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El futuro del planeta se decide en la Ant¨¢rtida

vista a¨¦rea de un glaciar pr¨®ximo a la base chilena Bernardo O¡¯Higgins, en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica.

CAMINO DE LA ANT?RTIDA, el buque Aquiles de la Armada chilena cabecea gravemente por los canales patag¨®nicos y se agita, espasm¨®dico, como si un coloso invisible lo meneara a capricho mientras nos sopla sus vientos al o¨ªdo. Dise?ado para el transporte de tropas, con 103 metros de eslora, el barco alberga una expedici¨®n cient¨ªfica internacional organizada por Chile con un ambicioso programa de toma de muestras de flora, fauna, tierra, hielos y atm¨®sfera, orientado prioritariamente a evaluar el impacto y ritmo del cambio clim¨¢tico. Zarpamos para un mes de traves¨ªa, instalados mentalmente en la paradoja de que el agujero abierto en la capa de ozono ha contribuido a enfriar en los ¨²ltimos a?os la masa continental ant¨¢rtica al tiempo que el aumento de la temperatura del agua descongela grandes plataformas de hielo y amenaza con desgajar inmensas extensiones heladas. La inc¨®gnita por despejar es qu¨¦ ocurrir¨¢ ahora que la capa de ozono ha empezado diligentemente a cerrarse, c¨®mo repercutir¨¢ en esta gran llave de paso del cambio clim¨¢tico mundial que es la Ant¨¢rtida.

Esta es la gran llave de paso del cambio clim¨¢tico mundial. La inc¨®gnita por DESPEJAR ES QU? OCURRIR? AHORA QUE LA CAPA DE OZONO HA EMPEZADO A CERRARSE.

Un silencio contemplativo, reverencial se instala entre los pasajeros a la vista de las im¨¢genes que desfilan ante nuestros ojos: cascadas turbulentas, picos cortados a cincel y penacho blanco, acantilados de hielo azul lej¨ªa mordidos por gigantes medio desdentados, bloques c¨²bicos congelados arrancados de cuajo y varados en la orilla, ping¨¹inos, ballenas jorobadas que se alejan del estruendo de nuestros motores, petreles, gaviotines, albatros¡­ Es un anticipo de lo que nos espera, pero ya resulta imposible sustraerse a las leyendas y mitos que evocan estos parajes; imposible resistirse al magnetismo de estas rutas pobladas de historias reales e imaginadas tejidas en torno al cabo de Hornos y al llamado, ?mal llamado?, paso Drake, el tramo de mar que separa Am¨¦rica del Sur de la Ant¨¢rtida.

La cient¨ªfica Carla Gallardo se acerca a los restos de un esqueleto de ballena en la isla Rey Jorge.

?C¨®mo deshacer la aleaci¨®n forjada con La narraci¨®n de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe; La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson y En las monta?as de la locura, de H. P. Lovecraft, por ejemplo, y los relatos que testimonian las extraordinarias vivencias de los primeros exploradores? Mientras el viento a¨²lla como alma en pena en los canales y las sombras de las nubes sombr¨ªas corren veloc¨ªsimas delante del buque, uno se imagina sin esfuerzo la escena de Los confines del mundo en la que Harry Thompson describe el encuentro entre la Marina brit¨¢nica y los ind¨ªgenas del estrecho de Magallanes: ¡°De vez en cuando, grupos de hombres desnudos se api?aban en la costa y gritaban una sola palabra: yammerschooner, mientras agitaban jirones de piel ante los forasteros; pero cuando FitzRoy enviaba unos botes para entablar contacto, los indios hu¨ªan, se adentraban en la vegetaci¨®n mucho antes de que los marineros tomaran tierra¡±. Contra lo que los brit¨¢nicos creyeron durante bastante tiempo, yammerschooner no significa ¡°d¨¢melo¡±. La actitud de los indios no era amenazante.

El cient¨ªfico Andr¨¦s Marcoleta, en la isla Rey Jorge.pulsa en la fotoEl cient¨ªfico Andr¨¦s Marcoleta, en la isla Rey Jorge.

¡°Amarren sus pertenencias y qu¨¦dense en sus camarotes; no salgan a cubierta, sobre todo de noche, porque un golpe de mar puede arrojarlos por la borda y morir¨ªan congelados en menos de cuatro minutos¡±, advierte el comandante del Aquiles antes de que el buque, arrendado por el Instituto Ant¨¢rtico Chileno (INACH), promotor de la expedici¨®n, salga a mar abierto para enfrentarse al paso Drake. ¡°?Y cu¨¢ndo sabremos que es de noche?¡±, preguntamos. ¡°Cuando se les comunique por el altavoz¡±, responde el comandante, Edgardo Acevedo. Un sol p¨¢lido maquillado con los colores m¨¢s inveros¨ªmiles del arco crom¨¢tico languidece en el firmamento. De madrugada, amaga durante un par de horas con desaparecer, pero luego, en un quiebro inveros¨ªmil, resurge sobre la raya curvada del horizonte y declara proscrita la noche en el verano austral.

