De criada a descubrir el universo, y otras pioneras de la astronom¨ªa
La ciencia fue coto reservado a los hombres hasta fines del XIX, cuando un proyecto astron¨®mico internacional abri¨® las puertas al trabajo femenino. Fueron apenas un centenar de pioneras, pero su contribuci¨®n engrandeci¨® nuestro conocimiento del cosmos.
HAC?A UN A?O que hab¨ªa emigrado desde su Escocia natal a Boston, EE?UU, cuando su marido la abandon¨®. Era 1880 y, reci¨¦n embarazada, Williamina Fleming contaba 23 a?os. Dadas las circunstancias, la joven se vio en la obligaci¨®n de solicitar trabajo como sirvienta en casa de Edward C. Pickering, director del Observatorio Astron¨®mico de Harvard. Ante el escaso inter¨¦s y profesionalidad de sus ayudantes, que contrastaba con el buen hacer de su criada, el hombre no tard¨® en decidirse a instruirla y contratarla para llevar a cabo los c¨¢lculos del laboratorio. Aquella chica se convirti¨® as¨ª en la primera calculadora de un proyecto cient¨ªfico y en la primera integrante de lo que despu¨¦s se conocer¨ªa como el har¨¦n de Pickering, apelativo despectivo con el que se denomin¨® al grupo de mujeres que el cient¨ªfico acabar¨ªa contratando. Hoy, el cr¨¢ter lunar Fleming lleva este nombre, compartiendo el honor con el del descubridor de la penicilina, en memoria de Williamina.
Hasta entonces, salvo contadas excepciones ¨Cla de Hipatia de Alejandr¨ªa, en la Antig¨¹edad tard¨ªa, o la de F¨¢tima de Madrid, en la Edad Media, ambas hijas de c¨¦lebres astr¨®nomos¨C, la ciencia era un territorio inaccesible para la mujer sola, que ¨²nicamente pod¨ªa transitarlo de la mano de un var¨®n, ya fuera su padre, hermano o esposo. La irrupci¨®n de las mujeres en el ¨¢mbito cient¨ªfico se produjo con car¨¢cter general a finales del siglo XIX, concretamente en el campo de la astronom¨ªa. Su expansi¨®n se dio gracias a la Carte du Ciel, una iniciativa impulsada por el Observatorio de Par¨ªs y considerada como el primer gran proyecto cient¨ªfico de car¨¢cter internacional. Su objetivo consist¨ªa en elaborar una cartograf¨ªa celeste que, con el concurso de 18 observatorios repartidos por el globo, pretend¨ªa localizar y medir millones de estrellas. La ingente cantidad de operaciones matem¨¢ticas que hab¨ªa que desarrollar abrumaron a los astr¨®nomos titulares, por lo que optaron por buscar una mano de obra eficaz y barata. En Oxford encomendaron la tarea a j¨®venes reci¨¦n graduados, quienes cobraban menos a¨²n que las mujeres. Pero en la Universidad de Harvard, Pickering abri¨® la puerta al empleo femenino, una pr¨¢ctica que acab¨® extendi¨¦ndose a otros observatorios en Francia, Reino Unido e Italia.
Los cat¨¢logos de la entonces incipiente astrofotograf¨ªa, que generaba enormes cantidades de datos que hab¨ªa que interpretar, abrieron un ¨¢rea importante para la incorporaci¨®n de las mujeres al trabajo de los observatorios. Pero dado el paternalismo de la ¨¦poca, no fue f¨¢cil reivindicar su talento. Cuando, con el transcurso del tiempo, ellas se involucraron en la investigaci¨®n cient¨ªfica de mayor calado, sus art¨ªculos y proyectos siempre aparec¨ªan firmados por su mentor o, en el mejor de los casos, su nombre aparec¨ªa en segundo lugar.
Aunque en vida solo ostent¨® el t¨ªtulo de ayudante, el trabajo de Henrietta Leavitt fue propuesto para el Nobel despu¨¦s de su muerte.
