Modou, Samba y el mediador comunitario Abdou Sy localizan a siete de ellos y, tras vencer la resistencia del maestro cor¨¢nico, los suben en dos taxis rumbo a la Casa de la Estaci¨®n.
Los ni?os, de unos diez a?os de edad, relatan que el marab¨² les exige la enorme cantidad de 500 francos CFA cada d¨ªa, unos 75 c¨¦ntimos, como aportaci¨®n para la escuela y que les pega si no los consiguen. Hartos del maltrato, hab¨ªan dise?ado todo un plan de fuga. Poco a poco, d¨ªa tras d¨ªa, hab¨ªan ido entregando a un tendero el dinero que consegu¨ªan para que este se lo guardara lejos del alcance del maestro. As¨ª hab¨ªan llegado a reunir unos 17 euros, con lo que pretend¨ªan pagarse el billete de autob¨²s de vuelta a casa en Tabokoto (Gambia). Pero el plan se les vino abajo porque el dinero no les daba y porque alguien avis¨® al marab¨² de la jugada cuando los vieron en la estaci¨®n.
El Estado es responsable, pero tambi¨¦n el entorno social, los padres, los l¨ªderes religiosos Aissetou Kant¨¦, magistrada senegalesa experta en Familia e Infancia
El problema de fondo es que el Gobierno no tiene el coraje pol¨ªtico de enfrentarse al poder religioso, que sigue ejerciendo una enorme influencia en este pa¨ªs. La buena noticia, sin embargo, es que la sociedad senegalesa est¨¢ reaccionando. La existencia de plataformas que denuncian, un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, la existencia de ni?os mendigos y de violencia contra ellos est¨¢ propiciando un cambio de mentalidad del que instituciones como la Casa de la Estaci¨®n no son sino una muestra.
Los siete peque?os fugitivos, Thierno Ciss¨¦, Amadou Ba, Alassane Ciss¨¦, Aliou Ba, Mamadou Ciss¨¦, Yussuf Ba e Ibrahima Ba, observan todo con cara de asombro en la Casa de la Estaci¨®n. ¡°?Vamos a dormir aqu¨ª?¡±, pregunta Yussuf con una mueca de esperanza. Esta noche s¨ª, le responden. Aunque el marab¨² se presenta para llevarlos consigo, los ni?os pasan sus primeras horas en el albergue. Al d¨ªa siguiente, maestro y talib¨¦s deben presentarse en la Agencia de Educaci¨®n en Medio Abierto (AEMO, seg¨²n sus siglas en franc¨¦s), la entidad gubernamental que vela por la seguridad y el bienestar de los menores. A ellos corresponde la decisi¨®n final.
En la oficina p¨²blica, el marab¨² est¨¢ que trina. Una funcionaria le advierte de que son su responsabilidad y de que si los ni?os se vuelven a escapar ir¨¢ tres meses a prisi¨®n. Ibrahima Ba jura y perjura que nunca les ha levantado la mano, pero nadie se f¨ªa. ¡°Los padres est¨¢n lejos, t¨² debes cuidarlos¡±, le explica con infinita paciencia la se?ora Mbaye de la AEMO. ¡°Y si me entero que maltratas a solo uno de tus talib¨¦s, tambi¨¦n ir¨¢s a la c¨¢rcel¡±, a?ade. Se decide que vuelvan a la daara. ¡°Nosotros nos vamos a encargar de hacer el seguimiento¡±, dice Modou. ¡°Ahora el marab¨² tiene miedo y ha empezado a entender lo que le puede ocurrir¡±.
Aissetou Kant¨¦, magistrada senegalesa experta en Familia e Infancia, asegura que la ley presenta una fisura y es que no act¨²a contra quienes la fomentan, lo que ella denomina ¡°falsos marab¨²es¡±, hasta que se llega a una situaci¨®n extrema. Opina que hay que proteger al ni?o. "Y para eso tenemos que ir a la ra¨ªz. El Estado es responsable, pero tambi¨¦n el entorno social, los padres, los l¨ªderes religiosos¡±. El debate se ha instalado en los medios de comunicaci¨®n y en una sociedad que se pregunta cu¨¢ndo aprenden algo esos ni?os que est¨¢n todo el d¨ªa en la calle. Mientras tanto, ajenos a la discusi¨®n, los talib¨¦s y sus eternas latas de tomate siguen siendo parte del paisaje, omnipresentes y a la vez invisibles, el rostro en harapos y m¨¢s descarnado de un Senegal cambiante pero a¨²n anclado en su propia historia.