Esta vez, el Drake ¨Ctambi¨¦n denominado ¡°mar de Hoces¡± por algunos pa¨ªses hispanos en atenci¨®n al marino espa?ol Francisco de Hoces, que franque¨® el cabo de Hornos en 1525, medio siglo antes de que lo hiciera el pirata ingl¨¦s¨C no se ha presentado en modo hurac¨¢n madre de todas las tormentas, sino, simplemente, como temporal de olas de cinco metros. Empopado, con la ola a favor, el barco ha aprovechado una ventana de oportunidad climatol¨®gica y soslayado el impacto mayor del brutal choque de corrientes y vientos entre el Atl¨¢ntico y el Pac¨ªfico. Tras dos d¨ªas de navegaci¨®n por este paso de 900 kil¨®metros por el que circula una masa de agua equivalente a 600 veces el caudal del Amazonas, el mando del barco declara superada la prueba: semblantes de cera y algunos v¨®mitos pese a la ingesta masiva de comprimidos y parches antimareo y ligeros desperfectos en objetos y mobiliario mal amarrados; poco m¨¢s, cuando llegamos al continente helado y nos ponemos al abrigo de las islas Shetland del Sur.

Iceberg fotografiado desde el buque Aquiles.

¡°Nos hemos ganado el viejo derecho a llevar un arete de oro en la oreja izquierda y a cenar con un pie sobre la mesa que le corresponde a todo el que haya bordeado el cabo de Hornos¡±, bromea el meteor¨®logo del barco, Luis Romero, pero a?ade: ¡°El Drake no perdona. Si no te castiga a la entrada, te castiga a la salida¡±. Bajo el aire circunspecto con que se repite este aforismo marinero bullen historias no inventadas de traves¨ªas infernales, barcos zarandeados como juguetes y marineros amarrados a sus puestos luchando tambi¨¦n contra el p¨¢nico y el desvar¨ªo.

La Ant¨¢rtida nos recibe en blanco y negro, con cielos l¨®bregos y una niebla espesa que obliga a los pilotos de la z¨®diac a orientarse por GPS para cubrir la milla marina que separa las aguas profundas de la bah¨ªa Almirantazgo, donde ha fondeado el buque, de la costa en la que se asienta la base polaca Arctowski. La chaqueta y el pantal¨®n impermeables, obligada tercera capa de la vestimenta ant¨¢rtica, nos protegen de la mojadura de las olas que lamen el casco neum¨¢tico, pero no evitan que los guantes cerrados en torno a la cuerda longitudinal de seguridad terminen empapados. Uno aprecia entonces, en su justa medida, el consejo imperativo de llevar prendas de repuesto junto a una colaci¨®n nutricional b¨¢sica: agua, barritas energ¨¦ticas, frutos secos.

¡°la ant¨¢rtida es el campo ideal, porque el aislamiento y las condiciones extremas favorecen las adaptaciones en situaciones l¨ªmite¡±.

Hace un fr¨ªo glacial, en efecto, y nieva en horizontal, pero nada enturbia la emoci¨®n intensa que suscita pisar suelo ant¨¢rtico, penetrar en los espacios reservados exclusivamente a la investigaci¨®n cient¨ªfica, traspasar la barrera que durante millones de a?os y hasta hace bien poco mantuvo a este continente fuera del alcance humano. El bi¨®logo chileno Andr¨¦s Marcoleta busca un terreno virgen para tomar muestras de tierra y cree haberlo encontrado en la base del corte reciente de un glaciar situado a unos kil¨®metros de la base polaca. ¡°El incremento de bacterias resistentes a los antibi¨®ticos nos exige descubrir los mecanismos biol¨®gicos que explican esas resistencias y crear nuevos antibi¨®ticos¡±, explica. ¡°La Ant¨¢rtida es el campo ideal, porque el aislamiento y las condiciones extremas favorecen las adaptaciones en situaciones l¨ªmite. Buscamos bacterias de suelo ant¨¢rtico que puedan producir nuevos antibi¨®ticos¡±.

Grupo de ping¨¹inos en la isla Doumer, en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica.

Caminamos envueltos en la bruma, pero la excursi¨®n no puede ser m¨¢s placentera. Grupos de ping¨¹inos nos salen al paso en la playa con sus c¨®micos andares y el inconfundible rastro oloroso de sus pestilentes ping¨¹ineras. Aunque no parecen temernos ¨Cno tienen motivos, como no sea por los investigadores de la gripe aviar, que capturan con red a algunos de ellos para extraerles sangre y heces¨C, se mantienen por lo general a un metro de distancia. Una esc¨²a, el ave depredadora m¨¢s agresiva de estas latitudes, ataca y hiere a un ping¨¹ino que, huyendo del acoso, busca refugiarse entre nosotros. ?Debemos abandonarlo a su suerte como dicta la norma ant¨¢rtica? Eso hacemos, con un punto de mala conciencia. El dilema volver¨¢ a presentarse una y otra vez, particularmente a la vista del fest¨ªn que se procuran las focas leopardo con los ping¨¹inos y el resto de focas, forzados a emigrar ante la llegada del invierno ant¨¢rtico.

