La Ciudad de M¨¦xico de ¡®Los detectives salvajes¡¯
A VECES SE visitan las ciudades como se lee un libro. Repasamos los edificios, las calles, los caf¨¦s y los detalles que vimos en las p¨¢ginas y encontramos personas que podr¨ªan ser personajes. Los detectives salvajes, obra maestra de Roberto Bola?o, celebra el viaje, la carretera y la contracultura, y se lee como cr¨®nica, biograf¨ªa o novela. Tiene como protagonistas a tres j¨®venes poetas que emprenden una aventura sin rumbo y como punto de partida y epicentro la Ciudad de M¨¦xico.
Recorrer la inabarcable capital con Bola?o resulta igual de estimulante que leer su novela, una experiencia infinita, pues como buen cl¨¢sico siempre concede algo inesperado. Con la ciudad ocurre lo mismo: empieza pareciendo desorbitada y acaba siendo ¨ªntima. Antes de aterrizar se cree que transmitir¨¢ la sensaci¨®n de ser una bola de bingo en un bombo, entre tantas otras lanzadas a mil direcciones, a seiscientas p¨¢ginas ululantes. En los setenta, cuando se inicia la novela, hab¨ªa 14 millones de habitantes. El narrador de la historia, Juan Garc¨ªa Madero, ten¨ªa 17 a?os. Era hu¨¦rfano y viv¨ªa en casa de sus t¨ªos. Estudiaba Derecho en la UNAM, pero le costaba ir a clase. Descubr¨ªa la ciudad al tiempo que se iniciaba en la poes¨ªa y revelaba indiscutibles dotes sexuales, inquietudes y miedos. Para ¨¦l, el desnorte era un estado de ¨¢nimo que cualquier lector envidiar¨¢, pues ?hay mejor ¨¦poca en la vida que cuando no se va a ning¨²n lado? Hab¨ªa conocido fugazmente a Arturo Belano y a Ulises Lima, representantes del real visceralismo (o infrarrea?lismo), pero los perdi¨® de vista. El 7 de noviembre confiesa que ya no volver¨¢ a verlos, pero se equivoca. Semanas m¨¢s tarde caminaba por Sullivan y, mientras cruzaba Reforma, dos voces le reclamaron:
¨C?Arriba las manos, poeta Garc¨ªa Madero!
Eran ellos.
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Cerca de ah¨ª, en el Caf¨¦ Toscano de la plaza de R¨ªo de Janeiro, pienso en la frecuencia del azar en M¨¦xico. Hace tres a?os, la primera vez que vine, aparec¨ª en casa de un amigo en esta misma colonia Roma. Me present¨® a la chica con la que la compart¨ªa y a los cinco minutos descubrimos que los dos hab¨ªamos vivido no ya en el mismo piso de la calle de la Palma de Madrid, sino ?en la misma habitaci¨®n! Estas cosas pasaban con 14 millones de habitantes entonces, y pasan hoy entre 21.
De un tiempo a esta parte el arte culinario ha tomado la iniciativa en el barrio. Los s¨¢ndwiches de Belmondo, la delicadeza de Blanco Colima, el glamour de M¨¢ximo, el pescado de Contramar. Todo gira a expensas del esp¨ªritu bobo (bourgeois-boh¨¨me) que irradian comercios gastron¨®micos, galer¨ªas vintage y fachadas d¨¦co. Arrojado por la inercia, agarro Colima en direcci¨®n a Condesa so?ando con llegar a casa de las hermanas Font (¡°las Font viven en la colonia Condesa, en una elegante y bonita casa de dos pisos con jard¨ªn y patio trasero de la calle Colima¡±), creyendo que su pap¨¢ ¨CQuim, qu¨¦ personaje¨C me invitar¨¢ a un trago para demorar mi encuentro con una de sus hijas ¨CAng¨¦lica, Mar¨ªa¡, poco importa¨C. Sin embargo, en la esquina con C¨®rdoba encuentro el Museo del Objeto del Objeto (MODO), en un edificio art nouveau de 1906, similar a la casa que busca mi memoria lectora. Visito la exposici¨®n Del plato a la boca, que celebra la evoluci¨®n del dise?o en la cocina desde el siglo XIX hasta hoy, haciendo uso del conocido refr¨¢n ¡°Del plato a la boca se cae la sopa¡±. En una pared, alguien ha escrito una nota: ¡°Mi men¨² ideal: tu coraz¨®n, pero no tienes, maldito¡±. Viendo tenedores y sartenes pienso en la mala suerte de los realvisceralistas. Iban tan cortos de dinero que se hinchaban a caf¨¦s con leche. Viv¨ªan como poetas amarrados a la vida cotidiana, con preocupaciones mayores que el dinero o las aulas, pues iban a acabar con la oficialidad. No disfrutaban la gastronom¨ªa mexicana m¨¢s all¨¢ de unas tortas. Qu¨¦ pena. Manuel Maples Arce los definir¨¢ bien a mitad de libro, en el bosque de Chapultepec: ¡°Todos los poetas, incluidos los m¨¢s vanguardistas, necesitan un padre. Pero estos eran hu¨¦rfanos de vocaci¨®n¡±.