Calor y refugio en la Casa de la Estaci¨®n
Hace diez a?os, Issa Kouyat¨¦ trabajaba como cocinero en un famoso hotel de Saint Louis. Pese a haber nacido en Dakar, pese a ser senegal¨¦s, el drama de los talib¨¦s en esta ciudad le impact¨®. "Da igual donde vayas, da igual hacia donde mires, est¨¢n por todos lados. As¨ª que decid¨ª hacer algo. En el hotel ten¨ªamos que tirar la comida que no se usaba en 48 horas, as¨ª que la cog¨ªa y la llevaba a los chicos que se hab¨ªan escapado de las daaras, que se reun¨ªan en la antigua estaci¨®n de tren por la noche para dormir", recuerda Kouyat¨¦. Sin embargo, en 2010, el Ayuntamiento decidi¨® convertir la estaci¨®n en el actual mercado y los ni?os se quedaron sin su refugio nocturno. En ese momento de oscuridad, en un terreno cercano, el proyecto de la Casa de la Estaci¨®n empez¨® a tener luz propia.
"Era un vertedero lleno de basura", prosigue Kouyat¨¦, "pero trabajamos duro y lo hemos convertido en un hogar". Hoy, la Casa de la Estaci¨®n cuenta con dos aulas para las clases de alfabetizaci¨®n, una enfermer¨ªa, duchas y ba?os para los chavales, una biblioteca, un amplio espacio de juegos, un albergue de emergencia con ocho camas, el apoyo de organismos internacionales como el Fondo Global para los Ni?os de Naciones Unidas y, sobre todo, el empuje y la ilusi¨®n de decenas de voluntarios. El pasado a?o, Kouyat¨¦ recibi¨® de manos del ex secretario de Estado estadounidense John Kerry el premio H¨¦roe de la lucha contra la trata de personas concedido por el Gobierno americano, pero el fr¨ªo, el hambre y las penurias que sufren los peque?os talib¨¦s de Saint Louis siguen presentes.
La Casa de la Estaci¨®n es un refugio, un lugar seguro, un espacio donde los ni?os encuentran todo aquello que no tienen. Abdourahmane Soumar¨¦, profesor y animador, ense?a tanto nociones de inform¨¢tica o alfabetizaci¨®n como k¨¢rate sobre la arena. Mientras tanto, la enfermera Awa Diallo cura las heridas visibles de los ni?os, las invisibles ya son otra cosa, sobre todo quemaduras y cortes, y tratamientos contra la sarna. Un par de noches en semana, Abdou Sy, Modou Samb y Samba Ndong, a veces con el mismo Issa Kouyat¨¦ al frente, se encargan de las rondas de noche. Buscan ni?os perdidos en cada rinc¨®n, debajo de cada cayuco, entre los puestos callejeros, pegados a los pilares de los puentes, bajo los balcones y sobre las alfombras abandonadas de los rezos espor¨¢dicos.
¡°Lo m¨¢s triste es que una parte de la sociedad se aprovecha de ellos, los usan como mano de obra barata, para hacer recados, conducir una carreta o limpiar¡±, a?ade Kouyat¨¦. ¡°Cuando te paras al lado de un talib¨¦ y te interesas por ¨¦l, la gente te mira sorprendida. Es como si no existieran, como si fueran objetos. Sabemos que nadamos contra corriente, que nos enfrentamos a un poder muy fuerte: nos han amenazado, nos han enviado a la Polic¨ªa, tratan de ponernos en contra de la gente. Pero creemos que estamos cambiando las cosas s¨®lo porque estos ni?os han entendido que hay una vida m¨¢s all¨¢ de lo que dicen sus marab¨²es¡±.
Art¨ªculo publicado en colaboraci¨®n con la UN Foundation.
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