Una foca de Weddell.pulsa en la fotoUna foca de Weddell.

El regreso resulta accidentado. El mar se ha encrespado y el oleaje zarandea las z¨®diacs y compromete la ascensi¨®n al buque por la inestable escala de cuerda desplegada. ¡°Soy hombre de laboratorio, no estoy preparado para actividades f¨ªsicas exigentes¡±, comenta Andr¨¦s Marcoleta. Comprendo, entonces, que pese a encontrarse lejos del perfil que exig¨ªa el explorador Ernest Shackleton ¨C¡°se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Fr¨ªo extremo. Largos meses de oscuridad completa. Peligro constante. No es seguro volver con vida¡±¨C, estos cient¨ªficos siguen, en cierta manera, la estela de aquellos hombres intr¨¦pidos. ?Acaso no buscan tambi¨¦n en lo desconocido? ?No palpita igualmente en ellos la necesidad de saber, la curiosidad que anim¨® a Gabriel de Castilla (lleg¨® a los 64 grados de latitud sur del continente en 1603), James Cook (alcanz¨® los 67 grados en 1773), Roald Amundsen (primero en pisar el Polo Ant¨¢rtico en 1911), Robert Scott, Fabian Gottlieb von Bellingshausen, Dirck Gerritsz y tantos otros?

¡°El problema para los investigadores de la Ant¨¢rtida es llegar hasta el lugar donde deben tomar las muestras, porque no todos aguantan largas caminatas y ascensiones en circunstancias extremas de fr¨ªo y viento¡±, constata Jorge Gallardo, cient¨ªfico ¨¦l mismo y habitual gu¨ªa expedicionario. Al igual que Pablo Espinoza, experto log¨ªstico del INACH, sabe lo que es sobrevivir en el hielo en carpas a 30 y 40 grados bajo cero y conoce el proceso que comienza con el congelamiento de las pesta?as y contin¨²a con los lagrimales, la nariz, las orejas, los dedos¡­ Ha visto congelarse la orina dentro de los envases sellados ¨Clos expedicionarios no pueden abandonar nada en la Ant¨¢rtida, tampoco sus deposiciones¨C, y constatado de cerca el riesgo de vulnerar la regla de oro ¨C¡°nunca saldr¨¢s solo¡±¨C y el peligro que supone el m¨ªnimo corte en la piel, ya que el tejido h¨²medo se congela y los cristales de hielo hacen que la herida se abra m¨¢s y m¨¢s. ¡°Cuando el viento sopla con fuerza hay que evitar que te tumbe de un golpe y te arrastre¡±, indica Cristian Ferrer, responsable de log¨ªstica del INACH. ¡°Lo mejor es arrojarse a tierra y permanecer agarrados de las manos unos a otros. Claro que, si el vendaval dura, puedes morir congelado¡±.

El 98% de este territorio de 13,5 millones de kil¨®metros cuadrados, 27 veces el tama?o de espa?a, no ha sido jam¨¢s hollado por el hombre.

El paleobi¨®logo Marcelo Leppe y su equipo acaban de inspeccionar los glaciares de la bah¨ªa Almirantazgo, a 62 grados de latitud sur, y han regresado al barco alarmados. ¡°El mundo tiene que hacerse a la idea de que el clima en la Tierra ya no es permanente y que el cambio es irreversible¡±, sostiene Leppe, impresionado por el derretimiento de enormes masas polares y el desmoronamiento de grandes diques de hielo. ¡°Ahora se trata de refrenar ese cambio y ganar el tiempo suficiente para poder adaptarnos a lo que venga. Hemos contrastado las im¨¢genes actuales con las de hace 30 a?os, y la transformaci¨®n es espectacular. El aumento de la temperatura est¨¢ generando r¨ªos caudalosos all¨ª donde hasta ahora solo hab¨ªa hielo y hay glaciares que han retrocedido un centenar de metros. Urge medir el ritmo de aceleraci¨®n y el alcance del cambio¡±.

La p¨¦rdida masiva de hielo, estimada en unos 147 gigatoneladas/a?o, activa el temor al aumento del nivel del mar en todo el planeta y a la propagaci¨®n del efecto mariposa que puede reducir el albedo terrestre (la cantidad de radiaci¨®n solar devuelta a la atm¨®sfera tras chocar con la superficie terrestre) y alterar a¨²n m¨¢s el sistema global. Es un panorama que genera directamente cambio clim¨¢tico, aunque no se puede cerrar de forma concluyente el debate por lo contradictorio de los datos: la p¨¦rdida masiva de hielo, principalmente marino en la parte occidental, se produce de forma simult¨¢nea al enfriamiento estratosf¨¦rico causado por el agujero de la capa de ozono en las ¨¢reas centrales y al aumento del hielo en esas latitudes. Lo que se sabe es que la temperatura del agua y los niveles de gases de efecto invernadero est¨¢n estrechamente conectados. ¡°El incremento del di¨®xido de carbono en la Tierra se ha disparado a partir de la revoluci¨®n industrial iniciada en 1800¡±, subraya Pamela Santib¨¢?ez.

