La desconexi¨®n del urogallo
POR QU? SE VAC?A gran parte de la Espa?a rural? Porque ha desaparecido un cultivo imprescindible: la esperanza. Esta s¨ª que es una desconexi¨®n. La visi¨®n pol¨ªtica mayoritaria ha consistido en asegurarse la recolecta temporal de votos. Un modelo sin modelo que resum¨ªa aquel alcalde absoluto al que preguntaron por qu¨¦ hab¨ªa perdido votos y respondi¨® quejoso: ¡°No los he perdido, se me han muerto¡±.
El libro de Sergio del Molino, con ese t¨ªtulo de inquietante precisi¨®n, La Espa?a vac¨ªa, define ya una ¨¦poca. La lenta agon¨ªa, por despoblaci¨®n y envejecimiento, de una gran parte del campo. Ha habido muchas migraciones. Hacia las ciudades y a otros pa¨ªses m¨¢s pr¨®speros. Tiempos no tan lejanos en que el exilio y la emigraci¨®n conflu¨ªan en una di¨¢spora espa?ola por Am¨¦rica y Europa. La diferencia ahora es que estamos ante una extinci¨®n. Una mezcla de ¨¦xodo y eutanasia social. Una desconexi¨®n total. Es la palabra del momento, la ¡°desconexi¨®n¡±, referida a Catalu?a, la que enciende la mecha ib¨¦rica en debates y tertulias. Pero llevamos a?os con esta otra desconexi¨®n silenciosa e irreversible. El mapa se llena de deslugares. Las luces se apagan. Los coches de l¨ªnea tienen frecuencias fantasma. Las estad¨ªsticas dibujan una pir¨¢mide tan invertida que acaba en encefalograma plano. Y sin alternativas.
"Ha ido m¨¢s dinero de fondos europeos para latifundios que para cooperativas o los aut¨®nomos del peque?o campesinado".
La desconexi¨®n rural se suele presentar como un fen¨®meno natural. Un destino en el que los territorios tambi¨¦n se retiran. Una retirada inevitable, como hay pa¨ªses que han sido pr¨®speros y ahora son yacimientos catastr¨®ficos. Una vez m¨¢s escapamos de los porqu¨¦s. El equivalente a la Espa?a abandonada, en el norte e interior peninsular, es un espacio de bienestar en otros pa¨ªses europeos. Frente al ¡°vac¨ªo¡± pol¨ªtico, aqu¨ª tambi¨¦n hay gente joven que lo intenta, que no abandona. Que todav¨ªa le da cuerda al reloj de la vida como una artesan¨ªa. M¨¢s all¨¢ del desinter¨¦s pol¨ªtico, hay un accidente cultural. En Espa?a ha podido m¨¢s el menosprecio de aldea, un costumbrismo en el que la figura central era el paleto que ven¨ªa del campo. Estar¨ªamos hablando de otra historia de no frustrarse la visi¨®n y el modelo educativo que representaba, por ejemplo, la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. La Espa?a oficial ha desconectado tradicionalmente de un mundo que considera subalterno o prescindible. Las ¨¦lites pol¨ªticas, y las otras, solo saben de la Espa?a rural por las cacer¨ªas. O por la caza de subvenciones. Ha ido m¨¢s dinero de fondos europeos para latifundios que para cooperativas o los aut¨®nomos del peque?o campesinado.
Hace unos a?os escrib¨ª un reportaje sobre los ¨²ltimos habitantes de las pallozas en la zona de los Ancares, en Galicia y Le¨®n. Era como buscar al ¨²ltimo hombre en la primera casa de la vieja Europa. Hab¨ªan sucedido dos cosas extraordinarias. En una de las aldeas, hab¨ªa nacido una ni?a a la que pusieron el nombre de Zeltia. No era para menos. Un beb¨¦ mitol¨®gico al que visitaban en peregrinaci¨®n los ancianos de la comarca. En un lugar aislado, hab¨ªa una palloza que parec¨ªa deshabitada. Me asom¨¦. Encima de la cama, hab¨ªa un paraguas abierto en el que percut¨ªa una gotera. La imagen del centro exacto del abandono. No, no estaba deshabitada. Hacia el fondo del hogar alumbraba una l¨¢mpara con una luz el¨¦ctrica que parec¨ªa anterior a Edison. Hab¨ªa un perro tumbado que se levant¨® hacia m¨ª como una sombra. Una voz de hombre llam¨® por ¨¦l para calmarlo. No era necesario. Hac¨ªa tiempo que aquel perro hab¨ªa desistido de ladrar.
El ?ltimo, voy a llamarle as¨ª, me cont¨® que toda la familia hab¨ªa emigrado a Barcelona. ?l decidi¨® regresar. Sol¨ªa ir a la estaci¨®n de tren y un d¨ªa oy¨® el rumor de que iban a suspender la l¨ªnea que llevaba al oeste, el llamado Shangh¨¢i. Ten¨ªa un tel¨¦fono m¨®vil. Pero la palloza estaba en zona de sombra y para hablar con el nieto sub¨ªa a lo alto del monte al anochecer. ?l siempre le hablaba al nieto de los urogallos. No hay nada comparable, voz animal o humana, al canto de los urogallos. El centinela del bosque apuesta la cabeza por culpa del amor. Cuando le llega la ¨¦poca del celo, se expone al m¨¢ximo con un canto que lo delata y convierte en blanco. Por eso est¨¢ casi extinguido.
¨CPero ya no quedan urogallos ¨Cle dije.
¡°Para m¨ª y para mi nieto, s¨ª¡±, me contest¨® con una voz de ronco inc¨®modo. ¡°Y adem¨¢s, ?usted qu¨¦ sabe!¡±.
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