Algunas de las calculadoras ingresaron en el proyecto de Pickering a trav¨¦s de un v¨ªnculo familiar o de amistad con alg¨²n cient¨ªfico; otras, simplemente, se ofrecieron voluntarias inicialmente para poder cobrar luego un salario de 25 centavos de d¨®lar por hora (la mitad de lo que hubiera cobrado un hombre), durante 6 d¨ªas a la semana y 7 horas al d¨ªa. El mal llamado har¨¦n lleg¨® a reunir a m¨¢s de 80 mujeres en un contexto, el de Harvard, donde se pensaba que ¡°un cuerpo femenino solo puede manejar un n¨²mero limitado de tareas simult¨¢neamente, dado que las chicas que gastan mucha energ¨ªa en su desarrollo mental durante la pubertad terminar¨¢n por experimentar desarreglos en su sistema reproductivo¡±, como aseguraba Edward H. Clarke, profesor de medicina de esa universidad, en su obra de 1873 Sex in Education (el sexo en la educaci¨®n).
Williamina Fleming. En la segunda foto, Annie Jump Cannon, en la fotograf¨ªa de su graduaci¨®n en Oxford en torno a 1900. / ASTRONOMICAL PHOTOGRAHS AT HARVARD COLLEGE OBSERVATORY / GETTYColl. B. Garrett (album)Antonia Maury, fotografiada cerca de 1910 y retrato de Hipatia de Alejandr¨ªa, cient¨ªfica griega de los siglos IV y V. / GRANGER NYC (ALBUM) AGE
En Francia, y siempre bajo el paraguas de la Carte du Ciel, se crearon en Par¨ªs, Burdeos y Toulouse los llamados Gabinetes de las Damas. Los trabajos ligados al proyecto evidenciaban una divisi¨®n de g¨¦nero, donde la percepci¨®n masculina y patriarcal de la actividad cient¨ªfica asignaba a las mujeres las tareas subalternas que supuestamente se correspond¨ªan con aptitudes femeninas: los astr¨®nomos implicados asociaban la precisi¨®n a una atenci¨®n reverente y confund¨ªan la disciplina con la paciencia. En la pr¨¢ctica, la actividad del Gabinete de las Damas era rutinaria hasta lo exasperante, sin dejar lugar a la iniciativa personal. El manejo de los grandes instrumentos de observaci¨®n estaba reservado a los hombres, cuyo papel inclu¨ªa la planificaci¨®n de las tareas de las calculadoras. Ellas eran las encargadas de medir las placas fotogr¨¢ficas para situar correctamente los asterismos (conjuntos de estrellas que aparentemente recrean figuras o formas) y de reducir estas medidas de posici¨®n de las estrellas en los negativos a un sistema de coordenadas coherente. Tambi¨¦n fueron ellas mismas quienes se encargaron de formar a las reci¨¦n llegadas. La mayor¨ªa proced¨ªa de familias burguesas y hab¨ªan sido empujadas al mundo laboral por reveses de la fortuna.
Otras en cambio fueron cient¨ªficas pioneras con titulaci¨®n universitaria. Las estadounidenses Dorothea Klumpke, Henrietta Leavitt, Annie Jump Cannon y Antonia Maury son algunas de estas astr¨®nomas que, a pesar de su val¨ªa, nunca obtuvieron el reconocimiento profesional que merec¨ªan. Sus aportaciones quedaron opacadas, como tambi¨¦n ocurri¨® con las de los miembros de la congregaci¨®n de la Virgen Ni?a, que ejercieron de calculadoras humanas en el Observatorio Vaticano. Es de suponer que ser¨ªan previamente instruidas y que trabajar¨ªan con humildad, rigor y precisi¨®n como sus compa?eras, pero nada se sabe de ellas. No queda ni un nombre propio, ni siquiera una menci¨®n, a excepci¨®n de los anales de la Carte du Ciel, donde se las cita de forma colateral.
Si hay una historia especialmente llamativa sobre estas pioneras es la de Henrietta Leavitt, que durante toda su vida ostent¨® el t¨ªtulo profesional de ayudante de Pickering. Cuando muri¨®, con 53 a?os, su patrimonio ascend¨ªa a 344,89 d¨®lares. Cuatro a?os despu¨¦s, un matem¨¢tico sueco envi¨® a Harvard una misiva en la que propon¨ªa su nominaci¨®n al Nobel, una petici¨®n sobre la que tambi¨¦n insisti¨® su superior y famoso descubridor de la expansi¨®n del universo, Edwin Hubble: gracias a los trabajos de aquella calculadora sobre un tipo de estrellas, las cefeidas, fue posible computar las distancias a galaxias remotas y, en ¨²ltima instancia, comprender la descomunal grandeza de nuestro cosmos.
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