Lago Cr¨¢ter, en la isla Decepci¨®n, un volc¨¢n activo que forma parte del archipi¨¦lago de las Shetland del Sur. Es uno de los pocos lugares de la Ant¨¢rtida que no se congela nunca.

Experta glaci¨®loga y coordinadora cient¨ªfica de la expedici¨®n del INACH, Santib¨¢?ez conf¨ªa en los experimentos relativamente exitosos que han conseguido secuestrar di¨®xido de carbono en piedra bas¨¢ltica y en el proyecto compartido entre la UE y Estados Unidos para extraer un testigo de hielo ¨Cmuestra cil¨ªndrica que se obtiene mediante la perforaci¨®n de casquetes polares o glaciales¨C que permita leer la evoluci¨®n clim¨¢tica de la Tierra durante el ¨²ltimo mill¨®n de a?os. ¡°Una sola gota de ese hielo recogido a 3.000 metros da cuenta de la temperatura de la ¨¦poca, de la misma manera que una burbuja de aire nos muestra los gases entonces imperantes¡±, sostiene. ¡°La inventiva humana es nuestro rayo de esperanza porque, si conocemos el pasado, sabremos c¨®mo afrontar el futuro. Ahora, las mediciones y los modelos matem¨¢ticos ya nos permiten crear el mapa de las previsibles p¨¦rdidas de masa helada¡±.

Estos d¨ªas, las olas no revientan impetuosamente contra el casco del Aquiles. El agua dividida por la quilla del buque crepita ruidosamente en contacto con los hielos flotantes que nos visitan, y es como si su proximidad al punto de congelaci¨®n ¨Cvarios grados por debajo de cero en el caso del agua salada¨C les revistiera de mansedumbre y densidad. Pronto asistimos, extasiados, a una grandiosa exhibici¨®n de icebergs. Paralelep¨ªpedos de 40 metros de altura y toda suerte de cuerpos geom¨¦tricos y dimensiones desfilan silentes, fantasmales, majestuosos ante nuestros ojos, escoltando a la m¨¢s completa muestra de esculturas de hielo que pueda imaginarse. El mar es un caprichoso espect¨¢culo de figuras fabulosas, un regalo para la vista y una pesadilla para los pilotos que desde el puente de mando vigilan la trayectoria de los ¡°contactos¡± en el radar y avizoran el horizonte con los prism¨¢ticos, muy conscientes de que la parte sumergida del iceberg, el verdadero peligro, es ocho, nueve, diez veces m¨¢s que lo que permanece a la vista. ¡°Con los icebergs hay que actuar con el mismo cuidado que cuando te encuentras de frente con un conductor borracho¡±, apunta el comandante. De vez en cuando, estas fantas¨ªas flotantes chocan con estr¨¦pito entre ellas; de vez en cuando se oye y se siente c¨®mo las garras del hielo sumergido ara?an la panza del barco con rasponazos amenazantes y largos crujidos. Me pregunto c¨®mo ser¨¢n las cicatrices del Aquiles y si estos cascotes a la deriva son indicativos de un mundo que se derrumba.

Expedici¨®n de cient¨ªficos dirigi¨¦ndose al glaciar Collins, en la isla Rey Jorge, archipi¨¦lago de las Shetland del Sur.pulsa en la fotoExpedici¨®n de cient¨ªficos dirigi¨¦ndose al glaciar Collins, en la isla Rey Jorge, archipi¨¦lago de las Shetland del Sur.

El terreno tiene una capa de hielo de 1,9 kil¨®metros de espesor. Durante la estaci¨®n m¨¢s fr¨ªa, la media de temperatura es de 63 grados bajo cero.

Siempre que las condiciones del oleaje y viento lo permiten, y provistos de sus imprescindibles autorizaciones, los cient¨ªficos bajan a tierra a tomar sus muestras de acuerdo con el programa de localizaciones previsto. Puede ocurrir que las contingencias del buque los obliguen a permanecer largo tiempo a la intemperie nocturna y que, medio en serio, medio en broma, traten de emular a los ping¨¹inos, que combaten el viento y el fr¨ªo agrup¨¢ndose y turn¨¢ndose regularmente en el c¨ªrculo exterior, el m¨¢s expuesto. Un problema no menor es que el barco de la Armada solo puede ofrecer c¨¢maras frigor¨ªficas para la conservaci¨®n de las muestras, pero no laboratorios donde procesarlas o, al menos, fijarlas y asegurarlas. La falta de conexi¨®n a Internet y de comunicaci¨®n telef¨®nica supone otra dificultad para el aprovechamiento profesional de tan largas traves¨ªas.