pulsa en la fotoUna sala del Museo del Objeto del Objeto (MODO), en la Colonia Roma.Sa¨²l Ruiz
Los detectives salvajes eran ratas de librer¨ªas de viejo, amaban el polvo acumulado en esos laber¨ªnticos corredores forrados de lomos que a veces da cosa tocar por miedo a que se deshagan. Rastreadores de malditismo y sabotaje, sobre todo en la calle de Donceles, cerca del Bellas Artes, ah¨ª donde el restaurante Sanborns de la calle de Madero, en el que en vano intentaron secuestrar a Carlos Monsiv¨¢is, que los consideraba ¡°disc¨ªpulos de Marinetti y Tzara, sus poemas ruidosos, disparatados, los dos con el pelo largu¨ªsimo, m¨¢s largo que el de cualquier otro poeta, con una terquedad infantil, no me gusta, no me gusta, capaces de negar lo evidente¡¡±. Aqu¨ª, en la complaciente avenida de ?lvaro Obreg¨®n, se halla una sede de la Cafebrer¨ªa (cafeter¨ªa y librer¨ªa) El P¨¦ndulo, referente cultural. Este edificio mereci¨® la Menci¨®n Honor¨ªfica en la Bienal de Arquitectura Mexicana. Desde cualquiera de sus pisos no cuesta imaginar hoy a Arturo y Ulises rondando escaleras abajo, con los bolsillos cargados, ajenos a alarmas y clientes. Aunque les pega m¨¢s la vecina A Trav¨¦s del Espejo, reducto del libro antiguo en el barrio.
El parque Espa?a no queda lejos. ¡°Mientras camin¨¢bamos en silencio por el parque Espa?a, a esa hora transitado s¨®lo por amas de casa, sirvientas y vagabundos, pens¨¦ en lo que me dijo Mar¨ªa sobre el amor y el dolor¡±. Recorro el ¨¢rea verde a la sombra de los ¨¢rboles recordando la naturaleza accidental de los personajes de las novelas fundacionales y la pasi¨®n por la marginalidad de los realvisceralistas, que podr¨ªan ser los chavales que fuman en el monumento a L¨¢zaro C¨¢rdenas, presidente que brind¨® apoyo a los exiliados espa?oles tras la Guerra Civil.
Aprovecho la cercan¨ªa para comer un taco de camarones en El Pescadito (otra opci¨®n es Fishers) y evoco la Tacopedia, biblia del taco que a buen seguro hubiera hecho gracia a Belano, o Bola?o. Y luego, por afinidad, entro en la Pasteler¨ªa Suiza (fundada por un catal¨¢n, Jaime Bassegoda, que en 1942 logr¨® colarse en la ¨²ltima traves¨ªa del Nyassa con otros refugiados), donde hacen el mejor pan de muertos de la ciudad.
Los detectives salvajes eran ratas de librer¨ªa de viejo. Amaban el polvo acumulado.
¡°Decidimos tomar juntos un pesero hasta Reforma y de ah¨ª fuimos caminando hasta un bar de la calle Bucareli, donde estuvimos hasta muy tarde hablando de poes¨ªa¡±. De camino observo la inconfundible escultura de Sebasti¨¢n, El caballito, y no tardo en pisar Bucareli y la zona que mejor ha resistido el paso del tiempo de la novela. Si hay un caf¨¦ que define el universo de los detectives es el Habana (Quito en el libro), fundado en 1952. Las calles circundantes atesoran el lumpen que adoran Belano y Lima. Sentados en estas mesas, alrededor de caf¨¦s con leche, se pasaban horas escribiendo poemas rimbaudianos y discutiendo de pol¨ªtica, mujeres, cine. La juventud temprana es charlatana e impetuosa. Aqu¨ª han tomado caf¨¦ el Che Guevara, Octavio Paz¡ Y aqu¨ª Jacinto Requena, en noviembre de 1976, sentenciaba: ¡°El lumpen es la enfermedad infantil del intelectual¡±. Buen sitio este para recordar la inocencia de los buenos tiempos, cuando todo era ir, cuando se viv¨ªa en la huida. Quiz¨¢s por eso, Amadeo Salvatierra, a mitad de novela, anunciara: ¡°Qu¨¦ l¨¢stima que ya no hagan mezcal Los Suicidas, qu¨¦ l¨¢stima que pase el tiempo, qu¨¦ l¨¢stima que nos hagamos viejos, qu¨¦ l¨¢stima que las cosas buenas se vayan alejando de nosotros al galope¡±.
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