M¨¢s all¨¢ de los desprendimientos visibles, mensurables de las grandes masas de hielo, lo que preocupa son los cambios que el aumento de la temperatura del agua puede estar produciendo en los fondos marinos, en los ecosistemas terrestres y en la llegada de plantas y fauna invasoras. Especies depredadoras como los cangrejos, la sabrosa centolla y, espor¨¢dicamente, los tiburones han empezado a aparecer en aguas oce¨¢nicas que rodean la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica, al norte, al tiempo que en las Shetland, donde se concentra el 70% de la biodiversidad, se detectan plantas invasoras m¨¢s competitivas que las nativas. Las investigaciones en curso muestran que algunos ecosistemas est¨¢n experimentando r¨¢pidos cambios ambientales mientras otros permanecen estables.

Un grupo de cient¨ªficos en la isla Rey Jorge.

Buena parte de los cient¨ªficos trabajan directamente sobre el escenario hipot¨¦tico de que la temperatura media ambiental aumente en dos o cuatro grados. La pregunta es c¨®mo reaccionar¨¢n los organismos excepcionales que crecen en la Ant¨¢rtida, en los l¨ªmites de la vida, y que tan provechosos pueden resultar en los tiempos venideros. Hay peces y artr¨®podos que sobreviven bajo los glaciares, peces adaptados a temperaturas inferiores al punto de congelaci¨®n gracias a las glicoprote¨ªnas anticongelantes que poseen en la sangre, organismos que no dependen de la fotos¨ªntesis, hongos que degradan la madera en fr¨ªo, plancton con mol¨¦culas anticancer¨ªgenas, bacterias que comen glucosa y pueden descontaminar los r¨ªos, bacterias especializadas en controlar pat¨®genos de salmones y truchas, en hacer soluble el fosfato para que pueda ser absorbido por las ra¨ªces de las plantas¡­ ?C¨®mo es posible que el pasto ant¨¢rtico pueda seguir verde todo el a?o y evitar las formaciones de cristales interiores que en el resto del planeta acaban con las cosechas sometidas a heladas? Con la vista puesta en el estr¨¦s h¨ªdrico que acarrear¨ªa previsiblemente el cambio clim¨¢tico, se estudia el comportamiento de las bacterias ant¨¢rticas que hacen que las plantas no necesiten tanta agua, que sean m¨¢s eficaces con los nutrientes y m¨¢s resistentes a las plagas.

La Ant¨¢rtida se ha convertido en un gran laboratorio mundial orientado a despejar las inc¨®gnitas mayores sobre el futuro de la Tierra. El nivel de agua de los oc¨¦anos, las corrientes marinas profundas, los fen¨®menos tormentosos del Ni?o y la Ni?a y hasta el florecimiento de los cerezos japoneses; todo parece depender de la poderosa corriente circumpolar ant¨¢rtica y de la funci¨®n de congelador planetario que ejerce el continente gracias a que conserva el 85% del hielo glaciar existente en la Tierra. Aunque no hay evidencia cient¨ªfica de tal conexi¨®n, algunos investigadores dan por hecho que el aldabonazo m¨¢s serio de lo que puede llegar ocurri¨® el 25 de marzo de 2015. Ese d¨ªa, la temperatura en la Ant¨¢rtida, a 64 grados de latitud sur, alcanz¨® un pico de 17,5 grados cent¨ªgrados (positivos). Cuatro d¨ªas m¨¢s tarde, a 5.000 kil¨®metros, al norte del desierto chileno de Atacama, llovi¨® en 24 horas el equivalente a la lluvia ca¨ªda en ese punto en los 14 a?os anteriores.

Un cient¨ªfico se dispone a extraer sangre a un ping¨¹ino para analizar un posible contagio de gripe aviar en la isla Ardley, archipi¨¦lago de las Shetland del Sur.
Buena parte de los cient¨ªficos trabajan sobre el escenario hipot¨¦tico de que la temperatura media ambiental aumente en dos o cuatro grados.

Casi 200 a?os despu¨¦s de que el nav¨ªo espa?ol San Telmo, con 644 hombres y 74 ca?ones, fuera arrastrado al continente y sus tripulantes n¨¢ufragos se convirtieran en los primeros, y ef¨ªmeros, pobladores ant¨¢rticos en 1819, la inmensa mayor¨ªa de la superficie ant¨¢rtica sigue conservando su car¨¢cter impenetrable y despiadado. El 98% de este territorio de 13,5 millones de kil¨®metros cuadrados, 27 veces Espa?a, no ha sido jam¨¢s hollado por el hombre a causa de las temperaturas extremas, que en la estaci¨®n m¨¢s fr¨ªa alcanzan una media de 63 grados bajo cero, aunque han llegado a superar los 90. Esto es un gigantesco p¨¢ramo helado batido frecuentemente por vientos superiores a los 200 kil¨®metros por hora y cubierto por una capa media de hielo de 1,9 kil¨®metros de espesor que, pese al deshielo, todav¨ªa podr¨ªa ofrecer a cada habitante del planeta una pir¨¢mide congelada del tama?o de la m¨¢s grande de la necr¨®polis egipcia de Guiza. Nunca hubo poblaci¨®n aut¨®ctona porque la vida humana es imposible y la animal queda constre?ida al mar y a las ¨¢reas menos hostiles. Focas, lobos (tambi¨¦n llamados leones) y leopardos marinos, ping¨¹inos y otras aves migran cuando se congela el mar adyacente a la costa. Solo el ping¨¹ino emperador es capaz de resistir a 77 grados de latitud sur. Ping¨¹inos y lobos no procrean m¨¢s all¨¢ de los 62? S.

No puede haber vida humana, s¨ª microbiana, salvo que te encapsules artificiosamente con material y suministros tra¨ªdos del exterior. Es lo que hacen los dos centenares y medio de cient¨ªficos y militares que aguantan el invierno en las bases ¨Calgunas habitadas de forma permanente y otras de uso temporal¨C construidas por casi una treintena de pa¨ªses. Del centenar de instalaciones existentes, 65 est¨¢n dedicadas exclusivamente a la investigaci¨®n cient¨ªfica. Siempre al l¨ªmite, la Ant¨¢rtida impone entonces la reclusi¨®n bajo el hielo y la sombra. No por casualidad, estadounidenses y alemanes ensayan aqu¨ª modelos de supervivencia susceptibles de ser aplicados a 500 a?os vista en la atm¨®sfera marciana.

A base polaca Henryk Arctowski, en la costa oeste de la bah¨ªa Almirantazgo (isla Rey Jorge, archipi¨¦lago de las Shetland del Sur).

En su expedici¨®n a la pen¨ªnsula Byers, isla Livingston, el equipo de Jorge Gallardo ha encontrado una cueva que sirvi¨® de asentamiento ballenero hace 200 a?os y que todav¨ªa conserva platos y otros ¨²tiles hechos con hueso de ballena. Han vuelto sobrecogidos. ¡°?C¨®mo pod¨ªan sobrevivir?¡±, exclama Gallardo. ¡°Pese al moderno equipamiento que llev¨¢bamos, hemos estado d¨ªa y noche empapados por el fr¨ªo y la enorme humedad¡±. Me vienen a la memoria las palabras que dej¨® escritas Robert Scott antes de fallecer junto a sus compa?eros tras haber conquistado el Polo Sur en 1912: ¡°Esta extra?a sensaci¨®n de humedad en el aire que te congela hasta los huesos. Es terrible. Santo Dios, este es un lugar espantoso (¡­). Nuestros cad¨¢veres tendr¨¢n que contar la historia, cuando Dios limpie las l¨¢grimas de nuestros ojos¡±.

?Puede haber Dios en este territorio en el que la belleza abrumadora, que hiere los ojos y aturde, convive con la desolaci¨®n que arrasa las almas por dentro? Porque de la misma manera que el esp¨ªritu se regocija con la magnificencia de la naturaleza, si hay un lugar abandonado de la mano de Dios, debe ser este. En Villa de las Estrellas, en bah¨ªa Fildes, donde se concentran buena parte de las bases de los distintos pa¨ªses, hay, adem¨¢s de una iglesia cat¨®lica, una capilla ortodoxa con su pope para atender a la base rusa. Es habitual que los enclaves tengan un diminuto oratorio dedicado a los compa?eros que cayeron en las grietas de hielo o se perdieron en la niebla y murieron congelados, a veces, a escasos metros de las instalaciones. La plegaria es aqu¨ª, para algunos, un asidero frente al miedo, la desesperanza y los problemas de una convivencia forzada.

Barco frente a la base espa?ola Gabriel de Castilla, en la isla Decepci¨®n.

Durante sus investigaciones sobre los lobos marinos de pelo fino, el bi¨®logo Renato Borr¨¢s ha llorado, dice, ¡°l¨¢grimas de miedo¡±. Cuando cre¨ªa haber vomitado en el paso Drake las servidumbres de la vida ciudadana y ¡°la angustia generada por esta sociedad enferma¡±, ha descubierto en la Ant¨¢rtida que el humano no est¨¢ hecho para la soledad. ¡°Sufr¨ª mi primer colapso emocional en la jornada del d¨ªa 56, a la luz de una vela, el d¨ªa de Navidad. Pero mis terrores empezaron el d¨ªa 74. Volvieron mis problemas de espalda y somatic¨¦ el miedo hasta el punto de que tuve un ataque de p¨¢nico. Aunque no soy creyente, rogu¨¦ para que no ocurriera lo peor¡±. Explica que encontr¨® la serenidad ¡°socializ¨¢ndose¡± con los animales objeto de su estudio.

Estadounidenses y alemanes ensayan aqu¨ª modelos de supervivencia susceptibles de ser aplicados a 500 a?os vista en la atm¨®sfera marciana.

¡°Encontr¨¦ una piedra perfecta entre dos hembras y un macho que me aceptaron sin demasiadas reservas¡±, recuerda. ¡°Pasaba horas inm¨®vil, observ¨¢ndolos y reflexionando sobre el fen¨®meno de la vida. Todo vale en la sociedad animal, no hay castigo para el macho que trata de violar a una cr¨ªa y acaba mat¨¢ndola por aplastamiento. All¨ª, el macho dominante hace de las hembras su har¨¦n particular y convierte al resto de los machos en s¨²bditos¡±. Dice que cuando la ciudad le agobie, cerrar¨¢ los ojos y se trasladar¨¢ mentalmente a aquella piedra de la meditaci¨®n. Ha acariciado a cr¨ªas de lobo marino. Asegura que huelen como nuestros beb¨¦s.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo, personal de la armada chilena fumando en la popa del Buque Aquiles; Alejo Contreras Staeding, encargado de los vuelos comerciales de la compa?¨ªa DAP entre Chile a la Ant¨¢rtida; la base polaca Henryk Arctowski, en la Isla Rey Jorge; y la base Yecho, en la isla Doumer.

Los cient¨ªficos han detectado un descenso notable de kril, un crust¨¢ceo que en estas aguas de la abundancia alcanza el tama?o de un cangrejo. Atribuyen la p¨¦rdida de este elemento b¨¢sico del ecosistema a la reducci¨®n de la banquisa, el hielo marino donde el kril pone sus huevos y se alimenta, pero tambi¨¦n a la pesca incontrolada. Una pregunta siempre procedente es si el Tratado Internacional Ant¨¢rtico de 1959 y su complementario Protocolo de Madrid de 1991, que consagraron este continente exclusivamente a la paz y a la ciencia, podr¨¢n resistir el empuje de los grupos de presi¨®n de la pesca, la explotaci¨®n minera y el turismo. A los cruceros, cada vez m¨¢s numerosos, hay que sumar la oferta comercial de ¡°viaje al Polo¡± que permite hacerse la foto de ocasi¨®n con botella de champ¨¢n a cualquiera que est¨¦ dispuesto a gastar 48.000 d¨®lares y a viajar durante una decena de d¨ªas en aviones y avionetas. Un dato a no perder de vista es que el 70% de las reservas de agua dulce del planeta se encuentran aqu¨ª, congeladas. Aunque el t¨¦rmino ¡°soberan¨ªa¡±, fuente de m¨²ltiples litigios entre pa¨ªses, ha sido sustituido por el de ¡°presencia¡± en el lenguaje oficial ant¨¢rtico, cabe siempre preguntarse si la instalaci¨®n de bases con fines cient¨ªficos y el apoyo militar responde ¨²nicamente al inter¨¦s por prever el cambio clim¨¢tico o si contin¨²a imperando la l¨®gica de las soberan¨ªas nacionales.

¡°No s¨¦ si podremos pasar¡±, nos informa el piloto de la lancha neum¨¢tica que trata de conducirnos a la orilla donde se asientan la base chilena O¡¯Higgins y el centro polar de investigaci¨®n alem¨¢n GARS. El enclave alem¨¢n es importante en las comunicaciones ant¨¢rticas porque dispone de estaci¨®n meteorol¨®gica y radiotelescopio para captar las ondas de radio de las estrellas y realizar observaciones geod¨¦sicas, adem¨¢s de una antena de nueve metros que les permite recoger y enviar datos de sat¨¦lite. Volver al buque es tan problem¨¢tico como tratar de abrirse paso a trav¨¦s del mosaico laber¨ªntico de icebergs y t¨¦mpanos que nos cercan. La situaci¨®n exige extremar las precauciones, pero todos sentimos que una oleada de entusiasmo nos empapa los sentidos. El techo plomizo claustrof¨®bico de los ¨²ltimos d¨ªas ha sido horadado por rayos refulgentes y el incendio del firmamento ilumina el tesoro ant¨¢rtico. Tumbadas sobre los t¨¦mpanos que nos circundan a pocos metros, las focas leopardo se desperezan y nos miran con expresi¨®n desde?osa, mientras los ping¨¹inos bailotean y, a distancia, salta un grupo de ballenas. Petreles, cormoranes y palomas ant¨¢rticas completan el cat¨¢logo de nuestra traves¨ªa a ras de hielo.

Base naval Prat en la isla Greenwich.
En este territorio, la belleza abrumadora convive con la desolaci¨®n que arrasa las almas. La plegaria es a menudo un asidero frente al miedo.

Son las im¨¢genes con que nos acostaremos esa noche, trufadas de relatos de z¨®diacs volcadas por ballenas azules de 30 metros que cantan nanas a sus ballenatos, fumarolas volc¨¢nicas, flores de hielo formadas con el vapor de agua, arco¨ªris de fuego con el sol en su cenit, vientos catab¨¢ticos que se generan con suma celeridad en los glaciares y se enfr¨ªan y compactan al descender por las laderas para precipitarse como tormenta de hielo y vientos de extrema violencia.

¡°?Les gusta viajar en helic¨®ptero?¡±. Como la respuesta es afirmativa, el piloto de helic¨®ptero del Aquiles realiza un descenso en picado hacia el lago Cr¨¢ter de la isla Decepci¨®n y nos regala la vista contorneando las paredes c¨®nicas de esa abrupta depresi¨®n del terreno. Tras depositarnos en un paraje yermo, pedregoso, regresa al barco a recoger a cient¨ªficos interesados en bacterias, peque?as mosquitas y cop¨¦podos de agua dulce. Un silencio sobrecogedor se abate sobre nosotros cuando el ruido del rotor desaparece. Por primera vez en el viaje experimento la sensaci¨®n especial, ¨²nica, de la soledad ant¨¢rtica y tengo la necesidad vital de adentrarme por este paisaje lunar de suelo extremadamente blando de diminutas piedras volc¨¢nicas. El aire es puro y transparente y el crujido sonoro de mis pisadas alimenta la tentadora conjetura de que puedo ser el primer humano en acceder a este lugar. Una sensaci¨®n de complacencia ¨ªntima y hasta de euforia me embarga por momentos, pero pocos cientos de metros m¨¢s adelante esa emoci¨®n se desvanece de golpe, entre risas, a la vista de huellas de pisadas que se cruzan en mi trayecto.

Del centenar de de instalaciones que hay en la Ant¨¢rtida, 65 est¨¢n dedicadas en exclusiva a la investigaci¨®n. De izquierda a derecha y de arriba a abajo, distintas im¨¢genes de cient¨ªficos: el chino Pei-Hu en su muestreo de piedras en la base Yecho, en la isla Doumer; un cient¨ªfico atrapa con una red a un ping¨¹ino en la isla Ardley para extraerle sangre y analizar el posible contagio de la gripe aviar; cient¨ªficos buscan muestras en el Lago Crater, en la isla Decepci¨®n; y cient¨ªficos observan el vuelo de una sk¨²a, un ave depredadora caracterizada por su gran tama?o y agresividad, en la base Yecho, en la isla Doumer.

¡°Deben ser los espa?oles, que tienen cerca de aqu¨ª una de sus dos bases¡±, explica, m¨¢s tarde, un responsable log¨ªstico del INACH. El imponente silencio de los cr¨¢teres se quiebra en la bah¨ªa de la isla Decepci¨®n, donde se asienta la base espa?ola Gabriel de Castilla, con la ruidosa algarab¨ªa de las focas, los elefantes marinos y las aves. ¡°Tambi¨¦n las ballenas nos visitan a menudo¡±, se?ala el comandante Daniel V¨¦lez, jefe de la base en la que conviven militares e investigadores. ¡°Bordean la bah¨ªa y pasan tranquilamente delante de nosotros¡±.

Una luna salvaje como el ojo de Sauron se abre paso en el muro uniforme de hielo y cielo y nos despide de la Ant¨¢rtida con una llamarada. Cumplido m¨¢s o menos el programa, siempre al albur del tiempo, imprevisible, el Aquiles hinca de nuevo la proa de regreso a Punta Arenas con la doble fortuna de que logra adelantarse por horas a un gran temporal que barre el paso Drake. De nuevo en los canales, recuerdo que yammerschooner no significa ¡°d¨¢melo¡± como creyeron inicialmente los brit¨¢nicos, sino ¡°por favor, s¨¦ amable conmigo¡±. Es el grito que emite la Ant¨¢rtida ahora que el futuro clim¨¢tico est¨¢ comprometido.

Un mes de traves¨ªa

El viaje a bordo del Aquiles parti¨® del puerto chileno de Punta Arenas el 20 de enero. Tres d¨ªas despu¨¦s, tras atravesar el paso Drake, hizo su primera parada en la isla Rey Jorge, en las Shetland del Sur, un archipi¨¦lago del oc¨¦ano Glacial Ant¨¢rtico formado por 11 islas principales y otras menores, a unos 120 kil¨®metros de las costas de la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica. Durante 18 d¨ªas el buque recorri¨® distintas bases internacionales en las islas Rey Jorge, Greenwich, Livingston, Robert y Decepci¨®n, e hizo tres paradas en la pen¨ªnsula Ant¨¢rtica para visitar la base chilena O¡¯Higgins, en Rada Covadonga, y la base de verano Yelcho, tambi¨¦n chilena, en la isla Doumer, cercana a la pen¨ªnsula. El 10 de febrero emprendi¨® el regreso por el paso Drake y el canal Beagle del estrecho de Magallanes. El 14 de febrero, tras casi un mes de traves¨ªa, lleg¨® de nuevo a Puerto Arenas.

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